8: Mi primera compañera
Nos establecimos en ese lugar, poco a poco, sin yo
pretenderlo, los hombres me trataron como a su líder. El problema de aquello
fue que la gente comenzaba a envejecer y yo no. Nadie mencionó nada, sin embargo,
Abril, la hija de Livia, creció, se convirtió en toda una mujer, fue preciso
darla en matrimonio... y yo no había cambiado ni un ápice en todos aquellos
años.
Livia enfermó.
―Cuida de mi hija,
te lo suplico ―me rogó una tarde en la que se encontraba peor que los otros
días.
―No tienes que
pedirlo, pero debes recuperarte, el matrimonio de tu hija es en unos pocos
días.
―No creo que sea
capaz de esperar a la luna llena.
―Debes hacerlo ―le
ordené, como si con eso pudiera recuperarse.
―Te estoy
agradecida por todos estos años en que nos cuidaste y protegiste como si
fuésemos de tu familia, sin pedir nada a cambio. Te confieso que durante algún
tiempo esperaba que aparecieras en mi dormitorio en busca del pago por tu
ayuda, jamás lo hiciste, al contrario, siempre me trataste con sumo respeto y
eso te lo agradeceré por siempre.
―No tienes nada que
agradecer. Has sido una compañera fiel, a pesar de no tener obligación para
conmigo, no me puedes abandonar ahora, ya ves, el pueblo comienza a
sospechar...
Ella sonrió y puso
su dedo en mis labios.
―Ellos saben que tú
eres diferente, para ellos tú eres su dios, un dios hecho hombre, agradecen tu
ayuda, sobre todo en las escaladas de sus enemigos donde tú, sin ayuda de
nadie, los has vencido.
―¿Tú sabes lo que
soy en realidad?
―No. Tampoco me
interesa darle un nombre, ¿para qué? Eres un ser muy especial, nos protegiste,
nos has cuidado todos estos años, te convertiste en el padre de Abril, aunque,
para serte sincero, nunca entendí que llevara ese nombre, pero creo que ahora
le viene bien, será coronada princesa en abril y será desposada por el jefe del
clan. ¿Qué más podría pedir? ¿Qué futuro tenía con Regil como su padre? Ninguno
que valiera la pena. Por eso, sé que puedo irme en paz.
―No te vayas ―le
supliqué.
Su corazón comenzó
a latirle con fuerza, su sangre corrió veloz por su cuerpo y un deseo que nunca
había sentido, se apoderó de mí; quise beber de ella, y no solo eso, compartir
con ella de mi sangre, como si aquello se convirtiera en un pacto entre los
dos. No la amaba, eso lo tenía muy claro, pero su lealtad y compañía me habían
hecho apreciarla más que a cualquier otro ser humano.
―¿Qué pasa? ―me
preguntó alarmada y supe que había comenzado a cambiar mi aspecto por el del
monstruo que tomaba mi lugar cada vez que anhelaba la sangre humana.
―No tengas miedo.
―No lo tengo, sé
que no me lastimarás, es solo que...
―Quiero compartir
contigo esto.
―Estoy muriendo,
¿qué más da? He visto lo que le haces a los demás.
―¿Me has visto...
alimentarme?
―Sí.
―Nunca lo dijiste.
―No tenía por qué.
―¿Aun así no temes?
―No, siempre deseé
que lo hicieras conmigo.
Elevó su cabeza
para enseñarme su cuello, su sangre corrió más rápido y su aroma impregnó todo,
pensé que quizá no me podría controlar y no la quería asesinar; así se lo hice
saber.
―Te doy mi vida,
Medonte, me entrego gustosa a la muerte en tus brazos.
¿Estaba enamorada
de mí? Sí, así lo pude percibir.
Me acerqué a su
cuello y, antes de morder, besé su piel, era tan delicada, blanca como la luna.
Ella dio un gemido de placer, entonces, enterré mis colmillos justo en sus
venas, su sangre era más dulce de lo que imaginé. Me extasié en su sabor. Quise
que ella fuera igual que yo, poder compartir con ella de igual a igual.
―Debo parar ―jadeé,
ella me miró con sus ojos brillantes.
―Se siente muy bien
―comentó.
Sin pensarlo ni un
segundo más, mordí mi muñeca y se la entregué para que ella bebiera de mi
sangre. Ella lo hizo sin dudar. Sí, se sentía muy bien.
Se apartó y me miró
con los ojos inyectados en sangre. Titubeé por unos segundos, hasta que ella
cayó desplomada en mis brazos, ¿qué había hecho? Quizá mi sangre era demasiado
para el cuerpo de un humano.
La llevé hasta una
mesa, donde la deposité con cuidado. Su corazón no latía.
―¿Qué te hice,
Livia? ―pregunté en voz baja.
Con mi boca limpié
la sangre de sus labios. Una rabia interna creció dentro de mí, quise lanzar
todo lejos y a punto estuve de hacerlo.
―¿Medonte? ―habló
Abril, confundida.
Cerré mis ojos para
calmarme, ¿cómo decirle que su madre había fallecido por mi culpa?
―¿Qué le pasó a mi
mamá?
No contesté.
―Medonte, contesta,
por favor.
―Abril...
Ella se acercó y
miró a su madre, inmóvil en la mesa, parecía dormida, pero estaba muerta.
―¿Se... murió?
―Eso me temo ―respondí
y la abracé de los hombros.
―¿Por qué la
estabas besando?
