7: Huida
Livia llegó a la biblioteca a primera hora de la mañana, yo
no había dormido nada, había leído cada libro, cada historia de nuestra
familia, todo aquello que consideré mitos hasta hacía poco tiempo.
―Buenos días, ¿tomó
desayuno? ―me saludó.
―Buenos días, ¿cómo
amaneciste? ¿Y la niña?
―Sigue durmiendo.
―Tienes que desayunar,
puedes ver en la cocina lo que hay para comer.
―¿Y usted?
―Yo no quiero
comer.
―¿Tampoco durmió?
―No tengo sueño.
―No se vaya a
enfermar.
―No ―respondí con
sorna, de algún modo, dudaba que pudiera enfermar.
El llanto de la
bebé llamó mi atención y un vuelco sentí en mi corazón, o en lo que quedaba de
él, como si su llanto me angustiara más a mí que a la niña. Livia no se inmutó.
―Tu hija está
llorando ―le dije.
―¿De verdad? No la oí.
―Sí, ya despertó.
Por un momento me
sorprendió saber que ella no la había escuchado, sin embargo, pronto recordé que
mi oído era mucho más agudo que el del resto de los mortales, que era capaz de
percibir hasta los pequeños y rápidos latidos del corazoncito de la niña, aun a
la distancia.
―¿Sacaste algo en
limpio? ―me preguntó Mala’ikan después de que Livia saliera de la biblioteca.
―No ―contesté con
sinceridad―, en ninguna de las historias que encontré, aparece lo que soy.
―Porque tú no eres
alguien que aparezca en los libros de historia.
―¿Entonces?
―Eres un ser
creado. Catalina buscó por mucho tiempo realizar un hechizo que los convirtiera
en lo que son.
―¿Somos? ¿Quiénes?
―Tú y tu hermano.
―Ella mencionó algo
de vampiros, yo no había escuchado
nada igual antes.
―Vampiros. Monstruos.
Seres que se alimentan de los demás humanos, ya lo comprobaste ayer.
La niña volvió a
llorar, al parecer, su madre le estaba cambiando ropa.
―Dime algo, Mala’ikan,
¿conocía a Livia desde antes? No la recuerdo, pero siento...
―No, no la
conocías, ni a ella ni a su hija.
―Siento deseos
irrefrenables de protegerlas, de...
―No es a ellas a
quienes quieres proteger, Medonte.
―¿A qué te
refieres?
―A que ellas representan
al objeto de tu amor, no son ellas a quienes tú amas y por quienes hubieras
dado tu vida.
―¿Qué quieres
decir?
No quería creer que
yo tenía una hija y una esposa que me fueron arrebatadas.
―Así es, tal como
lo piensas, tu hija te fue arrebatada, mejor dicho, fue asesinada por Catalina.
No pude recordar
ese episodio, aun así, pude sentir el dolor en mi pecho.
―¿Y mi mujer?
―Ella se tuvo que
marchar ―respondió en tono severo.
―Sí, ella debía
volver a su lugar ―agregué, eso sí lo pude recordar a la perfección.
―Así es.
―A mi hija no la
recuerdo, no logro retener su imagen en mi memoria.
―Catalina te
hechizó para que la olvidaras, al parecer, no salió como ella esperaba.
―¡Era mi hija! No
puedo olvidarla.
―Tu memoria se
borró.
No contesté.
―Tus sentimientos,
no.
La bebé de Livia
volvió a llorar, en ese momento, su llanto me desesperó, ¿por qué yo no tenía a
mi hija conmigo?
―Espero que ellas
no paguen por tu impotencia.
―No podría
lastimarlas ―repliqué.
―Será mejor que te
vayas de este lugar, Medonte, debes iniciar una nueva vida, lejos de aquí.
―¿Y Livia? ¿Y la
pequeña? Morirán si las dejo aquí a merced de cualquier asesino que venga por acá.
―Los dorios
llegarán muy pronto, las noticias de un “ejército asesino” que asoló a los
recién llegados ya se esparcieron, así que no tardarán en volver para recuperar
la tierra recién adquirida.
―Puedo contra diez
de sus ejércitos.
―Estoy seguro de
ello, sin embargo, no es bueno que te expongas, aunque tienes la vida eterna
por delante, no eres inmortal, si descubren tu debilidad, créeme que no
tardarán en eliminarte.
―¿Punto débil?
―¿Qué creías?
Catalina no te dejaría para ser invencible, estipuló una forma de terminar con
ustedes y con los de tu especie, con todos los que vengan después de ustedes.
―¿Hay más?
―No. Todavía no,
solamente ustedes sobrevivieron, los demás no lograron hacerlo, no obstante,
presumo que ella no descansará hasta crear más como ustedes.
―¿Para qué quiere
más como nosotros?
―Para una batalla
que tendrá que lidiar muy pronto, necesita un gran ejército.
―Ella es muy
poderosa, no creo que necesite un ejército para acabar con quien se le antoje.
