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sábado, 27 de marzo de 2021

29: Cansado de luchar

 

Luego de que Ray subiera a verla y fuera rechazado por ella, se dirigió a su despacho. Yo lo seguí, sabía que Ray podía querer eliminarla en cualquier momento; su lucha interna todavía no cesaba.

Cuando Joseph, en la habitación, nombró a nuestro líder con su nombre, Abril se descontroló, eso no lo hice yo, lo hicieron sus pesadillas. Por las noches, ella despertaba llamando a “Ray”, ella estaba segura de que él era su asesino y al saber quién era Ray en esa casa, el terror la invadió. Cuando Joseph le explicó que Ricardo la había mandado con nosotros a morir, tuve que intervenir, no por ella, por Ray, pues al escuchar el nombre de mi hermano, el odio por Abril volvió a aparecer y sus ansias de matarla también.

No ayudó mucho el que ella justo se envalentonara y se pusiera a discutir con Joseph exigiéndole una explicación a lo que estaba ocurriendo allí. Le gritó que Ray la iba a matar y eso fue la gota que rebalsó el vaso de la ira de ese hombre. Debo admitir que intentó controlarse, pues su primer impulso fue subir y quebrarle el cuello para darle la razón a Abril de que era un monstruo, por lo que ataqué las emociones de mi hija con mayor ímpetu, era inútil intentar actuar sobre él para calmarlo. Decir que me partía el alma verla o sentirla en ese estado, es un eufemismo, mi dolor era superlativo, no obstante, si él la atacaba, yo no me controlaría y lo destruiría, el problema era que todos y cada uno de los habitantes en esa casa eran importantes para acabar con la maldita de Catalina.

Mi hija se encerró en el baño. Joseph le rogaba que saliera. Ray intentaba controlarse y el dolor de mi hija hizo mucho para aplacarlo. Solo entonces pude intervenir las emociones de ambos, claro, las de él eran mucho más difíciles, porque no se trataba de su corazón, se trataba de una maldición. Por fin, nuestro líder sosegó su rabia y eso dio paso a la preocupación. Subió a ayudarla y yo bajé las revoluciones de los sentimientos de mi niña, había sido tan fuerte mi intervención que quedó agotada, incapaz de moverse y salir del baño. Ray, desesperado al saber que ella se encontraba mal, sacó la puerta y la tomó en sus brazos. Ya no había odio en él. Pude descansar.

―¿Qué hacías? ―me preguntó Max, estaba tan embebido en controlarlos a ambos que perdí mi concentración en mi entorno.

―¿Escuchaste lo que pasó allá arriba?

―Sí, estuve a punto de ir.

―Tú puedes hacerlo.

―Escucha, Manuel, Abril es de Ray, él es nuestro líder y debemos respetarlo.

―Él no hace más que lastimarla.

―Él está confundido, como todos nosotros.

―Ustedes no se comportan como idiotas.

―Si te escucha…

Me callé, no porque me pudiera escuchar, pues había cerrado sus oídos a mi voz y conversaciones,  pero eso no se lo diría a Max, ni a ninguno.

Max me miró, él sentía que algo no andaba bien conmigo, estaba comenzando a dudar de que yo fuera quien decía ser, solo que no se atrevía a enfrentarme, no por cobardía, más bien porque creía que, si no había contado la verdad, era por una razón muy poderosa. Al menos no dudaba de mí ni de mis intenciones. Sin decir más, subió a ver a Abril y le llevó un té. Yo, sin poder estar tranquilo, me volví invisible y también fui a ver a mi niña. Vi el amor y la preocupación con el que la trataban y sentí agradecimiento, pero también rabia por no poder acercarme a ella como lo hacían los demás.

Al rato, Leo y Ray salieron en el automóvil del primero. Joseph no se apartó de Abril hasta que Ray volvió, una hora después. Sinceramente, era muy cansador estar pendiente de cada pensamiento, de cada emoción y de cada impulso de ese hombre, pues un momento amaba a mi hija con toda su alma y, al siguiente, estaba dispuestos a destruirla sin contemplaciones. ¿Y cómo no? Marina había implantado el odio hacia el alma de mi hija en su cerebro, pero su corazón era inamovible, algunas veces ganaba uno y otras, el otro y, en esa ocasión, en cuanto terminó de hablar con ella, el odio regresó. Se resistía a esas emociones, era cierto, cosa que no siempre parecía conseguir.

Joseph se fue a cazar, necesitaba desahogarse, Leo y Max jugaban en el bosque, les encantaba hacer competencias de capacidades. Y Ray… Ray pensaba en que, si estaban solos en esa casa, ya que se suponía que yo también andaba de caza, él podría matarla sin que nadie se diera cuenta, de inmediato, se reprochaba esos pensamientos, los que, en nada, volvían.

Aburrido y ya cansado de ser chaperón de mi líder, decidí aparentar que marcaba a Abril. La marca para los vampiros consiste en besar al humano en cuestión y morder su labio para beber una pequeña porción de su sangre, de inmediato, el vampiro debe morder su propio labio y dar de beber al sujeto. Ese pequeño acto convierte a la persona en propiedad de quien lo marcó y ningún otro vampiro puede acercarse a él. En mi caso, no necesito hacer eso, basta con mi sola voluntad para adueñarme de cualquiera. Eso tampoco se los diría a ellos, por lo que aparentaría hacerlo del modo tradicional para que, de esa forma, Ray sintiera que podría perderla y que, de una vez por todas, apartara el odio que sentía por ella o al menos el deseo de asesinarla. Debía hacer que su corazón ganara a su cabeza.

Subí al cuarto de mi hija y la desperté. Ella sintió algo de miedo, pero también fascinación por mí, además de que algo en su alma debía reconocerme. Yo le hice sentir desagrado por mi persona, ella debía pensar en Ray. No fue muy difícil, su amor superaba con creces cualquier dificultad y a medida que yo me acercaba, ella se resistía y deseaba que fuera Ray quien la quisiera besar. Él, que había salido al jardín para calmarse, escuchó lo que estaba sucediendo en la habitación y saltó por el ventanal, el que se rompió en mil pedazos. No le importó que ella lo viera como un monstruo. Su único fin era salvarla de mis manos, incluso, cuando ella se lastimó los pies a causa de los vidrios rotos, no afloró su ansia de sangre, al contrario, me agarró y me lanzó fuera del alcance de su mujer para protegerla. Max y Leo llegaron arriba y yo volví a entrar por el ventanal, si ellos querían su sangre… Pero no, Ray cubrió a mi hija con su cuerpo y los otros dos se lanzaron contra mí, me agarró cada uno de un brazo y salimos por donde mismo había entrado.

Una vez abajo, corrieron sin soltarme hasta el centro del bosque, solo entonces me soltaron, Max se acercó y me dio un pequeño golpe en el pecho.

―¿Qué pensabas hacer?

―Ray no hace más que lastimarla.

―Ray se controla cada vez más ―me dijo Leo, algo más conciliador.

―Sí, ¿y cuánto le durará? En cualquier momento pierde los estribos, ¿qué pasará entonces?

―No estás en condiciones de irte en contra de Ray, Manuel, que te hayas fijado en ella, aunque no sea como mujer, hace que él te vea como a un rival ―me explicó Max, quien se sentía algo decepcionado por sus pensamientos de que yo les iba a ayudar más de lo que decía―. No te busques más problemas y no nos traigas más problemas a nosotros. Es más, déjala tranquila si quieres que ella esté bien.

