Pasaron otros trescientos años. Parte
de mi clan se quedó en Mesopotamia, cuatro nos siguieron. Livia se quedó
conmigo, como mi mujer.
Un día, estando seguros de que
Catalina no nos encontraría, regresamos a la Creta antigua. Según me había
enterado, había vuelto mi hija y quería verla, quería saber si mis sentimientos
eran lo suficientemente fuertes como para recordarla al volver a abrazarla.
Catalina me había vuelto a hechizar para olvidarla, de no ser por Nikolai que
me lo recordaba con frecuencia, no me hubiese enterado de que tenía una hija
que volvía cada cierto tiempo. Quería creer que mi corazón era más fuerte de lo
que esa bruja creía y que no me podría ganar, por más esfuerzos que hiciera.
La vi. Ella me reconoció de
inmediato. Mi corazón a ella también. Nos acercamos y tomé sus manos. Livia,
que me acompañaba, se quedó detrás de mí.
―Hola ―saludé a mi hija sin saber muy bien qué decir.
―Hola.
―¿Sabes quién soy?
―Sí, he soñado contigo.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano.
―Eres muy bella en esta vida.
―Gracias.
―¿Eres feliz? ¿Tienes una buena familia?
―Sí, bueno, algo así, estoy con una familia que me acogió
después de que mis padres fallecieran.
―¿Te tratan bien?
―Todo lo bien que me puede tratar alguien que no es mi
familia ―me respondió encogiéndose de hombros, resignada a su vida.
Me dolió aquello. Yo crie a la hija de Livia como si fuera
mi propia hija, no solo con las comodidades propias de mi rango, también con
todo el cariño que pude entregarle, sin embargo, estaba seguro de que a ella no
la trataban igual.
―Tranquilo, sí me tratan bien.
―Tú deberías llevar una vida de princesa. Ahora sí te
llevaré conmigo, preciosa, eres mi hija y no te voy a dejar a merced de quienes
te quieren hacer daño.
―Creo que eso es muy tarde. Ella jamás podrá ser feliz, no mientras
yo pueda evitarlo.
La voz de Catalina hizo hervir mi sangre. Me lancé sobre
ella, no obstante, mi intento quedó en nada cuando ella me paralizó con un
hechizo. Se fue en contra de mi hija sin que pudiera hacer nada. Livia corrió y
se puso entre una daga que arrojó la bruja y Abril, lo cual la mató al
instante, Catalina le prendió fuego y el cuerpo de Livia se convirtió en
cenizas. Yo me sentía impotente, no podía moverme. Usé todo el poder de mi
mente y cuerpo para deshacerme del hechizo, lo cual logré con no poco esfuerzo.
Me fui en contra de mi enemiga, pero fue demasiado tarde, antes de llegar a
ella, asesinó a mi hija. Aun así, tiré a Catalina al suelo y quedé sobre ella.
―¿Qué harás? Sabes que no puedes destruirme ―me dijo con
sorna y una estúpida sonrisa.
―No me importa, con matarte me conformo.
Largó una cruel risotada.
―Jamás podrás lograrlo.
Una especie de humo negro salió de su cuerpo y se esfumó. La
joven que tenía bajo mi cuerpo abrió los ojos como platos, aterrada ante la
situación.
―No me lastime, por favor ―me rogó con voz quebrada.
―¿Quién eres?
―Ella es la verdadera mujer, a la que Catalina le robó su
cuerpo ―me explicó Mala’ikan que había aparecido tras de mí―. Ella no tiene la
culpa de nada.
Me levanté y ayudé a incorporarse a esa joven que tenía
enfrente.
―¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué estoy aquí?
―¿No lo sabes?
Ella negó con la cabeza.
―Vete.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
―¿A dónde? ―preguntó con inocencia y dolor.
―No tiene familia, Medonte, ella fue arrebatada de su hogar
cuando apenas era una niña.
―¿Y Catalina?
―Ella abandonó este cuerpo y se fue en busca de otro.
Miré el cuerpo inerte de Abril y las cenizas de mi mujer.
―Catalina ganó otra vez.
―Y lo seguirá haciendo.
―Hasta el fin de los tiempos…
―Hasta que llegue su juicio.
―¿Qué hago con ella? ―pregunté, refiriéndome a la joven que
había usurpado mi enemiga.
―No lo sé, déjala ir y que se las arregle sola.
Observé otra vez a la chica, nos miraba como si se hubiera
detenido en el tiempo.
―La tengo paralizada, no quiero que escuche nuestra
conversación.
―¿Podrá arreglarse sola en este mundo? ―Algo en mi interior
me impedía dejarla a su suerte.
―¿Qué pretendes?
―¿Ayudarla?
―Eres muy débil, Medonte, ¿te lo habían dicho?
―Mi padre me dijo antes de morir que cuando yo nací le
entregaron una profecía, yo sería parte de la liberación del mundo, no solo de
mi pueblo, también me enseñó que los reyes estábamos para servir, para ayudar, que
jamás olvidara eso, que debía velar por los demás, en especial por los más
vulnerables. Cumpliré con mi palabra.
―Llévala contigo, entonces, tal vez la quieras como tu mujer
ahora que Livia fue destruida.
―No, apenas es una niña para mí.
―Los años no cuentan igual para ti que para ella.
