No pude dejar a mi hija sola, simplemente no pude. Catalina
quería hacerla sufrir de más y, aunque no pudiera evitarlo, sí podía evitar que
le hicieran un daño mayor.
En cuanto llegó al Hogar, luego de que Marina asesinara a la
familia de Abril, mi hija en esta vida, Catalina tomó el puesto de directora y
lo primero que hizo fue castigar a mi hija por una estupidez creada por ella
misma; la envió al sótano.
Me escabullí para
verla. Era una niña preciosa. Estoy seguro de que así hubiese sido mi Abril, mi
primera Abril. Y quizá sí lo era, estábamos al fin de los tiempos y Abril
regresaba a mí.
Ella lloraba y
quise consolarla, pero antes de hacerlo, antes de poder manejar sus emociones,
apareció Ricardo de una puerta secreta. Manipuló el ambiente para que se viera
más tétrico de lo que en realidad era. Yo contraataqué su acción. Lo supo.
Buscó en todas direcciones hasta dar conmigo.
―¿Y tú?
―me habló en nuestra baja frecuencia para que la niña no nos escuchara.
―¿Qué
haces? ―lo interrogué.
―Cumplo
órdenes, lo mismo que deberías estar haciendo tú.
―¡Es
una niña!
―Una
niña que crecerá.
―Pero
que todavía no crece.
―¿Vas a
enfrentarte conmigo para defender a esa mocosa?
―No la
llames así ―advertí.
―Es una
mocosa, ¿cómo quieres que la llame?
―Quiero
que la dejes en paz, al menos por el momento.
―¡Por
favor, Manuel! ¿Qué crees que dirá Marina si se entera de que no cumplí mi
parte? Ni por ti ni por nadie me ganaré su odio.
Sentí
sollozar a mi pequeña, tenía miedo, expelí tranquilidad para que se durmiera y
no tuviera más temor. Sabía que no podía
protegerla siempre y me sentía impotente.
―Sal de
aquí, si Catalina te ve, te mata, lo sabes, hermano, yo no le diré nada de
esto, pero por favor, vete, vete ahora.
Miré a
mi hija dormir en el suelo. Renegué con la cabeza, ella debería ser una princesa,
no una pobre niña huérfana, dolida y maltratada.
Salí de
allí convertido en murciélagos, una centena de murciélagos enojados, y volé
hasta un sitio eriazo donde nadie podía verme.
―Selena,
sé que has cuidado de nuestra hija todo este tiempo, te pido que la cuides un
poco más. ―Rogué y cerré los ojos―. Espero que esto valga las penas y los dolores
que ha sufrido.
Caminé
a paso veloz, por lo menos, lo más veloz que se supone avanza un humano.
―¿Pasa
algo? ―me preguntó, mucho rato después, Leo, quien apresuró el paso para
alcanzarme.
―Problemas.
―¿Puedo
ayudar?
Sentí
que trabajó en mis emociones para calmarme.
―Gracias.
―De
nada.
―¿Puedo
saber de qué se trata?
―Una
mujer, una clienta… ―mentí.
―¿Te
gusta?
―¡No!
Por supuesto que no, es solo que está sufriendo mucho.
―Y no
sabes cómo ayudarla.
―Lo sé,
el problema es que no puedo.
―¿Por
qué no?
―Porque
ella no quiere ser ayudada. ¿Has visto esa clase de gente a la que le gusta
estar mal para así llamar la atención? Bueno, ella es una de esas.
―Entonces,
nada que hacer, ella es feliz con su miserable vida.
―Sí. ―Me
encogí de hombros―. Es verdad. No tiene sentido que me preocupe por ella.
―Así
es. ¿Quieres ir por ahí a cazar? ¿O prefieres ir a un bar?
―Si
cazo en este momento, no respondo de mí.
―Buen
punto. Entonces, vamos a un bar, sé de un lugar donde podremos entretenernos,
además, tienen nuestro trago especial.
Lo miré
con las cejas alzadas.
―¿Ah,
sí?
―Sí,
tienen reservas para gente como nosotros.
