Al despertar, todo había cambiado. La familia de mi hija ya no estaba en el continente. Se habían marchado lejos con el exnovio de Isabel Castellán y sus amigos.
―¡No
puedo creer que los hayas dejado ir! ―repliqué una vez más, Mala’ikan aceptaba
mis exabruptos con gran paciencia, debo admitir.
―Así
debía ser ―respondió sin alterarse.
―¿Y qué
pasará con mi hija?
―Ella
regresará.
―Sí,
pero ¿cuándo? Ellos no estarán aquí para recibirla.
―¿Y
quién te dijo que ella podía nacer solo en esta tierra?
―Ella
siempre ha vuelto aquí.
Sonrió
y negó con la cabeza.
―El
mundo se está expandiendo, Medonte. La vida está cambiando. Tú tendrás que
cambiar. Es más, ya no podrás seguir andando por ahí, como si te valiera nada
la opinión de los demás. Ahora las reglas del mundo cambiaron. Debes mantener
un bajo perfil, cuidarte de los hombres.
―¿Cuidarme
de los hombres? Por favor, Mala’ikan, he terminado con ejércitos enteros.
―Sí,
Medonte, pero hasta el momento te has enfrentado a seres humanos comunes,
corrientes, ellos están evolucionando, su forma de pensar y de vivir está
cambiando y este nuevo mundo que ellos están descubriendo les abrirá nuevos
horizontes. El mundo jamás volverá a ser igual.
―¿Y qué
se supone que debo hacer?
―Seguir
adelante con el plan.
―Bien.
―Pero
recuerda, debes mantener un bajo perfil y, al igual que tu hermano, deberás
moverte, cambiarte el nombre y evitar ver a las personas por más tiempo del
necesario, que no se percaten de que no envejeces.
―¿Se
puede hacer eso?
―Claro,
hay muchos lugares a los que escapar hoy en día, vives un tiempo en un lugar,
luego te mueves a otro, y a otro, y a otro. Así, cuando vuelvas al lugar de
inicio, no quedará nadie vivo que te recuerde.
―Entendí.
―Seguirás
solo, lo sabes, ¿verdad?
―Sí.
―Ya no
estaré para ayudarte.
―Lo sé.
―¿Estás
seguro de lo que debes hacer?
―Me lo
has repetido muchas veces, Mala’ikan, lo dejaste bien grabado en mi cabeza.
―Perfecto.
Solo quiero que salga bien esta vez.
―Así
será.
―Sabes
que siempre hay un porcentaje de fracaso.
―Lo sé,
pero pierde cuidado, aun si tuviera que dar mi vida para terminar con esa mujer
de una vez por todas, lo haré.
―¿Y si
la que debe morir es otra?
―Mi
hija no morirá. Yo haré lo que sea para que ella viva libre y feliz de una vez
por todas.
―¿Aun cuando
tú no puedas estar con ella?
―Aun cuando yo tenga que morir
para darle vida a ella.
―Estás muy decidido.
―¿Tú crees que para mí fue muy fácil verla morir, otra vez,
de esa forma tan cruel? No, Mala’ikan, ¿crees que quiero que vuelva a pasar
algo similar? Jamás. Abril no volverá a sufrir de ese modo.
―Sabes
que no podrás evitar del todo su sufrimiento.
―Sí,
hay cosas que tendrá que vivir, estoy consciente de eso, pero no volverá a ser asesinada
de ese modo tan brutal, tampoco dejaré que mi hermano se le vuelva a acercar
para lastimarla, mucho menos esa mujer.
―Bien.
Ya sé que tienes las cosas muy claras, Medonte, puedo irme tranquilo de que
cumplirás con tu misión.
―Así
será.
―Yo ya
cumplí con la mía.
Lo miré
confundido, ¿a qué se refería? ¿A mí preparación? No parecía ser eso.
―Todos
tenemos una misión, Medonte, todos.
Chasqueó
los dedos y apareció Marina Alabrú, sonreía con la maldad característica de
ella; no se volvió a mirarme.
Quise
hablar, pero mi boca estaba sellada.
