Marcos regresó con la noticia de que toda la familia de
Galiana, mi hija, estaba en proceso de ser convertida, excepto la madre por ser
una bruja.
―Tuve
que negar tu existencia y decir que no tengo clan ―me explicó―, les dije que me
había enviado una vieja amiga.
―¿Y
eso?
―Cuando
iba en camino, Estrella me lo dijo. No sé bien la razón, solo obedecí.
―Está
bien, seguramente es para ponerlos a salvo de mi persona, Catalina puede saber
dónde están ellos a través de mí.
―Sí, es
lo más probable.
―¿Qué
debes hacer ahora?
―Esperar.
―¿Esperar
a qué?
―A
tener nuevas instrucciones, mucho me temo que tendré que dejar tu clan, debo ir
a reclutar más gente y, además, tengo que separarme de ti si queremos que esto
funcione. Yo debo ir y venir por el mundo.
Me
quedé en silencio. Una separación más por la estupidez de Catalina.
―Siento
mucho tener que dejarte, si no fuera necesario…
―Lo sé,
Marcos, no lo sientas por mí, lo siento yo por haberte metido en este lío.
Me
dedicó una agradecida sonrisa.
―No lo
sientas, esto es lo que quiero, así me siento vivo, tú sabes que me gusta la
aventura, además, así tendré posibilidades de sacar afuera lo que soy.
―Tienes
razón, estoy seguro de que lo harás muy bien.
―Eso
espero.
Nos dimos
un abrazo fraterno. Ese muchacho sería muy importante en mi vida y en la de mi
hija, aunque es ese momento no me imaginaba el cómo.
―Adiós,
Medonte, ya nos veremos por ahí.
―Seguro
que sí, si me necesitas, sabes cómo encontrarme.
―Claro.
Gracias.
―Gracias
a ti.
Se fue.
Debo
admitir que me sentí solo. Más solo de lo que nunca había estado. Corrí por
varios kilómetros y me senté a la orilla de un acantilado. De pronto, allí pude
percibir una energía. Tuve una visión. Una hermosa muchacha, a mi hermano y a
Catalina. Esa joven era arrastrada por Licurgo, mientras Catalina hacía callar
a un perro que los seguía, ladrando y gruñendo.
―¡Calla
a ese perro! ―le gritó a mi hermano.
Licurgo
dejó a la joven y caminó hasta el perro. Con la fuerza de sus manos, lo partió
en dos, le abrió las entrañas y comió de él. Dejó sus restos tirados. Volvió
con la muchacha y la agarró del pelo.
―Lo
mismo te va a pasar a ti ―la amenazó.
Tuve
que repetirme que era solo una visión, de otro modo, me hubiera lanzado a
defenderla.
Catalina
la agarró del pelo y la escupió en la cara.
―Querida
hermanita, eres tan estúpida, siempre, en cada vida, en cada una de
ellas, te me entregas en bandeja. Podrías escapar de este cuerpo, pero jamás te
has preocupado de aprender, tampoco es que mamá haga algo al respecto,
¿verdad? Pareciera que no te quisiera. Bueno, siempre he sido la favorita.
¡Esa
era Abril! Mi pequeña.
No
quería seguir con esa visión, pero me fue imposible apartarme, necesitaba saber
lo que había ocurrido.
Los
detalles de tan horrible desenlace me tuvieron por mucho tiempo con el alma en
carne viva. Aunque hubiese carecido de alma.
El
dolor que le provocaron…
Licurgo
abusó de ella, le quebró diversos huesos, le arrancó el cabello, Catalina la
quemó, sin matarla. Al final, la dejaron abandonada en un basural. Murió sola,
adolorida y asustada.
Al
rato, llegó un hombre joven que se quedó estático al ver la escena. Cuando
reaccionó, corrió hacia ella, luego llegaron otros dos. Uno de ellos dio un
grito desgarrador y tomó a mi hija en sus brazos. Parecía ser su novio. La
besaba y lloraba con gran desespero.
Por mis
mejillas corrían densas lágrimas de sangre.
―Debemos
llevarla a casa ―dijo el primero que había llegado.
―Sí, no
puede quedarse aquí ―replicó el que la sostenía en sus brazos―. Este no es
lugar para ella.
Se
levantó con ella y el primero la cubrió con su propio abrigo. Se fueron en
total desolación.
Lloré
por mucho tiempo, hasta que mis lágrimas cesaron.
―Lo
siento ―dijo Mala’ikan a mis espaldas.
―Esa
mujer debe morir. Y mi hermano también.
―Tu
hermano está bajo un hechizo muy poderoso.
―No
puede ser que tanta maldad sea provocada por un hechizo, si él no quisiera.
―Licurgo
duerme bajo esa fachada, Medonte, él no sabe lo que hace.
―¿Cuándo
pagará por sus atrocidades?
―Falta
para eso. Se deben dar ciertas características. Pero no te preocupes, cada vez
falta menos.
―¿Y
sabes cuántos faltan en realidad?
―En
menos de dos siglos todo debería estar terminado.
―¡Dos
siglos!
