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sábado, 6 de febrero de 2021

11: recuerdos fugaces

 


A las cinco en punto llegué al pozo de Jen, estaba impaciente por ver a esa chica que Mala’ikan decía era mi hija.

―Hola. ―La voz más dulce sonó en mis oídos, me di la vuelta y me encontré con ella. Me quedé de piedra. Mi corazón la amó de inmediato―. ¿Todo está bien?

―Sí, sí, hola, perdón, es que… ¿Viniste sola?

―Mala’ikan me dejó cerca.

―Ya. ¿Te dijo para qué nos encontraríamos?

―No necesitó decírmelo.

―¿Lo sabes?

―Lo supe en el instante en el que te vi esta mañana.

―¿Lo supiste?

―Sí. Mala’ikan me explicó que, como es mi segunda reencarnación, aún puedo recordar muchas cosas y recuerdo tu cara, yo era una bebé.

―Eso fue hace mucho tiempo ―medité, yo no recordaba nada.

―Sí, Mala’ikan me explicó lo de tu maldición.

―Y me recuerdas.

―Sí, estás igual ―indicó con una sonrisa.

Le tomé la mano y recuerdos fugaces pasaron por mi mente, la tenía en mis brazos, la hacía dormir, le hablaba y cantaba, no me gustaba apartarme de ella, la amaba tanto.

―Eras tan bella ―mencioné con emoción, si hubiese podido llorar, estoy seguro de que las lágrimas hubieran brotado sin control.

―¿Y ya no? ―preguntó con algo de diversión, quizá para no llorar.

―Sí, sí, eres muy bella.

―¿Aunque me parezca a Catalina?

―¿También lo sabes? Pues, aunque se parezcan físicamente, no tienen punto de comparación. Tú eres hermosa.

Ella se sonrojó y bajó la cara.

―¿Cómo es tu vida? ¿Eres feliz? ―Quise saber.

―No ha sido fácil. Mi mamá murió cuando yo nací y mi papá se fue de la casa, me crie con mis abuelos, que me dejaron cuando yo tenía doce. Desde ahí he tenido que trabajar. Como soy pobre, ningún hombre se ha querido casar conmigo. Estoy sola, trabajo todo el día…

―Eso ya no ocurrirá más, te vendrás conmigo, yo cuidaré de ti, soy tu padre, tu primer padre y no te abandonaré.

―Pa…

No terminó la frase, cayó desplomada entre mis brazos.

―Jamás la volverás a ver, infeliz, jamás. La desapareceré de tu vista, no volverás a recordarla y ella tampoco, te temerá, cada vez que te acerques a ella, ella huirá de ti, nunca podrás volver a acercarte a ella ―sentenció y desapareció de mi vista.

Yo tomé en mis brazos el cuerpo inerte de mi hija. Una vez más la volvía a perder.

―Lo siento, no lo vi venir ―me dijo Mala’ikan.

―No es tu culpa ―repuse.

―¿Qué harás?

―Darle una sepultura, si no le pude dar una buena vida, le daré una buena muerte.

La llevé a una cueva mortuoria y la dejé allí mientras iba en busca de mortajas. Hice el ritual para esos casos y cerré la piedra.

Tras ese proceso, miré a Mala’ikan que se mantuvo en silencio durante todo el rito.

―Catalina no descansará hasta verte destruido ―me dijo.

―Y no le daré en el gusto. Escaparé. Solo un favor te pediré, cuando Abril regrese, avísame para alejarme de ella lo más posible, no quiero que la vuelva a lastimar por mi culpa.

―Está bien.

―Y cuídala. Tú que puedes.

Sin esperar respuesta, desaparecí a toda prisa. Corrí por mucho tiempo, sin rumbo ni descanso. Los pocos recuerdos que había tenido cuando tomé su mano, ya se habían desaparecido y una sensación de vacío llenaba mi corazón, como si no pudiera hacer nada para llenarlo.

―¡Medonte!

Me detuve al escuchar mi nombre.

―¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí?

Yo me quedé en silencio, jamás pensé en volver a verla.

―¿Pasa algo malo? ―insistió.

―Livia…

―Medonte, ¿qué ocurre? Te ves muy mal.

―¿Qué haces? ¿Dónde estamos?