―Lo siento.

―Yo te entiendo, amigo ―-me dijo Leo con su mano en mi hombro―, yo también he querido hacerlo, esa chica no se merece el trato que ha tenido, pero Max tiene razón, con los problemas que tenemos, es más que suficiente.

Bajé la cabeza, me sentí derrotado, estaba cansado. Max y Leo respetaron mi silencio.

―No creí que esto sería tan difícil.

―¿Qué es tan difícil? ―inquirió Max.

Caminé de vuelta a la casa. Ellos me siguieron.

―Manuel, ¿qué es tan difícil? ―insistió Max al llegar a la orilla del bosque.

―Esto. Tenerla aquí, estar cerca y no poder protegerla, no poder hacer nada por ella ―respondí con sinceridad.

―Te enfrentaste a Ray como ninguno más lo hizo.

―No como debería haberlo hecho, no como podría haberlo hecho, no como quisiera.  

―¿A qué te refieres?

Alcé la cabeza y miré a mi amigo. Él estaba seguro de que yo no tenía cincuenta años y comprendió que cargaba a cuestas siglos y siglos de maldición.  

Ray salió de la casa y me dio un golpe. Yo no me defendí, lo dejé hacer, necesitaba descargar su frustración.

―Cálmate, Ray ―intervino Leo y sentí su calma en el ambiente―, si Abril despierta se asustará más y creo que ya está bastante aterrada con lo que sucedió.

Ray no le contestó, mantuvo su atención sobre mí.

―Aléjate de ella, la próxima vez que te acerques, te destruyo sin contemplaciones.

―Lo siento mucho, Ray, de verdad, yo solo quería protegerla, no quería que la volvieras a lastimar, no lo merece ―respondí sincero.

―Sabes que no la volvería a dañar.

―¿De verdad? ¡Estás loco, Ray! Desde que Abril llegó a esta casa no has hecho más que volverte un idiota, has… has… ―Quería confrontarlo con su ser interior.

―Como sea, no quiero que te vuelvas a acercar a ella, ¿me oíste?

Asentí con la cabeza, por fin podía estar seguro de que, aunque su mente renegara contra mi hija, no la volvería a lastimar, al menos no físicamente.

Tras aquel incidente, me fui a la ciudad a comprar un nuevo vidrio para el ventanal, yo me ofrecí a repararlo, nadie ajeno a la casa podía ir allí, por más que pudiéramos hipnotizarlo, dejar entrar a alguien, significaría dejar abierta una brecha para que cualquiera pudiera entrar.

Aquella noche no volví a la casa, no quería volver, estaba cansado. Los días que llevaba mi hija ahí se me habían hecho eternos. Sentía que la mitad de mi vida había transcurrido defendiéndola de Ray.


sábado, 20 de marzo de 2021

28: El sufrimiento de mi hija

 


Aquella noche Ray no fue capaz de hacerle daño. La llevó a la cama, a su cama, y la arropó con cariño. Sabía y sentía que no podía demostrar debilidad en caso de que en realidad se tratara de Marina, pero su corazón estaba seguro de que se trataba de su antiguo y único amor.

Una vez mi hija estuvo instalada en la cama, Ray salió del cuarto y volvió a hablar con Ricardo, se enojó más ante las burlas de su enemigo, incluso amenazó con quemar a Abril, cosa que sí estaba dispuesto a hacer, pese a que mi hermano le aseguró que no era a Marina a quien teníamos secuestrada.

―Debes dejarla ir ―le dije, sabía que aquello lo exacerbaría mucho más, pero solo así podría darse cuenta de lo que sentía por ella.

―No. ―Caminó hacia el salón.

―Vamos, Ray, no puedes darle en el gusto a Ricardo. ―Le seguí.

―Si la dejo ir, le daré la razón y en el gusto a Ricardo.

―Pero ella no tiene la culpa de lo que haga o diga Ricardo.

―Son novios, ¿acaso no ves como el la trata?

―Pero ella insiste que no.

―Manuel, no sabes nada de todo esto.

―No es justo.

―La vida no es justa, Manuel, ya deberías saberlo. ―Se giró para mirarme, momento que aproveché para tranquilizarlo un poco, sus emociones estaban demasiado alteradas y en ese momento era capaz de cualquier cosa.

―Ray… Ray escucha…

―Está amaneciendo ―dijo más tranquilo.

―¿Qué vas a hacer? ―preguntó Max.

―Esperar hasta esta noche.

―¿Y si no viene? ―inquirí.

―La quemaré. ―Pude ver en su mente que seguía dispuesto a hacerlo.

―¿Viva? 

―Así es, ¿quieres que la mate y luego la queme? No se puede morir dos veces.

Volví a intentar calmarlo, su rabia era demasiada y no podía actuar del todo sobre sus emociones.

―¡No puedes hacer eso! ―grité para que sus celos, su amor, ganaran la batalla al odio que sentía por Marina.

―¿Ah no?

Caminó hacia la escalera, iba a ver a Abril y no estaba seguro de su reacción al verla, bien podía calmarse, como asesinarla sin compasión. Lo intercepté en el camino. Mientras tanto, hice que mi hija siguiera llorando casi al punto del colapso, debía hacer que sus emociones fluyeran de ese modo para que Ray al menos sintiera compasión por ella.

―No la puedes quemar viva, no merece eso.

―¿Tanto te importa? ¿Nick? ―Por supuesto, hice que Nick viera en mí el amor            que supuestamente sentía por ella.

―Le gusta, sí, se siente atraído a ella.

―Y no quiere que hagamos sufrir a su mortal ¿verdad?

 ―Ray, nunca te vi así, al contrario, siempre has…

―No me conoces de nada, Manuel, todavía no… Ahora vas a empezar a conocerme.

El odio comenzaba a dar paso a los celos puros.

―No puedes hacerle eso ―insistí en voz baja.

―Sí puedo y lo disfrutaré más todavía.

―¡No!

―Mientras más te metas, peor le irá a ella, mejor que no intervengas.

Ya no intervendría. Su odio había menguado. Hice dormir a mi hija antes de que él subiera. Estaba seguro de que no le haría daño, por más confundido que estuviera no podría lastimarla, la guerra la estaba ganando el amor. Al poco rato salió de la casa a la velocidad del rayo, necesitaba pensar y aclarar su mente. Respiré aliviado, mi hija ya no corría peligro.

Nick me miró de un modo extraño.

―¿Pasa algo? ―inquirí.

―Tú no la amas como mujer ―respondió con seguridad.

―¿Cómo lo sabes? ―preguntó Leo―, tú no puedes ver los sentimientos.

―No, no puedo ver los sentimientos, pero sí los pensamientos y, aunque él la quiere, no veo en sus pensamientos nada que sea carnal…

―Ella no merece que la tome…

―Va más allá de merecer o no, Manuel ―me interrumpió―, esto va de lo que piensas acerca de ella. Ray quiere besarla, sabe que no puede, pero eso no le impide desearla, en cambio tú… Tú no la ves como un hombre a una mujer.

Bajé la cabeza, no podía mentir, tampoco podía implantar en mi mente imágenes de mi hija conmigo, era imposible, Nick tenía razón, no podía verla como hombre, solo como padre.

―Manuel, ¿qué pasa? ―me preguntó Leo.

