A las cinco en punto llegué al pozo de Jen, estaba
impaciente por ver a esa chica que Mala’ikan decía era mi hija.
―Hola. ―La
voz más dulce sonó en mis oídos, me di la vuelta y me encontré con ella. Me
quedé de piedra. Mi corazón la amó de inmediato―. ¿Todo está bien?
―Sí,
sí, hola, perdón, es que… ¿Viniste sola?
―Mala’ikan
me dejó cerca.
―Ya.
¿Te dijo para qué nos encontraríamos?
―No
necesitó decírmelo.
―¿Lo
sabes?
―Lo
supe en el instante en el que te vi esta mañana.
―¿Lo
supiste?
―Sí. Mala’ikan
me explicó que, como es mi segunda reencarnación, aún puedo recordar muchas cosas
y recuerdo tu cara, yo era una bebé.
―Eso
fue hace mucho tiempo ―medité, yo no recordaba nada.
―Sí,
Mala’ikan me explicó lo de tu maldición.
―Y me
recuerdas.
―Sí, estás
igual ―indicó con una sonrisa.
Le tomé
la mano y recuerdos fugaces pasaron por mi mente, la tenía en mis brazos, la
hacía dormir, le hablaba y cantaba, no me gustaba apartarme de ella, la amaba
tanto.
―Eras
tan bella ―mencioné con emoción, si hubiese podido llorar, estoy seguro de que
las lágrimas hubieran brotado sin control.
―¿Y ya
no? ―preguntó con algo de diversión, quizá para no llorar.
―Sí,
sí, eres muy bella.
―¿Aunque
me parezca a Catalina?
―¿También
lo sabes? Pues, aunque se parezcan físicamente, no tienen punto de comparación.
Tú eres hermosa.
Ella se
sonrojó y bajó la cara.
―¿Cómo
es tu vida? ¿Eres feliz? ―Quise saber.
―No ha
sido fácil. Mi mamá murió cuando yo nací y mi papá se fue de la casa, me crie
con mis abuelos, que me dejaron cuando yo tenía doce. Desde ahí he tenido que
trabajar. Como soy pobre, ningún hombre se ha querido casar conmigo. Estoy
sola, trabajo todo el día…
―Eso ya
no ocurrirá más, te vendrás conmigo, yo cuidaré de ti, soy tu padre, tu primer
padre y no te abandonaré.
―Pa…
No
terminó la frase, cayó desplomada entre mis brazos.
―Jamás
la volverás a ver, infeliz, jamás. La desapareceré de tu vista, no volverás a
recordarla y ella tampoco, te temerá, cada vez que te acerques a ella, ella
huirá de ti, nunca podrás volver a acercarte a ella ―sentenció y desapareció de
mi vista.
Yo tomé
en mis brazos el cuerpo inerte de mi hija. Una vez más la volvía a perder.
―Lo
siento, no lo vi venir ―me dijo Mala’ikan.
―No es
tu culpa ―repuse.
―¿Qué
harás?
―Darle
una sepultura, si no le pude dar una buena vida, le daré una buena muerte.
La
llevé a una cueva mortuoria y la dejé allí mientras iba en busca de mortajas.
Hice el ritual para esos casos y cerré la piedra.
Tras
ese proceso, miré a Mala’ikan que se mantuvo en silencio durante todo el rito.
―Catalina
no descansará hasta verte destruido ―me dijo.
―Y no
le daré en el gusto. Escaparé. Solo un favor te pediré, cuando Abril regrese,
avísame para alejarme de ella lo más posible, no quiero que la vuelva a
lastimar por mi culpa.
―Está
bien.
―Y
cuídala. Tú que puedes.
Sin
esperar respuesta, desaparecí a toda prisa. Corrí por mucho tiempo, sin rumbo
ni descanso. Los pocos recuerdos que había tenido cuando tomé su mano, ya se
habían desaparecido y una sensación de vacío llenaba mi corazón, como si no
pudiera hacer nada para llenarlo.
―¡Medonte!
Me
detuve al escuchar mi nombre.
―¿Qué
te pasa? ¿Qué haces aquí?
Yo me
quedé en silencio, jamás pensé en volver a verla.
―¿Pasa
algo malo? ―insistió.
―Livia…
―Medonte,
¿qué ocurre? Te ves muy mal.
―¿Qué
haces? ¿Dónde estamos?
―Al
norte de Roma. ¿Qué pasa?