―Perfecto,
llévame ahí.
El bar
al que me invitó no lo conocía, parecía un bar normal y, de hecho, había muchos
humanos pasando un buen rato, pero también, varios de nosotros disfrutando como
cualquier otro.
Nos
sentamos en una mesa algo apartada y pedimos nuestros tragos.
―¿Y?
¿No hay ninguna mujer en tu vida, Manuel? ―me preguntó mientras esperábamos
nuestros vasos.
―No. La
hubo, pero hace tanto ya…
―¿Tu
esposa?
―Sí,
era mi mujer, tuvimos una hija, pero…
―¿Falleció?
―Sí,
tenía seis meses.
―Lo
siento, una pérdida así no se olvida, me imagino que mucho menos por una hija.
Yo todavía siento a mi hermana.
Lo miré
directo a los ojos.
―Jamás
se olvida cuando el amor es verdadero.
―Yo
amaba a mi hermana. La amo ―rectificó.
―Lo sé,
se te nota.
―Y
jamás perdonaré lo que esa mujer le hizo. ―Su expresión cambió a una sombría y
llena de odio.
―Estoy
seguro de eso, quinientos años llevas a cuestas el rencor hacia ella, dudo que
algún día se te pase.
―Jamás.
Si hubieras visto… Manuel, la forma en la que la asesinó… Al menos tu hija no
tuvo que sufrir como sufrió mi hermana.
El
corazón se estrujó dentro de mi pecho y podría jurar que una parte de él se me
quebró al recordar aquel horrible suceso.
―Ninguno
de ellos vio la maldad a la que puede llegar esa mujer, ninguno, pues, aunque
Sonya y su hijo murieron a manos de Ricardo, no sufrió los horrores de mi
hermana.
―Ya
llegará el momento de la venganza, Leo, no te quepa duda de eso, ella pagará
por todo el daño que ha hecho, vida tras vida y milenio tras milenio.
―Hay
algo que no entiendo… ¿Por qué esperar tanto para destruirla? ¿Por qué no
simplemente la acabamos y ya?
―Yo no
entiendo mucho de eso, pero creo que es porque matarla ahora sería en vano, sería
seguir año tras año soportando sus maldades.
―Max y
yo la hemos seguido vida tras vida.
―Lo sé.
―¿Cómo
lo sabes? Nadie más está enterado, solo Nick y estoy seguro de que ni siquiera
a Ray se lo ha dicho.
―Porque
yo estaba presente en su última vida. Hace quince años ustedes la asesinaron,
lograron inmovilizarla y no pudo escapar de su destino; murió. Y estoy seguro
de que esa no era la primera vez, ella estaba muy confiada en ganar, “como
tantas otras veces”, según sus propias palabras, por lo que asumo, no fue la
primera vez que lo intentaban.
―Ah.
―¿Ah?
―Ah. No
se lo has dicho a Ray, supongo.
―No soy
un bocón, por supuesto que no.
―Es
mejor que no se lo digas, se supone que con Max hacemos negocios alrededor del
mundo y por eso nos perdemos cada cierto tiempo.
―No
tengo por qué meterme, además, en algún momento se sabrá, cuando todo esto
acabe, cuando él esté seguro de que ustedes no corren peligro, porque esa es la
razón por la que no se lo dicen, ¿no es verdad? No quieren que los detenga con
el fin de resguardar sus vidas.
―Sí,
Ray nos lo prohibiría, para todos es demasiado riesgoso enfrentarse a esa
mujer.
―Es que
lo es, aunque, la próxima vez que nos enfrentemos a ella, será para terminar
con toda esta tortura.
―Sí.
Espero que muera y que no vuelva nunca jamás a esta Tierra.
―Eso
espero yo también. Y así será. Debemos ser positivos.
―Es tan
difícil ser positivo cuando llevo casi un milenio de rencor a cuestas.
Sonreí.
Ojalá yo tuviera solo un milenio a cuestas.
―¿Qué
pasa? ―me preguntó al ver mi expresión.
―Nada.
No imagino vivir tanto.
