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jueves, 4 de febrero de 2021

8: Mi primera compañera

 

8: Mi primera compañera

Nos establecimos en ese lugar, poco a poco, sin yo pretenderlo, los hombres me trataron como a su líder. El problema de aquello fue que la gente comenzaba a envejecer y yo no. Nadie mencionó nada, sin embargo, Abril, la hija de Livia, creció, se convirtió en toda una mujer, fue preciso darla en matrimonio... y yo no había cambiado ni un ápice en todos aquellos años.

Livia enfermó.

―Cuida de mi hija, te lo suplico ―me rogó una tarde en la que se encontraba peor que los otros días.

―No tienes que pedirlo, pero debes recuperarte, el matrimonio de tu hija es en unos pocos días.

―No creo que sea capaz de esperar a la luna llena.

―Debes hacerlo ―le ordené, como si con eso pudiera recuperarse.

―Te estoy agradecida por todos estos años en que nos cuidaste y protegiste como si fuésemos de tu familia, sin pedir nada a cambio. Te confieso que durante algún tiempo esperaba que aparecieras en mi dormitorio en busca del pago por tu ayuda, jamás lo hiciste, al contrario, siempre me trataste con sumo respeto y eso te lo agradeceré por siempre.

―No tienes nada que agradecer. Has sido una compañera fiel, a pesar de no tener obligación para conmigo, no me puedes abandonar ahora, ya ves, el pueblo comienza a sospechar...

Ella sonrió y puso su dedo en mis labios.

―Ellos saben que tú eres diferente, para ellos tú eres su dios, un dios hecho hombre, agradecen tu ayuda, sobre todo en las escaladas de sus enemigos donde tú, sin ayuda de nadie, los has vencido.

―¿Tú sabes lo que soy en realidad?

―No. Tampoco me interesa darle un nombre, ¿para qué? Eres un ser muy especial, nos protegiste, nos has cuidado todos estos años, te convertiste en el padre de Abril, aunque, para serte sincero, nunca entendí que llevara ese nombre, pero creo que ahora le viene bien, será coronada princesa en abril y será desposada por el jefe del clan. ¿Qué más podría pedir? ¿Qué futuro tenía con Regil como su padre? Ninguno que valiera la pena. Por eso, sé que puedo irme en paz.

―No te vayas ―le supliqué.

Su corazón comenzó a latirle con fuerza, su sangre corrió veloz por su cuerpo y un deseo que nunca había sentido, se apoderó de mí; quise beber de ella, y no solo eso, compartir con ella de mi sangre, como si aquello se convirtiera en un pacto entre los dos. No la amaba, eso lo tenía muy claro, pero su lealtad y compañía me habían hecho apreciarla más que a cualquier otro ser humano.

―¿Qué pasa? ―me preguntó alarmada y supe que había comenzado a cambiar mi aspecto por el del monstruo que tomaba mi lugar cada vez que anhelaba la sangre humana.

―No tengas miedo.

―No lo tengo, sé que no me lastimarás, es solo que... 

―Quiero compartir contigo esto.

―Estoy muriendo, ¿qué más da? He visto lo que le haces a los demás.

―¿Me has visto... alimentarme?

―Sí.

―Nunca lo dijiste.

―No tenía por qué.

―¿Aun así no temes?

―No, siempre deseé que lo hicieras conmigo.

Elevó su cabeza para enseñarme su cuello, su sangre corrió más rápido y su aroma impregnó todo, pensé que quizá no me podría controlar y no la quería asesinar; así se lo hice saber.

―Te doy mi vida, Medonte, me entrego gustosa a la muerte en tus brazos.

¿Estaba enamorada de mí? Sí, así lo pude percibir.

Me acerqué a su cuello y, antes de morder, besé su piel, era tan delicada, blanca como la luna. Ella dio un gemido de placer, entonces, enterré mis colmillos justo en sus venas, su sangre era más dulce de lo que imaginé. Me extasié en su sabor. Quise que ella fuera igual que yo, poder compartir con ella de igual a igual.

―Debo parar ―jadeé, ella me miró con sus ojos brillantes.

―Se siente muy bien ―comentó.

Sin pensarlo ni un segundo más, mordí mi muñeca y se la entregué para que ella bebiera de mi sangre. Ella lo hizo sin dudar. Sí, se sentía muy bien.

Se apartó y me miró con los ojos inyectados en sangre. Titubeé por unos segundos, hasta que ella cayó desplomada en mis brazos, ¿qué había hecho? Quizá mi sangre era demasiado para el cuerpo de un humano.

La llevé hasta una mesa, donde la deposité con cuidado. Su corazón no latía.

―¿Qué te hice, Livia? ―pregunté en voz baja.

Con mi boca limpié la sangre de sus labios. Una rabia interna creció dentro de mí, quise lanzar todo lejos y a punto estuve de hacerlo.

―¿Medonte? ―habló Abril, confundida.

Cerré mis ojos para calmarme, ¿cómo decirle que su madre había fallecido por mi culpa?

―¿Qué le pasó a mi mamá?

No contesté.

―Medonte, contesta, por favor.

―Abril...

Ella se acercó y miró a su madre, inmóvil en la mesa, parecía dormida, pero estaba muerta.

―¿Se... murió?

―Eso me temo ―respondí y la abracé de los hombros.