―No, no la veo como mujer, es hermosa, sí, creo que aquí todos nos dimos cuenta, pero la siento más como a una hija, como alguien a quien cuidar, siento una enorme necesidad de protegerla, de tenerla para mí.

―Quizá sea la hija que perdiste ―mencionó Leo.

―¿Perdiste a una hija? ―me interrogó Max.

―Sí. Hace mucho, dudo que sea ella, mi hija no era más que una bebé cuando falleció. No. Es imposible. Además, se supone que Abril es Marina, ¿no?

―Yo no estoy tan seguro ―intervino Joseph.

―Pues yo tampoco ―replicó Leo.

―Yo menos ―dijo Max.

―Sus pensamientos no muestran a una hechicera poderosa, lo único que muestran es a una muchacha vulnerable y temerosa a la que le ha tocado sufrir lo indecible en esta vida ―acotó Nick.

―No entiendo… Hay tantas cosas que no entiendo. ¿Por qué Ray la odia tanto? ―pregunté, por supuesto que lo sabía, pero debía aparentar que no, se suponía que ellos nunca me habían involucrado bien en sus asuntos, además, Ray venía de regreso dispuesto a torturar más a Abril, pues sus pensamientos lo habían llevado al día en que Isabel Castellán lo abandonó y debía lograr calmarlo, cosa nada sencilla por lo demás, pues no solo debía luchar con sus pensamientos y emociones, también debía hacerlo en contra del maleficio de Catalina.

―Cuando te uniste a nosotros sabías que teníamos una disputa con Ricardo y Marina ―comenzó a explicar Max―. Bueno, Abril es idéntica a Marina, físicamente por lo menos y se supone que estaban juntos ellos dos, lo lógico era pensar que Abril era Marina…

―Pero no es ella ―dije para asegurar lo que ellos ya me habían dicho.

―Al parecer no, pero el parecido es extraordinario y bien podría ser ella, lo que hace difícil no querer matarla lenta y dolorosamente.

―Pero ustedes no la odian como lo hace Ray.

―Él estuvo muy enamorado de Marina y ella le destruyó la vida en todo el sentido de la palabra, si hoy somos lo…

―¡Basta de explicaciones! ―interrumpió Ray entrando a la casa como una estampida.

―Ray, yo solo quiero entender ―supliqué.

―No tienes nada que entender. Abril se parece mucho a Marina, pero en realidad, no tienen nada en común. Marina era fuerte, desafiante y valiente, no como esa pobre mujercita que trajiste, que es una cobarde por donde se le mire. No entiendo qué te gusta de ella si no ha parado de llorar desde que llegó aquí. Marina y Abril no tienen punto de comparación.

―Y la odias.

―No la odio, simplemente no me cae bien ―replicó con ironía.

―Pero no puedes torturarla simplemente porque no te cae bien.

―No lo hago solo por eso, también me divierte, el pánico la domina y ella no es capaz de luchar contra él, eso hace más fácil todo… y más entretenido.

―Nunca te vi así.

―No me conoces lo suficiente, Manuel y no te conviene criticar lo que hago, porque podría cambiar de víctima.

―Eres un…

―Sí, lo soy y no me provoques.

Se fue a su despacho, ya no estaba tan seguro de querer asesinarla, los celos, en su caso, lo hacían querer defenderla, aunque sus pensamientos lo torturaran con recuerdos del pasado en los que no quería pensar.

Por lo menos, podía estar tranquilo; hasta esa noche Abril estaría segura. Lo que pasara al anochecer, era otra cosa, tendría que estar muy al pendiente, pues si Ricardo aparecía o no, no sería relevante, Ray de todas formas podría querer acabar con ella. Aun así, estuve todo el día pendiente de él y sus pensamientos, no sabía qué había hecho Catalina y, por lo que había podido ver, podía estar bien un momento y al siguiente, sentir todo el odio del mundo en su corazón.

Cayó la noche y, entre desvaríos y confusiones, Ray decidió que solo fingirían quemar a mi hija para darle caza a Ricardo, con él fuera de las canchas, sería más fácil atrapar a Marina.

Ray preparó todo, Nick y Max le ayudarían, yo solo era un observador, no se me permitía acercarme. Ray seguía enojado conmigo y, por supuesto, desconfiaba de mí.

Leo y Joseph no se encontraban en la casa, Leo se había llevado a Joseph para hablar con él y tranquilizarlo, sus emociones estaban demasiado alteradas con la llegada de Abril y debía sacarlo para trabajar con él.

Una vez que todo estuvo preparado, apareció Leo y, al ver que Ray estaba a punto de quemar a Abril, se lanzó en su contra, quise intervenir, pero si lo hacía, todo se saldría de control, nuestro líder no permitiría una intrusión mía a no ser que me la hubiera pedido, tampoco quise intervenir para calmarlo, pues mi hermano estaba cerca y eso le daría la certeza de que lo que estaba a punto de ocurrir, era cierto. Además, si intervenía en eso, Ricardo se daría cuenta y, esa noche, tenía un influjo muy poderoso de Catalina.

Al escuchar la pelea, Joseph se apresuró a llegar y también se fue en contra de nuestro líder. Ray estaba desesperado, no sabía cómo hacerles entender que no sería real. Entonces, Leo se fue, furioso por no poder ayudar a esa joven de nuevo.

Joseph no cejó en su empeño por hacerlo desistir de sus intenciones, por lo que Ray nos hizo un gesto, a Nick y a mí, de que lo sacáramos de allí, a lo cual, por supuesto, obedecimos sin chistar.

Poco rato después, Abril dio un grito que no solo nos paralizó a todos, el tiempo y el espacio se detuvieron. Por un momento, pensé que Ray lo había hecho de verdad. El silencio fue roto por la risotada de Ricardo, quien pensó lo mismo que nosotros. Centré mis sentidos, pues el grito de mi hija me había descolocado y me di cuenta de que la había dormido. Ray no le haría daño. No esa noche.

Salimos corriendo en busca de mi hermano, al que casi agarramos después de un par de horas, pero eso era algo que no podía permitir, no dejaría que lo mataran, no antes de quitarle ese maldito hechizo que lo tenía embrujado y volviera a ser él mismo.

Al volver a casa por la mañana, Nick, Joseph, Max y Leo estaban enojados conmigo, iban protestando en mi contra, me sentían un traidor, y sí lo era… en parte.

Joseph subió de inmediato a ver a Abril.

―¿Cómo está? ―le pregunté, quería saber cómo reaccionaba, esperaba que su odio por mi hija fuera menguando.

―No te importa. ¿Qué pasó?

Luego de que le contaron a Ray lo ocurrido en el bosque, de mi supuesto error por dejar escapar a Ricardo, pude ver en su mente la idea de asesinar a Abril, pensó que los tres estábamos coludidos en su contra y que ella no era una víctima, sino una victimaria. Tuve que usar todos mis poderes para hacer sentir peor a Abril y tratar de calmar a Ray; para mi sorpresa, no me costó tanto. Seguía enojado conmigo, pero al menos sus ansias de matarla habían disminuido. Me lanzó contra la pared y Abril despertó aterrada, odiaba hacerla sentir así, pero no tenía más opción, era lo que debía hacer según Mala’ikan, “el sufrimiento de Abril será lo único que calme al demonio que habita en él”, me indicó en más de una de sus clases para prepararme para ese momento.

Me incorporé y corrí hacia la escalera, esperaba que Ray me interrumpiera y así lo hizo.