―Nada
que te incumba, ¿qué es de ti? ¿Eres feliz por fin?
―¿Feliz?
Estoy sola, debo cambiar de ciudad cada cinco años, debo cuidarme de ver a los
antiguos amigos, ¡no puedo tener amigos! Quise matarme mil veces y siempre
resucité.
―Debes
cortarte la cabeza o quemarte, son las dos opciones para morir.
―¿Y tú?
¿Qué te pasa? Estás como si hubiese pasado una tormenta por ti.
―Han
pasado tantas cosas, Livia, que contarlas es imposible.
―Mil
años no pasan en vano.
―No,
por supuesto que no.
Livia
miró en la dirección en la que yo venía corriendo, yo miré por inercia.
―¿Nikolai?
―Se sorprendió mi exmujer.
―Livia,
no esperaba volver a verte.
―No,
bueno, he tratado de mantenerme alejada.
―Sí, he
sabido eso de ti, huyes cada cierto tiempo, aunque es imposible no dejar una
huella, ¿verdad?
―¿Tú
sabías dónde estaba? ―interrogué.
―La
única mujer que no envejece y que no se establece en ningún lugar, no come, no
duerme… No has sido muy discreta, Livia, escapar cada cierto tiempo no te da
garantía de nada.
―No sé
qué hacer con esta maldición.
―Pudiste
pedir ayuda. Además, han pasado mil años, deberías haber aprendido algo. A no
ser, claro está, que quieras que te descubran y te destruyan.
―Ya
quisiera morir.
―Si
quieres morir, muere, pero sola, no nos pongas en evidencia a nosotros, si te
pillan a ti, caeremos todos, ¿o crees que si descubren cómo pueden destruirnos
van a quedarse tranquilos? Nos buscarán y nos matarán a todos.
―¡Somos
un engendro! ¿No lo comprendes, Nikolai?
―No
somos un engendro, somos seres superiores, si tú eres un engendro que va por
ahí asesinando gente, no es nuestro problema, es tuyo. Nosotros ayudamos a los
demás, tratamos de que la vida a nuestro alrededor sea mejor. Tú destruyes todo
lo que ves.
Yo estaba
en silencio, el tema de Livia me tenía sin cuidado, el problema era que su
presencia me recordó mi vida pasada, mi conversión, el día que asesiné a
decenas de dorios. Ver a Livia con su pequeña hija en brazo me hizo evocar a mi
propia hija, a Abril, mi Abril. Y verla de nuevo, justo cuando volví a perder a
mi pequeña, no me hacía sentir mejor.
Flechazos
de recuerdos pasaban por mis ojos cerrados. Las imágenes se traslapaban, no
sabía qué eran recuerdos, qué eran imaginaciones de mi mente, qué eran mentiras
implantadas por Catalina o Mala’ikan.
―Lo
siento, Medonte, esta vez sí desapareceré de tu vida. ―La voz de Livia me regresó
a la realidad.
―¿Te
vas? ¿Por qué te alejas de mí? Tú me dijiste que me amabas.
―Y
todavía te amo, pero tu corazón pertenece a otra.
―A otra
que no recuerdo como te recuerdo a ti.
―Pero
la amas y no puedo con eso.
―Eso lo
dice la mujer que era una más de las tantas esposas de un militar de alto rango.
―No era
por voluntad, lo sabes.
―Sí,
perdón.
―¿Quieres
que vuelva contigo? ¿No estás enojado conmigo?
―¿Por
qué lo estaría?
―Porque
te abandoné.
―Escapaste
del dolor que significó perder a tu hija. Lo entiendo, créeme que lo entiendo.
Si quieres volver, mis brazos te esperan.
Ella se
acercó y se apoyó en mí, su cabeza descansó en mi pecho. La abracé y cientos de
recuerdos volvieron a pasar por mi mente. Recuerdos de mi vida con Livia, de
mis primeros años como vampiro y de antes, de cuando era el futuro rey del
Ática. Un pueblo que había quedado en el pasado, de los que ya nadie se
acordaba.
―Vamos
a casa ―dije al rato, cuando la serie de recuerdos cesaron.
Tomé de
la mano a mi mujer y mi amigo se alistó a mi lado. Volvería a casa, pero solo a
tomar un par de cosas e irnos, no quería estar cerca de Catalina. No hasta no
estar seguro de que podría acabar con ella.
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