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miércoles, 24 de febrero de 2021

22: Dudas

 

Aquella noche salimos a cazar los tres juntos, como en los viejos tiempos. Intentamos olvidar lo que estábamos viviendo y salimos a buscar a algunos delincuentes con los que nos divertimos por varias horas.

Al final de la noche, regresé a mi clan, satisfecho y con nuevos bríos, lo cual notaron todos, en especial Leo, que no me perdía el paso, pues estaba seguro de que la reacción de Marcos no había sido normal. Decidí que así sería mejor, de esa forma, desconfiarían más de mí, si lo hacían, Catalina lo sabría y de ese modo, estaría más segura de que yo estaba a su favor.

―Yo sé que nos ocultas algo ―me dijo Leo, sin ningún tapujo, después de vestirme para ir a trabajar y antes de subirme a mi coche.

―No sé qué te imaginas, Leo, pero no tengo nada que ocultar, si quieres, puedes pedirle a Nick que busque en mi cabeza; quizá puedas pedirle a Max que me torture hasta que cuente la verdad, esa verdad que tú crees que oculto; quizá puedas ver mis emociones, si estoy nervioso, si oculto algo. Tienes muchas formas de saberlo, Leo, así como también tienes mi palabra, la cual, supongo, no es garantía de nada para ti.

Se apoyó en el capó de mi automóvil y bajó la cabeza.

―Lo siento, es que falta tan poco para que llegue el gran día y no quiero que fracase justo ahora, sobre todo porque temo que ella no se presente ―confesó―, ¿por qué habría de hacerlo? Ella no tiene nada que perder, nosotros sí, si tú o cualquier otro nos traiciona y le abre el camino para que ella nos ataque antes de tiempo o no aparezca… Todo habrá sido en vano.

―Ella necesita esta batalla tanto como nosotros ―respondí―, si ella no libra esta guerra final, se muere, ella está tan interesada en hacer esto como cualquiera de nosotros, Leo, ella está perdiendo energía y su única fuente es su hermana, si ella no viene, es su fin.

―¿Y si sale mal?

―Es un riesgo que hay que correr, pero siento que saldrá bien, todo se está dando para que terminemos con esa mujer de una vez y para siempre.

―¿Y la hechicera? No tenemos idea, ni quién es, ni cómo la encontraremos.

―Marcos fue muy claro en decir que la encontraríamos, que ella misma llegaría a nosotros. ¿Cómo? No lo sabemos, pero estoy seguro de que lo sabremos en el momento indicado.

―Estás muy seguro.

―¿Gano algo con dudar? ¿Ganas tú algo con dudar? Has perseguido a Marina por siglos, Leo, aun a sabiendas de que no ganabas nada, sin embargo, ahora, cuando ya estás a punto de destruirla definitivamente, ¿estás dudando?

―¿Cómo sabes que la he perseguido todo este tiempo?

―Porque fueron ustedes quienes la mataron la última vez, ¿no es verdad? Tú y Max. Tú, por tu hermana, y Max por su esposa e hijo.

―¿Cómo sabes eso?

―Recuerda que yo seguía con Marina y Ricardo cuando ella murió, sé quién lo hizo. Ricardo se enojó más, para mí fue un alivio. Pude escapar de sus garras.

―¿Estás seguro de que no te molestó que la matáramos?

―Por supuesto que no, ¿qué crees? ¿Estaría aquí si fuera así?

―Quizá viniste de infiltrado de esa mujer para buscar nuestra debilidad y terminar con nosotros.

―¿Eso crees?

―No lo sé.

No me gustaba que dudara de mí, él había demostrado un amor incondicional por mi hija, su hermana. Puse mi mano en su hombro y le transmití la confianza que quería que sintiera, tanto en la destrucción de Catalina como en mí. Él me miró sorprendido, notó lo que estaba haciendo, por lo que velé su mente para que solo recordara la sensación y no mi presencia. Desaparecí y creyó que esa conversación jamás había existido, solo pensó que era mejor no pensar en tonterías.

Volví a salir de la casa, como si viniera de terminar de arreglarme.

―Leo, ¿pasa algo? ―le pregunté al verlo parado al lado de mi automóvil.

Me miró, decidía en su mente si decirme lo de sus dudas.

―Nada, nada.

―¿Estás seguro?

―Son cosas mías, no te preocupes.

―¿Pasa algo conmigo?

Yo sabía que, por un lado, no se sentía seguro de mis intenciones y, por otro, que sentía que no debía dudar.

―No, no, no te preocupes.

Caminó al interior de la casa, yo lo observé durante unos pocos segundos, me encogí de hombros y me fui a la ciudad.

Nada más estacionar en un conocido centro comercial, me encontré con Ray. Debo admitir que me sorprendió, no lo sentí, lo cual se me hizo raro, pues nadie se me pasaba por alto, o quizás iba tan metido en mis pensamientos que me descuidé, un error que pudo ser fatal si hubiese sido Nick.

