Comencé a recordar, día a día, cada cosa olvidada en mi
memoria. Mi Selena, mi hija, la muerte de mi padre, la de mi madre y mis
hermanas…
Por lo mismo, el tratamiento no se hizo a diario.
Tardamos más de un año en terminar el proceso.
―Bien… ―me
dijo Mala’ikan el último día, tan agotado como yo―. Hemos terminado la primera
parte. ―Sonrió con ironía.
―La
primera parte… ―repetí sin creer lo que escuchaba.
―Así
es. Ya recordaste. Ahora nos toca develar tus poderes. Hasta ahora no has sido
más que un tipo con vida eterna y fuerza descomunal. Aparte de eso, no has
usado mucho más de lo que tienes.
―¿Qué
tanto tengo?
―Te
aseguro que ni te lo imaginas.
―Y
supongo que mi hermano sí los ha usado todos a favor de Catalina.
―Algunos,
sí, más que tú, pero no todos, eso te lo puedo asegurar.
―¿Cuándo
empezaremos?
―En una
semana.
―¡Una
semana?
―Así
es. Estás débil. Es mejor esperar a que te repongas.
―Está bien.
―Me
voy. Tengo por delante una semana muy agitada. Descansa.
―Sabes
que no puedo.
―Pues
aliméntate, camina y trata de no pensar en lo que se viene, mejor recuerda las
razones por las que estamos haciendo esto.
―Tengo
claro por qué lo estoy haciendo yo, lo que no tengo claro es por qué lo haces
tú.
Sonrió
con su modo tan particular, entre burlesco e indulgente.
―Paciencia,
Medonte, paciencia.
―¿Me lo
dirás alguna vez?
―Puede
ser ―respondió y luego asintió con la cabeza―. Cuando todo esto pase.
―Me
tocará seguir esperando.
―La
paciencia es… ―repuso con diversión.
―Sí, ya
lo sé.
―Ahora
me voy, ya sabes, aliméntate y descansa. Te hace falta.
―Gracias.
―De
nada.
Hizo un
gesto de despedida y desapareció.
Salí a
cazar y, tras reponer mis fuerzas, me fui en busca de Marcos. Él seguía
ayudando a la familia de mi hija. Necesitaba saber qué ocurría con ellos. Todos
habían sido convertidos, menos la madre, era una bruja.
No me
acerqué a ellos, pues no quería que apareciera Catalina… Pero apareció.
―Hola,
Medonte ―me saludó burlándose de mí.
―¿Qué
haces aquí?
―Lo
mismo que tú, visitando a la familia.
―¿Qué
quieres decir?
―Por
favor, Medonte, no te hagas el idiota, que por cierto lo eres; tú ya recordaste
todo, se te nota en la cara lo mucho que me odias.
―Siempre
te he odiado.
―Pero
ahora más y con razón.
―Cada
día te odio un poco más, no es novedad.
―Ay,
Medonte, no seas tan agresivo, yo soy una mujer.
―Sí,
una débil y delicada doncella, ¿no? Eres cualquier cosa, Catalina, menos una
mujer.
―Sí,
bueno, muchos dicen que soy una bruja en toda la expresión de la palabra. Y sí.
Lo soy ―admitió con una sonrisa de satisfacción―. En todo caso, querido, no me
llames Catalina aquí, ahora soy Marina Alabrú.
―Marina…
―Bonito
nombre, ¿no? Soy una mujer muy influyente en este país.
―Tú no
necesitas un nombre para influir en nadie.
―Gracias, querido ―respondió con una sonrisa,
la que se esfumó en menos de cinco segundos.
―¿Qué
pasa? ―pregunté, a sabiendas de lo que pasaba.
―No
puedo leerte.
―¿Cómo
que no puedes?
―¡Eso!
¿Qué estás haciendo?
―¿Yo?
Nada, ¿qué puedo estar haciendo? Ni siquiera sé a qué te refieres.
―Tu
mente siempre ha sido un libro abierto para mí, Medonte, y hoy no puedo entrar
a tus pensamientos. ¿Acaso Mala’ikan te puso un escudo?
―No
tengo idea ―contesté con mi mejor cara de inocente.
―No
importa, ya lo descubriré yo.
Se dio
media vuelta y se marchó a toda prisa. La observé durante un rato, sé que podía
sentir mi mirada sobre ella. El saber que no podía entrar en mí, la descompuso
demasiado, tanto, que estuvo a punto de tropezar y caer.
Yo,
haciendo uso de mis nuevos poderes recién descubiertos, me convertí en cientos
de murciélagos y volé lejos de allí.
―Te
felicito ―me dijo Mala’ikan al día siguiente que nos vimos.
―¿Por?
―Catalina
está enfurecida.
―¿Y
eso? ¿Fue contigo?
―¡Por
supuesto! Llegó a pedirme explicaciones.
