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sábado, 27 de febrero de 2021

23: Sufrimiento

 

No pude dejar a mi hija sola, simplemente no pude. Catalina quería hacerla sufrir de más y, aunque no pudiera evitarlo, sí podía evitar que le hicieran un daño mayor.

En cuanto llegó al Hogar, luego de que Marina asesinara a la familia de Abril, mi hija en esta vida, Catalina tomó el puesto de directora y lo primero que hizo fue castigar a mi hija por una estupidez creada por ella misma; la envió al sótano.

Me escabullí para verla. Era una niña preciosa. Estoy seguro de que así hubiese sido mi Abril, mi primera Abril. Y quizá sí lo era, estábamos al fin de los tiempos y Abril regresaba a mí.

Ella lloraba y quise consolarla, pero antes de hacerlo, antes de poder manejar sus emociones, apareció Ricardo de una puerta secreta. Manipuló el ambiente para que se viera más tétrico de lo que en realidad era. Yo contraataqué su acción. Lo supo. Buscó en todas direcciones hasta dar conmigo.

―¿Y tú? ―me habló en nuestra baja frecuencia para que la niña no nos escuchara.

―¿Qué haces? ―lo interrogué.

―Cumplo órdenes, lo mismo que deberías estar haciendo tú.

―¡Es una niña!

―Una niña que crecerá.

―Pero que todavía no crece.

―¿Vas a enfrentarte conmigo para defender a esa mocosa?

―No la llames así ―advertí.

―Es una mocosa, ¿cómo quieres que la llame?

―Quiero que la dejes en paz, al menos por el momento.

―¡Por favor, Manuel! ¿Qué crees que dirá Marina si se entera de que no cumplí mi parte? Ni por ti ni por nadie me ganaré su odio.

Sentí sollozar a mi pequeña, tenía miedo, expelí tranquilidad para que se durmiera y no tuviera más temor.  Sabía que no podía protegerla siempre y me sentía impotente.

―Sal de aquí, si Catalina te ve, te mata, lo sabes, hermano, yo no le diré nada de esto, pero por favor, vete, vete ahora.

Miré a mi hija dormir en el suelo. Renegué con la cabeza, ella debería ser una princesa, no una pobre niña huérfana, dolida y maltratada.

Salí de allí convertido en murciélagos, una centena de murciélagos enojados, y volé hasta un sitio eriazo donde nadie podía verme.

―Selena, sé que has cuidado de nuestra hija todo este tiempo, te pido que la cuides un poco más. ―Rogué y cerré los ojos―. Espero que esto valga las penas y los dolores que ha sufrido.

Caminé a paso veloz, por lo menos, lo más veloz que se supone avanza un humano.

―¿Pasa algo? ―me preguntó, mucho rato después, Leo, quien apresuró el paso para alcanzarme.

―Problemas.

―¿Puedo ayudar?

Sentí que trabajó en mis emociones para calmarme.

―Gracias.

―De nada.

―¿Puedo saber de qué se trata?

―Una mujer, una clienta… ―mentí.

―¿Te gusta?

―¡No! Por supuesto que no, es solo que está sufriendo mucho.

―Y no sabes cómo ayudarla.

―Lo sé, el problema es que no puedo.

―¿Por qué no?

―Porque ella no quiere ser ayudada. ¿Has visto esa clase de gente a la que le gusta estar mal para así llamar la atención? Bueno, ella es una de esas.

―Entonces, nada que hacer, ella es feliz con su miserable vida.

―Sí. ―Me encogí de hombros―. Es verdad. No tiene sentido que me preocupe por ella.

―Así es. ¿Quieres ir por ahí a cazar? ¿O prefieres ir a un bar?

―Si cazo en este momento, no respondo de mí.

―Buen punto. Entonces, vamos a un bar, sé de un lugar donde podremos entretenernos, además, tienen nuestro trago especial.

Lo miré con las cejas alzadas.

―¿Ah, sí?

―Sí, tienen reservas para gente como nosotros.

―Perfecto, llévame ahí.

El bar al que me invitó no lo conocía, parecía un bar normal y, de hecho, había muchos humanos pasando un buen rato, pero también, varios de nosotros disfrutando como cualquier otro.

Nos sentamos en una mesa algo apartada y pedimos nuestros tragos.

―¿Y? ¿No hay ninguna mujer en tu vida, Manuel? ―me preguntó mientras esperábamos nuestros vasos.

―No. La hubo, pero hace tanto ya…

―¿Tu esposa?

―Sí, era mi mujer, tuvimos una hija, pero…

―¿Falleció?

―Sí, tenía seis meses.

―Lo siento, una pérdida así no se olvida, me imagino que mucho menos por una hija. Yo todavía siento a mi hermana.

Lo miré directo a los ojos.

―Jamás se olvida cuando el amor es verdadero.

―Yo amaba a mi hermana. La amo ―rectificó.

―Lo sé, se te nota.

―Y jamás perdonaré lo que esa mujer le hizo. ―Su expresión cambió a una sombría y llena de odio.

―Estoy seguro de eso, quinientos años llevas a cuestas el rencor hacia ella, dudo que algún día se te pase.

―Jamás. Si hubieras visto… Manuel, la forma en la que la asesinó… Al menos tu hija no tuvo que sufrir como sufrió mi hermana.

El corazón se estrujó dentro de mi pecho y podría jurar que una parte de él se me quebró al recordar aquel horrible suceso.

―Ninguno de ellos vio la maldad a la que puede llegar esa mujer, ninguno, pues, aunque Sonya y su hijo murieron a manos de Ricardo, no sufrió los horrores de mi hermana.

―Ya llegará el momento de la venganza, Leo, no te quepa duda de eso, ella pagará por todo el daño que ha hecho, vida tras vida y milenio tras milenio.

―Hay algo que no entiendo… ¿Por qué esperar tanto para destruirla? ¿Por qué no simplemente la acabamos y ya?

―Yo no entiendo mucho de eso, pero creo que es porque matarla ahora sería en vano, sería seguir año tras año soportando sus maldades.

―Max y yo la hemos seguido vida tras vida.

―Lo sé.

―¿Cómo lo sabes? Nadie más está enterado, solo Nick y estoy seguro de que ni siquiera a Ray se lo ha dicho.

―Porque yo estaba presente en su última vida. Hace quince años ustedes la asesinaron, lograron inmovilizarla y no pudo escapar de su destino; murió. Y estoy seguro de que esa no era la primera vez, ella estaba muy confiada en ganar, “como tantas otras veces”, según sus propias palabras, por lo que asumo, no fue la primera vez que lo intentaban.

―Ah.

―¿Ah?

―Ah. No se lo has dicho a Ray, supongo.

―No soy un bocón, por supuesto que no.

―Es mejor que no se lo digas, se supone que con Max hacemos negocios alrededor del mundo y por eso nos perdemos cada cierto tiempo.

―No tengo por qué meterme, además, en algún momento se sabrá, cuando todo esto acabe, cuando él esté seguro de que ustedes no corren peligro, porque esa es la razón por la que no se lo dicen, ¿no es verdad? No quieren que los detenga con el fin de resguardar sus vidas.

―Sí, Ray nos lo prohibiría, para todos es demasiado riesgoso enfrentarse a esa mujer.

―Es que lo es, aunque, la próxima vez que nos enfrentemos a ella, será para terminar con toda esta tortura.

―Sí. Espero que muera y que no vuelva nunca jamás a esta Tierra.

―Eso espero yo también. Y así será. Debemos ser positivos.

―Es tan difícil ser positivo cuando llevo casi un milenio de rencor a cuestas.

Sonreí. Ojalá yo tuviera solo un milenio a cuestas.

―¿Qué pasa? ―me preguntó al ver mi expresión.

―Nada. No imagino vivir tanto.

―Es difícil. A ratos es bueno. A ratos es malo. Es como tu vida, multiplicada por veinte.

Amplié mi sonrisa y él también dibujó una.

―Es muy difícil imaginar tener tantos años cuando uno creció con la idea de que iba a llegar a ser viejo, iba a tener una familia, hijos, a morir en paz rodeado de sus seres queridos.

―No fue eso lo que ocurrió.

―No.

Dos chicas caminaron hacia nosotros, sentimos su aroma y sus pasos antes de que llegaran.

―Hola ―nos saludó una, la más atrevida―, tan solitos que están, ¿no quieren bailar?

―Hola ―respondió Leo―, nosotros no bailamos, gracias.

―¿Y no quieren compañía o esperan a alguien?

Leo no quería ser descortés, pero tampoco quería compañía, él quería estar tranquilo, despejarse de sus recuerdos, de su vida. Yo no estaba mejor.

―Estamos haciendo tiempo para ir a buscar a nuestras esposas ―respondí.

―¿Son hombres fieles? Ja, no me hagan reír, ¿con esa facha? ―. La otra le dio un codazo, avergonzada―. Digan que no les gustamos, es muy fácil, y ya no los molestaremos.

―Perdón, solo queríamos bailar ―intervino la otra―, ya nos vamos. Vamos, Melissa.

―¿Por qué no responden?

Hice aparecer mi celular en la mesa y que sonara con una llamada entrante, en la pantalla apareció el nombre de “Amor” con la fotografía de una bella mujer.

―Amor ―respondí a la llamada ficticia―, ¿ya están listas? Ya. Sí. Sí, vamos enseguida.

Melissa quedó anonadada, pensó que le habíamos mentido, lo que sí era cierto, pero no tenía sentido hacerla sentir mal.

