Aquella noche salimos a cazar los tres juntos, como en los
viejos tiempos. Intentamos olvidar lo que estábamos viviendo y salimos a buscar
a algunos delincuentes con los que nos divertimos por varias horas.
Al final de la noche, regresé a mi clan, satisfecho y con
nuevos bríos, lo cual notaron todos, en especial Leo, que no me perdía el paso,
pues estaba seguro de que la reacción de Marcos no había sido normal. Decidí
que así sería mejor, de esa forma, desconfiarían más de mí, si lo hacían,
Catalina lo sabría y de ese modo, estaría más segura de que yo estaba a su
favor.
―Yo sé
que nos ocultas algo ―me dijo Leo, sin ningún tapujo, después de vestirme para
ir a trabajar y antes de subirme a mi coche.
―No sé
qué te imaginas, Leo, pero no tengo nada que ocultar, si quieres, puedes
pedirle a Nick que busque en mi cabeza; quizá puedas pedirle a Max que me
torture hasta que cuente la verdad, esa verdad que tú crees que oculto; quizá
puedas ver mis emociones, si estoy nervioso, si oculto algo. Tienes muchas
formas de saberlo, Leo, así como también tienes mi palabra, la cual, supongo,
no es garantía de nada para ti.
Se
apoyó en el capó de mi automóvil y bajó la cabeza.
―Lo
siento, es que falta tan poco para que llegue el gran día y no quiero que
fracase justo ahora, sobre todo porque temo que ella no se presente ―confesó―, ¿por
qué habría de hacerlo? Ella no tiene nada que perder, nosotros sí, si tú o
cualquier otro nos traiciona y le abre el camino para que ella nos ataque antes
de tiempo o no aparezca… Todo habrá sido en vano.
―Ella
necesita esta batalla tanto como nosotros ―respondí―, si ella no libra esta
guerra final, se muere, ella está tan interesada en hacer esto como cualquiera
de nosotros, Leo, ella está perdiendo energía y su única fuente es su hermana,
si ella no viene, es su fin.
―¿Y si
sale mal?
―Es un
riesgo que hay que correr, pero siento que saldrá bien, todo se está dando para
que terminemos con esa mujer de una vez y para siempre.
―¿Y la
hechicera? No tenemos idea, ni quién es, ni cómo la encontraremos.
―Marcos
fue muy claro en decir que la encontraríamos, que ella misma llegaría a
nosotros. ¿Cómo? No lo sabemos, pero estoy seguro de que lo sabremos en el
momento indicado.
―Estás
muy seguro.
―¿Gano
algo con dudar? ¿Ganas tú algo con dudar? Has perseguido a Marina por siglos,
Leo, aun a sabiendas de que no ganabas nada, sin embargo, ahora, cuando ya
estás a punto de destruirla definitivamente, ¿estás dudando?
―¿Cómo
sabes que la he perseguido todo este tiempo?
―Porque
fueron ustedes quienes la mataron la última vez, ¿no es verdad? Tú y Max. Tú,
por tu hermana, y Max por su esposa e hijo.
―¿Cómo
sabes eso?
―Recuerda
que yo seguía con Marina y Ricardo cuando ella murió, sé quién lo hizo. Ricardo
se enojó más, para mí fue un alivio. Pude escapar de sus garras.
―¿Estás
seguro de que no te molestó que la matáramos?
―Por
supuesto que no, ¿qué crees? ¿Estaría aquí si fuera así?
―Quizá
viniste de infiltrado de esa mujer para buscar nuestra debilidad y terminar con
nosotros.
―¿Eso
crees?
―No lo
sé.
No me
gustaba que dudara de mí, él había demostrado un amor incondicional por mi
hija, su hermana. Puse mi mano en su hombro y le transmití la confianza que
quería que sintiera, tanto en la destrucción de Catalina como en mí. Él me miró
sorprendido, notó lo que estaba haciendo, por lo que velé su mente para que
solo recordara la sensación y no mi presencia. Desaparecí y creyó que esa
conversación jamás había existido, solo pensó que era mejor no pensar en
tonterías.
Volví a
salir de la casa, como si viniera de terminar de arreglarme.
―Leo,
¿pasa algo? ―le pregunté al verlo parado al lado de mi automóvil.
Me
miró, decidía en su mente si decirme lo de sus dudas.
―Nada,
nada.
―¿Estás
seguro?
―Son
cosas mías, no te preocupes.
―¿Pasa
algo conmigo?
Yo
sabía que, por un lado, no se sentía seguro de mis intenciones y, por otro, que
sentía que no debía dudar.
―No,
no, no te preocupes.
Caminó
al interior de la casa, yo lo observé durante unos pocos segundos, me encogí de
hombros y me fui a la ciudad.
Nada
más estacionar en un conocido centro comercial, me encontré con Ray. Debo admitir
que me sorprendió, no lo sentí, lo cual se me hizo raro, pues nadie se me
pasaba por alto, o quizás iba tan metido en mis pensamientos que me descuidé,
un error que pudo ser fatal si hubiese sido Nick.