―No te acerques a Abril. ―Me detuvo antes de subir, lleno de celos.

―Quiero ver cómo está.

―¡No te metas!

―¡Yo la traje, tengo derecho a verla!

―La trajiste, sí, pero no tienes derecho a nada.

―¿Tienes miedo de que me prefiera a mí?

―No digas estupideces.

―¡Basta! Dejen de pelear como niños ―intervino Nick―. Abril está asustada. Manuel, ya bastante has hecho con dejar escapar a Ricardo para seguir con este teatro, no sigas interviniendo.

Di un paso atrás antes de que Nick dijera que yo no tenía sentimientos románticos por Abril

―No te metas con Abril ―me advirtió Ray antes de que él mismo subiera a verla.

Resoplé, el amor había ganado una vez más. Lidiar con mi yerno no era nada fácil. Esperaba que ese rencor se apartara de él antes de que fuera demasiado tarde, pues, si seguía igual una vez que todo se develara, no estaba seguro de permitir que estuviera con mi pequeña.

Si fuésemos personas normales, habría hecho que se separaran, pero sabía que estaban destinados a estar juntos y no podía intervenir en ello, lo que más podía hacer era enfrentar a Ray con sus propios sentimientos y provocar llanto y cobardía en mi hija para que le tuvieran lástima. Si ella mostraba algún atisbo de valentía o fuerza, estaba perdida. Si no la mataba Ray, lo haría cualquiera de los otros.  



sábado, 13 de marzo de 2021

27: Un duro trabajo


A punto estuve de sacarla de allí, pero no podía, sabía que en ninguna otra parte mi hija estaría bien, aunque todavía le quedaba un poco de sufrimiento.

Ray se sorprendió al verla, pese a que él sabía que sería igual a la Marina que conoció, no pudo evitar sentir romperse su corazón, aunque, en realidad, fue porque su alma sintió el alma de mi hija, por más que no se diera cuenta; Leo la observó confuso, su aura le recordaba a otra que jamás pensó volver a ver, lo cual era imposible; Max sintió un deseo de protegerla, sin saber muy bien por qué; Nick hurgó en su mente, solo vio el miedo que sentía; Joseph se sintió desfallecer al verla, pues no solo era el mismo físico de su hermana, también eran sus ojos, su mirada… su espíritu.

Ray pasó de la sorpresa al odio. Todo el rencor que sentía hacia la antigua Marina renació con más fuerza. Quise protegerla de él, pero no me era permitido, lo que hice, sí, fue crear más pánico en ella para que así Ray tuviera compasión de ella, sabía que él no era un desalmado y no se atrevería a lastimarla más de lo necesario. El problema era que, como ella era idéntica a Marina, no podía evitar sentir amor y odio con la misma intensidad.

Cuando nuestro líder se comunicó con Ricardo para decirle que teníamos a Marina, él se burló y Abril, en un valiente acto de humanidad, le pidió que no fuera por ella, que, de todos modos, la iban a matar y no valía la pena que los mataran a los dos. Ray se enfureció, aun así, no le hizo daño, al menos no el que quería hacerle, al contrario, los celos despertaron en él su amor y sus ansias de besarla fueron más fuertes y, para no cometer una estupidez, la entregó a los demás, lanzándola hacia ellos. Joseph la recibió con cuidado en sus brazos. Su deseo era protegerla. Ella los miró, uno a uno, cuando vio a Leo, su mente le recordó cada una de sus pesadillas, iba a colapsa, su presión arterial subió a niveles nada adecuados; la hice dormir.

―Leo, no creo que sea necesario tanto pánico, con el de ella es suficiente ―le reprochó Joseph, con mi hija acurrucada en sus brazos, en el suelo.

―Te juro, por mi larga existencia, que no he sido yo.

Todos quedaron anonadados, se suponía que Leo era quien manejaba las emociones a voluntad y si no había sido él… ¿Ella fabricaba su propio miedo? La verdad era que no, yo actuaba sobre ella. Y seguiría haciéndolo el tiempo que fuera necesario. Ray no lo sabía, pero estaba bajo un embrujo que lo hacía odiarla hasta el punto de querer matarla y yo no lo iba a permitir. El miedo de ella, aunado a los celos de él, impedían que la asesinara y si eso era así, no descansaría hasta que su amor despertara del todo.

Ray no se atrevía a acercarse a Joseph, sabía que su amigo tenía sentimientos muy profundos por su hermana, la amaba por sobre todas las cosas, ni siquiera le importó buscar una pareja en todos esos años de espera para acabar con Marina.

Todos ellos tenían sentimientos encontrados, sabían muy bien lo que debían hacer, pues matarla en ese minuto no entraba en los planes, primero debían neutralizarla para llegar al gran día de su destrucción. Una de las cosas que debían llevar a cabo en cuanto tuvieran a Catalina, era cortarle las manos, por eso debía hacer parecer a Abril mucho más vulnerable de lo que era, de otro modo, le harían un daño irreparable. Sobre Joseph o los demás, no fue necesaria mi influencia.

―Joseph, escucha, haremos algo, no llevaremos a cabo nuestros planes como lo teníamos previsto, le haremos creer que le cortamos las manos, con ayuda de Max por supuesto ―sugirió Ray.

Joseph no contestó.

Ray se acercó y tomó a Abril en sus brazos, Joseph se sintió vacío. Quise hacer algo para ayudarlo, pero no, no podía intervenir más de lo necesario, además, la tristeza de Joseph ayudaría a que Ray no le hiciera más daño a Abril.

―Sé que es lo correcto ―aceptó Joseph.

―Todos lo sabemos, a mí también me está costando ―confesó Ray.

―Ella no es Marina, no al menos la que nos ha hecho tanto daño.

Nos quedamos en silencio. Ray caminó hasta el sótano con suma lentitud. Le seguimos, yo al final.

Joseph se quedó en un rincón y yo, en el opuesto, los demás ayudaron a Ray a atar a Abril a la mesa. Una vez completa la labor, Ray se arrepintió y bufó. Desperté a mi hija, era mejor salir de eso lo antes posible.

¿Qué me van a hacer?

―Pagarás lo que hiciste ―contestó Ray.

―Él no es mi novio, se lo juro.

―Y si no lo es, ¿por qué lo protegiste?

―Porque es una persona, un ser humano, como todos, además, de todas maneras, me va a matar, ¿no?

Se sorprendieron, ¡vaya que sí!, ¿acaso Marina no sabía que Ricardo no era un ser humano? Ray se obligó a recomponerse.

―Da lo mismo, desobedeciste y ahora tienes que pagar.

Abril buscó a Leo con la mirada, sentía que él era el único que podía salvarla, eso era lo que estaba en su destino. Nick nos dijo sus pensamientos en nuestra baja frecuencia. Ella lo escuchó, pero no alcanzó a reaccionar del todo antes de que Ray volviera a hablarle de un modo brusco.

―¿Acaso puedes ver el futuro? ¿Eres bruja? ―la interrogó con el odio de nuevo instalado en su corazón.

―No ―contestó, yo le provoqué enormes deseos de llorar.

Ray tomó un hacha y ella, al verlo, no evitó el llanto, le hice ver que la cortarían a cuadritos, comenzando por sus manos para que no muriera de inmediato.

―¿No te gustó desobedecer? Ahora tendrás que pagar… y agradece que solo te cortaré una mano para enseñarte.