―No. La dejaré con Nikolai, a él le hace falta una
compañera.
Mala’ikan le quitó el hechizo y la joven se largó a llorar.
―¿Qué pasa? ―le pregunté.
―¿Quién es Catalina? ¿Dónde me va a llevar? ¿Quién es ese
tal Nikolai?
―¿Escuchaste lo que hablamos? ―interrogó el ángel, muy
sorprendido.
―Sí…
―Será mejor que la lleves contigo, Medonte, mantenla a salvo
mientras averiguo quién es en realidad.
―Está bien.
Mala’ikan desapareció de nuestra vista.
―¿Cómo te llamas?
―No lo sé, no lo recuerdo
―¿Cómo quieres llamarte?
―Sonya.
Casi caigo al suelo al escuchar ese nombre, Song Yha era mi
sobrina, hija de mi hermano, ¿sería posible que ella…?
―Vamos a casa, Sonya, desde ahora serás mi protegida. Yo te
cuidaré.
Extendí mi mano para que ella la tomara. Con temor, se
acercó y colocó su pequeña extremidad en mi poderosa mano.
―Eres duro y frío ―comentó casi en un susurro.
―Sí, lo siento.
―Una vez vi a alguien como tú.
―¿Cuándo?
―Cuando era una niña… No tengo muy claro el recuerdo, pero
él me dijo que no temiera, que todo estaría bien, me dijo que él me amaba…
Luego apareció una mujer y ya no tengo más recuerdos de nada. Fue como dormir
un largo sueño, hasta ahora que desperté sin saber quién soy ni qué hago aquí.
―Tranquila, desde ahora eres Sonya y serás mi sobrina, como
una hija para mí.
Ella sonrió y apretó mi mano sin temor.
―Vamos.
Llegué a casa con ella. Debo admitir que me decepcionó un
poco la actitud de Nikolai hacia ella, pues no la vio como mujer, su presencia
le recordó a su hermana, la que falleció cuando apenas era una cría, por lo que
mis planes de que él también consiguiera una compañera, no se cumplirían con
Sonya.
Pese a ello, no convertí a nadie
más, tampoco permití que lo hiciera Nikolai, suficiente con los que éramos, no
tenía claro el alcance de existir más de nosotros; prefería esperar para saber cómo
afectaba nuestra presencia en el mundo, además, aparte de Livia y Nikolai,
ningún otro había conseguido sobrevivir a la transformación hecha por mí, de
hecho, solo Nikolai había convertido, los demás no se habían atrevido, yo había
dado la orden de que no lo hicieran, sin embargo, no tenía idea de cuánto
tiempo más me obedecerían, algunos ya se estaban resistiendo. Eso sin contar a
los que se habían quedado en Mesopotamia, de ellos no sabía nada, aunque, según
Nikolai, no habían creado a más, pues no querían ser descubiertos.
Nuestra tranquilidad duró quince
años, hasta que Sonya enfermó.
―La voy a convertir ―le dije a mi amigo.
―Lo puedo hacer yo, no sabemos si resistirá tu poder.
―Está bien, no quiero perderla.
―¿Le preguntarás si quiere?
Dudé, no sabía si consultarle, si no quería…
―Yo creo que es lo que corresponde, no puedes tomar una
decisión tan importante por ella.
―Tienes razón. Vamos.
En su cuarto, Sonya dormía, había estado con fiebre toda la
noche anterior y llevaba dos días sin comer. Abrió los ojos y nos sonrió.
―Hola ―saludó apenas.
―Hola, ¿cómo te sientes?
―Mejor.
―Sonya, quiero hablar contigo ―comencé dudoso―. Tú podrías
sanar, podrías… vivir…
―¿Quieres convertirme en lo que tú eres?
Me quedé estático, sin saber qué contestar. Era extraño, aun
a mis tantos siglos, hablar de mí como algo no humano
―No lo sé, no siento que ese sea mi camino, tengo… dones,
¿sabes? Cosas que a nadie se las he dicho.
La miré sin comprender. Nikolai se acercó a la cama y le
tomó la mano.
―Eres una bruja ―le dijo.
―Eso creo.
Sonya alzó su mano y con el solo poder de su mente atrajo
hacia sí una de las tazas que había en su mueble de tocador.
―Lo sabía ―dijo Nikolai―, tienes esa energía.
―¿Entonces? ―pregunté.
―No sé el efecto que tenga en ella el que la conviertas ―respondió
Nikolai.
―Ahora no aparece Mala’ikan para que nos ayude.
―Él no está, pero estoy yo ―habló Catalina.
Miré alrededor, pero no la vimos, sentí su risa burlona.
―Medonte…
Me volví a Nikolai, que sostenía en sus brazos el cuerpo
inerte de Sonya.
―¿La mató?
―Sí. Pasó como una brisa y se llevó su alma.
―Una vez más ganó ―farfullé.
Mi amigo no contestó, solo se aferró al cuerpo de Sonya, no
la amaba como mujer, pero sentía que su hermana había vuelto en ella.
―¿Estás bien? ―consulté.
―Sí. Sí.
―Vamos a darle una debida sepultura.
―Sí. Hablaré con el sepulturero.
―Yo voy, quédate con ella ―repliqué y salí a hacer los
trámites necesarios para llevar a cabo el funeral de mi sobrina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos a comentar con respeto.