―¿Qué
le dijiste?
―Le
dije que había puesto un escudo a tu alrededor para que la madre de Galiana no
te descubriera, yo estaba seguro de que irías a buscarla.
―Pero
no lo hiciste tú.
Sonrió.
―No.
Eso lo hiciste tú. Pero quiero que crea eso, así, cuando tú te unas a su causa,
ella creerá que puede leerte la mente sin problemas.
―Ella
no debe saber qué poderes tengo.
―No. Ni
los que tienes, ni los que adquirirás. Ella debe creer que eres un simple
vampiro cuyos poderes no se han desarrollado, al menos no del todo.
―No sé si
seré capaz de estar a su lado sin matarla.
―Lo
serás. Tienes un autocontrol pocas veces visto, Medonte. ¿Recuerdas que te dije
que solo un alma que sea capaz de controlar sus emociones podrá contra ella?
Pues ese eres tú.
―Estoy
dispuesto a lo que sea con tal de acabar con ella en el momento preciso. Aunque
aún no me queda muy claro por qué hay que esperar tanto.
―Espera
un poco. Cuando terminemos, te contaré la historia.
―No te
preocupes, la paciencia es la virtud de los dioses y, soy mitad dios, ¿no es
así?
Asintió
con la cabeza muy lentamente.
―Precisamente
y estás destinado a convertirte en uno si cumples tu propósito.
―¿…Que
es…?
―¿No lo
imaginas?
―¿Acabar
con Catalina?
―Acabar
con ella y con todo lo que representa.
―No
tengo ningún problema en cumplir ese propósito, entonces, aun si no consigo
convertirme en un dios.
Mala’ikan
me dio dos golpecitos en el brazo.
―Estoy
seguro de que conseguirás tu propósito, de otro modo, no te hubiera recomendado
para el puesto.
―¿Qué?
Supongo
que la confusión se me reflejó en la cara de un modo demasiado notorio, pues él
se echó a reír muy divertido. Yo no le encontré la gracia. El intentó ponerse
serio.
―Medonte,
eres el candidato perfecto para acabar con ella. Aparte del rencor que sientes
por esa mujer, tienes una capacidad mental y emocional muy pocas veces visto,
eres semidiós, fuiste pareja de Selena, tienes una hija muy especial… Te
repito, eres el candidato perfecto.
―Puedo
entender que eso sea así, gracias por tanta adulación, no obstante, de ahí a
haber sido recomendado por ti, hay un abismo de diferencia. ¿Por qué lo haces?
―Ya te
dije, te he tomado afecto.
―No,
esto no se trata de afecto, Mala’ikan, ni esto es de ahora, esto estaba en el
destino desde mucho antes que llegara Catalina a mi vida. Incluso, sin temor a
equivocarme, desde antes de la llegada de Selena.
Asintió
con la cabeza con gran lentitud.
―Desde
antes de los tiempos.
―¿Quién
lo decidió?
―Los
dioses.
―¿Los
dioses?
―Los
ángeles, los dioses, los demonios, como quieras llamarles. Al fin y al cabo, es
lo mismo.
―Pero
¿por qué yo?
―Porque
tú eras el indicado, ya te lo dije.
―¿Por
qué entonces me amenazaste y permitiste que Catalina asesinara a mi familia?
―¿Habría
servido de otro modo?
―¿Qué?
―Eso.
¿Habría servido de otro modo? Si no tuvieras el incentivo del resentimiento en
contra de Catalina, ¿estarías dispuesto a acabar con ella?
Bajé la
cabeza, lo más probable era que no. De hecho, la respuesta era no.
―¿Lo
ves? Las cosas a veces tienen que hacerse de una forma inentendible para los
humanos, ¿no has escuchado que todo pasa por algo y que todo es para mejor?
―Eso es
un consuelo para los tontos.
―No.
Eso es la realidad. Nosotros velamos por los humanos y, aunque muchas veces no
podamos defenderlos de todo, siempre hay una razón detrás, una razón que
terminará en muchos más beneficios.
―O sea,
todo lo que has hecho, lo has hecho por mi bien.
―Por el
bien de todos, Medonte, por el bien del mundo.
―Bueno,
en todos estos siglos, milenios, no ha sido muy beneficiosa, ni mi conversión,
ni la libertad de Catalina.
―No,
por ahora, pero luego, cuando ella se vaya… Te aseguro que todo será mejor.
―Espero
que valga la pena.
―Valdrá
todo el esfuerzo, todas las lágrimas, todo el dolor. Te lo aseguro.
Lo miré
directo a los ojos.
―Te lo
juro ―prometió con firmeza.
―Eso
espero. ―Mi voz fue como un ruego, las cosas no se me habían dado fáciles y,
estaba seguro, el futuro tampoco sería muy alentador.
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