―¡No! ¡Por favor! No lo haga, haré lo que me pida, por favor, no.

Buscó a Leo de nuevo, pero él no pudo soportar su mirada desesperada sin poder hacer nada, así que salió del sótano; Joseph lo siguió, impotente de ver a su hermana maltratada.

―Tengo que enseñarte que conmigo no se juega.

―¡Por favor! ¡Por favor! ¡No lo haga! Se lo suplico…

―Le suplicas al hombre equivocado, niña, yo no me doblego ante el dolor ni ante las súplicas.

―No lo haga ―intentó suplicar una vez más dejando salir el llanto.

Él se acercó a su oído.

―Si tu novio quería casarse contigo, ahora tendrá el privilegio de tener tu mano, yo mismo se la enviaré.

Nick le dijo que ella se sentía culpable, que él no la lastimaría si hubiese hecho caso. Ray se hundía cada vez más ante la actitud sumisa de ella.  

―Listo. ¿Estás preparada?

Ella cerró los ojos, a la espera. Yo sabía que no era cierto y me lo tuve que repetir mil veces, aun así, no dejé de observar a Ray, si él se equivocaba, si decidía a última hora hacerle daño, no podría detenerme, no me importaría que todo se echara a perder.

Golpeó el costado de la mesa con el hacha, muy lejos de ella. El grito que dio me estremeció. Max no pudo continuar causándole dolor. Ray tomó su cara con cuidado.

―Abre los ojos ―le suplicó, quería hacerla dormir, pero debía mirarlo.

Ella obedeció y susurró un adolorido “lo siento”. Él la hizo dormir. Por aquella vez, ganó su corazón, pero su odio avanzaba a pasos agigantados.

Joseph apareció en ese momento y Ray salió de la estancia. Lo seguí, debía hacer que se enojara conmigo y con ella. No al punto de hacerle daño, más bien al punto de hacerle entender que la amaba, aunque no lo quisiera reconocer. Debía remover sus emociones, así, solo así, no lograría lastimarla; si no, Ray, en su odio, podía hacerle mucho daño.

 Abogué por ella, le hice creer que me gustaba, que me había enamorado de ella. Me golpeó. Los celos pudieron más. Esa se convirtió en un arma que podría usar cuando lo necesitara.

Bajé al sótano, debía mantener la mentira de mi amor por ella, lo cual no era mentira, la amaba, pero no como un hombre ama a una mujer, no, más bien como un padre a una hija, porque eso éramos, padre e hija, separados por una cruel bruja que debía pagar con su vida todo el mal causado y, aunque me doliera el corazón, llevaría a cabo todo lo necesario para eliminar cualquier rastro de Catalina en la tierra y que mi hija, por fin, fuera feliz por el resto de la eternidad.



jueves, 11 de marzo de 2021

26: Deseos de escapar

Aquellos diez años pasaron muy lentos para mí. Milena, Catalina en realidad, les hizo creer al matrimonio Gárate que Abril había muerto, para ello usó a otra pequeña del hogar a la que volvió loca con sus hechizos; al menos sabía que se había ido en paz pese al terrible final que tuvo; la hizo saltar de la torre de la iglesia.

Soy incapaz de contar las veces que deseé sacar a mi niña de ese horrendo lugar y llevarla lejos, protegerla de todo mal, pero sabía que eso era imposible, si no se daban las condiciones, cada uno de los sacrificios que habíamos hecho durante tantos años habría servido para nada.

―¿Estás seguro de poder encontrar a Marina en esta vida? ―me volvió a preguntar Ray por enésima vez.

―Por supuesto, ya tengo la pista clara, es una joven a la que Ricardo la protege desde las sombras.

―Debes tener cuidado, esa mujer es muy peligrosa.

―En esta vida no lo es tanto, no recuerda quién es ni nada de su vida anterior, debe llegar el momento en el que recuerde, pero todavía no está preparada, por eso Ricardo no la deja.

―Entonces, esperaremos a que la encuentres y nos la traigas.

―Yo les aviso cualquier cosa.

―Perfecto. Cuídate.

―Sí.

Salí de la casa y afuera me esperaba Joseph.

―¿Cuándo crees que la traigas?

―No lo sé, espero que sea en menos de una semana, ¿por qué?

Guardó silencio, yo sabía que se debía a que se habían enterado de que Marina en esta vida era igual a la hermana de Joseph en su vida pasada. A la Marina que ellos conocieron.

―¿Pasa algo?

―No.

Ray les había prohibido darme esa información, pues no la consideró relevante para mi búsqueda, además, todavía, a pesar de no tener completa desconfianza en mí, no lograba confiar del todo.

―Les avisaré cualquier cosa, no volveré sin ella, pierde cuidado.

Salí en mi automóvil, sabía muy bien dónde se encontraba mi hija, dónde vivía, cómo, sabía todo de ella. Jamás le perdí el rastro.

Llegué a la ciudad y Ricardo me esperaba.

―Bien, hermanito, no falta nada. Te entregaré a Abril en bandeja, el viernes saldrá más tarde, ahí la interceptas en el sitio eriazo y se las llevas, asegúrate de que la mantengan silenciada y que sus poderes no salgan a la luz, si lo hace, estamos perdidos, ¿estás consciente de eso?

―Sí, no te preocupes, todo estará bien y saldrá de acuerdo al plan.

―Muy bien.

―¿Qué pasará si ella gana? ¿Seguirás haciendo daño como hasta ahora?

Mi hermano me miró, una luz de reconocimiento pasó por sus ojos, sin embargo, eran tantos los hechizos a los que lo tenía sometido Catalina, que le era difícil salir de ellos, solo podía liberarse a ratos y luego ya no recordaba nada.

―Te liberaré, hermano, serás libre de nuevo ―prometí.

―¿Libre de qué? Con Marina soy libre, estoy donde quiero estar.

―¿Seguro?

Arrugó el entrecejo y negó con la cabeza.

―No voy a seguir hablando contigo. El viernes a las nueve, no te olvides.

―No lo haré.

―Y no me falles.

―Jamás haría eso, hermano ―aseguré con veracidad en mis palabras, aunque en otro contexto, diferente al que él estaba pensando.

 

Esa semana seguí cada tarde a mi hija, camino a su trabajo y de vuelta a su casa. Los deseos de sacarla de allí y llevármela lejos crecían con cada minuto del día.

El viernes por la noche, me sentía muy nervioso, creo que nunca en todo mi tiempo de vida me había sentido más nervioso. Era más difícil de lo que pensaba. Apenas puso un pie en el sitio eriazo, aparecieron Ricardo y Marina. Le mostraron visiones para asustarla. Yo corrí y me puse a su lado para frenar los ataques, pues se estaban preparando para lastimarla. La paralicé unos momentos.

―Les dije que yo me haría cargo, ¿qué hacen aquí? ―interrogué.

―Vinimos a ver que cumplieras con tu trabajo ―respondió Marina―. Debes llevarla con ellos, haz que Ray la odie sin contemplaciones, estoy segura de que ya la odia, pero tú debes hacer que la odie más, que no la deje actuar.

―Les dije que lo haría.

―Solo quería corroborar.

―¿No confías en mí?

―¡Claro que no! Querido, yo no confío en nadie ―me dijo con burla.

―Entonces no debiste enviarme.

―Solo quería asegurarme, pero ya estás aquí. Haz lo que tienes que hacer.