―Lo sentimos, nuestras esposas nos esperan y si vienen ellas a buscarnos, no creo que les guste que nos vean con dos estupendas chicas como ustedes, no nos creerán que no las conocemos ―indiqué.

La chica se encogió de hombros, se dio la media vuelta y se fue. La otra nos miró con cara de disculpa, le sonreímos y se fue apresurada.

―¿Cómo hiciste eso? ―me preguntó Leo.

―Puedo generar visiones, ¿lo olvidas?

―Pareció muy real.

―Pues no lo fue, eso te lo puedo asegurar. El problema es que ahora tendremos que irnos, nos esperan nuestras esposas.

―¿Y no puedes darles la visión de que nos vamos y luego ocultarnos de sus ojos?

―Podría, sí, ¿quieres que lo haga?

―No quiero irme, no todavía.

Puse un manto invisible alrededor de nosotros y les hice ver que nos íbamos, lo cual fue bueno, porque no apartaron sus ojos de nosotros hasta que “dejamos” el bar.

―Gracias ―dijo con voz baja.

―¿Qué pasa? ¿Quieres hablar?

―¿No he hablado ya lo suficiente?

―¿Es suficiente para ti?

Aparté los ruidos externos y sellé nuestros sonidos hacia afuera. Envié un mensaje al mesero que retirara nuestras cosas y que trajera una nueva jarra.

Una vez listos, miré a Leo que no había vuelto a hablar ni me había respondido.

―¿Es suficiente para ti? ―repetí.

―No. No, Manuel, siento que la rabia se acumula en mi pecho, que mi estómago se revuelve con los recuerdos y quiero acabar ya, ahora, estoy cansado, cansado, a veces quisiera acabar con todo, con mi sufrimiento, con mi existencia…

No dije nada, sus pensamientos estaban en desorden, tenía que sacarlos afuera, liberarse de esa carga que lo estaba aplastando, de otro modo, tendríamos una baja muy significativa en el grupo si hacía lo que tenía pensado, pues aquel mismo día, de no habernos encontrado, habría buscado la forma de acabar con su vida para terminar con su sufrimiento.





miércoles, 24 de febrero de 2021

22: Dudas

 

Aquella noche salimos a cazar los tres juntos, como en los viejos tiempos. Intentamos olvidar lo que estábamos viviendo y salimos a buscar a algunos delincuentes con los que nos divertimos por varias horas.

Al final de la noche, regresé a mi clan, satisfecho y con nuevos bríos, lo cual notaron todos, en especial Leo, que no me perdía el paso, pues estaba seguro de que la reacción de Marcos no había sido normal. Decidí que así sería mejor, de esa forma, desconfiarían más de mí, si lo hacían, Catalina lo sabría y de ese modo, estaría más segura de que yo estaba a su favor.

―Yo sé que nos ocultas algo ―me dijo Leo, sin ningún tapujo, después de vestirme para ir a trabajar y antes de subirme a mi coche.

―No sé qué te imaginas, Leo, pero no tengo nada que ocultar, si quieres, puedes pedirle a Nick que busque en mi cabeza; quizá puedas pedirle a Max que me torture hasta que cuente la verdad, esa verdad que tú crees que oculto; quizá puedas ver mis emociones, si estoy nervioso, si oculto algo. Tienes muchas formas de saberlo, Leo, así como también tienes mi palabra, la cual, supongo, no es garantía de nada para ti.

Se apoyó en el capó de mi automóvil y bajó la cabeza.

―Lo siento, es que falta tan poco para que llegue el gran día y no quiero que fracase justo ahora, sobre todo porque temo que ella no se presente ―confesó―, ¿por qué habría de hacerlo? Ella no tiene nada que perder, nosotros sí, si tú o cualquier otro nos traiciona y le abre el camino para que ella nos ataque antes de tiempo o no aparezca… Todo habrá sido en vano.

―Ella necesita esta batalla tanto como nosotros ―respondí―, si ella no libra esta guerra final, se muere, ella está tan interesada en hacer esto como cualquiera de nosotros, Leo, ella está perdiendo energía y su única fuente es su hermana, si ella no viene, es su fin.

―¿Y si sale mal?

―Es un riesgo que hay que correr, pero siento que saldrá bien, todo se está dando para que terminemos con esa mujer de una vez y para siempre.

―¿Y la hechicera? No tenemos idea, ni quién es, ni cómo la encontraremos.

―Marcos fue muy claro en decir que la encontraríamos, que ella misma llegaría a nosotros. ¿Cómo? No lo sabemos, pero estoy seguro de que lo sabremos en el momento indicado.

―Estás muy seguro.

―¿Gano algo con dudar? ¿Ganas tú algo con dudar? Has perseguido a Marina por siglos, Leo, aun a sabiendas de que no ganabas nada, sin embargo, ahora, cuando ya estás a punto de destruirla definitivamente, ¿estás dudando?

―¿Cómo sabes que la he perseguido todo este tiempo?

―Porque fueron ustedes quienes la mataron la última vez, ¿no es verdad? Tú y Max. Tú, por tu hermana, y Max por su esposa e hijo.

―¿Cómo sabes eso?

―Recuerda que yo seguía con Marina y Ricardo cuando ella murió, sé quién lo hizo. Ricardo se enojó más, para mí fue un alivio. Pude escapar de sus garras.

―¿Estás seguro de que no te molestó que la matáramos?

―Por supuesto que no, ¿qué crees? ¿Estaría aquí si fuera así?

―Quizá viniste de infiltrado de esa mujer para buscar nuestra debilidad y terminar con nosotros.

―¿Eso crees?

―No lo sé.

No me gustaba que dudara de mí, él había demostrado un amor incondicional por mi hija, su hermana. Puse mi mano en su hombro y le transmití la confianza que quería que sintiera, tanto en la destrucción de Catalina como en mí. Él me miró sorprendido, notó lo que estaba haciendo, por lo que velé su mente para que solo recordara la sensación y no mi presencia. Desaparecí y creyó que esa conversación jamás había existido, solo pensó que era mejor no pensar en tonterías.

Volví a salir de la casa, como si viniera de terminar de arreglarme.

―Leo, ¿pasa algo? ―le pregunté al verlo parado al lado de mi automóvil.

Me miró, decidía en su mente si decirme lo de sus dudas.

―Nada, nada.

―¿Estás seguro?

―Son cosas mías, no te preocupes.

―¿Pasa algo conmigo?

Yo sabía que, por un lado, no se sentía seguro de mis intenciones y, por otro, que sentía que no debía dudar.

―No, no, no te preocupes.

Caminó al interior de la casa, yo lo observé durante unos pocos segundos, me encogí de hombros y me fui a la ciudad.

Nada más estacionar en un conocido centro comercial, me encontré con Ray. Debo admitir que me sorprendió, no lo sentí, lo cual se me hizo raro, pues nadie se me pasaba por alto, o quizás iba tan metido en mis pensamientos que me descuidé, un error que pudo ser fatal si hubiese sido Nick.

―Hola, ¿y tú? ―lo saludé con una cínica sonrisa, Ray no me caía nada bien, sobre todo por sus constantes pensamientos en contra de mi hija, Isabel Castellán, quien él pensó lo había dejado plantado en el altar, jamás, ni por un segundo, se le pasó por la mente el que algo malo le hubiese pasado, aun cuando Max lo repetía constantemente, solo se preocupaba de él y sus sentimientos. Tampoco entendía a Joseph cuando este le decía que la Marina con la que se había casado y la Marina que lo destruyó no eran la misma persona.

―Te seguí ―me contestó sin mentir.

―¿Y eso?

―Quiero hablar contigo.

―Adelante.

―Leo desconfía de ti.

―Así es.

―¿Te ha dicho algo?

―No, se le nota en su actitud.

Asintió con la cabeza.

―¿Y tú? ¿También desconfías de mí?

―No lo sé. Dame motivos para no hacerlo.

―Si tengo que darte motivos para que no dudes de mí, es porque lo haces, ¿no?

―Sí, en cierto modo, algo no me cuadra, Manuel, te soy sincero. Toda esa historia de que aprovechaste el que ella no estuviera, el haberte ido en contra de Ricardo, el que llegaras justo con nosotros…

―Llegué con ustedes como pude llegar con cualquiera.

―¿Cómo sabes que no fue Ricardo el que te convirtió?

―Él no puede convertir a nadie, los que él convierte se mueren, eso lo sabes.

―No todos, hay algunos que sobreviven.

―No lo sé, eso me haría especial de algún modo, cosa que dudo que pienses que es así.

―Sí, tienes razón.

―¿Entonces?

―Ya te dije, algo no me cuadra y quiero entender qué es.

―¿Qué te puedo decir? Yo soy casi nuevo en esto. Durante varios años vagué solo en la tierra, no sabía que había más como nosotros, hasta que me encontré con un pequeño clan, una familia, tres, a quienes Marina había arruinado como a ustedes, a los cuales asesinó tras cinco años de conocerlos. Ahí me reclutó Marina, ¿qué debía hacer? Si no me sometía a ella, me mataría, vi cómo mató a esa familia, Ray, y te juro que no quería morir así. En cuanto tuve oportunidad, me aparté de ella y llegué con ustedes, como te digo, la suerte o el destino hizo que me encontrara con ustedes, quizá si hubiese llegado con alguien más…

―Quiero entender, Manuel, no pareces un neófito.

―Tengo cincuenta años, tampoco soy un niño. Tenía treinta y cinco cuando fui convertido.

―No, no lo eres, pero a veces me da la impresión de que tienes mucho más que los cincuenta que dices tener.

―¿Crees que te miento en eso?

―Dímelo tú.

―Si tuviera más, ¿habría razón para ocultarlo?