―Hola,
¿y tú? ―lo saludé con una cínica sonrisa, Ray no me caía nada bien, sobre todo
por sus constantes pensamientos en contra de mi hija, Isabel Castellán, quien
él pensó lo había dejado plantado en el altar, jamás, ni por un segundo, se le
pasó por la mente el que algo malo le hubiese pasado, aun cuando Max lo repetía
constantemente, solo se preocupaba de él y sus sentimientos. Tampoco entendía a
Joseph cuando este le decía que la Marina con la que se había casado y la
Marina que lo destruyó no eran la misma persona.
―Te seguí
―me contestó sin mentir.
―¿Y
eso?
―Quiero
hablar contigo.
―Adelante.
―Leo
desconfía de ti.
―Así
es.
―¿Te ha
dicho algo?
―No, se
le nota en su actitud.
Asintió
con la cabeza.
―¿Y tú?
¿También desconfías de mí?
―No lo
sé. Dame motivos para no hacerlo.
―Si
tengo que darte motivos para que no dudes de mí, es porque lo haces, ¿no?
―Sí, en
cierto modo, algo no me cuadra, Manuel, te soy sincero. Toda esa historia de
que aprovechaste el que ella no estuviera, el haberte ido en contra de Ricardo,
el que llegaras justo con nosotros…
―Llegué
con ustedes como pude llegar con cualquiera.
―¿Cómo
sabes que no fue Ricardo el que te convirtió?
―Él no
puede convertir a nadie, los que él convierte se mueren, eso lo sabes.
―No
todos, hay algunos que sobreviven.
―No lo
sé, eso me haría especial de algún modo, cosa que dudo que pienses que es así.
―Sí,
tienes razón.
―¿Entonces?
―Ya te
dije, algo no me cuadra y quiero entender qué es.
―¿Qué
te puedo decir? Yo soy casi nuevo en esto. Durante varios años vagué solo en la
tierra, no sabía que había más como nosotros, hasta que me encontré con un
pequeño clan, una familia, tres, a quienes Marina había arruinado como a
ustedes, a los cuales asesinó tras cinco años de conocerlos. Ahí me reclutó
Marina, ¿qué debía hacer? Si no me sometía a ella, me mataría, vi cómo mató a
esa familia, Ray, y te juro que no quería morir así. En cuanto tuve
oportunidad, me aparté de ella y llegué con ustedes, como te digo, la suerte o
el destino hizo que me encontrara con ustedes, quizá si hubiese llegado con
alguien más…
―Quiero
entender, Manuel, no pareces un neófito.
―Tengo
cincuenta años, tampoco soy un niño. Tenía treinta y cinco cuando fui
convertido.
―No, no
lo eres, pero a veces me da la impresión de que tienes mucho más que los cincuenta
que dices tener.
―¿Crees
que te miento en eso?
―Dímelo
tú.
―Si
tuviera más, ¿habría razón para ocultarlo?
―Si
estás con Marina y estás con nosotros para acabarnos…
―Mira,
Ray, si quieres puedo irme de tu clan, no quiero causar conflictos, si Leo
desconfía y piensa igual que tú, quizá lo mejor sería irme.
―No es
necesario, solo quiero que me confirmes que tu historia es cierta.
―Mi
historia es cierta. Quizá Ricardo sí me convirtió y por eso tengo esta
apariencia de parecer mayor, pero no lo sé, porque un día estaba en mi casa y
al siguiente, perdido en un bosque, no sé cómo llegué allí, no sé qué pasó,
solo sé que mis ansias de asesinar eran muy fuertes, quería sangre, tenía un
hambre tal que me hubiese comido a un regimiento entero. No sabía lo que me
sucedía. Después de dos años, me encontré a esta pequeña familia. Esa es mi
historia, no tengo pruebas para demostrarte que es cierto lo que te digo porque
ellos ya no están con nosotros, estoy seguro de que te dirían la verdad.
Bajó la
cabeza y negó con ella.
―Lo
siento, es solo que…
―Está
demasiado cerca el fin, ¿no? Y no quieres que nada salga mal.
―Precisamente.
―Saldrá
bien, tiene que salir bien.
―Eso
espero.
―Eso
espero yo también.
―Bueno,
me voy a trabajar. ―Se dio la media vuelta y luego se volvió a mí de nuevo―. ¿Qué
haces aquí?
―Vengo
a encontrarme con un cliente, es una mujer y prefirió un lugar público, nos encontraremos
en el café.
―¿No
tiene oficina?
―No,
está de paso en la capital, es del sur, está iniciando su negocio y todavía es
algo temerosa, yo la entiendo, con tanto monstruo suelto por ahí, lamentable es
que las mujeres no pueden andar tranquilas ni confiar en cualquier desconocido.
―Es
verdad, bueno, no te retengo más, que te vaya bien.
―Gracias.
Se fue
a su automóvil y yo seguí rumbo a las escaleras. La verdad es que no me
encontraría con ninguna clienta, debía ver a Viviana, la esposa de Nicolás
Gárate, con quien me había citado para hablar acerca de una pequeña niña a la
que quería adoptar y yo, como abogado, la ayudaría… a no hacerlo.
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