Mi hermano y la bruja se desaparecieron. Me volví hacia mi hija y la liberé de su parálisis.

―No me lastime, por favor ―me rogó.

―Eso depende de ti, preciosa ―le respondí.

―Haré lo que me pida.

Estaba seguro de eso, no solo porque podía hacer que ella me obedeciera ciegamente, si no, también porque ella era muy temerosa y sumisa y yo le causaba pavor.

―¿Estás segura de lo que dices? ―le pregunté, sentía a Marina y a Ricardo todavía por el lugar y debía aparentar que ella no me importaba.

Ella alzó su cara y buscó mi mirada.

―Por favor… ―volvió a rogar.

―¿Harás lo que te pida? ―Ella asintió con la cabeza―. Entonces bésame.

Se largó a llorar y cerró los ojos; sentía que ese era su fin.

―Mírame ―le pedí, necesitaba que me mirara para transmitirle calma y seguridad, pero Marina hizo lo suyo y la aterró más todavía. Le implantó terror en su corazón. Debía sacarla de allí.

―Vas a acompañarme, Abril Villavicencio, vas a caminar conmigo, te vas a subir a mi auto sin gritar, sin llorar y sin escándalos, ¿está bien? Una sola estupidez y no respondo por lo que pueda sucederte. ―Hice una pausa―. ¿Entendiste?

―¿Có…cómo sabe mi nombre? ―atinó a preguntar.

―Te sorprenderían las cosas que sé sobre ti, pequeña niña.

Ricardo comenzó a acercarse, así que tomé la mano de Abril para sacarla de allí. No se me resistió, pese a que es su mente sabía que debía hacerlo.

―¿Dónde me va a llevar?

―Te llevaré a un lindo lugar ―contesté con deseos de que aquello fuera real.   

―¿Puede ir más lento por favor? ―Se detuvo y la miré, no podía seguirme el paso―. No puedo más.

Me devolví un poco y ella hizo unos pucheros.

―¿Quieres que te lleve en brazos? Estás muy cansada.

―Sí, me encantaría ―respondió con inocente ironía.

La tomé en mis brazos y me apresuré a llegar a mi automóvil. Ella escondió su cara en mi pecho. Juro que hubiese querido huir con mi niña en ese mismísimo momento; hubiera significado nuestra muerte segura.

―Sube al auto ―le ordené sin ganas.

Se agarró de mi brazo y se tambaleó un poco, confundida.

―Sube al auto ―repetí, Ricardo y Marina nos seguían los pasos.

―No.

―No quieres que te obligue.

―Por favor.

―Sube.

Volvió a llorar. Quería sacarla de allí, que eso no estuviera pasando.

―Abril Villavicencio, sube al auto. Ahora. Hazlo.

En vez de obedecerme, salió corriendo. Meneé la cabeza, al menos ese acto hizo que Marina y Ricardo se fueran. Vi a Abril, apenas avanzaba, la seguí y me puse delante de ella, mi velocidad era cien veces más que la suya. Me puse delante de ella y la sostuve de los brazos para impedir que chocara conmigo y cayera o se lastimara. Ella recordaba sus sueños, esos sueños que implantaba Catalina en su mente, donde, vez tras vez, revivía la muerte en su última vida.

Después de un poco más de reticencia, se subió al coche. Le abroché el cinturón de seguridad y ella cerró los ojos, las lágrimas caían por sus mejillas como cascadas, me era imposible quitar el terror que había implantado Catalina en ella.

―Supongo que sabes que no sacas nada con llorar ―le dije, ella me miró con sus ojitos llenos de tristeza―. Nada ganarás ―me lo dije más a mí que a ella.

―Tal vez no sirva de nada, pero no hacerlo tampoco servirá ―replicó sin emoción.  

Volvió a cerrar los ojos. Yo, sin poder evitarlo, le di un beso en la frente. Era mi hija y hacerle aquello era lo peor que me había tocado hacer, esperaba que en la casa no se me hiciera tan difícil, que pudiera acelerar las cosas para que dejara de sufrir, pues estaba seguro de que Ray la haría sufrir… y mucho.



sábado, 6 de marzo de 2021

25: Dos mujeres importantes

 

Después de aquel “incidente”, debo decir que el clan decidió confiar más en mí, me dejaron ser un poco más libre sin vigilarme todo el tiempo. Aunque, para ser franco, tampoco me incluyeron en todo, seguían con secretos de cosas que suponían yo no tenía idea.

De todas formas, en parte lo agradecí, estar en la mira constante, no es agradable.

Veinte días después, estando yo en casa, listo para salir a reunirme con los demás, Leo me abordó, solo quedábamos los dos.

 ―Manuel, ¿me puedes llevar?

―Claro, ¿y tu auto?

―No está en buen estado ―respondió avergonzado.

No tuve que hurgar mucho en su mente para saber que lo había golpeado la noche anterior con un tipo que quería abusar de una joven y por poco asesina a su pequeño hijo. Frustrado, como se hallaba el último tiempo, no tuvo compasión; el problema fue que las consecuencias las pagó su automóvil. Volvió convertido en pájaro.

―Volvería igual que como me vine, pero no tengo ánimo ―se justificó luego de contarme lo sucedido.

―No te preocupes, yo te llevo y, si quieres, después te acompaño a comprar un nuevo coche.

―Gracias.

Nos subimos al auto, sentía su vista clavada en mí.

―¿Por qué haces esto? ―Se atrevió a preguntar al rato.

―¿Qué cosa?

―Yo he sido quien más ha desconfiado de ti todo este tiempo, sin embargo, has sido el que más cerca ha estado de mí, aparte de Max, por supuesto, pero con él nos unen otros motivos.

Le di una breve mirada.

―Ustedes me acogieron, pudieron haberme enviado de vuelta al bosque, que Ricardo me alcanzara y, a pesar de sus dudas, me dejaron con ustedes y me han hecho parte de su clan.

―No al cien por ciento, lo sabes.

―Es normal, yo llevo con ustedes menos de un año, ¿cómo podrían tener la misma confianza en mí que la que tienen ustedes? A ustedes los unen quinientos años de amistad y lealtad inquebrantable. No me puedo comparar con ninguno de ustedes.

―Pero aun así has estado conmigo en mis días negros.

―Si me necesitas, ahí estaré. Si cualquiera me necesita, ahí estaré. Mi padre siempre me enseñó que el servicio a los demás es lo único que jamás debemos transar, a eso vinimos y que ayudar a otros, sobre todo a quienes están más cerca de uno, es parte del propósito de la vida.

―O sea, lo haces por una cuestión de humanidad.

―No, Leo, va mucho más allá de eso. La amistad hay que cultivarla, no puedo esperar que te sientas mi amigo o pretender ser tu amigo si no hago nada por demostrar mi aprecio. Yo estoy muy agradecido de ti, de ustedes, por haberme recibido… ―”Y por haber amado a mi hija en su otra vida”, concluí en mi mente.

Llegamos al edificio donde se llevaría a cabo la reunión pactada. Me extrañó que se quisieran juntar allí pues todos los planes se hacían en la casa del bosque, no en la ciudad donde éramos más vulnerables.

Nada más salir del ascensor al piso donde estaba la oficina de Ray, Leo se quedó pasmado, una bella muchacha se encontraba dándole unas órdenes a la recepcionista del piso.

―Buenas tardes ―saludaron ambas a la vez.