―¿Por qué la estabas besando?

―Abril...

―Ella te amaba, ¿sabes? Siempre te amó, desde que te conoció, desde que la miraste, siempre me contaba cómo la habías salvado, cómo nos habías salvado ―corrigió.

―Ella fue muy especial para mí desde ese primer momento. Ustedes lo fueron, estos años... No sé qué hubiese hecho sin ustedes ―le confesé con una profunda tristeza.

―Ella sabía que le quedaba poco tiempo.

Abril se abrazó a mí y lloró por su madre muerta.

―Tranquila, mi niña, no llores así, por favor.

―Déjame llorar, por favor.

No dije nada, le permití llorar en mi duro pecho, el mismo que por dentro se desgarraba.

Un latido. Uno solo, me dio esperanza. Aparté a Abril.

―¿Qué pasa?

―Tu madre. Sigue viva.

―No, Medonte, no puede ser, mírala.

Tomé la mano de Livia, sin importarme lo que dijera Abril.

―Medonte, debes aceptarlo.

―No, no, la sentí.

―Está muerta, Medonte, mi madre murió.

―No, Abril, no, ella sigue viva.

―No es así.

―Medonte tiene razón ―dijo Mala’ikan, que apareció allí.

―¿Quién eres tú?

―Un viejo amigo de tu madre y de tu protector ―respondió sin más.

―¿Qué le pasa a Livia?

―¿Podemos hablar a solas? ―me preguntó a mí, al tiempo que observaba a Abril.

―Esperaré afuera.

―Gracias ―respondió mi no invitado.

―¿Qué pasa? ―le pregunté en cuanto la muchacha salió.

―La convertiste, Medonte, eso pasó.

―¿Cómo?

―Sí, esto es algo nuevo, no sé si lo hiciste porque querías convertirla o porque le diste de tu sangre justo antes de que muriera por su enfermedad.

―¿Enfermedad?

―Sí, ella estaba muy delicada de salud, de hecho, no murió por tu sangre, al contrario, creo que eso fue lo que la salvó, aunque todavía no estoy seguro, es primera persona a la que le ocurre esto.

―Eso quiere decir que despertará en unos días.

―Antes de lo que crees, no es diosa, ni semidiosa, ni nadie en especial, por lo que su transformación está siendo muy rápida, solo que primero debe sanar su organismo.

―¿Qué debo hacer?

―Enseñarle, no sabemos cómo será, cómo serán sus instintos, su hambre, cómo será su personalidad con el poder que se le ha otorgado.

―Dudo que cambie mucho.

―Eso espero. Te ha sido leal todos estos años, ruega porque siga así.

―¿Crees que pueda venir en mi contra?

―Todo es posible. Has creado una neófita, la primera de su especie, hasta el momento, solo tú y tu hermano habían logrado sobrevivir al hechizo de Catalina, no lo ha vuelto a replicar, nadie lo tolera, esperemos que Livia lo resista para conocer los resultados. ¿Cómo van tus poderes?

―He aprendido unos cuantos trucos.

―¿Trucos?

―Me di cuenta de lo que tenía, las habilidades que poseo y cómo utilizarlas a mi favor. Eso. Aunque con los años me he ido ganando algunos nuevos, no muchos, claro, recién han pasado quince años.

―Te quedan muchos años por delante.

―Eso espero, hasta el momento, va bien.

―Sí, aunque ya se ha esparcido por el mundo, la historia del hombre que hace milagros.

―¿Hablan de mí?

―Así es, dicen que eres un dios que bajó a la tierra a cuidar de sus habitantes, creen que viniste a enseñarles, a darles una lección para que se terminen las guerras.

Me largué a reír.

―¿De verdad creen eso? Es decir, yo sé que los habitantes de este lugar me ven como alguien especial, pero que se haya esparcido... Eso es otra cosa muy diferente.

―Pues créelo.

Livia se quejó y se movió incómoda.

―No la toques, será peor, déjala, su proceso será rápido.

―Eso espero, yo todavía no me olvido del dolor que sentí esos días.

―¿Días? ―replicó sardónico.

―¿Cuánto fue?

―Tres semanas completas, Medonte, sí que fuiste un hueso duro de roer. Tu hermano duró menos, apenas una semana. Creo que estás para algo grande, solo que todavía no soy capaz de ver qué es.

―Quizás esté destinado a terminar con Catalina.

―Si eso fuera posible, cosa que no es, diría que eres un portento mágico en persona.

―Uno nunca sabe, tú mismo dijiste que ella se estaba preparando para una guerra.

―Sí, pero una guerra con un igual, no con un semidiós híbrido, mitad humano, mitad vampiro, un monstruo en toda la extensión de la palabra.

―Quizá no la destruya yo, pero eso no significa que no pueda ayudar.

―Sí, claro que para ello deberías recordar muchas cosas todavía.

―Tengo toda una vida por delante, seguro estoy de que recordaré.

―Si tú lo dices.

―Yo afirmo y lo sostengo.

Entrecerró los ojos y se quedó observándome un largo rato. Livia se volvió a quejar y ambos nos volvimos a verla. Su débil corazón se detuvo, con un último golpe a su pecho. Me asusté. Temí que no lo hubiera resistido. Abrió los ojos. Había creado a mi primera compañera.



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