La transformación de Nikolai fue lenta y dolorosa, tardó más de dos semanas en despertar, lo cual me indicó que ese hombre estaba destinado a grandes cosas.
En la siguiente década, recorrimos el mundo conocido hasta
ese entonces, mi nuevo acompañante me ayudó a reclutar a mi primer clan.
Aquellos diez hombres con los que inicié mi clan fueron los
únicos capaces de soportar el dolor y sobrevivieron, pues no todos los que
convertí lo lograron, varios murieron en el intento, lo que sí pude comprobar
fue que los convertidos por Nikolai soportaron mucho mejor su transformación,
por lo que decidimos que fuera él quien hiciera la transformación.
Pasaron los años y por más de un milenio no supe, ni de
Catalina, ni de Mala’ikan, jamás volvieron. Lo cual me alegraba, no obstante,
también me preocupaba, pues no sabía en qué momento podían volver y dañar a mi
nueva familia.
Una tarde, mientras hacíamos negocios en las inmediaciones
de Mesopotamia, vi a Catalina. Debo confesar que me asusté, sin embargo, pese a
que nuestras miradas se cruzaron, no había atisbo de maldad u odio en sus ojos,
al contrario, pareció contrariada al verme. Aun así, decidí irme de ese lugar.
―Nos vamos contigo ―me aseguró mi fiel amigo cuando se lo
dije.
―A
ustedes no les hará daño, Nikolai, ella me quiere a mí, si se van conmigo,
ustedes también se convertirán en su objetivo.
―No te
dejaré solo.
―Medonte
―me llamó Lanford, uno de mis convertidos―, te busca un hombre, dice que es
importante.
―¿Quién
es?
―Dijo
que es tu hermano.
Me
confundí. ¿Mi hermano? ¿Licurgo estaba allí? ¿Acaso Catalina lo había dejado
ir?
Salí
apresurado a verlo y allí estaba, igual que siempre, como yo, tampoco había
envejecido.
―Licurgo…
¿Qué haces aquí? ¿Cómo estás? ¿Cómo es que Catalina te dejó ir? ―atropellé las
palabras.
―Lo
dices como si estuviera prisionero.
―Hermano…
―Ella
me mandó a buscarte, quiere hablar contigo.
―¿Por
qué no vino ella? No tiene impedimentos para hacerlo.
―Porque
no quiere verte aquí con ellos, necesita hablar a solas contigo.
Me
quedé pensando en esas palabras, ¿por qué no quería verme estando mis amigos
conmigo? ¿Sería que ella era vulnerable a nuestros poderes? Algo así le dijo
Mala’ikan antes de que nos convirtiera.
―Dile
que no estoy interesado en nada de lo que provenga de ella.
―Es
importante, hermano.
―¿Importante?
¿Qué puede ser importante a esta altura? Tú viniste aquí solo para darme un
recado de ella, no te importa lo que le hizo a nuestra familia. Mató a nuestra
madre, a nuestro padre, a nuestra hermana. Y a mi hija.
―¿Hija?
¿Tuviste una hija?
―Y tú
también, Licurgo ―intervino Mala’ikan
―¿Qué
dices?
―Tú
también tienes una hija a la que Catalina asesinó.
―Eso es
imposible, ella me lo hubiera dicho.
―¿Decirte
que había asesinado a tu propia hija y que te había hecho olvidar para que
estuvieras con ella?
―Ella
no haría eso, ella es una buena mujer.
―¿Una
buena mujer? ―exploté―. Ella no es ni lo uno ni lo otro. Es un monstruo lleno
de maldad.
―Medonte…
―susurró Licurgo conmocionado por mis palabras.
Mala’ikan
sostuvo mi brazo para que me calmara, a punto estuve de lanzarme en contra de
mi hermano.
―Dile a
esa que no voy a ir, no me interesa hablar con ella, si ella quiere hablar
conmigo, que venga, sabe dónde está mi casa. Adiós, hermano.
Licurgo
bajó la cabeza y se retiró a gran velocidad de mi casa. Yo me giré para mirar a
Mala’ikan.
―¿Él no
recuerda nada?
―Nada.
Él ni siquiera recuerda con exactitud lo de su familia. Tiene vagos recuerdos
de lo acontecido, lo que logra recordar, sucedió hace tanto que ya casi no
distingue lo real de la fantasía.
―Yo lo
tengo muy claro en mi mente.
―Déjame
decirte que estás equivocado. Catalina no te quitó todos los recuerdos, pero
los que sí te arrebató no los recuerdas, algunos los puedes sentir, pero estoy
seguro de que hay cosas que no sabes si ocurrieron de verdad o son productos de
tus fantasías.
―Como
mi hija.
―Así
es.
―A Luna
no la recuerdo muy bien.
―Lo sé.
―¿Volveré
a recordar alguna vez?
―No
tengo idea, no sé cómo funciona en ustedes este limpiado de memoria. Un
eterno se libera de cualquier maldición a los pocos siglos; ustedes están
malditos de por vida, si pierden su condición de vampiros, pierden su vida. Además,
llevas más de un milenio de vida, has logrado mucho, sin embargo, tu mente no
se ha abierto todavía, lo cual no es un buen indicativo para pensar que algún
día puedas volver a recordar.