―Buenas tardes ―respondí y le pegué un codazo a Leo para que reaccionara, aunque claramente la chica que daba las órdenes se quedó tan prendada de Leo como él de ella.

―Ustedes deben ser los señores que espera el señor Kaulitz ―habló la recepcionista.

―Sí, yo soy Manuel Reyes y él es Leonello Minozzi ―contesté por ambos, mientras ella revisaba la computadora.

―Pueden pasar, vengan por aquí.

La joven se iba a levantar, pero la otra chica la detuvo.

―No te preocupes, yo los conduciré. Mi nombre es Sabrina Requena, soy la secretaria personal del señor Kaulitz ―nos explicó.

―No te había visto por aquí. ―Atinó a decir Leo.

―Llegué hace dos meses; tampoco yo los había visto.

―Sí, me he perdido un poco de esta oficina.

La pareja se quedó mirando como dos tórtolos, yo dejé que lo hicieran, eran almas gemelas, aunque, si supieran quién era ella en realidad, Leo sabría que las cosas no serían fáciles para ambos, claro que no sería yo quien se los dijera.

Sabrina abrió la puerta de la sala de reuniones y dio dos pasos hacia el interior.

―Señor, ya están aquí el señor Reyes y el señor Minozzi ―informó.

―Gracias, Sabrina, pasa, por favor, para presentarte.

La joven lo hizo con algo de timidez.

―Ella es Sabrina Requena, mi nueva secretaria personal. Sabrina, aquí tienes al directorio de esta empresa en pleno: Nick Salavert, Maximiliano Castellán, Joseph Brown, Leonello Minozzi y Manuel Reyes.

Ella hizo un asentimiento con la cabeza, se notaba incómoda entre nosotros, así que le transmití tranquilidad, ninguno la veía de mala forma como solía suceder cuando varios hombres se juntaban alrededor de una bella mujer.

―Es un gusto, Sabrina, espero verte seguido ―le dijo Leo y, si hubiese podido enrojecer, estoy seguro de que lo hubiera hecho; ella sí se sonrojó.

―Yo también ―le respondió con una delgada voz nerviosa―. Permiso.

Se retiró y todos miramos a Leo, quien no se dio cuenta de nada.

―Les pedí que vinieran porque quiero que Manuel conozca a alguien, nosotros trabajamos con Nicolás Gárate desde hace tiempo, ahora, él trabajará aquí, el problema es que él nos conoce desde hace tanto…

―¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

―Que tú puedes hacer que nos vea como se supone que deberíamos vernos, ¿no?

―No funciona así, pero sí puedo hacer que no se percate de que los años no pasan por nosotros.

―Lo que sea con tal de que no tema estar con nosotros, es un buen hombre, un gran amigo y no me gustaría perderlo por… esto. Nick, también debes hacer lo tuyo para saber qué piensa. En realidad, no lo veo desde hace más de cinco años, solo llamadas, por lo que deberíamos haber presentado algún cambio y sabemos que todo sigue igual en nosotros.

―No hay problema.

De algún modo, sentí que él tenía relación con nosotros más allá de que él fuera el esposo de Viviana, a quien había impedido el adoptar a mi hija. Lo entendí cuando llegó con su secretaria: Milena Subercaseaux.

―Hola, muchachos, tanto tiempo que no los veía ―saludó con gran alegría y ningún temor, en su mente se instaló el pensamiento de que seguían iguales, sin embargo, fue un pensamiento que desechó de inmediato―. Ella es mi nueva asistente, Milena Subercaseaux. ―La presentó.

―Un gusto, Milena ―saludó Ray―. Él es Manuel Reyes, no lo conoces, es abogado, se unió a nuestro grupo hace poco.

―Un gusto, Manuel, espero poder trabajar contigo.

―Puede ser, aunque yo no paso mucho por acá.

―Bueno, al menos espero que nos volvamos a ver. Quizá tú, como abogado, nos puedas ayudar a mi esposa y a mí con un trámite que estamos haciendo que nos está resultando demasiado engorroso y complicado, casi imposible me atrevería a decir.

―Si está en mis manos ayudar, pueden contar conmigo. ¿De qué se trata? ―interrogué pese a conocer la respuesta.

―Queremos adoptar a una niña y nos han rechazado una y otra vez sin motivo aparente. Simplemente falta un papel, falta otro, como si nos quisieran echar para atrás nuestro deseo.

―Quizá no están destinados a ser padres de esa niña ―repuse.

―No, esa niña es nuestra hija, estamos seguros de eso, verla y amarla fue una sola cosa. Va a cumplir doce años, esperamos que nos den pronto un resultado favorable, pero si no, ¿cuento contigo para asesorarnos? En realidad, estoy desesperado.

―Por supuesto que sí, tienes mi contacto, llámame cuando necesites.

Doce años cumpliría mi pequeña, le quedaban al menos diez años más de sufrimiento en ese horrendo lugar y después.



jueves, 4 de marzo de 2021

24: Un merecido descanso


Decir que regresamos a casa con el ánimo por los suelos, es un eufemismo. Leo sacó afuera su frustración, sin embargo, el hecho de haber vivido tantos años con el rencor dentro, de haber perdido a su hermana, a su familia completa a manos de Catalina, o Marina como la conocían ellos, no le daba paz, ni aun sabiendo que podía acabar con ella. Sabía que nada le devolvería a su familia y estaría solo por el resto de su existencia. Ni siquiera tenía el consuelo de un amor, jamás, en toda su vida, se había enamorado. Sentía que no tenía nada.

Nick vio los pensamientos de desánimo de su amigo y apareció ante nosotros en la puerta justo antes de entrar.

―Leo… ―dijo sin saber cómo continuar.

―No digas nada.

―No estás bien, amigo, ¿quieres hablar?

―¿Para qué? Hablé con Manuel y de nada sirvió, además, tú ya sabes todo lo que pudiera decir, ¿no?

―¿Qué pasa, Leo? ―preguntó Ray apareciendo ante nosotros.

―Nada, que les diga Nick o Manuel.

Avanzó a la escalera, donde fue detenido por Max.

―Amigo…

Leo simplemente negó con la cabeza. Ya trabajaría en sus emociones más tarde, luego de que descansara.

―¿Qué te dijo? ―me preguntó Max.

―Me habló de su vida, de su hermana, su familia… De esa batalla que tuvieron hace cinco siglos. Él no ha olvidado.

―Ni lo hará ―aseguró Max.

―¿Hay alguna forma de ayudarlo? Yo lo escuché, pero no puedo decir que lo ayudé, no sabía qué decir.

―No, no hay manera, la única forma de aplacar su sufrimiento ha sido intentar acabar con Marina una y otra vez.

―¿Qué?  ―interrogó Ray.

―En contra de tus órdenes, hemos seguido a Marina vida tras vida para asesinarla, al menos si no podíamos acabar con ella, desahogábamos nuestra rabia.

―¿Saben lo peligroso que fue eso?

―Por supuesto, por eso no dijimos nada.

―Espero que no se les ocurra volver a buscarla.

―Ya no, ahora debemos esperar ese preciso momento, porque créeme que no descansaré hasta ver a esa mujer destruida por los siglos de los siglos.

―Amén ―terminó Joseph―. Todos aquí esperamos lo mismo, Max, no podemos rendirnos ahora, este es el tiempo en el que debemos tener mayor fortaleza, con nuestra energía en alto.