―Si estás con Marina y estás con nosotros para acabarnos…

―Mira, Ray, si quieres puedo irme de tu clan, no quiero causar conflictos, si Leo desconfía y piensa igual que tú, quizá lo mejor sería irme.

―No es necesario, solo quiero que me confirmes que tu historia es cierta.

―Mi historia es cierta. Quizá Ricardo sí me convirtió y por eso tengo esta apariencia de parecer mayor, pero no lo sé, porque un día estaba en mi casa y al siguiente, perdido en un bosque, no sé cómo llegué allí, no sé qué pasó, solo sé que mis ansias de asesinar eran muy fuertes, quería sangre, tenía un hambre tal que me hubiese comido a un regimiento entero. No sabía lo que me sucedía. Después de dos años, me encontré a esta pequeña familia. Esa es mi historia, no tengo pruebas para demostrarte que es cierto lo que te digo porque ellos ya no están con nosotros, estoy seguro de que te dirían la verdad.

Bajó la cabeza y negó con ella.

―Lo siento, es solo que…

―Está demasiado cerca el fin, ¿no? Y no quieres que nada salga mal.

―Precisamente.

―Saldrá bien, tiene que salir bien.

―Eso espero.

―Eso espero yo también.

―Bueno, me voy a trabajar. ―Se dio la media vuelta y luego se volvió a mí de nuevo―. ¿Qué haces aquí?

―Vengo a encontrarme con un cliente, es una mujer y prefirió un lugar público, nos encontraremos en el café.

―¿No tiene oficina?

―No, está de paso en la capital, es del sur, está iniciando su negocio y todavía es algo temerosa, yo la entiendo, con tanto monstruo suelto por ahí, lamentable es que las mujeres no pueden andar tranquilas ni confiar en cualquier desconocido.

―Es verdad, bueno, no te retengo más, que te vaya bien.

―Gracias.

Se fue a su automóvil y yo seguí rumbo a las escaleras. La verdad es que no me encontraría con ninguna clienta, debía ver a Viviana, la esposa de Nicolás Gárate, con quien me había citado para hablar acerca de una pequeña niña a la que quería adoptar y yo, como abogado, la ayudaría… a no hacerlo.

 



sábado, 20 de febrero de 2021

21: Reencuentro

 Mala’ikan jamás volvió a aparecer. No supe más de él. A Nikolai tampoco lo volví a ver. A veces nos enviábamos mensajes o llamadas telefónicas, pero yo, con el tema de destruir a Catalina, no podía apartarme del clan de Ray, mucho menos conectar con un vampiro tan antiguo, todo el mundo conocía a Nikolai, no por nada era el segundo más viejo, después de mi hermano y yo que teníamos la misma edad. A Marcos también le perdí el rastro hasta que una tarde fue a ver a Leo; tuve que proteger sus pensamientos para que Nick no se enterara de su sorpresa al verme allí.

―Hola ―saludó y se me quedó mirando.

―Hola ―respondieron los demás, ajenos a lo que ocurría, solo se dieron cuenta de que no dejaba de observarme.

―Él es Manuel ―me presentó Nick―, es nuevo con nosotros, hace poco salió de las garras de Marina, ¿lo conoces?

―No, jamás lo había visto ―respondió por orden mía a su subconsciente.

―Sí, se convirtió hace apenas unos cincuenta años y estuvo con Marina mucho tiempo ―agregó Ray.

―Cincuenta años… meditóQuizá por eso no lo había visto antes.

―Posiblemente.

Leo entonces me miró.

―Él es Marcos, un viejo amigo del clan, él nos ayudó con Marina cuando fue lo de mi hermana, él fue quien nos convirtió ―me explicó.

―Mucho gusto, Marcos ―saludé.

―El gusto es mío, Manuel. Manuel, ¿verdad?

―Sí, ese es mi nombre.

Marcos estaba muy sorprendido, si no esperaba verme allí, mucho menos pensó verme fingir que era casi un neófito, pero no podía darle explicaciones en ese momento, ya se las daría en cuanto fuera oportuno.

―¿Tienes alguna novedad? ―le preguntó Leo.

―Sí, sí. ―Me dio una breve mirada y luego se dirigió a Ray―. Marina está más cerca de lo que creen.

―¿A qué te refieres?

―Deben prepararse para la batalla final.

―Ya estamos preparados para eso ―intervino Max―, desde que fuimos convertidos hemos sabido que este momento llegaría.

―Sí, lo que no saben es que tienen que encontrar a la hechicera.

―¿A la hechicera?

―Así es, la única que puede acabar con Marina de una vez.

―Eso no estaba en nuestros planes, jamás nos lo dijiste ―replicó Leo.

―Ahora se los estoy diciendo.

―¿Y dónde la encontraremos?

―Ella llegará a ustedes, el trabajo que les toca es descubrirla, está oculta bajo capas y capas de olvido, puede que ni siquiera tenga idea de que es bruja.

―Será buscar una aguja en un pajar ―protestó Ray.

―Tienen ayuda sobrehumana, no será tan difícil.

―Tendrá que ser pronto, queda una docena de años, podrías habernos avisado antes, habríamos salido a buscarla ―replicó Max.  

―Es cierto, pero ya les dije, no tienen que salir a buscarla, tienen que encontrarla.

―Si nos tenemos que quedar sentados a esperar, no será fácil encontrarla ―repuso Max

―Nadie dijo que sería fácil.

―Si nos hubieras avisado antes… ―insistió Leo.

―No habría servido de nada. Ahora es cuando aparecerá, hasta el momento ha estado oculta de la vista de ustedes.

―Está bien, haremos lo que nos digas, ayúdanos para descubrir que es ella cuando la veamos.

―En eso, lamentablemente, no los podré ayudar, deben descubrirlo por ustedes mismos.

―¿Y si no lo logramos?

―Lo harán, pierdan cuidado, tendrán la ayuda cuando se requiera.

Dio una breve mirada en mi dirección.

―Manuel nos ayudará ―dijo Nick, a quien no se le pasó por alto el gesto de mi amigo, pese a mantener la mente de Marcos cerrada a sus verdaderos pensamientos.

―Cada una de las personas que lleguen a ustedes serán importantes para la batalla, incluso un neófito como Manuel.

―Estaremos atentos ―aseguró Ray.

―Perfecto. Ahora me voy, tengo otros clanes que visitar.

―¿Sigues solo? ―consultó Max.

Marcos se quedó pensativo, no contestó de inmediato, el problema de cubrir su mente de la de Nick, era que yo tampoco podía ver sus pensamientos.

―Algo así.

―¿Qué significa eso? ¿Tienes un clan?

―No, eso no. Bueno, me voy. Nos vemos en unos años.

―Está bien.

Se despidió de todos y cada uno, cuando llegó mi turno, extendió su mano y la estrechó con fuerza.

―Hasta pronto, Manuel, espero verte pronto.

―Eso espero yo también ―respondí.

El grupo se hallaba absorto en sus pensamientos, se preguntaban quién sería esa hechicera a la que debían encontrar, por lo que la actitud de Marcos hacia mi persona no les llamó la atención, no a todos.  

―¿Tú sabes algo, Manuel? ―me preguntó Leo.

―¿Algo de qué?

―De la hechicera, Marcos te miró como si tú supieras algo.

―Yo creo que me miró sin saber si hablar delante de mí o no, ¿cómo puedo yo saber algo? Yo sé que esa mujer debe ser destruida, pero de ahí a saber cómo… Hay un abismo de diferencia.

―Es cierto, Leo, Manuel todavía no sabe nada de esta lucha que deberemos librar ―concilió Max.

―Yo estoy dispuesto a ayudarles en lo que esté en mi mano, ya se los dije, y si tengo que usar mis poderes para encontrar a la bruja que la destruirá, lo haré.

―Perfecto ―sentenció Ray―. Entonces, tendrás que abrir muy bien los ojos para saber quién es ella. Todos tendremos que estar alertas para encontrarla. Nos quedan apenas unos pocos años para encontrarla y prepararla, en especial si no recuerda que es bruja.

―Tendré todos mis sentidos abiertos ―prometí.

Dio una señal de aprobación con la cabeza.

Aquella noche salí a cazar, eso dije, ya que en realidad, fui a visitar a Marcos.

―¿Por qué no me dijiste que estabas con ellos? ―me increpó nada más aparecer ante él.

―No tuve tiempo.

―¿No tuviste tiempo? ¡Esto lo llevas planeando por años, Medonte!

―Es cierto, solo que no sabía el momento exacto en el que se iban a dar las cosas.

―Me sorprendió verte allí, ¿te das cuenta de que Nick puede leer la mente? Seguro ya sabe que tú y yo nos conocemos de hace mucho más tiempo que tus supuestos cincuenta años.

―No sabe nada. Cerré tu mente para él, solo dejé que viera lo que tenía que ver.

―Esto es demasiado importante, Medonte, no podemos darnos el lujo de perder.

―Lo sé, créeme cuando te digo que esto es tan difícil para mí como lo ha sido para ti, solo que yo no me puedo dar el lujo de dejar mi autocontrol, todo el tiempo debo estar alerta. Ellos no pueden confiar del todo en mí.

―¿Por qué? ¿Por qué no les dices que tú eres el padre de la hechicera que debe acabar con Marina? ¿Por qué no les dices que tú no tienes cincuenta años, si no que más de dos milenios?

―¿Y por qué tú no dijiste  que tu mujer es mi nieta, la hija de Ray? ―repliqué.

Se quedó en silencio.

