Mala’ikan me observaba, parecía una estatua, inerte, sin
vida, con sus ojos sin expresión, al igual que el resto de sí mismo.
―¿Qué haces aquí? ―le
pregunté y mi voz resonó en mis oídos como si hubiese sido capaz de captar cada
pequeña nota de ella.
―Cuidándote,
resguardando tu vida, Medonte. O lo que queda de ella.
―¿Qué quieres decir?
Me levanté de la cama en la que me encontraba y mi
movimiento fue tan brusco que casi salgo volando.
―¿Qué me ocurre? ―lo
interrogué.
―Catalina se salió
con la suya y los convirtió en unos seres inmortales recién creados, debo
admitir que aún no conocemos el alcance de su poder o de su maldad.
―Mi corazón no
late.
―Lo hace. Solo a un
nivel por debajo del usual de un ser humano, la sangre que circula por tu
cuerpo es la mínima para lograr tenerte en pie, el resto lo hará la sangre que
bebas.
―¿Sangre? ¿Debo
beber sangre?
―Así es. Sangre de
humanos para conseguir la inmortalidad. Te recuerdo que esto todavía está en
proceso, Catalina los creó y la eternidad es demasiada larga para conocer lo
que les fue otorgado en su totalidad.
―¿Y Ricardo?
―Se lo llevó
Catalina.
―¿Por qué yo estoy
aquí?
―No permití que te
llevara también, te liberé de sus garras, pero no pude evitar que te
transformara ni el hechizo que lanzó sobre ti; creo que este último resultó,
pues aun no preguntas por ella.
―¿Por quién? ¿Por
Catalina?
―No.
―¿Por mi madre, mis
hermanas?
―No.
―Entonces, no sé.
Meneó la cabeza y entornó
los ojos. No le gustó mi respuesta.
―¿A quién te
refieres? ―inquirí.
―A tu hija,
Medonte, a Abril.
Una serie de vagos
recuerdos acudieron a mi mente, mas ninguno que logré retener en ese minuto.
―Ella te maldijo
con un hechizo para no recordar a tu hija y yo no puedo hacer nada.
Caminé un par de
pasos en sentido contrario a la posición de Mala’ikan.
―¿Por qué me
defendiste de esa mujer?
―Porque tú no
tienes nada que ver con su venganza.
―Pero sí contigo,
te quité a Luna.
―Ya te dije que eso
no es un problema para mí, los celos no mueven mi actuar y tú no eres rival
para mí, nunca lo has sido, ni aun cuando tienes una hija con ella.
―Eso qué significa.
―Te ayudaré a
sobrevivir, te enseñaré y obtendrás la victoria por sobre Catalina.
―No entiendo por
qué haces esto.
―Algún día lo
entenderás. Hoy no es día de preguntas, hoy es momento de enseñarte a
sobrevivir, a luchar y a conocer cada uno de tus nuevos poderes.
Me volví y
desanduve mis pasos hasta quedar justo frente a ese ángel, hechicero, o lo que
fuera.
―No te entiendo,
¿por qué haces esto? Después de amenazarme desde el mismo instante en el que
nos conocimos, de amenazar a mi familia, a mi gente...
No supe continuar. El
ángel me observó breves segundos con estudiada calma.
―Lamentablemente,
Medonte, lo que te diga del porqué de mis acciones, será para ti
incomprensible. En este asunto no hay una explicación clara y sencilla. Si
Catalina te hubiese dejado vivo, en la verdadera expresión de la palabra, las
cosas serían distintas, tú recordarías, tu mente sería abierta a la recepción
de imágenes de las cosas pasadas; sin embargo, para que te quede claro, no soy
tu enemigo, si lo fuera, tú no estarías aquí.
Sus palabras me
confundieron, su actitud en sí me confundía, por qué, de amenazarme a muerte, ¿pasó
a protegerme? Yo estaba seguro de que Mala’ikan me ocultaba algo, quizás era
como los felinos, le gustaba jugar con su presa antes de dar el zarpazo mortal.
―No suelo jugar,
Medonte ―aclaró a mis pensamientos―, todo lo que hago tiene un motivo, aunque
no lo puedas comprender ahora mismo.
No contesté, ¿qué
podía decir?
―Vamos, debes
alimentarte.
A decir verdad, mi
garganta pedía a gritos algún alimento y si Mala’ikan me podía ayudar, no me
resistiría.
Corrimos hasta el
centro de la ciudad, no me cansé, mi velocidad fue mucho mayor a la que
esperaba y, por supuesto, que a mi velocidad usual.
La ciudad se
encontraba devastada, aun así, mucha gente, familias completas se hallaban
allí. Una serie de sensaciones opuestas me hicieron dudar. Por un lado, y casi
como por instinto, anhelé morder el cuello de esas personas; ver y sentir sus
latidos con toda claridad y el fluir de la sangre que corría por sus venas,
despertaron en mí el ansia de tomarlas como alimento. Por otro lado, no quería
hacerles daño a esas personas, no quería rendirme a mi nuevo instinto asesino.
