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jueves, 4 de febrero de 2021

6: Ataque a los dorios


Mala’ikan me observaba, parecía una estatua, inerte, sin vida, con sus ojos sin expresión, al igual que el resto de sí mismo.

―¿Qué haces aquí? ―le pregunté y mi voz resonó en mis oídos como si hubiese sido capaz de captar cada pequeña nota de ella.

―Cuidándote, resguardando tu vida, Medonte. O lo que queda de ella.

―¿Qué quieres decir?

Me levanté de la cama en la que me encontraba y mi movimiento fue tan brusco que casi salgo volando.

―¿Qué me ocurre? ―lo interrogué.

―Catalina se salió con la suya y los convirtió en unos seres inmortales recién creados, debo admitir que aún no conocemos el alcance de su poder o de su maldad.

―Mi corazón no late.

―Lo hace. Solo a un nivel por debajo del usual de un ser humano, la sangre que circula por tu cuerpo es la mínima para lograr tenerte en pie, el resto lo hará la sangre que bebas.

―¿Sangre? ¿Debo beber sangre?

―Así es. Sangre de humanos para conseguir la inmortalidad. Te recuerdo que esto todavía está en proceso, Catalina los creó y la eternidad es demasiada larga para conocer lo que les fue otorgado en su totalidad.

―¿Y Ricardo?

―Se lo llevó Catalina.

―¿Por qué yo estoy aquí?

―No permití que te llevara también, te liberé de sus garras, pero no pude evitar que te transformara ni el hechizo que lanzó sobre ti; creo que este último resultó, pues aun no preguntas por ella.

―¿Por quién? ¿Por Catalina?

―No.

―¿Por mi madre, mis hermanas?

―No.

―Entonces, no sé.

Meneó la cabeza y entornó los ojos. No le gustó mi respuesta.

―¿A quién te refieres? ―inquirí.

―A tu hija, Medonte, a Abril.

Una serie de vagos recuerdos acudieron a mi mente, mas ninguno que logré retener en ese minuto.

―Ella te maldijo con un hechizo para no recordar a tu hija y yo no puedo hacer nada.

Caminé un par de pasos en sentido contrario a la posición de Mala’ikan.

―¿Por qué me defendiste de esa mujer?

―Porque tú no tienes nada que ver con su venganza.

―Pero sí contigo, te quité a Luna.

―Ya te dije que eso no es un problema para mí, los celos no mueven mi actuar y tú no eres rival para mí, nunca lo has sido, ni aun cuando tienes una hija con ella.

―Eso qué significa.

―Te ayudaré a sobrevivir, te enseñaré y obtendrás la victoria por sobre Catalina.

―No entiendo por qué haces esto.

―Algún día lo entenderás. Hoy no es día de preguntas, hoy es momento de enseñarte a sobrevivir, a luchar y a conocer cada uno de tus nuevos poderes.

Me volví y desanduve mis pasos hasta quedar justo frente a ese ángel, hechicero, o lo que fuera.

―No te entiendo, ¿por qué haces esto? Después de amenazarme desde el mismo instante en el que nos conocimos, de amenazar a mi familia, a mi gente...

No supe continuar. El ángel me observó breves segundos con estudiada calma.

―Lamentablemente, Medonte, lo que te diga del porqué de mis acciones, será para ti incomprensible. En este asunto no hay una explicación clara y sencilla. Si Catalina te hubiese dejado vivo, en la verdadera expresión de la palabra, las cosas serían distintas, tú recordarías, tu mente sería abierta a la recepción de imágenes de las cosas pasadas; sin embargo, para que te quede claro, no soy tu enemigo, si lo fuera, tú no estarías aquí.

Sus palabras me confundieron, su actitud en sí me confundía, por qué, de amenazarme a muerte, ¿pasó a protegerme? Yo estaba seguro de que Mala’ikan me ocultaba algo, quizás era como los felinos, le gustaba jugar con su presa antes de dar el zarpazo mortal.

―No suelo jugar, Medonte ―aclaró a mis pensamientos―, todo lo que hago tiene un motivo, aunque no lo puedas comprender ahora mismo.

No contesté, ¿qué podía decir?

―Vamos, debes alimentarte.

A decir verdad, mi garganta pedía a gritos algún alimento y si Mala’ikan me podía ayudar, no me resistiría.

Corrimos hasta el centro de la ciudad, no me cansé, mi velocidad fue mucho mayor a la que esperaba y, por supuesto, que a mi velocidad usual.

La ciudad se encontraba devastada, aun así, mucha gente, familias completas se hallaban allí. Una serie de sensaciones opuestas me hicieron dudar. Por un lado, y casi como por instinto, anhelé morder el cuello de esas personas; ver y sentir sus latidos con toda claridad y el fluir de la sangre que corría por sus venas, despertaron en mí el ansia de tomarlas como alimento. Por otro lado, no quería hacerles daño a esas personas, no quería rendirme a mi nuevo instinto asesino.

