Decir que regresamos a casa con el ánimo por los suelos, es
un eufemismo. Leo sacó afuera su frustración, sin embargo, el hecho de haber
vivido tantos años con el rencor dentro, de haber perdido a su hermana, a su
familia completa a manos de Catalina, o Marina como la conocían ellos, no le
daba paz, ni aun sabiendo que podía acabar con ella. Sabía que nada le
devolvería a su familia y estaría solo por el resto de su existencia. Ni
siquiera tenía el consuelo de un amor, jamás, en toda su vida, se había enamorado.
Sentía que no tenía nada.
Nick vio los pensamientos de desánimo de su amigo y apareció
ante nosotros en la puerta justo antes de entrar.
―Leo… ―dijo
sin saber cómo continuar.
―No
digas nada.
―No
estás bien, amigo, ¿quieres hablar?
―¿Para
qué? Hablé con Manuel y de nada sirvió, además, tú ya sabes todo lo que pudiera
decir, ¿no?
―¿Qué
pasa, Leo? ―preguntó Ray apareciendo ante nosotros.
―Nada,
que les diga Nick o Manuel.
Avanzó a
la escalera, donde fue detenido por Max.
―Amigo…
Leo
simplemente negó con la cabeza. Ya trabajaría en sus emociones más tarde, luego
de que descansara.
―¿Qué
te dijo? ―me preguntó Max.
―Me
habló de su vida, de su hermana, su familia… De esa batalla que tuvieron hace
cinco siglos. Él no ha olvidado.
―Ni lo
hará ―aseguró Max.
―¿Hay
alguna forma de ayudarlo? Yo lo escuché, pero no puedo decir que lo ayudé, no
sabía qué decir.
―No, no
hay manera, la única forma de aplacar su sufrimiento ha sido intentar acabar
con Marina una y otra vez.
―¿Qué? ―interrogó Ray.
―En
contra de tus órdenes, hemos seguido a Marina vida tras vida para asesinarla,
al menos si no podíamos acabar con ella, desahogábamos nuestra rabia.
―¿Saben
lo peligroso que fue eso?
―Por
supuesto, por eso no dijimos nada.
―Espero
que no se les ocurra volver a buscarla.
―Ya no,
ahora debemos esperar ese preciso momento, porque créeme que no descansaré
hasta ver a esa mujer destruida por los siglos de los siglos.
―Amén ―terminó
Joseph―. Todos aquí esperamos lo mismo, Max, no podemos rendirnos ahora, este
es el tiempo en el que debemos tener mayor fortaleza, con nuestra energía en
alto.
―Lo sé,
pero no es fácil. Leo lleva más tiempo de vida y su hermana sufrió lo indecible
cuando Marina y Ricardo la mataron. Yo sufro por Sonya y por mi hijo, pero al
menos ellos murieron de un solo golpe. No sé qué hubiese pasado si Sonya
hubiese tenido el final de Galiana.
―Lo sé,
Max, y te juro que no me gustaría estar en los zapatos de Leo; por lo mismo,
debemos ayudarlo a que levante cabeza, ya ha pasado lo peor, sabemos que Marina
no nos atacará en la próxima década, estamos tranquilos, después de eso,
quedaremos libres de esa mujer y no solo nosotros, el mundo entero se librará
de esa víbora. El problema es que, si nos pilla con el ánimo bajo, sin ganas de
seguir adelante, sin ganas de luchar, estaremos perdidos.
―Quizá
necesite descansar, olvidarse un poco de todo ―repuse―, tal vez mañana esté
mejor. Yo creo que hay que darle tiempo.
―Yo
espero que no se le ocurra hacer una estupidez a esta altura de los tiempos ―replicó
Joseph.
―No
seas tan duro ―terció Max.
Leo
salió de la habitación y bajó, llegó al salón en menos de un segundo.
―No,
Joseph tiene razón, no puedo regodearme en mi dolor justo ahora. Todos hemos
sufrido, algunos más que otros, pero todos estamos en la misma situación, de no
ser así, no estaríamos aquí. Lo siento.
―No lo
sientas ―replicó Max―, es normal que te sientas así después de tantos años.
―Sí,
puede ser normal, pero no me da derecho a poner en riesgo la razón por la que
hemos esperado tanto tiempo.
―Quizá
si descansas… ―comencé a decir.
―Nosotros
no descansamos ―espetó Ray.
―Pero
sí podemos desconectarnos.
―No
todos.
Ray y
yo nos miramos. No había nada de simpatía entre los dos.
―Es
cierto, Manuel, no todos podemos desconectarnos, ¿tú lo haces? ―me preguntó
Max, rompiendo el incómodo silencio que se había formado.
―Sí, creí
que todos lo hacían, es como dormir.
―No es
así, de hecho, yo no puedo hacer dormir a un vampiro ―me explicó Ray.
―Perdón,
no sabía.
―¿Has
intentado dormir a un vampiro? ―me preguntó.
―No,
jamás, pensé que eso era algo inherente a nosotros, no imaginé que fuera algo
mío.
―Tal
vez puedes dormir a Leo.
―No sé,
¿crees que pueda?
―Nada
se pierde con intentar.
―Es
cierto.
