Mis poderes aumentaron cada vez más. No solo en potencia,
sino en todo aspecto.
Ya no solo me podía convertir en cientos de murciélagos, o
en uno, también los dominaba, ellos eran mi ejército; podía leer las mentes de
todo aquel que se cruzara en mi camino; era capaz de manejar las emociones
humanas a mi antojo, podía provocarles miedo, alegría, tristeza, en fin, lo que
yo quisiera; podía provocar dolor, visiones, locura temporal; podía controlar
el clima, o el microclima, solo mi zona; podía controlar algunos elementos,
moverlos a mi antojo; podía pasar desapercibido como hacerme muy notorio. En
fin, mis poderes, cada vez, con cada año, aumentaban más, parecían que no
tenían límites.
Mala’ikan, como tantas veces, desapareció por más de medio
siglo. Tiempo en el que aproveché de viajar, conocer otros lugares y poner en
práctica mis poderes.
Antes de llegar a un sitio, lo investigaba. Me paseaba de
noche buscando entre las mentes de sus moradores cómo vivían, cómo era su
cotidianeidad. Dependía de eso, el cómo yo actuara. Muchas veces me encontré
con lugares llenos de maldad, mujeres siendo esclavizadas, sometidas y niños
explotados; allí me dedicaba a generar miedo, sembraba el pánico entre quienes
se aprovechaban de los más débiles. En otras ocasiones, el pueblo era pacífico,
gente humilde que se apoyaba y se preocupaba de sus vecinos, entonces, los
ayudaba, les daba regalos y les enseñaba cómo lograr tener un mejor vivir. A
veces, era uno o dos los que aplastaban a los demás, en esos casos, solo ellos
pagaban por sus fechorías.
Debo admitir que me divertí mucho y pude olvidar, en parte,
mis problemas, aproveché y cultivé mis poderes, me hice más fuerte, aprendí
mucho más de lo que sabía, aunque, por supuesto, ya no pude olvidar a mi hija,
y la veía en cada chica abusada, en cada mujer golpeada por su esposo, en cada
joven infeliz, ellas eran las primeras en mi lista para obtener justicia.
Una tarde, muchos años después, sentí el llamado de Marcos, saber
cuándo alguien me necesitaba era otro de mis recién adquiridos poderes, y nos
encontramos en Italia.
―¿Qué
pasa?
―Tu
hija volvió.
―Lo sé.
―Catalina
le quitó su cuerpo.
―Lo sé.
―¿No
harás nada?
―No.
―¿Por
qué?
―Porque
no puedo hacer nada. Si me acerco, la mata; si hago algo… No, déjala que viva
su vida así, ojalá que se mantenga alejada de esa mujer.
―¿Tú
crees que Marina la deje tranquila?
―¿Marina?
―Catalina…
Como se llame. Ya lleva varias vidas usando el nombre de Marina.
―Bueno,
¿qué quieres que haga yo? ¿Cómo está? ¿Es feliz?
―Sí. Es
muy querida, se reencontró con su amor, pero Marina le está pisando los
talones.
―No es
el momento de terminar con Marina, si intervengo ahora, será peor. Estoy atado
de manos, Marcos, no puedo hacer nada.
―No
eres el Medonte que recuerdo.
―Sigo siendo
el mismo, solo que no quiero ver morir a mi hija una vez más. Yo… Yo tuve la
visión de su última muerte y… Marcos, no… No quiero que ella vuelva a sufrir de
ese modo. Mejor me alejo, quizás así Marina la deje tranquila.
―Tú
sabes que no es por ti que Marina la mata vida tras vida, ¿cierto?
―No, no
lo sé, porque no sé por qué lo hace, no sé cuáles son sus motivos, no sé qué
tiene en mi contra... No sé, Marcos, pero si puedo aportar en algo a que no se
enoje más, lo haré, no me importa no ver a mi hija si con eso resguardo su
vida.
―Entonces,
no harás nada para verla.
―No.
―Ni de
lejos.
―Ni de
lejos.
―Está a
punto de casarse.
―No
puedo verla.
―Bueno.
Yo la protegeré.
―Gracias.
Marcos
me miró con decepción. Sabía que él no esperaba que me mostrara tan frío ante
la vuelta de mi hija, pero sabía que así debía ser. No era tiempo de acabar con
la maldita de Catalina, aunque ella acabara con mi hija una vez más.