―¿Qué
son dos siglos para los casi dos milenios que has vivido?
―Dime
algo, esa visión que vi…
―Ella
era Galiana, su última reencarnación.
―Esa es
la familia a la que ayudó Marcos.
―Sí.
―La
amaban ―dije con lágrimas rubíes que no querían dejar de brotar.
―Mucho.
Ella fue muy feliz en esa vida.
―¿Y si
no sale como esperamos? ¿Qué pasa si no logramos acabar con ella?
―Habrá
que esperar quinientos años.
Resoplé.
Podía esperar dos siglos, pero ¿setecientos años?
―Recuerda,
la paciencia es…
―La
virtud de los dioses, siempre me lo dices ―lo interrumpí con fastidio.
―Bien, la
verdad es que me gustaría seguir compadeciéndote, pero lo siento, hay que
seguir sacando las capas de olvido en las que te atrapó Catalina.
―Está
bien. Ahora más que nunca estoy decidido a sufrir lo que sea con tal de acabar
con esa mujer.
―No
será agradable, ya te lo dije.
―No me
importa, no será peor de lo que sufrió mi hija antes de morir.
―En eso
tienes razón, pero será muy similar, te lo puedo asegurar. El que hayas tenido
esa visión es parte de lo que está saliendo a flote y saldrá mucho más.
―No me
importa. Por vengar a mi hija y acabar con esa bestia, estoy dispuesto a todo.
―Sigamos,
entonces, nos queda un largo camino por delante.
Al
igual que la primera vez, un dolor lacerante se apoderó de mi cabeza, pero en
aquella ocasión, un dolor punzante, como golpes, lastimaban mi pecho; la luz
que enceguecía mi mente, a la vez que la iluminaba, me desorientaba; no
necesitaba el aire, sin embargo, parecía que me había quedado sin aliento. De
pronto, sentí como si alguien hubiese agarrado mi corazón y comenzado a
estrujarlo; sentí que la vida se me iba y, por un segundo, pasó por mi cabeza
que Mala’ikan no hacía aquello por ayudarme, al contrario, que había encontrado
la manera perfecta de aniquilarme.
Abrí
los ojos para ver lo que ocurría, si Mala’ikan quería destruirme, no se lo
permitiría, lucharía con todas mis fuerzas hasta el final. Lo que vi, me
conmocionó. Él tenía los ojos cerrados y de mi cuerpo al suyo, pasaban un
millar de pequeñas luces que golpeaban su cuerpo como puntas de lanzas. El
dolor debió ser insoportable. Volví a cerrar los ojos, no era capaz de
mantenerlos abiertos.
―Τελείωνε.
Μέχρι εδώ!!! Telione. Mejri edo!! (¡Termina, hasta acá!) ―gritó de repente y
todo se detuvo.
Caímos
ambos al suelo como la primera vez, solo que mucho peor que ese día.
―¿Estás
bien? ―me preguntó.
―Sí… ¿y
tú? ―contesté y él me miró sorprendido.
―Bien,
creí que pensabas que te quería asesinar ―me respondió burlesco.
―Viste
mi mente.
―Tu
mente debe estar abierta en el proceso, Medonte, debo sacar hasta los más
recónditos recuerdos, de otro modo, de nada servirá. Obviamente, los más
recientes y los que te surgen en el momento son los más fáciles de ver.
―Lo
siento.
―No lo
sientas, es normal que hayas pensado eso, yo te dije que no iba a ser fácil,
además, fue un pensamiento efímero en tu mente, sé que, pese a todo, confías en
mí.
―Sí, y
no me preguntes por qué.
Volvió
a sonreír con su típica expresión de ironía y compasión.
―Ya lo
comprenderás algún día.
―¿Cuánto
tardará esto? ―Cambié el tema a propósito.
―Bastante,
¿qué quieres que te diga? Empezando por el hecho de que no podemos hacer esto
todos los días, las fuerzas, las energías se escaparían de nuestros cuerpos,
eso es un lujo que no podemos permitirnos.
―¿Entonces?
¿Cada cuánto será?
―¿Te
recuperaste en esta semana?
―Sí.
―Perfecto.
Entonces, será una vez por semana. De todas maneras, debemos estar atentos,
tienes que estar recuperado, de otra forma, esto no dará buenos resultados.
―Está
bien. ¿Y tú?
―No te
preocupes por mí, yo me recupero enseguida.
Asentí
con la cabeza.
―Bien,
me voy. Recuerda, aliméntate, descansa, relájate.
―Sí.
―Recordarás,
tendrás visiones, tendrás que aprender a controlarlas. Mientras menos gente
veas, mejor, intenta mantenerte dentro de ciertos límites. Uno de tus dones es ver
cosas que han pasado en un lugar o a una persona, si no lo controlas, te
desquiciarás. Por eso tuviste esa visión en el acantilado, pudiste ver
lo que había ocurrido allí. Eres un rastreador, Medonte, ya trabajaremos en
eso.
―Está
bien.
Sonrió.
―Y no, no
te quiero matar. Digamos que te he tomado afecto.
Dicho
eso, desapareció sin darme tiempo a responderle.
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