―Hay fuerzas por
mucho muy superiores a ella, Medonte, no te confundas, incluso tú, con todo lo
poderoso que te sientes ahora, te darás cuenta de que todavía te falta mucho
por aprender y mucho por superar estos, tus iniciales poderes.
―¿Seré más fuerte
de lo que soy ahora?
―Sí, mientras más
años tengas, más potente serás.
―¡Señor! ―Entró,
gritando, Livia.
―¿Qué pasa?
―Viene un ejército
en la colina, son muchos, señor, vienen con antorchas.
―Prepárate con la
niña, nos iremos.
―¡No puedes irte
con ella! ―protestó Mala’ikan.
―No las dejaré a su
suerte, ellas me necesitan, son mi familia ahora.
―Apenas las
conociste ayer, no puedes preocuparte por ellas arriesgando tu vida.
―¿Mi vida? Mi vida
me la arrebataron tú y Catalina de todas las formas posibles.
―No digas
idioteces, vamos, no puedes quedarte aquí.
―¡No me iré sin
ellas!
―Señor, váyase,
ellos vienen a matarlo, con la niña estaremos bien, me conocen, soy la última
esposa de Regil, un hombre conocido en la ciudad, dudo que nos hagan algo.
―No, no voy a
dejarlas aquí.
―Entiende, Medonte,
que tú ya no tienes familia, estas mujeres son unas desconocidas, son tus
enemigas, del pueblo de tus enemigos. Tu familia murió y de ahora en adelante
ya no tendrás familia alguna. Si alguna vez llegas a formar alianza con
alguien, sea quien sea, formarán un clan; la familia, como tal, se acabó para
ti.
Me eché hacia
atrás. Me daba lo mismo si ellas eran mi familia, mi tribu, mi clan, mis
amigas; no las abandonaría. No podía.
―Vamos ―le dije a
Livia―. ¿Dónde está la niña?
―En la sala, señor,
pero no se preocupe por nosotras, estaremos bien, váyase usted con su amigo, no
se arriesgue por mí, yo no puedo apresurarme, lo sabe, seré un estorbo en su
huida.
―No te dejaré sola.
Salí de allí y me
dirigí a buscar a la pequeña. La tomé en mis brazos, con sumo cuidado para no
lastimarla, mis brazos eran duros como piedra y no quería hacerle daño.
―¿De verdad piensas
llevarlas contigo? ―insistió Mala’ikan.
―Ya te dije que no
las dejaré aquí solas.
―Sé que me
arrepentiré de esto.
Me quitó a la niña
de los brazos y se la entregó a su madre.
―Abraza a Livia,
sostenla ―ordenó.
Obedecí sin
comprender. Una ráfaga de viento huracanado nos envolvió, yo apreté a Livia
contra mi cuerpo para protegerlas y que no se escaparan de mis brazos. Cuando
se detuvo, nos encontramos en un sitio muy diferente, era un lugar muy frío y
lleno de vegetación, a pesar de no ser un bosque.
―¿Mala’ikan?
―Aquí estarán a
salvo, los alejé de tu pueblo, están al otro lado del planeta, aquí pueden
empezar una nueva vida, lejos de las guerras. Aquí hay paz, ten cuidado,
Medonte, puedes ser muy poderoso, pero no eres inmortal; Catalina te buscará e
intentará destruirte. Si los humanos descubren que eres diferente, también
querrán darte caza, no te expongas demasiado, quizá solo lo suficiente para
hacer que te respeten... o te crean un dios.
―Claro ―respondí
irónico.
―Eres un dios, no
lo olvides, ahora eres especial, pues, dejando de lado tu dependencia de la
sangre, tus poderes de dios se te abrirán uno a uno hasta conseguir ser lo que
siempre debiste ser.
―Espero algún día
entender el porqué de tu actuar.
―Cuando llegue ese
día, espero estar del otro lado.
No entendí su
comentario.
―Y no necesitas
entender. No por ahora.
Miró a Livia y a su
hija, no me había percatado, pero ellas estaban inmóviles, como detenidas en el
tiempo.
―Ni ante ellas te
debes exponer, los humanos son volubles, eso ya lo sabes tú, por lo mismo,
mientras menos sepan ellas, mejor será para ti. Consejo: si ellas se enteran de
algo que no deben, puedes hipnotizarlas, tu sola mirada y deseo hará que ellas
olviden, o recuerden, lo que tú quieras. Claro que no es un poder para jugar
con él.
―Mucho me temo que
ningún poder es para jugar.
―Así es. Mientras
más supremacía tengas, más responsabilidades conlleva, eso deberías saberlo,
estabas destinado a ser el sucesor del rey.
―Sí.
―Bien, ahora me
voy, inicien una nueva vida, espero que con ellas se te olvide el amor por
Luna, ella no es para ti.
Sonreí con
amargura. Pensar que todo lo que estaba pasando eran por unos estúpidos celos.
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