―Bueno,
nos vemos por ahí.
―Sí, ya
te buscaré.
―Estás
extraño.
―Soy
extraño.
―No, te
conozco hace mucho como para saber que no estás como siempre.
―Tal
vez estoy cansado.
―¿Cansado
de correr detrás de Marina o de salvar a tu hija? ¿Tan cansado que no la verás
siquiera en el altar? Una vez en tu vida, en toda tu larga existencia que
podrás hacerlo, ¿y te niegas a ir?
Lo
observé por un rato antes de contestar.
―Estoy
muy cansado. Vivir tanto no es bueno.
―¿Estás
cansado de vivir?
―Algo
así.
No me
creyó y era la idea, quería que pensara que me estaba cansando de defender a mi
hija, de estar en contra de Marina.
―Bueno…
Nos vemos. ―Se fue sin esperar mi respuesta. Yo hubiese dado todo con tal de
que no se fuera así, sin embargo, si quería que las cosas salieran como esperaba,
debía actuar de ese modo, nadie podía saber lo que planeaba.
Había
llegado la hora de preparar la gran venganza. Una venganza que tardaría siglos
en llegar.
Cerré
los ojos y me dirigí al bosque, haría algo que jamás pensé hacer: dejar que
Catalina y Licurgo asesinaran a mi hija de la forma más cruel, pero no debía
intervenir, solo llevaría a Leo al lugar, si él la salvaba… No, no debía
hacerlo.
Leo, el
hermano de Galiana, mi hija en su vida anterior, se encontraba cazando en el
bosque. Debía conducirlo hasta donde tendrían a mi hija, lo hice ver a un
extraño al que cazar.
Apresuré
el tiempo. No podía aceptar que tardaran tanto en su tortura, por lo que
adelanté el tiempo y, cuando llegó Leo al fondo del barranco, Catalina la lanzó
sin piedad, sin embargo, no se quedó tranquila y le lanzó una llamarada para
terminar con la vida de mi pequeña. Llama que apagué de inmediato, solo pareció
que seguía quemándola. Mandé a la mente de Ricardo la orden de que se fueran
del bosque.
Leo
tomó a mi hija en sus brazos y la iba a convertir, todavía estaba a tiempo,
seguía viva. Con el pecho apretado y el corazón en un puño, la maté. Yo la
asesiné. En realidad, la separé de su cuerpo, debía acabar con su vida, si
quedaba viva sería presa fácil de Catalina, además, como hechicera original, no
podía ser convertida en vampira, eso la aniquilaría por el resto de los
tiempos.
Observé
a Leo llorar y sentí su dolor. Él veía a su hermana en esa chica que yacía
muerta en sus brazos. ¡Claro que debía recordarla! Eran una sola alma. Abril
salió del cuerpo maltrecho y acarició la cabeza de su hermano, sí, su hermano,
pues, aunque eso había ocurrido en una vida pasada, él jamás dejó de sentirla
de ese modo.
Me
interné en el bosque. Recogí la caja de regalo que ella le daría a su prometido
y me la llevé a casa. Ese sería mi recuerdo más preciado, lo único que había
podido conseguir de mi hija, a quien no vería si no hasta varios siglos, ya
estaba previsto que ella solo volvería para el tiempo del final de Catalina.
―El
tiempo pasa rápido, Medonte, tú sabes que así es ―me habló Mala’ikan conociendo
mis pensamientos.
No
necesité volverme, sabía con exactitud el lugar en el que había aparecido,
además, después de tantos años…
―Unos
años más, unos años menos… ―continuó.
―Cada
vez los días son más lentos.
―Estás
cansado, deberías tomar un respiro.
―¿Un
respiro?
―¡Sí!
Estás agotado.
―¿Y qué
hago? No tengo forma de descansar.
―No
digas que no hay forma. Siempre hay una forma. Recuérdalo. Siempre hay una
forma, Medonte.
―Yo no
tengo forma de descansar.
Me
sonrió del mismo modo de siempre, solo que en ese momento incluía algo de
lástima en su expresión.
Puso su
mano en mi cabeza y ya no recuerdo más, ni de aquel día, ni de los siguientes veinte
años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos a comentar con respeto.