―Yo siempre supe que eras importante en la vida de mi hija, en la mía propia, en esta batalla, pero estás con ella más de cuatro siglos, ¿no tuviste un momento para decírmelo?

―¿Te molesta?

Su rostro y sus pensamientos me indicaron que se sintió desleal conmigo.

―No, no me molesta, sé por qué lo hiciste, así como tú tienes que mantenerla a salvo, cosa que te agradezco, también yo tengo que hacer cosas que no me gustan porque es parte de este proceso. Yo tuve que perder a mi familia, a mi hija de modos espeluznantes para tener la motivación suficiente para querer acabar con Catalina. Así tiene que pasar con el clan de Ray, él debe tener el impulso necesario para terminar con todo esto. Mi hija… Mi hija todavía tendrá que sufrir un poco más, ¿crees que me gusta? ―Marcos negó con la cabeza―. No. No me gusta, pero así tienen que pasar las cosas. Tú tienes que ocultar a mi nieta, tienes que ocultar tu gran amor para mantenerla a salvo. Aunque eso no quita que me lo podrías haber dicho.

―¿Y Marina? Ella no desconfía de mí, ni siquiera sabe que existo, al estar solo, puedo moverme en libertad y con sigilo, de haberte dicho, ¿no lo hubiera descubierto?

―Tienes razón. Esa mujer podría haberse enterado. Es mejor así.

―¿Qué quieres que haga?

―Quiero que te apartes de todo esto. Ve a otra parte del mundo. Catalina no se moverá de aquí, no en estos últimos años. Está quedando sin energía.

―¿Por qué me tengo que ir?

―Porque no puedes arriesgarte ni arriesgar a Andrea.

―¿No quieres conocerla?

―Aún no es tiempo.

Movió la cabeza afirmativamente.

―¿Y por qué me reclamaste entonces? ―me interrogó con algo de diversión.

―Porque tú me estabas atacando a mí ―respondí de igual modo.

―¿Qué harás ahora?

―Debería golpearte.

―Yo no me quedaré esperando a que me golpees sin defenderme, lo sabes, viejito ―se burló sin respeto.

―¿Ah, sí? Perfecto, ven aquí, muchachito, veremos quién es más fuerte.

Se largó a reír y yo también, jamás lo atacaría y sé que él tampoco lo haría conmigo.

―Jamás serás competencia para mí, me da miedo lastimarte ―reculó al fin.

―Sí, claro, lo entiendo muy bien.

―Ya, dime, en serio, ¿qué harás?

―Seguiré el rumbo marcado ―respondí con disgusto.

―No quieres.

―Por supuesto que no quiero. Quisiera sacar a mi familia de toda esta mierda y que vivan de una vez en paz. Llevo milenios esperando este momento y todavía no es seguro que ganemos.

―Saldrá bien, no puede ser en vano tanta espera.

―Eso quiero creer.

―Eres poderoso, Medonte, no dejes que el desánimo te gane justo ahora.

―Es lo que no quiero.

―Faltan menos de veinte años. ¿Quince?

―Doce.

―¡Nada! Nada para quien ha vivido tanto.

―Para quien ya está cansado de vivir es una eternidad.

―No puedes dejarte vencer justo ahora, Medonte, eres mi referente, por ti he hecho todo, tú has sido mi padre, mi amigo, mi mentor…

―Y también el mío ―intervino Nikolai que llegó hasta donde me encontraba con Marcos.

El abrazo fraterno no se hizo esperar. Los tres llevábamos muchos siglos sin juntarnos.

―¿Qué haces aquí?

―Las noticias de que se está desencadenando todo para terminar con Catalina han dado vuelta el mundo y me dijeron que estaba decayendo tu ánimo.

―¿Viniste a ayudar? ―le consulté.

―No todavía, vengo a ver cómo están.

―Quien te haya dicho lo de Medonte es verdad, está a punto de darse por vencido ―contestó Marcos por mí.

―Medonte, has vivido por y para este momento, no puedes rendirte ahora.

―Lo sé, lo sé, por supuesto que no cejaré ahora, es solo que… A mi hija le falta tanto sufrimiento.

―Es lo último, después de eso, vivirá feliz, en paz y sin una sombra de peligro. ¿Acaso no has luchado toda la vida por ello, incluso cuando no la recordabas? ¿O te olvidas de que tu corazón te hizo ver en la hija de Livia a la hija que perdiste y la criaste como tuya?

―No lo olvido.

―Siempre has vivido por ella, ahora que su liberación está tan cerca no puedes darte por vencido, ahora, más que nunca, debes tener la fuerza para seguir adelante. Falta el último pequeño esfuerzo y tendrás a tu hija de vuelta. A tu verdadera hija.

Resoplé.

―Tienen razón. Vivir tanto tiempo con esa mujer y ahora con el clan de Ray, pendiente de cada pensamiento para no ser descubierto me ha pasado la cuenta y ha sido más pesado que todos los siglos que viví ignorante de quién era y de mi pasado.

―Por eso no se te abrió todo antes, ¿te imaginas dos milenios con todo eso dentro? No habrías sido capaz.

―Hubiese buscado la forma de terminar con mi existencia.

Nikolai se acercó y puso su mano sobre mi hombro.

―Estoy seguro de eso y agradezco que Mala’ikan no te haya hecho ver todo eso antes.

―¿Sabes algo que yo no?

―Solo sé que fue él quien me envió a darte ánimos. Marcos está demasiado involucrado con tu nieta, si tuviera que elegir entre tu hija y su mujer, no tiene ninguna duda sobre a quién elegiría.

―Es algo normal ―defendí.

―Sí, por lo mismo no es buen consejero en este momento, además, tú y yo hemos vivido muchos más años juntos, te conozco de toda mi vida, formamos los primeros clanes de vampiros, aprendimos juntos en este camino, estuviste cada vez que te necesité, ahora quiero estar para ti.

―Gracias, Nikolai.

Me dio un afectuoso abrazo que recargó mis energías y sentí que podía acabar con Marina y con quien se interpusiera en mi camino para destruirla.

   



miércoles, 17 de febrero de 2021

20: Misión

Después de cuatro siglos de trabajar para Marina, ya sabía muy bien su modus operandi. Era una mujer que se ganaba la lealtad de la gente a base de amenazas y mentiras. Además, tenía a muchos seguidores que la admiraban por su fuerza y su maldad, seres tan malvados como ella.

Por fin, había llegado el momento de dar los últimos pasos para acabar con ella. Aunque todavía quedaran varios años por delante, el fin estaba muy cerca.

―Manuel ―me dijo una tarde―, tienes que encontrarla. Ella debe estar por nacer… O quizá ya nació… Puede ser que… ―hablaba casi para sí misma.

―¿Tienes miedo? ―pregunté sin pudor.

―¡Por supuesto que no! Ella jamás ha sido capaz de ganarme, ¿qué te hace pensar que me ganará esta vez?

―Yo no he dicho nada, solo te pregunté, es que me parece raro que estés tan nerviosa.

―No estoy nerviosa, solo quiero dar mis pasos bien pensados. Mi madre quiere protegerla de mí hasta el último minuto. ¿Te das cuenta de que solo en esta vida ella estará viva para acabar conmigo en el momento preciso?

―¿Y por qué no la acabas tú primero?

―No puedo hacerlo. El día de la batalla…

―¿Y no bastaría con que no te presentaras?

Ella bajó la cabeza. Jamás había hablado de ese tema con ella.

―Si no vas al lugar donde será la batalla, no correrías peligro ―insistí.

―No puedo hacer eso.

―¿Cómo no?

―Si yo no voy a dar la pelea, me muero. Al menos, si peleo, tendré una oportunidad. Con mi hermana, estoy segura de que puedo ganar, pero debe ser ese día.

―¿Cómo es eso de que te mueres?

―Necesito de su energía para poder vivir. Durante todos estos años, me he alimentado de ella, o de lo que quedaba de ella. En su última vida, no pude matarla.

―Lo hiciste.

―No, ella se salió de su cuerpo y, peor, ella estaba embarazada… Eso la hizo más potente. Luego, simplemente se fue. Se fue al lado de mamá. Si no la mato ahora, en el eclipse lunar…

―Por eso estás tan preocupada de que sobreviva hasta ese momento.

―Así es, lo que no significa que no la quiera ver sufrir.

―Y eso sería por…

―Haces demasiadas preguntas, Manuel, ¿me vas a decir que quieres defender a tu preciada hijita?

―Sabes que apenas la conocí, además, sé que tengo una hija, pero no la recuerdo, no tengo memoria de ella. Lo sé porque me lo han dicho. Además, han pasado demasiados años, no albergo sentimiento alguno por ella.

―Eso espero.

―Sabes que no miento. No puedo ocultarme de ti, ¿o sí?

―No. ―Se encogió de hombros―. Entonces, la vas a buscar y me vas a decir dónde vive, con quién, qué hace, a qué se dedica… Ya veré yo que hacer con esa información.

―Perfecto.

Salí de su presencia y tardé, a propósito, diez años de la vida de mi hija para decirle a Marina que la había encontrado. Hubiese demorado más, pero ella me buscó para cerciorarse de que no le mentía, así que tuve que decirle que al fin la había hallado.

―Cumpliste con tu trabajo, Manuel. Muchas gracias.

―¿Y ahora?

―¿Ahora? Ahora vas a ir con Raymond Kaulitz y los demás para infiltrarte y saber qué hacen. Cuando llegue el momento, les enviaré a mi querida hermana con ellos, les harás creer que soy yo para que la mantengan oculta hasta el día D, luego, apareceré yo y la mataré, ella no habrá tenido opción de aprender nada de magia si está con ellos. Mientras tanto me ocuparé de que no se entere de nada.