―No necesitas
matarlas, claro que no garantizo tu autocontrol ―me dijo en tono sardónico―,
además, Medonte, son tus enemigos, todos ellos son dorios que han venido a
saquear a tu pueblo, a tu gente, se adueñaron de tus tierras y asesinaron a los
tuyos, si están aquí es para repoblar tu país asesinado por su mano, vienen a
terminar el trabajo que empezaron, ¿todavía sientes compasión por ellos?
La ira, a medida
que Mala’ikan hablaba, crecía exponencialmente y, sin dudarlo más, me lancé
sobre ellos. Maté a todo aquel que se interpuso en mi camino, no solo para
alimentarme, también en venganza por mi gente.
Asolé aquel lugar
en poco más de una hora, mi hambre de venganza quedó satisfecha. Y la otra
también.
Poco después, escuché
ruido en una de las casas. Entré y percibí a una mujer detrás de una mesa
volteada. Me acerqué y la vi, era blanca como la nieve.
―No, por favor ―me
suplicó―, ellos también atacaron a mi pueblo y me tomaron prisionera, no me
mate, por favor.
Al estar más
calmado, mi instinto fue controlado.
―¿De dónde eres?
―De Hatti.
―¿Cómo te llamas?
―Livia.
―¿Qué harás si te
dejo vivir?
―Irme. Volver a mi
tierra o establecerme en otro lugar.
El llanto de un
bebé aterró a la mujer, que abrió los ojos como platos. Aparté la mesa y una
pequeña niña, tan blanca como su madre, lloraba por alimento.
―No la lastime, por
favor.
Destellos de
recuerdos llegaron a mi mente, sentí mis piernas flaquear. Eran imágenes que no
comprendía, tampoco las lograba retener, sin embargo, sentía que aquella escena
era algo importante en mi vida pasada.
―Haz que deje de
llorar ―ordené más brusco de lo que en realidad pretendía.
La mujer tomó a su
hija y le ofreció su pecho, el que la niña recibió con premura.
―¿Su padre es uno
de esos? ―Indiqué a los muertos fuera de la casa.
―Sí, señor, el que
lo atacó por la espalda.
Sonreí. Ese parecía
ser el líder de unos cuantos, no obstante, resultó ser el más cobarde de todos.
―Supongo que me
debes odiar por haber matado a tu esposo.
―En realidad, le
estoy agradecida, ese hombre era un desgraciado, no solo conmigo, también con
sus otras esposas y concubinas.
―¿Y las demás?
―Escaparon en
cuanto comenzó el caos, aprovecharon el descuido de Regil para huir, es lo que
siempre quisieron, una oportunidad para salir de ese hombre.
―¿Por qué no
escapaste con ellas?
―¿Qué oportunidad
tenía? Estoy recién salida de parto y con una niña de pecho...
―Pensaste que era
mejor esconderte.
―Y rogarle a los
dioses que no me encontrara y si lo hacía, que fuera indulgente con nosotras.
―¿Quieres vivir?
―Por mi hija, sí.
―Pues me servirás.
―¿Quiere que sea
su...?
―¿Sabes quién soy
yo?
―Medonte, el rey
del Ática, lo dijeron los hombres a los que mató.
―Así es y, como
ves, no quedó nadie en la ciudad.
―¿Y mi hija?
―Tu hija se queda
contigo, no mataré a una pequeña inocente, tampoco a su madre.
Ella me sonrió.
Mala’ikan carraspeó para llamar mi atención.
―¿Podrás
contenerte? ―me cuestionó.
―Sí, no me
preguntes el porqué, o tal vez tú ya lo sepas, pero no podría lastimarlas.
―¿Estás seguro de
querer mantenerlas aquí? ―insistió.
―Debo protegerlas ―respondí
con convicción―, si las dejo ir, quedarán desamparadas, a expensas de cualquier
idiota que quiera aprovecharse de ellas, o matarlas.
―No te molestó
matar a su pueblo.
―No eran su pueblo,
eran dorios, enemigos de mi pueblo y del suyo.
―Pero eran hombres
y mujeres.
―Livia y su hija
son diferentes.
―¿Te gustó Livia? ―inquirió
con suspicacia.
―No, no siento
atracción por ella, simplemente quiero protegerlas, es algo así como un
instinto. Seguramente, tú sabes lo que me ocurre con ella.
―¿Por qué debería
saberlo yo?
―Porque vi cosas.
―¿Qué recordaste,
Medonte? Y no me mientas.
―No sé, ellas...
―Ellas, ¿qué?
―Tuve recuerdos,
imágenes que no pude retener para saber de qué se trataba.
―¿Estás seguro?
―Muy seguro.
―Quizá tu mente no
recuerde, pero tu corazón es incapaz de olvidar, él es tu guía, Medonte, siendo
ese el caso, lo más probable es que el hechizo se rompa muy pronto y logres
recordar antes de lo que crees.
―¿Qué se supone que
debo recordar?
En ese momento
había vuelto a olvidar a mi hija.
―Buenas noches,
Medonte ―se despidió y caminó con lentitud hasta la escalera.
―Buenas noches ―respondí
por inercia.
No tenía sueño, por
lo que me fui a la biblioteca, no eran muchos los libros que teníamos, pero sí
los suficientes para leer de las historias que mi hermano conocía tan bien y
que yo me había negado a escuchar.
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