Leo se
sentó en el sofá, necesitaba dormir. Recordé cuando yo también lo necesité y Mala’ikan
me hizo dormir por veinte años.
―Yo no
creo que sea posible, dormir no es una de nuestras facultades ―expresó con
desazón―. Ya quisiera poder descansar y dormir, aunque sea una noche.
―Siempre
hay un modo, Leo ―repliqué las palabras de Mala’ikan.
Lo
miré, puse mi mano en su hombro y, aunque pude hacerlo dormir con facilidad,
pues ese don se me había otorgado después de la siesta que me regaló el
ángel, no quería que pareciera sencillo ante los demás.
Tras un
par de minutos de lucha para dormirlo, Leo cayó en un profundo sueño.
Yo me
dejé caer en el suelo, aparentando perder fuerzas.
Max
acomodó a Leo en el sofá y Joseph me ayudó a levantar.
―¿Estás
bien?
―No
creí que fuera tan difícil ―respondí.
―Debiste
dejarlo.
―No,
Leo necesitaba un descanso, tiene muchos años, mucho dolor a cuestas y ni un
solo día de reposo.
―Gracias
―dijo Ray.
Yo lo
miré con asombro. Ray no era un mal tipo, pero yo no le caía nada bien y se
notaba, darme las gracias no estaba entre sus prioridades.
―De
nada.
―Te
drenó mucha energía.
―Sí.
―No
debiste arriesgarte.
―¿Arriesgarme?
―Si
hubieras perdido toda tu energía…
―No lo
pensé, de todas maneras, hubiera sido preferible, Leo es mucho más fuerte e
importante que yo en todo esto.
―No se
trata de vida por vida ―acotó Joseph.
―Lo sé,
pero Leo, en las condiciones en las que se encontraba, no habría sido de mucho
aporte, incluso, creo que hasta podría haberse quitado la vida. Yo estaré bien,
solo debo alimentarme.
Nick
llegó con una jarra de sangre de la despensa de la casa. Sí, Ray tenía tratos
con un banco de sangre, si salíamos a cazar era por gusto, no por
necesidad.
Luego
de beber, aparenté sentirme mejor, el problema fue que los pensamientos de
todos estaban demasiado dispersos, cada uno pensaba algo diferente y en
realidad no tenía ganas de escucharlos, así que cerré los ojos y los
hice dormir a todos de una vez. Cayeron al suelo como moscas y no me importó.
Necesitaba tranquilidad, mi hija estaba sufriendo, todavía era una niña y le
quedaban varios años por delante de esa tortura.
―Los
últimos años serán los peores y mientras más avance el tiempo será mucho más
difícil.
No abrí
los ojos. Mala’ikan todavía no aparecía ante mis ojos y no estaba seguro de
querer verlo.
―Yo te
dije que no iba a ser fácil ―insistió.
―Es
mucho más difícil de lo que pensaba.
―Lo sé,
¿te das cuenta de la razón por la que se permitió todo lo vivido? La motivación
debía ser extrema, de otro modo, habrían renunciado hace tiempo. Todos. Míralos.
¿Crees que, sin la motivación suficiente, podrían seguir adelante?
Abrí
los ojos, estaba de pie frente a mí.
―Todavía
no entiendo por qué todo esto. Tenemos la motivación, pero ¿hace falta seguir
adelante con esto? ¿No podemos simplemente apresurar la causa?
Me
sonrió.
―Ojalá
fuera así de fácil. Pues no. Hay que esperar.
―No sé
si pueda esperar.
―Duerme,
lo necesitas.
―No
dormiré otros veinte años ―repliqué en tono de broma.
―No podrías
dormir veinte años, aunque quisieras. ―Puso su mano en mi hombro y su expresión
fue la de hacía tanto tiempo, entre burlesca y compasiva―. Descansa esta noche,
mañana será un nuevo día para todos.
Despertamos
casi a un tiempo, Nick fue el último, yo desperté justo antes de él, quizá
Mala’ikan lo programó así porque al despertar me encontraba perdido, pasó un
rato antes de darme cuenta de lo que había ocurrido y proteger mis
pensamientos.
―¿Qué
pasó? ―preguntó Ray en cuanto abrí los ojos.
―No sé ―respondí.
―Tal vez
tu desgaste fue porque no solo actuaste sobre Leo, también sobre nosotros ―respondió
Max.
―Puede
ser, no sé. Acabo de despertar igual que ustedes.
―Tú
debes saber lo que pasó ―me reprochó Ray.
―Está
tan confundido como nosotros ―acotó Nick, todavía somnoliento―; déjalo
tranquilo.
―Al
menos descansamos. Lo que es yo, estoy como nuevo ―indicó Joseph.
―Yo
también ―dijo Max.
―Me
hacía falta dormir ―señaló Leo―. Te agradezco, Manuel, recuperé mis ganas y
energías.
―De
nada, aunque parece que no salió muy bien ―respondí con mi vista fija en Ray.
―Creo
que a todos nos hacía falta descansar, pero creo que no volveremos a tomar tus
servicios otra vez ―respondió burlón.
―Creo que no será conveniente. Negocio cerrado
―acepté del mismo modo.
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