―¿Cómo podrán creer que eres tú si ella no tiene parecido a ti? Es decir, ella no tendrá tu carácter, ni tu…

―Deben creer que soy yo y que no recuerdo nada de mi vida. Tú se los harás creer. Puedes hacer eso, ¿no es verdad?

―Por supuesto.

―Hazlo. No me contactes si no es necesario, no quiero ningún error.

Hubiese querido quedarme con mi hija, pero al menos sabía que no la asesinarían.

Me fui a Inglaterra, allí se encontraba Raymond y Joseph haciendo negocios. Max y Leo buscaban a Marina, ellos buscaban matarla vida tras vida, solo lo consiguieron la última vez, porque ella lo permitió para sus planes.

Los seguí por varios días. Un día, tomaron un vuelo de regreso a Chile, así que supuse que se encontrarían en su refugio en las afueras de la capital, cerca de la costa, ese era su punto de reunión, un lugar muy alejado de todo y de todos.

Llegué al lugar y me escondí en el bosque. Una noche, ellos estaban cazando y corrí como si me persiguiera alguien. Los encontré por casualidad.  Les pedí ayuda y ellos me acogieron en su casa para protegerme. Les hice ver a Ricardo escapando de ellos.

―¿Por qué te perseguía Ricardo? ―me preguntó Ray.

―Por abandonar a Marina.

―¿Eras parte de su clan?

―¿Alguien es parte de su clan? No. Esa mujer es mala, es una desgraciada. Si pudiera acabar con ella…

―Eso es lo que nosotros queremos ―me dijo Leo.

―Ella arruinó a mi familia. ―No mentí.

―¿Qué estás dispuesto a hacer?

―Lo que sea necesario.

―Para destruirla hay que esperar el momento justo.

―Estoy dispuesto a hacer todo para terminar con esa bruja.

―¿Marina lo envió a matarte? ―me preguntó Nick.

―No. No. En su última vida se presentó un problema. ―Leo y Max se miraron―. Su muerte no fue la esperada y no pudo escapar de su cuerpo y ahora debía reencarnar. Volver a nacer como cualquier mortal.

―¿Ya nació?

―Sí, sí, supongo que debe tener unos diez, doce años. Aunque no sé cómo será.

―¿Sabes quién es?

―No, pero podría averiguarlo.

―¿Hace cuánto eres vampiro?

―Cincuenta años. Me convirtió por error un tipo al que jamás volví a ver.

―¿No sabes quién es tu padre?

―No.

Ray asintió con la cabeza.

―¿Y tus dones?

―Soy rastreador de tiempo y espacio. Puedo ver quién fue cada uno en su vida o de algún lugar, quién estuvo allí.

―¿Ya?

―También puedo manejar los elementos: agua, fuego, tierra y aire, como ataque.

―Bastante para un recién convertido ―meditó Leo.

―Y puedo provocar visiones ―concluí.

―¿Solo eso?

―Estoy aprendiendo a desaparecer.

―¿Estás aprendiendo o lo sabes?

―La verdad es que no ―contesté avergonzado―, no me resulta.

―Bueno, aquí podrás aprender ―me dijo Ray.

Yo sabía que ellos no confiaban en mí porque sabían mi conexión con Marina y Ricardo, pero así era como debía funcionar. Ambos bandos debían creer lo opuesto a la realidad: Marina debía creer que yo era incondicional a ella y Ray, que estaba allí para traicionarlos.



sábado, 13 de febrero de 2021

19: Despertar

 Al despertar, todo había cambiado. La familia de mi hija ya no estaba en el continente. Se habían marchado lejos con el exnovio de Isabel Castellán y sus amigos.

―¡No puedo creer que los hayas dejado ir! ―repliqué una vez más, Mala’ikan aceptaba mis exabruptos con gran paciencia, debo admitir.

―Así debía ser ―respondió sin alterarse.

―¿Y qué pasará con mi hija?

―Ella regresará.

―Sí, pero ¿cuándo? Ellos no estarán aquí para recibirla.

―¿Y quién te dijo que ella podía nacer solo en esta tierra?

―Ella siempre ha vuelto aquí.

Sonrió y negó con la cabeza.

―El mundo se está expandiendo, Medonte. La vida está cambiando. Tú tendrás que cambiar. Es más, ya no podrás seguir andando por ahí, como si te valiera nada la opinión de los demás. Ahora las reglas del mundo cambiaron. Debes mantener un bajo perfil, cuidarte de los hombres.

―¿Cuidarme de los hombres? Por favor, Mala’ikan, he terminado con ejércitos enteros.

―Sí, Medonte, pero hasta el momento te has enfrentado a seres humanos comunes, corrientes, ellos están evolucionando, su forma de pensar y de vivir está cambiando y este nuevo mundo que ellos están descubriendo les abrirá nuevos horizontes. El mundo jamás volverá a ser igual.

―¿Y qué se supone que debo hacer?

―Seguir adelante con el plan.

―Bien.

―Pero recuerda, debes mantener un bajo perfil y, al igual que tu hermano, deberás moverte, cambiarte el nombre y evitar ver a las personas por más tiempo del necesario, que no se percaten de que no envejeces.

―¿Se puede hacer eso?

―Claro, hay muchos lugares a los que escapar hoy en día, vives un tiempo en un lugar, luego te mueves a otro, y a otro, y a otro. Así, cuando vuelvas al lugar de inicio, no quedará nadie vivo que te recuerde.

―Entendí.

―Seguirás solo, lo sabes, ¿verdad?

―Sí.

―Ya no estaré para ayudarte.

―Lo sé.

―¿Estás seguro de lo que debes hacer?

―Me lo has repetido muchas veces, Mala’ikan, lo dejaste bien grabado en mi cabeza.

―Perfecto. Solo quiero que salga bien esta vez.

―Así será.

―Sabes que siempre hay un porcentaje de fracaso.

―Lo sé, pero pierde cuidado, aun si tuviera que dar mi vida para terminar con esa mujer de una vez por todas, lo haré.

―¿Y si la que debe morir es otra?

―Mi hija no morirá. Yo haré lo que sea para que ella viva libre y feliz de una vez por todas.

―¿Aun cuando tú no puedas estar con ella?

―Aun cuando yo tenga que morir para darle vida a ella.

―Estás muy decidido.

―¿Tú crees que para mí fue muy fácil verla morir, otra vez, de esa forma tan cruel? No, Mala’ikan, ¿crees que quiero que vuelva a pasar algo similar? Jamás. Abril no volverá a sufrir de ese modo.

―Sabes que no podrás evitar del todo su sufrimiento.

―Sí, hay cosas que tendrá que vivir, estoy consciente de eso, pero no volverá a ser asesinada de ese modo tan brutal, tampoco dejaré que mi hermano se le vuelva a acercar para lastimarla, mucho menos esa mujer.

―Bien. Ya sé que tienes las cosas muy claras, Medonte, puedo irme tranquilo de que cumplirás con tu misión.

―Así será.

―Yo ya cumplí con la mía.

Lo miré confundido, ¿a qué se refería? ¿A mí preparación? No parecía ser eso.

―Todos tenemos una misión, Medonte, todos.

Chasqueó los dedos y apareció Marina Alabrú, sonreía con la maldad característica de ella; no se volvió a mirarme.

Quise hablar, pero mi boca estaba sellada.

―Muchas gracias, Mala’ikan ―le dijo Catalina a mi mentor.

―Fue un placer.

―¿Estás seguro de que no se me resistirá?

―Por supuesto que estoy seguro, te será fiel y leal.

―Bien, supongo que todavía no recuerda, Ricardo ya está recordando, es más, ¿me vas a creer que quiso salvar a su hija? ¡A su hija! Como si eso fuera posible ―se burló.  

―Yo te dije que no sabíamos las implicaciones de que los convirtieras en esto, pero ya está hecho y ahora hay que aceptar las consecuencias.

―Yo no dejaré que ninguno de los dos recuerde.

―Medonte no recuerda, apenas ha tenido algunos destellos de recuerdos, nada importante.

―Por eso no se ha acercado a su hija las últimas veces.

―Por eso. Ni siquiera sabe que existe. En estos años de descanso, la volví a borrar de su memoria y, por supuesto, no le he dado a conocer sus poderes. No tiene idea de lo que tiene, más que fuerza y vida ―dijo con sarcasmo―. Será un buen lacayo para ti.

―Gracias.

―¿Qué harás ahora?

―Esperar a que regrese mi querida hermanita y ocupar a Ricardo y Medonte para acabarlos.

―¿Ricardo? ―preguntó Mala’ikan en voz alta, sabía que yo no sabía de quién hablaba.

―Licurgo. Ya ni siquiera sabe su nombre. ―Catalina lanzó una carcajada ante lo dicho.

―Bueno, muy pronto le pasará eso a Medonte.

―Sí, además, ¡son nombres tan anticuados! Le pondré un nuevo nombre. ―Se volvió a mí―. Te llamaré Manuel. Sí, me gusta ese nombre.

―¿Te lo llevarás de inmediato?

―No sabes cuánto esperé por esto, él se me resistía, imagina, ahora no ha dicho ni una sola palabra, nada.

―¿Qué esperabas que dijera? ―pregunté al sentir que mis labios se soltaron.

―Que me amenazaras, como siempre, que me reclamaras, que intentaras atacarme.

Miré a Mala’ikan quien me dio una significativa mirada para que le siguiera la corriente.

―¿Y por qué haría eso? ―consulté.

―¿No lo sabes?