―Lo sé, pero no es fácil. Leo lleva más tiempo de vida y su hermana sufrió lo indecible cuando Marina y Ricardo la mataron. Yo sufro por Sonya y por mi hijo, pero al menos ellos murieron de un solo golpe. No sé qué hubiese pasado si Sonya hubiese tenido el final de Galiana.

―Lo sé, Max, y te juro que no me gustaría estar en los zapatos de Leo; por lo mismo, debemos ayudarlo a que levante cabeza, ya ha pasado lo peor, sabemos que Marina no nos atacará en la próxima década, estamos tranquilos, después de eso, quedaremos libres de esa mujer y no solo nosotros, el mundo entero se librará de esa víbora. El problema es que, si nos pilla con el ánimo bajo, sin ganas de seguir adelante, sin ganas de luchar, estaremos perdidos.  

―Quizá necesite descansar, olvidarse un poco de todo ―repuse―, tal vez mañana esté mejor. Yo creo que hay que darle tiempo.

―Yo espero que no se le ocurra hacer una estupidez a esta altura de los tiempos ―replicó Joseph.

―No seas tan duro ―terció Max.

Leo salió de la habitación y bajó, llegó al salón en menos de un segundo.

―No, Joseph tiene razón, no puedo regodearme en mi dolor justo ahora. Todos hemos sufrido, algunos más que otros, pero todos estamos en la misma situación, de no ser así, no estaríamos aquí. Lo siento.

―No lo sientas ―replicó Max―, es normal que te sientas así después de tantos años.

―Sí, puede ser normal, pero no me da derecho a poner en riesgo la razón por la que hemos esperado tanto tiempo.

―Quizá si descansas… ―comencé a decir.

―Nosotros no descansamos ―espetó Ray.

―Pero sí podemos desconectarnos.

―No todos.

Ray y yo nos miramos. No había nada de simpatía entre los dos.

―Es cierto, Manuel, no todos podemos desconectarnos, ¿tú lo haces? ―me preguntó Max, rompiendo el incómodo silencio que se había formado.

―Sí, creí que todos lo hacían, es como dormir.

―No es así, de hecho, yo no puedo hacer dormir a un vampiro ―me explicó Ray.

―Perdón, no sabía.

―¿Has intentado dormir a un vampiro? ―me preguntó.

―No, jamás, pensé que eso era algo inherente a nosotros, no imaginé que fuera algo mío.

―Tal vez puedes dormir a Leo.

―No sé, ¿crees que pueda?

―Nada se pierde con intentar.

―Es cierto.

Leo se sentó en el sofá, necesitaba dormir. Recordé cuando yo también lo necesité y Mala’ikan me hizo dormir por veinte años.

―Yo no creo que sea posible, dormir no es una de nuestras facultades ―expresó con desazón―. Ya quisiera poder descansar y dormir, aunque sea una noche.

―Siempre hay un modo, Leo ―repliqué las palabras de Mala’ikan.

Lo miré, puse mi mano en su hombro y, aunque pude hacerlo dormir con facilidad, pues ese don se me había otorgado después de la siesta que me regaló el ángel, no quería que pareciera sencillo ante los demás.

Tras un par de minutos de lucha para dormirlo, Leo cayó en un profundo sueño.

Yo me dejé caer en el suelo, aparentando perder fuerzas.

Max acomodó a Leo en el sofá y Joseph me ayudó a levantar.

―¿Estás bien?

―No creí que fuera tan difícil ―respondí.

―Debiste dejarlo.

―No, Leo necesitaba un descanso, tiene muchos años, mucho dolor a cuestas y ni un solo día de reposo.

―Gracias ―dijo Ray.

Yo lo miré con asombro. Ray no era un mal tipo, pero yo no le caía nada bien y se notaba, darme las gracias no estaba entre sus prioridades.

―De nada.

―Te drenó mucha energía.

―Sí.

―No debiste arriesgarte.

―¿Arriesgarme?

―Si hubieras perdido toda tu energía…

―No lo pensé, de todas maneras, hubiera sido preferible, Leo es mucho más fuerte e importante que yo en todo esto.

―No se trata de vida por vida ―acotó Joseph.

―Lo sé, pero Leo, en las condiciones en las que se encontraba, no habría sido de mucho aporte, incluso, creo que hasta podría haberse quitado la vida. Yo estaré bien, solo debo alimentarme.

Nick llegó con una jarra de sangre de la despensa de la casa. Sí, Ray tenía tratos con un banco de sangre, si salíamos a cazar era por gusto, no por necesidad.

Luego de beber, aparenté sentirme mejor, el problema fue que los pensamientos de todos estaban demasiado dispersos, cada uno pensaba algo diferente y en realidad no tenía ganas de escucharlos, así que cerré los ojos y los hice dormir a todos de una vez. Cayeron al suelo como moscas y no me importó. Necesitaba tranquilidad, mi hija estaba sufriendo, todavía era una niña y le quedaban varios años por delante de esa tortura.

―Los últimos años serán los peores y mientras más avance el tiempo será mucho más difícil.

No abrí los ojos. Mala’ikan todavía no aparecía ante mis ojos y no estaba seguro de querer verlo.

―Yo te dije que no iba a ser fácil ―insistió.

―Es mucho más difícil de lo que pensaba.

―Lo sé, ¿te das cuenta de la razón por la que se permitió todo lo vivido? La motivación debía ser extrema, de otro modo, habrían renunciado hace tiempo. Todos. Míralos. ¿Crees que, sin la motivación suficiente, podrían seguir adelante?

Abrí los ojos, estaba de pie frente a mí.

―Todavía no entiendo por qué todo esto. Tenemos la motivación, pero ¿hace falta seguir adelante con esto? ¿No podemos simplemente apresurar la causa?

Me sonrió.

―Ojalá fuera así de fácil. Pues no. Hay que esperar.

―No sé si pueda esperar.

―Duerme, lo necesitas.

―No dormiré otros veinte años ―repliqué en tono de broma.

―No podrías dormir veinte años, aunque quisieras. ―Puso su mano en mi hombro y su expresión fue la de hacía tanto tiempo, entre burlesca y compasiva―. Descansa esta noche, mañana será un nuevo día para todos.

 

Despertamos casi a un tiempo, Nick fue el último, yo desperté justo antes de él, quizá Mala’ikan lo programó así porque al despertar me encontraba perdido, pasó un rato antes de darme cuenta de lo que había ocurrido y proteger mis pensamientos.  

―¿Qué pasó? ―preguntó Ray en cuanto abrí los ojos.

―No sé ―respondí.

―Tal vez tu desgaste fue porque no solo actuaste sobre Leo, también sobre nosotros ―respondió Max.

―Puede ser, no sé. Acabo de despertar igual que ustedes.

―Tú debes saber lo que pasó ―me reprochó Ray.

―Está tan confundido como nosotros ―acotó Nick, todavía somnoliento―; déjalo tranquilo.

―Al menos descansamos. Lo que es yo, estoy como nuevo ―indicó Joseph.

―Yo también ―dijo Max.

―Me hacía falta dormir ―señaló Leo―. Te agradezco, Manuel, recuperé mis ganas y energías.

―De nada, aunque parece que no salió muy bien ―respondí con mi vista fija en Ray.

―Creo que a todos nos hacía falta descansar, pero creo que no volveremos a tomar tus servicios otra vez ―respondió burlón.

 ―Creo que no será conveniente. Negocio cerrado ―acepté del mismo modo.