―Y
ahora que ha pasado tiempo, ¿vas a decirme por qué me ayudas?
―No. Ya
te he dicho que no lo entenderías, además, no tiene sentido.
―Para
mí sí lo tiene, ha pasado mucho tiempo y no comprendo el odio que siente
Catalina, por qué mantiene a mi hermano cautivo, ¿celos?, no, ya no me trago
ese cuento. Ni de ti ni de ella.
―Los
celos son un sentimiento humano muy básico, ya te dije que a mí no me mueven
los celos, me mueve algo más profundo, algo que no comprenderías, hay un
sentido del deber, de llevar las cosas en su propio orden, de mantener los parámetros
establecidos, de seguir el rumbo natural de la vida.
―¿Natural?
¿Consideras que esto en lo que esa mujer me convirtió es natural?
―No,
por eso traté de impedirlo, pero si sucedió fue por algo.
―Algo
que en un milenio no he logrado descifrar.
―Y
quizá te tome un tiempo más.
―¿Tú
sabes lo que se viene a futuro?
―No con
exactitud. Hay cosas que escapan a mi visión.
―¿Qué
pasará conmigo y con mi hermano?
―Pasará
que serán los que logren destruir a Catalina. No sé de qué modo ni cuándo, solo
sé que ustedes dos serán artífices y protagonistas de ese evento.
―Si
supiera cómo destruirla, te juro que lo haría ahora mismo.
―Sí, lo
imagino, pero no es momento.
―Los
míos pueden destruirla, ¿verdad? Por eso no quiso venir.
―No exactamente.
Ella tiene un cuerpo humano, que es mortal, solo su alma es eterna; al igual
que la de tu hija y la de Licurgo, si los de tu especie la atrapan, la podrían
matar fácilmente, solo que se trataría de su cuerpo, no de ella. Su alma se
cambia constantemente de cuerpo.
―Yo la
vi en el centro, no se veía diferente.
―No era
ella.
―¿No?
Era igual.
―Ella
no ocupa siempre el mismo cuerpo. Hoy no es como la conoces.
Me
quedé callado, esa mujer que vi pareció reconocerme, lo que no esperaba era
verme.
―La
mujer que viste no es Catalina, eso te lo puedo asegurar, aunque, en cierto
modo, ustedes sí se conocían.
―¿La
conozco? No la recuerdo.
―Ni
ella a ti. Es su corazón quien habla por ustedes.
―Ella
no es Luna.
Mala’ikan
sonrió condescendiente y lo entendí.
―¿Mi
hija? ―pregunté para asegurarme.
Él
asintió apenas con la cabeza.
―¿Ella…?
Pero ¿ella está…?
―Te
explicaré algo, no espero que lo entiendas de inmediato, pero te lo diré de
todas formas.
‹‹Hay
personas que reencarnan, en otro cuerpo, en otro tiempo, en otro lugar. Son
ellas, es su alma, pero que al nacer son incapaces de recordar nada de su vida
anterior, quizá, puedan tener vistazos de su o sus vidas pasadas, actuar
inconscientemente de acuerdo a sus recuerdos reprimidos, nada más. Su vida
cambia de una vida a otra, inevitablemente. Hay seres diferentes, que parecen
humanos y, sin embargo, no lo son. Como tú, tus hermanos, tu hija, tu sobrina y
otros tantos que andan por ahí. Si tú hubieses quedado vivo, habrías
reencarnado una y mil veces, solo que siempre habrías sido como lo que fuiste:
un rey, un líder poderoso o algo similar, sin recordar tus vidas pasadas, aun
así, habría llegado el momento en el que tu mente se abriría y recordarías gran
parte de lo que fuiste, aunque, al parecer, con los años de reencarnaciones,
esa capacidad se pierde. Así lo he comprobado en otros seres que han
reencarnado este tiempo.
―Y
dices que mi hija reencarnó con el cuerpo de Catalina.
―Catalina
puede ser muy cruel cuando quiere.
―Y
cuando no, también ―repliqué enojado, ¿cómo era posible que mi hija tuviera la
apariencia de Catalina? No podía recordarla, solo sabía que existía, ¿podría
verla sin sentir odio por ella, con ese cuerpo?
―Eso
será muy difícil, aunque no lo sabemos en realidad, ¿qué sentiste cuando la
viste?
―No lo
sé… ¿Miedo?
―Miedo
a Catalina. ¿Sentiste odio, ganas de matarla?
―No…
No… ―respondí confundido.
―Puedo
arreglar un encuentro entre ustedes.
―¿Y si
quiero asesinarla?
―No lo
hiciste con una joven que no era tu hija, ¿lo vas a hacer con la verdadera
Abril? Además, no eres un asesino, te controlas muy bien en tu día a día, no
creo que haya problema, ahora, si no quieres…
―Sí,
quiero conocerla.
―Esta
tarde, a las seis, preséntate en el pozo de Jen, allí te veré con ella.
Mala’ikan
se iba a retirar, cuando lo detuve del brazo.
―Gracias
―dije, a pesar de querer preguntar, una vez más el porqué de su ayuda.
Él me
sonrió benevolente.
―De
nada ―respondió y desapareció de mi vista.
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