―¿Debería?

Sonrió enseñando una hilera de dientes perfectos.

―No. No deberías. ¿Vamos?

―Vamos ―acepté.

Mala’ikan me dio la mano a modo de despedida y, a través de ese apretón, me envió fuerza sobrenatural, sabía que aquello iba a ser muy difícil para mí.

Me fui tras Marina, Ricardo, mi hermano, nos esperaba en una hermosa casona a las afueras de la ciudad.

―¡Medonte! Qué alegría verte aquí ―me saludó con un efusivo abrazo, que fue correspondido plenamente por mí.

―Lo mismo digo, Licurgo.

―Ahora soy Ricardo ―me aclaró.

―Sí, perdón. Yo ahora soy Manuel.

―Bien. Por fin lucharemos juntos las mismas batallas.

―Sí. Por fin estaremos juntos en el mismo lado de la trinchera.

Miré de reojo a Marina, sonreía feliz y confiada, después de todo, Mala’ikan me había entregado en bandeja para trabajar con ella, algo que jamás pensó que sucedería.

Quién lo diría: yo peleando a su lado, por fin vería lo que ella hacía, pues no solo se dedicaba a molestar a mi familia.

―Manuel, vas a ir al centro de la ciudad con Ricardo, quiero que te ambientes en cómo se tratan las cosas conmigo, tengo algunos clientes que no han sido leales a mí y no han pagado su tributo.

Busqué a mi hermano con la mirada, asentía desde un rincón.

―Perfecto.

―Ricardo, no dejes que se le pase la mano.

―Claro ―respondió este.

―Ahora vayan, yo necesito dormir un rato.

Esbocé una pequeña e imperceptible sonrisa; supe que mi plan había funcionado.

 



miércoles, 10 de febrero de 2021

18: Nuevos poderes

 

Mis poderes aumentaron cada vez más. No solo en potencia, sino en todo aspecto.

Ya no solo me podía convertir en cientos de murciélagos, o en uno, también los dominaba, ellos eran mi ejército; podía leer las mentes de todo aquel que se cruzara en mi camino; era capaz de manejar las emociones humanas a mi antojo, podía provocarles miedo, alegría, tristeza, en fin, lo que yo quisiera; podía provocar dolor, visiones, locura temporal; podía controlar el clima, o el microclima, solo mi zona; podía controlar algunos elementos, moverlos a mi antojo; podía pasar desapercibido como hacerme muy notorio. En fin, mis poderes, cada vez, con cada año, aumentaban más, parecían que no tenían límites.

Mala’ikan, como tantas veces, desapareció por más de medio siglo. Tiempo en el que aproveché de viajar, conocer otros lugares y poner en práctica mis poderes.

Antes de llegar a un sitio, lo investigaba. Me paseaba de noche buscando entre las mentes de sus moradores cómo vivían, cómo era su cotidianeidad. Dependía de eso, el cómo yo actuara. Muchas veces me encontré con lugares llenos de maldad, mujeres siendo esclavizadas, sometidas y niños explotados; allí me dedicaba a generar miedo, sembraba el pánico entre quienes se aprovechaban de los más débiles. En otras ocasiones, el pueblo era pacífico, gente humilde que se apoyaba y se preocupaba de sus vecinos, entonces, los ayudaba, les daba regalos y les enseñaba cómo lograr tener un mejor vivir. A veces, era uno o dos los que aplastaban a los demás, en esos casos, solo ellos pagaban por sus fechorías.

Debo admitir que me divertí mucho y pude olvidar, en parte, mis problemas, aproveché y cultivé mis poderes, me hice más fuerte, aprendí mucho más de lo que sabía, aunque, por supuesto, ya no pude olvidar a mi hija, y la veía en cada chica abusada, en cada mujer golpeada por su esposo, en cada joven infeliz, ellas eran las primeras en mi lista para obtener justicia.

Una tarde, muchos años después, sentí el llamado de Marcos, saber cuándo alguien me necesitaba era otro de mis recién adquiridos poderes, y nos encontramos en Italia.

―¿Qué pasa?

―Tu hija volvió.

―Lo sé.

―Catalina le quitó su cuerpo.

―Lo sé.

―¿No harás nada?

―No.

―¿Por qué?

―Porque no puedo hacer nada. Si me acerco, la mata; si hago algo… No, déjala que viva su vida así, ojalá que se mantenga alejada de esa mujer.

―¿Tú crees que Marina la deje tranquila?

―¿Marina?

―Catalina… Como se llame. Ya lleva varias vidas usando el nombre de Marina.

―Bueno, ¿qué quieres que haga yo? ¿Cómo está? ¿Es feliz?

―Sí. Es muy querida, se reencontró con su amor, pero Marina le está pisando los talones.

―No es el momento de terminar con Marina, si intervengo ahora, será peor. Estoy atado de manos, Marcos, no puedo hacer nada.

―No eres el Medonte que recuerdo.

―Sigo siendo el mismo, solo que no quiero ver morir a mi hija una vez más. Yo… Yo tuve la visión de su última muerte y… Marcos, no… No quiero que ella vuelva a sufrir de ese modo. Mejor me alejo, quizás así Marina la deje tranquila.

―Tú sabes que no es por ti que Marina la mata vida tras vida, ¿cierto?

―No, no lo sé, porque no sé por qué lo hace, no sé cuáles son sus motivos, no sé qué tiene en mi contra... No sé, Marcos, pero si puedo aportar en algo a que no se enoje más, lo haré, no me importa no ver a mi hija si con eso resguardo su vida.

―Entonces, no harás nada para verla.

―No.

―Ni de lejos.

―Ni de lejos.

―Está a punto de casarse.

―No puedo verla.

―Bueno. Yo la protegeré.

―Gracias.

Marcos me miró con decepción. Sabía que él no esperaba que me mostrara tan frío ante la vuelta de mi hija, pero sabía que así debía ser. No era tiempo de acabar con la maldita de Catalina, aunque ella acabara con mi hija una vez más.

―Bueno, nos vemos por ahí.

―Sí, ya te buscaré.

―Estás extraño.

Soy extraño.

―No, te conozco hace mucho como para saber que no estás como siempre.

―Tal vez estoy cansado.

―¿Cansado de correr detrás de Marina o de salvar a tu hija? ¿Tan cansado que no la verás siquiera en el altar? Una vez en tu vida, en toda tu larga existencia que podrás hacerlo, ¿y te niegas a ir?

Lo observé por un rato antes de contestar.

―Estoy muy cansado. Vivir tanto no es bueno.

―¿Estás cansado de vivir?

―Algo así.

No me creyó y era la idea, quería que pensara que me estaba cansando de defender a mi hija, de estar en contra de Marina.

―Bueno… Nos vemos. ―Se fue sin esperar mi respuesta. Yo hubiese dado todo con tal de que no se fuera así, sin embargo, si quería que las cosas salieran como esperaba, debía actuar de ese modo, nadie podía saber lo que planeaba.

Había llegado la hora de preparar la gran venganza. Una venganza que tardaría siglos en llegar.

Cerré los ojos y me dirigí al bosque, haría algo que jamás pensé hacer: dejar que Catalina y Licurgo asesinaran a mi hija de la forma más cruel, pero no debía intervenir, solo llevaría a Leo al lugar, si él la salvaba… No, no debía hacerlo.

Leo, el hermano de Galiana, mi hija en su vida anterior, se encontraba cazando en el bosque. Debía conducirlo hasta donde tendrían a mi hija, lo hice ver a un extraño al que cazar.

Apresuré el tiempo. No podía aceptar que tardaran tanto en su tortura, por lo que adelanté el tiempo y, cuando llegó Leo al fondo del barranco, Catalina la lanzó sin piedad, sin embargo, no se quedó tranquila y le lanzó una llamarada para terminar con la vida de mi pequeña. Llama que apagué de inmediato, solo pareció que seguía quemándola. Mandé a la mente de Ricardo la orden de que se fueran del bosque.

Leo tomó a mi hija en sus brazos y la iba a convertir, todavía estaba a tiempo, seguía viva. Con el pecho apretado y el corazón en un puño, la maté. Yo la asesiné. En realidad, la separé de su cuerpo, debía acabar con su vida, si quedaba viva sería presa fácil de Catalina, además, como hechicera original, no podía ser convertida en vampira, eso la aniquilaría por el resto de los tiempos.

Observé a Leo llorar y sentí su dolor. Él veía a su hermana en esa chica que yacía muerta en sus brazos. ¡Claro que debía recordarla! Eran una sola alma. Abril salió del cuerpo maltrecho y acarició la cabeza de su hermano, sí, su hermano, pues, aunque eso había ocurrido en una vida pasada, él jamás dejó de sentirla de ese modo.

Me interné en el bosque. Recogí la caja de regalo que ella le daría a su prometido y me la llevé a casa. Ese sería mi recuerdo más preciado, lo único que había podido conseguir de mi hija, a quien no vería si no hasta varios siglos, ya estaba previsto que ella solo volvería para el tiempo del final de Catalina.

―El tiempo pasa rápido, Medonte, tú sabes que así es ―me habló Mala’ikan conociendo mis pensamientos.

No necesité volverme, sabía con exactitud el lugar en el que había aparecido, además, después de tantos años…

―Unos años más, unos años menos… ―continuó.

―Cada vez los días son más lentos.

―Estás cansado, deberías tomar un respiro.

―¿Un respiro?

―¡Sí! Estás agotado.

―¿Y qué hago? No tengo forma de descansar.

―No digas que no hay forma. Siempre hay una forma. Recuérdalo. Siempre hay una forma, Medonte.