―Al norte de Roma. ¿Qué pasa?

―Nada que te incumba, ¿qué es de ti? ¿Eres feliz por fin?

―¿Feliz? Estoy sola, debo cambiar de ciudad cada cinco años, debo cuidarme de ver a los antiguos amigos, ¡no puedo tener amigos! Quise matarme mil veces y siempre resucité.

―Debes cortarte la cabeza o quemarte, son las dos opciones para morir.

―¿Y tú? ¿Qué te pasa? Estás como si hubiese pasado una tormenta por ti.

―Han pasado tantas cosas, Livia, que contarlas es imposible.

―Mil años no pasan en vano.

―No, por supuesto que no.

Livia miró en la dirección en la que yo venía corriendo, yo miré por inercia.

―¿Nikolai? ―Se sorprendió mi exmujer.

―Livia, no esperaba volver a verte.

―No, bueno, he tratado de mantenerme alejada.

―Sí, he sabido eso de ti, huyes cada cierto tiempo, aunque es imposible no dejar una huella, ¿verdad?

―¿Tú sabías dónde estaba? ―interrogué.

―La única mujer que no envejece y que no se establece en ningún lugar, no come, no duerme… No has sido muy discreta, Livia, escapar cada cierto tiempo no te da garantía de nada.

―No sé qué hacer con esta maldición.

―Pudiste pedir ayuda. Además, han pasado mil años, deberías haber aprendido algo. A no ser, claro está, que quieras que te descubran y te destruyan.

―Ya quisiera morir.

―Si quieres morir, muere, pero sola, no nos pongas en evidencia a nosotros, si te pillan a ti, caeremos todos, ¿o crees que si descubren cómo pueden destruirnos van a quedarse tranquilos? Nos buscarán y nos matarán a todos.

―¡Somos un engendro! ¿No lo comprendes, Nikolai?

―No somos un engendro, somos seres superiores, si tú eres un engendro que va por ahí asesinando gente, no es nuestro problema, es tuyo. Nosotros ayudamos a los demás, tratamos de que la vida a nuestro alrededor sea mejor. Tú destruyes todo lo que ves.

Yo estaba en silencio, el tema de Livia me tenía sin cuidado, el problema era que su presencia me recordó mi vida pasada, mi conversión, el día que asesiné a decenas de dorios. Ver a Livia con su pequeña hija en brazo me hizo evocar a mi propia hija, a Abril, mi Abril. Y verla de nuevo, justo cuando volví a perder a mi pequeña, no me hacía sentir mejor.

Flechazos de recuerdos pasaban por mis ojos cerrados. Las imágenes se traslapaban, no sabía qué eran recuerdos, qué eran imaginaciones de mi mente, qué eran mentiras implantadas por Catalina o Mala’ikan.

―Lo siento, Medonte, esta vez sí desapareceré de tu vida. ―La voz de Livia me regresó a la realidad.

―¿Te vas? ¿Por qué te alejas de mí? Tú me dijiste que me amabas.

―Y todavía te amo, pero tu corazón pertenece a otra.

―A otra que no recuerdo como te recuerdo a ti.

―Pero la amas y no puedo con eso.

―Eso lo dice la mujer que era una más de las tantas esposas de un militar de alto rango.

―No era por voluntad, lo sabes.

―Sí, perdón.

―¿Quieres que vuelva contigo? ¿No estás enojado conmigo?

―¿Por qué lo estaría?

―Porque te abandoné.

―Escapaste del dolor que significó perder a tu hija. Lo entiendo, créeme que lo entiendo. Si quieres volver, mis brazos te esperan.

Ella se acercó y se apoyó en mí, su cabeza descansó en mi pecho. La abracé y cientos de recuerdos volvieron a pasar por mi mente. Recuerdos de mi vida con Livia, de mis primeros años como vampiro y de antes, de cuando era el futuro rey del Ática. Un pueblo que había quedado en el pasado, de los que ya nadie se acordaba.

―Vamos a casa ―dije al rato, cuando la serie de recuerdos cesaron.

Tomé de la mano a mi mujer y mi amigo se alistó a mi lado. Volvería a casa, pero solo a tomar un par de cosas e irnos, no quería estar cerca de Catalina. No hasta no estar seguro de que podría acabar con ella.



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