―Hola, ¿y tú? ―lo saludé con una cínica sonrisa, Ray no me caía nada bien, sobre todo por sus constantes pensamientos en contra de mi hija, Isabel Castellán, quien él pensó lo había dejado plantado en el altar, jamás, ni por un segundo, se le pasó por la mente el que algo malo le hubiese pasado, aun cuando Max lo repetía constantemente, solo se preocupaba de él y sus sentimientos. Tampoco entendía a Joseph cuando este le decía que la Marina con la que se había casado y la Marina que lo destruyó no eran la misma persona.

―Te seguí ―me contestó sin mentir.

―¿Y eso?

―Quiero hablar contigo.

―Adelante.

―Leo desconfía de ti.

―Así es.

―¿Te ha dicho algo?

―No, se le nota en su actitud.

Asintió con la cabeza.

―¿Y tú? ¿También desconfías de mí?

―No lo sé. Dame motivos para no hacerlo.

―Si tengo que darte motivos para que no dudes de mí, es porque lo haces, ¿no?

―Sí, en cierto modo, algo no me cuadra, Manuel, te soy sincero. Toda esa historia de que aprovechaste el que ella no estuviera, el haberte ido en contra de Ricardo, el que llegaras justo con nosotros…

―Llegué con ustedes como pude llegar con cualquiera.

―¿Cómo sabes que no fue Ricardo el que te convirtió?

―Él no puede convertir a nadie, los que él convierte se mueren, eso lo sabes.

―No todos, hay algunos que sobreviven.

―No lo sé, eso me haría especial de algún modo, cosa que dudo que pienses que es así.

―Sí, tienes razón.

―¿Entonces?

―Ya te dije, algo no me cuadra y quiero entender qué es.

―¿Qué te puedo decir? Yo soy casi nuevo en esto. Durante varios años vagué solo en la tierra, no sabía que había más como nosotros, hasta que me encontré con un pequeño clan, una familia, tres, a quienes Marina había arruinado como a ustedes, a los cuales asesinó tras cinco años de conocerlos. Ahí me reclutó Marina, ¿qué debía hacer? Si no me sometía a ella, me mataría, vi cómo mató a esa familia, Ray, y te juro que no quería morir así. En cuanto tuve oportunidad, me aparté de ella y llegué con ustedes, como te digo, la suerte o el destino hizo que me encontrara con ustedes, quizá si hubiese llegado con alguien más…

―Quiero entender, Manuel, no pareces un neófito.

―Tengo cincuenta años, tampoco soy un niño. Tenía treinta y cinco cuando fui convertido.

―No, no lo eres, pero a veces me da la impresión de que tienes mucho más que los cincuenta que dices tener.

―¿Crees que te miento en eso?

―Dímelo tú.

―Si tuviera más, ¿habría razón para ocultarlo?

―Si estás con Marina y estás con nosotros para acabarnos…

―Mira, Ray, si quieres puedo irme de tu clan, no quiero causar conflictos, si Leo desconfía y piensa igual que tú, quizá lo mejor sería irme.

―No es necesario, solo quiero que me confirmes que tu historia es cierta.

―Mi historia es cierta. Quizá Ricardo sí me convirtió y por eso tengo esta apariencia de parecer mayor, pero no lo sé, porque un día estaba en mi casa y al siguiente, perdido en un bosque, no sé cómo llegué allí, no sé qué pasó, solo sé que mis ansias de asesinar eran muy fuertes, quería sangre, tenía un hambre tal que me hubiese comido a un regimiento entero. No sabía lo que me sucedía. Después de dos años, me encontré a esta pequeña familia. Esa es mi historia, no tengo pruebas para demostrarte que es cierto lo que te digo porque ellos ya no están con nosotros, estoy seguro de que te dirían la verdad.

Bajó la cabeza y negó con ella.

―Lo siento, es solo que…

―Está demasiado cerca el fin, ¿no? Y no quieres que nada salga mal.

―Precisamente.

―Saldrá bien, tiene que salir bien.

―Eso espero.

―Eso espero yo también.

―Bueno, me voy a trabajar. ―Se dio la media vuelta y luego se volvió a mí de nuevo―. ¿Qué haces aquí?

―Vengo a encontrarme con un cliente, es una mujer y prefirió un lugar público, nos encontraremos en el café.

―¿No tiene oficina?

―No, está de paso en la capital, es del sur, está iniciando su negocio y todavía es algo temerosa, yo la entiendo, con tanto monstruo suelto por ahí, lamentable es que las mujeres no pueden andar tranquilas ni confiar en cualquier desconocido.

―Es verdad, bueno, no te retengo más, que te vaya bien.

―Gracias.

Se fue a su automóvil y yo seguí rumbo a las escaleras. La verdad es que no me encontraría con ninguna clienta, debía ver a Viviana, la esposa de Nicolás Gárate, con quien me había citado para hablar acerca de una pequeña niña a la que quería adoptar y yo, como abogado, la ayudaría… a no hacerlo.

 



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