―Yo no tengo forma de descansar.

Me sonrió del mismo modo de siempre, solo que en ese momento incluía algo de lástima en su expresión.  

Puso su mano en mi cabeza y ya no recuerdo más, ni de aquel día, ni de los siguientes veinte años.



sábado, 6 de febrero de 2021

17: El indicado


Comencé a recordar, día a día, cada cosa olvidada en mi memoria. Mi Selena, mi hija, la muerte de mi padre, la de mi madre y mis hermanas…

Por lo mismo, el tratamiento no se hizo a diario. Tardamos más de un año en terminar el proceso.  

―Bien… ―me dijo Mala’ikan el último día, tan agotado como yo―. Hemos terminado la primera parte. ―Sonrió con ironía.

―La primera parte… ―repetí sin creer lo que escuchaba.

―Así es. Ya recordaste. Ahora nos toca develar tus poderes. Hasta ahora no has sido más que un tipo con vida eterna y fuerza descomunal. Aparte de eso, no has usado mucho más de lo que tienes.

―¿Qué tanto tengo?

―Te aseguro que ni te lo imaginas.

―Y supongo que mi hermano sí los ha usado todos a favor de Catalina.

―Algunos, sí, más que tú, pero no todos, eso te lo puedo asegurar.

―¿Cuándo empezaremos?

―En una semana.

―¡Una semana?

―Así es. Estás débil. Es mejor esperar a que te repongas.

 ―Está bien.

―Me voy. Tengo por delante una semana muy agitada. Descansa.

―Sabes que no puedo.

―Pues aliméntate, camina y trata de no pensar en lo que se viene, mejor recuerda las razones por las que estamos haciendo esto.

―Tengo claro por qué lo estoy haciendo yo, lo que no tengo claro es por qué lo haces tú.

Sonrió con su modo tan particular, entre burlesco e indulgente.

―Paciencia, Medonte, paciencia.

―¿Me lo dirás alguna vez?

―Puede ser ―respondió y luego asintió con la cabeza―. Cuando todo esto pase.

―Me tocará seguir esperando.

―La paciencia es… ―repuso con diversión.

―Sí, ya lo sé.

―Ahora me voy, ya sabes, aliméntate y descansa. Te hace falta.

―Gracias.

―De nada.

Hizo un gesto de despedida y desapareció.

Salí a cazar y, tras reponer mis fuerzas, me fui en busca de Marcos. Él seguía ayudando a la familia de mi hija. Necesitaba saber qué ocurría con ellos. Todos habían sido convertidos, menos la madre, era una bruja.

No me acerqué a ellos, pues no quería que apareciera Catalina… Pero apareció.

―Hola, Medonte ―me saludó burlándose de mí.

―¿Qué haces aquí?

―Lo mismo que tú, visitando a la familia.

―¿Qué quieres decir?

―Por favor, Medonte, no te hagas el idiota, que por cierto lo eres; tú ya recordaste todo, se te nota en la cara lo mucho que me odias.

―Siempre te he odiado.

―Pero ahora más y con razón.

―Cada día te odio un poco más, no es novedad.

―Ay, Medonte, no seas tan agresivo, yo soy una mujer.

―Sí, una débil y delicada doncella, ¿no? Eres cualquier cosa, Catalina, menos una mujer.

―Sí, bueno, muchos dicen que soy una bruja en toda la expresión de la palabra. Y sí. Lo soy ―admitió con una sonrisa de satisfacción―. En todo caso, querido, no me llames Catalina aquí, ahora soy Marina Alabrú.

―Marina…

―Bonito nombre, ¿no? Soy una mujer muy influyente en este país.

―Tú no necesitas un nombre para influir en nadie.

 ―Gracias, querido ―respondió con una sonrisa, la que se esfumó en menos de cinco segundos.

―¿Qué pasa? ―pregunté, a sabiendas de lo que pasaba.

―No puedo leerte.

―¿Cómo que no puedes?

―¡Eso! ¿Qué estás haciendo?

―¿Yo? Nada, ¿qué puedo estar haciendo? Ni siquiera sé a qué te refieres.

―Tu mente siempre ha sido un libro abierto para mí, Medonte, y hoy no puedo entrar a tus pensamientos. ¿Acaso Mala’ikan te puso un escudo?

―No tengo idea ―contesté con mi mejor cara de inocente.

―No importa, ya lo descubriré yo.

Se dio media vuelta y se marchó a toda prisa. La observé durante un rato, sé que podía sentir mi mirada sobre ella. El saber que no podía entrar en mí, la descompuso demasiado, tanto, que estuvo a punto de tropezar y caer.

Yo, haciendo uso de mis nuevos poderes recién descubiertos, me convertí en cientos de murciélagos y volé lejos de allí.

―Te felicito ―me dijo Mala’ikan al día siguiente que nos vimos.

―¿Por?

―Catalina está enfurecida.

―¿Y eso? ¿Fue contigo?

―¡Por supuesto! Llegó a pedirme explicaciones.

―¿Qué le dijiste?

―Le dije que había puesto un escudo a tu alrededor para que la madre de Galiana no te descubriera, yo estaba seguro de que irías a buscarla.

―Pero no lo hiciste tú.

Sonrió.

―No. Eso lo hiciste tú. Pero quiero que crea eso, así, cuando tú te unas a su causa, ella creerá que puede leerte la mente sin problemas.

―Ella no debe saber qué poderes tengo.

―No. Ni los que tienes, ni los que adquirirás. Ella debe creer que eres un simple vampiro cuyos poderes no se han desarrollado, al menos no del todo.

―No sé si seré capaz de estar a su lado sin matarla.

―Lo serás. Tienes un autocontrol pocas veces visto, Medonte. ¿Recuerdas que te dije que solo un alma que sea capaz de controlar sus emociones podrá contra ella? Pues ese eres tú.

―Estoy dispuesto a lo que sea con tal de acabar con ella en el momento preciso. Aunque aún no me queda muy claro por qué hay que esperar tanto.

―Espera un poco. Cuando terminemos, te contaré la historia.

―No te preocupes, la paciencia es la virtud de los dioses y, soy mitad dios, ¿no es así?

Asintió con la cabeza muy lentamente.

―Precisamente y estás destinado a convertirte en uno si cumples tu propósito.

―¿…Que es…?

―¿No lo imaginas?

―¿Acabar con Catalina?

―Acabar con ella y con todo lo que representa.

―No tengo ningún problema en cumplir ese propósito, entonces, aun si no consigo convertirme en un dios.

Mala’ikan me dio dos golpecitos en el brazo.

―Estoy seguro de que conseguirás tu propósito, de otro modo, no te hubiera recomendado para el puesto.

―¿Qué?

Supongo que la confusión se me reflejó en la cara de un modo demasiado notorio, pues él se echó a reír muy divertido. Yo no le encontré la gracia. El intentó ponerse serio.

―Medonte, eres el candidato perfecto para acabar con ella. Aparte del rencor que sientes por esa mujer, tienes una capacidad mental y emocional muy pocas veces visto, eres semidiós, fuiste pareja de Selena, tienes una hija muy especial… Te repito, eres el candidato perfecto.

―Puedo entender que eso sea así, gracias por tanta adulación, no obstante, de ahí a haber sido recomendado por ti, hay un abismo de diferencia. ¿Por qué lo haces?

―Ya te dije, te he tomado afecto.

―No, esto no se trata de afecto, Mala’ikan, ni esto es de ahora, esto estaba en el destino desde mucho antes que llegara Catalina a mi vida. Incluso, sin temor a equivocarme, desde antes de la llegada de Selena.

Asintió con la cabeza con gran lentitud.

―Desde antes de los tiempos.

―¿Quién lo decidió?

―Los dioses.

―¿Los dioses?

―Los ángeles, los dioses, los demonios, como quieras llamarles. Al fin y al cabo, es lo mismo.

―Pero ¿por qué yo?

―Porque tú eras el indicado, ya te lo dije.

―¿Por qué entonces me amenazaste y permitiste que Catalina asesinara a mi familia?

―¿Habría servido de otro modo?

―¿Qué?

―Eso. ¿Habría servido de otro modo? Si no tuvieras el incentivo del resentimiento en contra de Catalina, ¿estarías dispuesto a acabar con ella?

Bajé la cabeza, lo más probable era que no. De hecho, la respuesta era no.

―¿Lo ves? Las cosas a veces tienen que hacerse de una forma inentendible para los humanos, ¿no has escuchado que todo pasa por algo y que todo es para mejor?

―Eso es un consuelo para los tontos.

―No. Eso es la realidad. Nosotros velamos por los humanos y, aunque muchas veces no podamos defenderlos de todo, siempre hay una razón detrás, una razón que terminará en muchos más beneficios.

―O sea, todo lo que has hecho, lo has hecho por mi bien.

―Por el bien de todos, Medonte, por el bien del mundo.

―Bueno, en todos estos siglos, milenios, no ha sido muy beneficiosa, ni mi conversión, ni la libertad de Catalina.

―No, por ahora, pero luego, cuando ella se vaya… Te aseguro que todo será mejor.

―Espero que valga la pena.

―Valdrá todo el esfuerzo, todas las lágrimas, todo el dolor. Te lo aseguro.

Lo miré directo a los ojos.

―Te lo juro ―prometió con firmeza.

―Eso espero. ―Mi voz fue como un ruego, las cosas no se me habían dado fáciles y, estaba seguro, el futuro tampoco sería muy alentador.

 



16: Galiana


Marcos regresó con la noticia de que toda la familia de Galiana, mi hija, estaba en proceso de ser convertida, excepto la madre por ser una bruja.