―No necesitas matarlas, claro que no garantizo tu autocontrol ―me dijo en tono sardónico―, además, Medonte, son tus enemigos, todos ellos son dorios que han venido a saquear a tu pueblo, a tu gente, se adueñaron de tus tierras y asesinaron a los tuyos, si están aquí es para repoblar tu país asesinado por su mano, vienen a terminar el trabajo que empezaron, ¿todavía sientes compasión por ellos?

La ira, a medida que Mala’ikan hablaba, crecía exponencialmente y, sin dudarlo más, me lancé sobre ellos. Maté a todo aquel que se interpuso en mi camino, no solo para alimentarme, también en venganza por mi gente.

Asolé aquel lugar en poco más de una hora, mi hambre de venganza quedó satisfecha. Y la otra también.

Poco después, escuché ruido en una de las casas. Entré y percibí a una mujer detrás de una mesa volteada. Me acerqué y la vi, era blanca como la nieve.

―No, por favor ―me suplicó―, ellos también atacaron a mi pueblo y me tomaron prisionera, no me mate, por favor.

Al estar más calmado, mi instinto fue controlado.

―¿De dónde eres?

―De Hatti.

―¿Cómo te llamas?

―Livia.

―¿Qué harás si te dejo vivir?

―Irme. Volver a mi tierra o establecerme en otro lugar.

El llanto de un bebé aterró a la mujer, que abrió los ojos como platos. Aparté la mesa y una pequeña niña, tan blanca como su madre, lloraba por alimento.

―No la lastime, por favor.

Destellos de recuerdos llegaron a mi mente, sentí mis piernas flaquear. Eran imágenes que no comprendía, tampoco las lograba retener, sin embargo, sentía que aquella escena era algo importante en mi vida pasada.

―Haz que deje de llorar ―ordené más brusco de lo que en realidad pretendía.

La mujer tomó a su hija y le ofreció su pecho, el que la niña recibió con premura.

―¿Su padre es uno de esos? ―Indiqué a los muertos fuera de la casa.

―Sí, señor, el que lo atacó por la espalda.

Sonreí. Ese parecía ser el líder de unos cuantos, no obstante, resultó ser el más cobarde de todos.

―Supongo que me debes odiar por haber matado a tu esposo.

―En realidad, le estoy agradecida, ese hombre era un desgraciado, no solo conmigo, también con sus otras esposas y concubinas.

―¿Y las demás?

―Escaparon en cuanto comenzó el caos, aprovecharon el descuido de Regil para huir, es lo que siempre quisieron, una oportunidad para salir de ese hombre.

―¿Por qué no escapaste con ellas?

―¿Qué oportunidad tenía? Estoy recién salida de parto y con una niña de pecho...

―Pensaste que era mejor esconderte.

―Y rogarle a los dioses que no me encontrara y si lo hacía, que fuera indulgente con nosotras.

―¿Quieres vivir?

―Por mi hija, sí.

―Pues me servirás.

―¿Quiere que sea su...?

―¿Sabes quién soy yo?

―Medonte, el rey del Ática, lo dijeron los hombres a los que mató.

―Así es y, como ves, no quedó nadie en la ciudad.

―¿Y mi hija?

―Tu hija se queda contigo, no mataré a una pequeña inocente, tampoco a su madre.

Ella me sonrió. Mala’ikan carraspeó para llamar mi atención.

―¿Podrás contenerte? ―me cuestionó.

―Sí, no me preguntes el porqué, o tal vez tú ya lo sepas, pero no podría lastimarlas.

―¿Estás seguro de querer mantenerlas aquí? ―insistió.

―Debo protegerlas ―respondí con convicción―, si las dejo ir, quedarán desamparadas, a expensas de cualquier idiota que quiera aprovecharse de ellas, o matarlas.

―No te molestó matar a su pueblo.

―No eran su pueblo, eran dorios, enemigos de mi pueblo y del suyo.

―Pero eran hombres y mujeres.

―Livia y su hija son diferentes.

―¿Te gustó Livia? ―inquirió con suspicacia.

―No, no siento atracción por ella, simplemente quiero protegerlas, es algo así como un instinto. Seguramente, tú sabes lo que me ocurre con ella.

―¿Por qué debería saberlo yo?

―Porque vi cosas.

―¿Qué recordaste, Medonte? Y no me mientas.

―No sé, ellas...

―Ellas, ¿qué?

―Tuve recuerdos, imágenes que no pude retener para saber de qué se trataba.

―¿Estás seguro?

―Muy seguro.

―Quizá tu mente no recuerde, pero tu corazón es incapaz de olvidar, él es tu guía, Medonte, siendo ese el caso, lo más probable es que el hechizo se rompa muy pronto y logres recordar antes de lo que crees.

―¿Qué se supone que debo recordar?

En ese momento había vuelto a olvidar a mi hija.

―Buenas noches, Medonte ―se despidió y caminó con lentitud hasta la escalera.

―Buenas noches ―respondí por inercia.

No tenía sueño, por lo que me fui a la biblioteca, no eran muchos los libros que teníamos, pero sí los suficientes para leer de las historias que mi hermano conocía tan bien y que yo me había negado a escuchar.  



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