―Es
difícil. A ratos es bueno. A ratos es malo. Es como tu vida, multiplicada por veinte.
Amplié
mi sonrisa y él también dibujó una.
―Es muy
difícil imaginar tener tantos años cuando uno creció con la idea de que iba a
llegar a ser viejo, iba a tener una familia, hijos, a morir en paz rodeado de
sus seres queridos.
―No fue
eso lo que ocurrió.
―No.
Dos
chicas caminaron hacia nosotros, sentimos su aroma y sus pasos antes de que
llegaran.
―Hola ―nos
saludó una, la más atrevida―, tan solitos que están, ¿no quieren bailar?
―Hola ―respondió
Leo―, nosotros no bailamos, gracias.
―¿Y no
quieren compañía o esperan a alguien?
Leo no
quería ser descortés, pero tampoco quería compañía, él quería estar tranquilo,
despejarse de sus recuerdos, de su vida. Yo no estaba mejor.
―Estamos
haciendo tiempo para ir a buscar a nuestras esposas ―respondí.
―¿Son
hombres fieles? Ja, no me hagan reír, ¿con esa facha? ―. La otra le dio un
codazo, avergonzada―. Digan que no les gustamos, es muy fácil, y ya no los
molestaremos.
―Perdón,
solo queríamos bailar ―intervino la otra―, ya nos vamos. Vamos, Melissa.
―¿Por
qué no responden?
Hice
aparecer mi celular en la mesa y que sonara con una llamada entrante, en la
pantalla apareció el nombre de “Amor” con la fotografía de una bella mujer.
―Amor ―respondí
a la llamada ficticia―, ¿ya están listas? Ya. Sí. Sí, vamos enseguida.
Melissa
quedó anonadada, pensó que le habíamos mentido, lo que sí era cierto, pero no
tenía sentido hacerla sentir mal.
―Lo
sentimos, nuestras esposas nos esperan y si vienen ellas a buscarnos, no creo
que les guste que nos vean con dos estupendas chicas como ustedes, no nos
creerán que no las conocemos ―indiqué.
La
chica se encogió de hombros, se dio la media vuelta y se fue. La otra nos miró
con cara de disculpa, le sonreímos y se fue apresurada.
―¿Cómo
hiciste eso? ―me preguntó Leo.
―Puedo
generar visiones, ¿lo olvidas?
―Pareció
muy real.
―Pues
no lo fue, eso te lo puedo asegurar. El problema es que ahora tendremos que
irnos, nos esperan nuestras esposas.
―¿Y no
puedes darles la visión de que nos vamos y luego ocultarnos de sus ojos?
―Podría,
sí, ¿quieres que lo haga?
―No
quiero irme, no todavía.
Puse un
manto invisible alrededor de nosotros y les hice ver que nos íbamos, lo cual
fue bueno, porque no apartaron sus ojos de nosotros hasta que “dejamos” el bar.
―Gracias
―dijo con voz baja.
―¿Qué
pasa? ¿Quieres hablar?
―¿No he
hablado ya lo suficiente?
―¿Es
suficiente para ti?
Aparté
los ruidos externos y sellé nuestros sonidos hacia afuera. Envié un mensaje al
mesero que retirara nuestras cosas y que trajera una nueva jarra.
Una vez
listos, miré a Leo que no había vuelto a hablar ni me había respondido.
―¿Es
suficiente para ti? ―repetí.
―No.
No, Manuel, siento que la rabia se acumula en mi pecho, que mi estómago se
revuelve con los recuerdos y quiero acabar ya, ahora, estoy cansado, cansado, a
veces quisiera acabar con todo, con mi sufrimiento, con mi existencia…
No dije
nada, sus pensamientos estaban en desorden, tenía que sacarlos afuera, liberarse
de esa carga que lo estaba aplastando, de otro modo, tendríamos una baja muy
significativa en el grupo si hacía lo que tenía pensado, pues aquel mismo día,
de no habernos encontrado, habría buscado la forma de acabar con su vida para
terminar con su sufrimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos a comentar con respeto.