Conocí a Selena una noche de eclipse total. Se contaba en
ese tiempo, que los dioses tenían sus batallas en sus moradas celestiales y por
ello desaparecían del manto negriazul. Ella escapaba de algo o de alguien,
llegó casi sin vida al castillo donde vivía y mis padres la acogieron. Era una
mujer realmente hermosa; en ese momento sentí que me encontraba ante una diosa,
sin embargo, sabía que eso era imposible, pues, a pesar de haberme criado en un
hogar muy crédulo, yo era distinto a los demás y no creía en ese tipo de mitos.
Selena permaneció una semana en recuperación, aunque a mi
parecer se encontraba bien al segundo día. Sin embargo, permaneció, como digo,
una semana en sus aposentos sin querer salir ni ver a nadie. Al estar a cargo
de la seguridad, acudía con mis hombres cada vez que debía alimentarse o cuando
la visitaba nuestro curador. En realidad, si soy honesto, no era mi deber asistir
con ellos, si lo hacía era porque quería verla.
Una semana después de su arribo, salió de su habitación más
linda que nunca, puedo asegurar que casi brillaba, con una palidez que hacía
juego con sus ojos de aceituna y su cabello plateado.
Aquella noche, Selena salió a caminar y yo la seguí; poco
rato después, al darse cuenta de que iba detrás de ella, se giró para mirarme.
―¿Qué quieres? ―me
preguntó con dulzura.
―Nada, solo cumplo
con mi deber.
―Tú no tienes deber
para conmigo.
―Mi deber es
protegerte.
―¿Crees que esté en
peligro? ―inquirió algo burlona.
―¿Tú no? No
llegaste en las mejores condiciones ―repliqué igual de burlón.
―Eso fue un
descuido, no muchos tienen el poder de destruirme y, siendo ese el caso, poco
podrías hacer tú para defenderme.
―Me subestimas.
―No, no te
subestimo, te doy tu propio lugar.
Eso no me agradó,
me sentí demasiado inferior, ella me estaba humillando, aunque claro, ni su voz
ni sus gestos lo expresaban de ese modo.
―No te sientas mal,
no quiero decir que tú no seas capaz de ayudar a otras personas, pero yo no soy
una persona normal, quienes me pueden hacer daño a mí, bien pueden hacértelo a
ti sin ninguna dificultad.
―Yo puedo
defenderte si hace falta.
―Lo sé, sé que
puedes defenderme si aparece algún hombre que quiera hacerme daño, pero si se
trata de otro tipo de fuerzas, dudo mucho de que tú puedas ayudarme.
―¿Otro tipo de
fuerzas?
―Fuerzas en las que no crees.
―¿Me vas a decir
que tú crees en hechiceros, dioses...?
―Y todas esas cosas
―aseveró con firmeza.
―¿Y todas esas
cosas?
―Escucha, Medonte, todo
en lo que no crees, existe de verdad.
―¿Cómo así?
―Así, tal como lo
escuchas.
―¿Qué cosas,
exactamente, existen?
―Dioses, eternos, brujos,
hechiceros, intraterrestres, ángeles, extraterrestres.
―Por favor, Selena,
no puedes creer de verdad en ese tipo de cosas, nada de eso es real.
Ella, por
respuesta, miró al cielo. La imité por inercia. Lo que vi me desarmó. Una
lluvia de estrellas fugaces atravesó el cielo.
―¿Lo viste? Los
prodigios existen.
―¿Qué fue eso?
―Yo lo hice.
―¿Cómo que tú lo
hiciste?
―Yo no soy lo que
imaginas.
―¿Qué es lo que
imagino?
―Imaginas que soy
una mujer normal, perdida en este territorio, llegada aquí por casualidad
escapando de alguien, buscando protección.
Aquello me puso a
la defensiva.
―No, no soy un
monstruo si es lo que piensas ―aclaró.
―No lo pienso.
―¿Entonces?
―No entiendo qué
eres o a dónde quieres llegar con esta conversación.
Continuó su camino y yo avancé con ella, Selena alentó su andar y se
tomó de mi brazo.
―Mira el mar, ¿no te parece maravilloso? ―comentó con voz tenue.
―¿Te parece?
―¡Es hermoso! ―exclamó sorprendida por mi falta de interés.
―Sí, puede ser.
―Escucha, Medonte, eres demasiado escéptico y las cosas están cambiando,
algún día, no muy lejano, quizá todo lo que conozcas sea diferente.
―Las cosas no van a cambiar, Selena, a no ser que tú sepas algo que
nosotros no.
―Medonte, hay tanto que te falta aprender, pero no te preocupes, ya
tendrás el tiempo suficiente.
Se soltó de mi brazo y caminó hacia la playa, me quedé inmovilizado a
pesar de mis deseos de querer seguirla; fui incapaz. La observé entrar en el
agua y, de pronto, como una aparición, una luz salió del mar en el sitio
preciso donde se encontraba ella e iluminó el firmamento. Esa luz se hizo más
densa y, desde la Tierra al Cielo, fue desapareciendo. Al final, cuando llegó
por completo arriba, una pequeña sonrisa blanca se dibujó en el espacio; la
luna había vuelto a aparecer y estaba en creciente.
Busqué a Selena y no la encontré. No podía creer lo que había visto,
¿acaso en realidad era Selena, la diosa lunar?
―Más vale que te alejes de ella ―me advirtió un hombre a mis espaldas.
―¿Quién eres tú?
―No quieres saberlo.
―Vienes aquí, a mis terrenos, a advertirme acerca de algo que ni
siquiera he pensado hacer ¿y no quieres identificarte?
―Medonte, ¿quieres un consejo? Deja tus aires de altanería y
engreimiento para gente de tu raza y de tu pueblo, no intentes combatir con
seres superiores a ti, con seres en los que siquiera crees.
―¿Qué quieres decir? Dime, ¿quién o qué eres tú?
―Depende.
―¿De qué?
―De lo que decidas.
―¿A qué te refieres?
―Selena volverá, si tú la abandonas, seré un amigo que pasó por aquí y
te dejó vivir; si insistes en querer algo con ella, que lo quieres, deberás
atenerte a las consecuencias, porque yo no perdono y Selena es mía.
―Si fuera tuya, como dices, ¿por qué no está contigo?
Me miró de un modo espeluznante.
―No es asunto tuyo.
―Lo es de momento que quieres que me aparte de Selena.
―Pues lo harás. De otro modo te arrepentirás.
―¿Quién lo ordena?
Alzó la barbilla con orgullo.
―Mala’ikan, el Ángel de los muertos.
―Según los hebreos ese ángel se llama Azrael ―me burlé.
―Azrael es el ángel de la muerte, Medonte, yo soy el ángel de los
muertos.
―No creo en esas supercherías.
―Acabas de ver una manifestación de aquello que tú llamas superchería,
¿no te bastó?
―¿Qué quieres en realidad, Mala’ikan?
―Quiero que te alejes de Selena, si no lo haces, sabrás, con exactitud,
quién soy yo y créeme cuando te digo que entonces sí creerás en supercherías.
No contesté. En realidad, no me permitió contestar, pues desapareció
ante mi vista, frente a mí. Y comprendí que las supercherías, en las que no
creía, estaban a punto de convertirse en realidad para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos a comentar con respeto.