―Abril...
―Ella te amaba,
¿sabes? Siempre te amó, desde que te conoció, desde que la miraste, siempre me
contaba cómo la habías salvado, cómo nos habías salvado ―corrigió.
―Ella fue muy
especial para mí desde ese primer momento. Ustedes lo fueron, estos años... No
sé qué hubiese hecho sin ustedes ―le confesé con una profunda tristeza.
―Ella sabía que le
quedaba poco tiempo.
Abril se abrazó a
mí y lloró por su madre muerta.
―Tranquila, mi
niña, no llores así, por favor.
―Déjame llorar, por
favor.
No dije nada, le
permití llorar en mi duro pecho, el mismo que por dentro se desgarraba.
Un latido. Uno
solo, me dio esperanza. Aparté a Abril.
―¿Qué pasa?
―Tu madre. Sigue
viva.
―No, Medonte, no
puede ser, mírala.
Tomé la mano de
Livia, sin importarme lo que dijera Abril.
―Medonte, debes
aceptarlo.
―No, no, la sentí.
―Está muerta,
Medonte, mi madre murió.
―No, Abril, no,
ella sigue viva.
―No es así.
―Medonte tiene
razón ―dijo Mala’ikan, que apareció allí.
―¿Quién eres tú?
―Un viejo amigo de
tu madre y de tu protector ―respondió sin más.
―¿Qué le pasa a
Livia?
―¿Podemos hablar a
solas? ―me preguntó a mí, al tiempo que observaba a Abril.
―Esperaré afuera.
―Gracias ―respondió
mi no invitado.
―¿Qué pasa? ―le
pregunté en cuanto la muchacha salió.
―La convertiste, Medonte,
eso pasó.
―¿Cómo?
―Sí, esto es algo
nuevo, no sé si lo hiciste porque querías convertirla o porque le diste de tu
sangre justo antes de que muriera por su enfermedad.
―¿Enfermedad?
―Sí, ella estaba
muy delicada de salud, de hecho, no murió
por tu sangre, al contrario, creo que eso fue lo que la salvó, aunque todavía
no estoy seguro, es primera persona a la que le ocurre esto.
―Eso quiere decir
que despertará en unos días.
―Antes de lo que
crees, no es diosa, ni semidiosa, ni nadie en especial, por lo que su
transformación está siendo muy rápida, solo que primero debe sanar su
organismo.
―¿Qué debo hacer?
―Enseñarle, no
sabemos cómo será, cómo serán sus instintos, su hambre, cómo será su
personalidad con el poder que se le ha otorgado.
―Dudo que cambie
mucho.
―Eso espero. Te ha
sido leal todos estos años, ruega porque siga así.
―¿Crees que pueda
venir en mi contra?
―Todo es posible.
Has creado una neófita, la primera de su especie, hasta el momento, solo tú y
tu hermano habían logrado sobrevivir al hechizo de Catalina, no lo ha vuelto a
replicar, nadie lo tolera, esperemos que Livia lo resista para conocer los
resultados. ¿Cómo van tus poderes?
―He aprendido unos
cuantos trucos.
―¿Trucos?
―Me di cuenta de lo
que tenía, las habilidades que poseo y cómo utilizarlas a mi favor. Eso. Aunque
con los años me he ido ganando algunos nuevos, no muchos, claro, recién han
pasado quince años.
―Te quedan muchos
años por delante.
―Eso espero, hasta
el momento, va bien.
―Sí, aunque ya se
ha esparcido por el mundo, la historia del hombre que hace milagros.
―¿Hablan de mí?
―Así es, dicen que
eres un dios que bajó a la tierra a cuidar de sus habitantes, creen que viniste
a enseñarles, a darles una lección para que se terminen las guerras.
Me largué a reír.
―¿De verdad creen
eso? Es decir, yo sé que los habitantes de este lugar me ven como alguien
especial, pero que se haya esparcido... Eso es otra cosa muy diferente.
―Pues créelo.
Livia se quejó y se
movió incómoda.
―No la toques, será
peor, déjala, su proceso será rápido.
―Eso espero, yo
todavía no me olvido del dolor que sentí esos días.
―¿Días? ―replicó
sardónico.
―¿Cuánto fue?
―Tres semanas
completas, Medonte, sí que fuiste un hueso duro de roer. Tu hermano duró menos,
apenas una semana. Creo que estás para algo grande, solo que todavía no soy
capaz de ver qué es.
―Quizás esté
destinado a terminar con Catalina.
―Si eso fuera
posible, cosa que no es, diría que eres un portento mágico en persona.
―Uno nunca sabe, tú
mismo dijiste que ella se estaba preparando para una guerra.
―Sí, pero una
guerra con un igual, no con un semidiós híbrido, mitad humano, mitad vampiro,
un monstruo en toda la extensión de la palabra.
―Quizá no la
destruya yo, pero eso no significa que no pueda ayudar.
―Sí, claro que para
ello deberías recordar muchas cosas todavía.
―Tengo toda una
vida por delante, seguro estoy de que recordaré.
―Si tú lo dices.
―Yo afirmo y lo
sostengo.
Entrecerró los ojos
y se quedó observándome un largo rato. Livia se volvió a quejar y ambos nos
volvimos a verla. Su débil corazón se detuvo, con un último golpe a su pecho.
Me asusté. Temí que no lo hubiera resistido. Abrió los ojos. Había creado a mi
primera compañera.
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