―Tuve que negar tu existencia y decir que no tengo clan ―me explicó―, les dije que me había enviado una vieja amiga.

―¿Y eso?

―Cuando iba en camino, Estrella me lo dijo. No sé bien la razón, solo obedecí.

―Está bien, seguramente es para ponerlos a salvo de mi persona, Catalina puede saber dónde están ellos a través de mí.

―Sí, es lo más probable.

―¿Qué debes hacer ahora?

―Esperar.

―¿Esperar a qué?

―A tener nuevas instrucciones, mucho me temo que tendré que dejar tu clan, debo ir a reclutar más gente y, además, tengo que separarme de ti si queremos que esto funcione. Yo debo ir y venir por el mundo.

Me quedé en silencio. Una separación más por la estupidez de Catalina.

―Siento mucho tener que dejarte, si no fuera necesario…

―Lo sé, Marcos, no lo sientas por mí, lo siento yo por haberte metido en este lío.

Me dedicó una agradecida sonrisa.

―No lo sientas, esto es lo que quiero, así me siento vivo, tú sabes que me gusta la aventura, además, así tendré posibilidades de sacar afuera lo que soy.

―Tienes razón, estoy seguro de que lo harás muy bien.

―Eso espero.

Nos dimos un abrazo fraterno. Ese muchacho sería muy importante en mi vida y en la de mi hija, aunque es ese momento no me imaginaba el cómo.

―Adiós, Medonte, ya nos veremos por ahí.

―Seguro que sí, si me necesitas, sabes cómo encontrarme.

―Claro. Gracias.

―Gracias a ti.

Se fue.

Debo admitir que me sentí solo. Más solo de lo que nunca había estado. Corrí por varios kilómetros y me senté a la orilla de un acantilado. De pronto, allí pude percibir una energía. Tuve una visión. Una hermosa muchacha, a mi hermano y a Catalina. Esa joven era arrastrada por Licurgo, mientras Catalina hacía callar a un perro que los seguía, ladrando y gruñendo.

―¡Calla a ese perro! ―le gritó a mi hermano.

Licurgo dejó a la joven y caminó hasta el perro. Con la fuerza de sus manos, lo partió en dos, le abrió las entrañas y comió de él. Dejó sus restos tirados. Volvió con la muchacha y la agarró del pelo.

―Lo mismo te va a pasar a ti ―la amenazó.

Tuve que repetirme que era solo una visión, de otro modo, me hubiera lanzado a defenderla.

Catalina la agarró del pelo y la escupió en la cara.

―Querida hermanita, eres tan estúpida, siempre, en cada vida, en cada una de ellas, te me entregas en bandeja. Podrías escapar de este cuerpo, pero jamás te has preocupado de aprender, tampoco es que mamá haga algo al respecto, ¿verdad? Pareciera que no te quisiera. Bueno, siempre he sido la favorita.

¡Esa era Abril! Mi pequeña.

No quería seguir con esa visión, pero me fue imposible apartarme, necesitaba saber lo que había ocurrido.

Los detalles de tan horrible desenlace me tuvieron por mucho tiempo con el alma en carne viva. Aunque hubiese carecido de alma.

El dolor que le provocaron…

Licurgo abusó de ella, le quebró diversos huesos, le arrancó el cabello, Catalina la quemó, sin matarla. Al final, la dejaron abandonada en un basural. Murió sola, adolorida y asustada.

Al rato, llegó un hombre joven que se quedó estático al ver la escena. Cuando reaccionó, corrió hacia ella, luego llegaron otros dos. Uno de ellos dio un grito desgarrador y tomó a mi hija en sus brazos. Parecía ser su novio. La besaba y lloraba con gran desespero.

Por mis mejillas corrían densas lágrimas de sangre.

―Debemos llevarla a casa ―dijo el primero que había llegado.

―Sí, no puede quedarse aquí ―replicó el que la sostenía en sus brazos―. Este no es lugar para ella.

Se levantó con ella y el primero la cubrió con su propio abrigo. Se fueron en total desolación.

Lloré por mucho tiempo, hasta que mis lágrimas cesaron.

―Lo siento ―dijo Mala’ikan a mis espaldas.

―Esa mujer debe morir. Y mi hermano también.

―Tu hermano está bajo un hechizo muy poderoso.

―No puede ser que tanta maldad sea provocada por un hechizo, si él no quisiera.

―Licurgo duerme bajo esa fachada, Medonte, él no sabe lo que hace.

―¿Cuándo pagará por sus atrocidades?

―Falta para eso. Se deben dar ciertas características. Pero no te preocupes, cada vez falta menos.

―¿Y sabes cuántos faltan en realidad?

―En menos de dos siglos todo debería estar terminado.

―¡Dos siglos!

―¿Qué son dos siglos para los casi dos milenios que has vivido?

―Dime algo, esa visión que vi…

―Ella era Galiana, su última reencarnación.

―Esa es la familia a la que ayudó Marcos.

―Sí.

―La amaban ―dije con lágrimas rubíes que no querían dejar de brotar.

―Mucho. Ella fue muy feliz en esa vida.

―¿Y si no sale como esperamos? ¿Qué pasa si no logramos acabar con ella?

―Habrá que esperar quinientos años.

Resoplé. Podía esperar dos siglos, pero ¿setecientos años?

―Recuerda, la paciencia es…

―La virtud de los dioses, siempre me lo dices ―lo interrumpí con fastidio.

―Bien, la verdad es que me gustaría seguir compadeciéndote, pero lo siento, hay que seguir sacando las capas de olvido en las que te atrapó Catalina.

―Está bien. Ahora más que nunca estoy decidido a sufrir lo que sea con tal de acabar con esa mujer.

―No será agradable, ya te lo dije.

―No me importa, no será peor de lo que sufrió mi hija antes de morir.

―En eso tienes razón, pero será muy similar, te lo puedo asegurar. El que hayas tenido esa visión es parte de lo que está saliendo a flote y saldrá mucho más.

―No me importa. Por vengar a mi hija y acabar con esa bestia, estoy dispuesto a todo.

―Sigamos, entonces, nos queda un largo camino por delante.

Al igual que la primera vez, un dolor lacerante se apoderó de mi cabeza, pero en aquella ocasión, un dolor punzante, como golpes, lastimaban mi pecho; la luz que enceguecía mi mente, a la vez que la iluminaba, me desorientaba; no necesitaba el aire, sin embargo, parecía que me había quedado sin aliento. De pronto, sentí como si alguien hubiese agarrado mi corazón y comenzado a estrujarlo; sentí que la vida se me iba y, por un segundo, pasó por mi cabeza que Mala’ikan no hacía aquello por ayudarme, al contrario, que había encontrado la manera perfecta de aniquilarme.

Abrí los ojos para ver lo que ocurría, si Mala’ikan quería destruirme, no se lo permitiría, lucharía con todas mis fuerzas hasta el final. Lo que vi, me conmocionó. Él tenía los ojos cerrados y de mi cuerpo al suyo, pasaban un millar de pequeñas luces que golpeaban su cuerpo como puntas de lanzas. El dolor debió ser insoportable. Volví a cerrar los ojos, no era capaz de mantenerlos abiertos.

―Τελείωνε. Μέχρι εδώ!!! Telione. Mejri edo!! (¡Termina, hasta acá!) ―gritó de repente y todo se detuvo.

Caímos ambos al suelo como la primera vez, solo que mucho peor que ese día.

―¿Estás bien? ―me preguntó.

―Sí… ¿y tú? ―contesté y él me miró sorprendido.

―Bien, creí que pensabas que te quería asesinar ―me respondió burlesco.

―Viste mi mente.

―Tu mente debe estar abierta en el proceso, Medonte, debo sacar hasta los más recónditos recuerdos, de otro modo, de nada servirá. Obviamente, los más recientes y los que te surgen en el momento son los más fáciles de ver.

―Lo siento.

―No lo sientas, es normal que hayas pensado eso, yo te dije que no iba a ser fácil, además, fue un pensamiento efímero en tu mente, sé que, pese a todo, confías en mí.

―Sí, y no me preguntes por qué.

Volvió a sonreír con su típica expresión de ironía y compasión.

―Ya lo comprenderás algún día.

―¿Cuánto tardará esto? ―Cambié el tema a propósito.

―Bastante, ¿qué quieres que te diga? Empezando por el hecho de que no podemos hacer esto todos los días, las fuerzas, las energías se escaparían de nuestros cuerpos, eso es un lujo que no podemos permitirnos.

―¿Entonces? ¿Cada cuánto será?

―¿Te recuperaste en esta semana?

―Sí.

―Perfecto. Entonces, será una vez por semana. De todas maneras, debemos estar atentos, tienes que estar recuperado, de otra forma, esto no dará buenos resultados.

―Está bien. ¿Y tú?

―No te preocupes por mí, yo me recupero enseguida.

Asentí con la cabeza.

―Bien, me voy. Recuerda, aliméntate, descansa, relájate.

―Sí.

―Recordarás, tendrás visiones, tendrás que aprender a controlarlas. Mientras menos gente veas, mejor, intenta mantenerte dentro de ciertos límites. Uno de tus dones es ver cosas que han pasado en un lugar o a una persona, si no lo controlas, te desquiciarás. Por eso tuviste esa visión en el acantilado, pudiste ver lo que había ocurrido allí. Eres un rastreador, Medonte, ya trabajaremos en eso.

―Está bien.

Sonrió.

―Y no, no te quiero matar. Digamos que te he tomado afecto.

Dicho eso, desapareció sin darme tiempo a responderle.