―Muchas
gracias, Mala’ikan ―le dijo Catalina a mi mentor.
―Fue un
placer.
―¿Estás
seguro de que no se me resistirá?
―Por
supuesto que estoy seguro, te será fiel y leal.
―Bien, supongo
que todavía no recuerda, Ricardo ya está recordando, es más, ¿me vas a creer
que quiso salvar a su hija? ¡A su hija! Como si eso fuera posible ―se burló.
―Yo te
dije que no sabíamos las implicaciones de que los convirtieras en esto, pero ya
está hecho y ahora hay que aceptar las consecuencias.
―Yo no
dejaré que ninguno de los dos recuerde.
―Medonte
no recuerda, apenas ha tenido algunos destellos de recuerdos, nada importante.
―Por
eso no se ha acercado a su hija las últimas veces.
―Por
eso. Ni siquiera sabe que existe. En estos años de descanso, la volví a
borrar de su memoria y, por supuesto, no le he dado a conocer sus poderes. No
tiene idea de lo que tiene, más que fuerza y vida ―dijo con sarcasmo―. Será un
buen lacayo para ti.
―Gracias.
―¿Qué
harás ahora?
―Esperar
a que regrese mi querida hermanita y ocupar a Ricardo y Medonte para acabarlos.
―¿Ricardo?
―preguntó Mala’ikan en voz alta, sabía que yo no sabía de quién hablaba.
―Licurgo.
Ya ni siquiera sabe su nombre. ―Catalina lanzó una carcajada ante lo dicho.
―Bueno,
muy pronto le pasará eso a Medonte.
―Sí,
además, ¡son nombres tan anticuados! Le pondré un nuevo nombre. ―Se volvió a mí―.
Te llamaré Manuel. Sí, me gusta ese nombre.
―¿Te lo
llevarás de inmediato?
―No
sabes cuánto esperé por esto, él se me resistía, imagina, ahora no ha dicho ni
una sola palabra, nada.
―¿Qué
esperabas que dijera? ―pregunté al sentir que mis labios se soltaron.
―Que me
amenazaras, como siempre, que me reclamaras, que intentaras atacarme.
Miré a
Mala’ikan quien me dio una significativa mirada para que le siguiera la
corriente.
―¿Y por
qué haría eso? ―consulté.
―¿No lo
sabes?
―¿Debería?
Sonrió
enseñando una hilera de dientes perfectos.
―No. No
deberías. ¿Vamos?
―Vamos ―acepté.
Mala’ikan
me dio la mano a modo de despedida y, a través de ese apretón, me envió fuerza
sobrenatural, sabía que aquello iba a ser muy difícil para mí.
Me fui
tras Marina, Ricardo, mi hermano, nos esperaba en una hermosa casona a las
afueras de la ciudad.
―¡Medonte!
Qué alegría verte aquí ―me saludó con un efusivo abrazo, que fue correspondido
plenamente por mí.
―Lo
mismo digo, Licurgo.
―Ahora
soy Ricardo ―me aclaró.
―Sí,
perdón. Yo ahora soy Manuel.
―Bien.
Por fin lucharemos juntos las mismas batallas.
―Sí.
Por fin estaremos juntos en el mismo lado de la trinchera.
Miré de
reojo a Marina, sonreía feliz y confiada, después de todo, Mala’ikan me
había entregado en bandeja para trabajar con ella, algo que jamás pensó que
sucedería.
Quién
lo diría: yo peleando a su lado, por fin vería lo que ella hacía, pues no solo
se dedicaba a molestar a mi familia.
―Manuel,
vas a ir al centro de la ciudad con Ricardo, quiero que te ambientes en cómo se
tratan las cosas conmigo, tengo algunos clientes que no han sido leales a mí y no han pagado
su tributo.
Busqué a mi hermano con la mirada, asentía desde un
rincón.
―Perfecto.
―Ricardo,
no dejes que se le pase la mano.
―Claro ―respondió
este.
―Ahora
vayan, yo necesito dormir un rato.
Esbocé
una pequeña e imperceptible sonrisa; supe que mi plan había funcionado.
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