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sábado, 13 de febrero de 2021

19: Despertar

 Al despertar, todo había cambiado. La familia de mi hija ya no estaba en el continente. Se habían marchado lejos con el exnovio de Isabel Castellán y sus amigos.

―¡No puedo creer que los hayas dejado ir! ―repliqué una vez más, Mala’ikan aceptaba mis exabruptos con gran paciencia, debo admitir.

―Así debía ser ―respondió sin alterarse.

―¿Y qué pasará con mi hija?

―Ella regresará.

―Sí, pero ¿cuándo? Ellos no estarán aquí para recibirla.

―¿Y quién te dijo que ella podía nacer solo en esta tierra?

―Ella siempre ha vuelto aquí.

Sonrió y negó con la cabeza.

―El mundo se está expandiendo, Medonte. La vida está cambiando. Tú tendrás que cambiar. Es más, ya no podrás seguir andando por ahí, como si te valiera nada la opinión de los demás. Ahora las reglas del mundo cambiaron. Debes mantener un bajo perfil, cuidarte de los hombres.

―¿Cuidarme de los hombres? Por favor, Mala’ikan, he terminado con ejércitos enteros.

―Sí, Medonte, pero hasta el momento te has enfrentado a seres humanos comunes, corrientes, ellos están evolucionando, su forma de pensar y de vivir está cambiando y este nuevo mundo que ellos están descubriendo les abrirá nuevos horizontes. El mundo jamás volverá a ser igual.

―¿Y qué se supone que debo hacer?

―Seguir adelante con el plan.

―Bien.

―Pero recuerda, debes mantener un bajo perfil y, al igual que tu hermano, deberás moverte, cambiarte el nombre y evitar ver a las personas por más tiempo del necesario, que no se percaten de que no envejeces.

―¿Se puede hacer eso?

―Claro, hay muchos lugares a los que escapar hoy en día, vives un tiempo en un lugar, luego te mueves a otro, y a otro, y a otro. Así, cuando vuelvas al lugar de inicio, no quedará nadie vivo que te recuerde.

―Entendí.

―Seguirás solo, lo sabes, ¿verdad?

―Sí.

―Ya no estaré para ayudarte.

―Lo sé.

―¿Estás seguro de lo que debes hacer?

―Me lo has repetido muchas veces, Mala’ikan, lo dejaste bien grabado en mi cabeza.

―Perfecto. Solo quiero que salga bien esta vez.

―Así será.

―Sabes que siempre hay un porcentaje de fracaso.

―Lo sé, pero pierde cuidado, aun si tuviera que dar mi vida para terminar con esa mujer de una vez por todas, lo haré.

―¿Y si la que debe morir es otra?

―Mi hija no morirá. Yo haré lo que sea para que ella viva libre y feliz de una vez por todas.

―¿Aun cuando tú no puedas estar con ella?

―Aun cuando yo tenga que morir para darle vida a ella.

―Estás muy decidido.

―¿Tú crees que para mí fue muy fácil verla morir, otra vez, de esa forma tan cruel? No, Mala’ikan, ¿crees que quiero que vuelva a pasar algo similar? Jamás. Abril no volverá a sufrir de ese modo.

―Sabes que no podrás evitar del todo su sufrimiento.

―Sí, hay cosas que tendrá que vivir, estoy consciente de eso, pero no volverá a ser asesinada de ese modo tan brutal, tampoco dejaré que mi hermano se le vuelva a acercar para lastimarla, mucho menos esa mujer.

―Bien. Ya sé que tienes las cosas muy claras, Medonte, puedo irme tranquilo de que cumplirás con tu misión.

―Así será.

―Yo ya cumplí con la mía.

Lo miré confundido, ¿a qué se refería? ¿A mí preparación? No parecía ser eso.

―Todos tenemos una misión, Medonte, todos.

Chasqueó los dedos y apareció Marina Alabrú, sonreía con la maldad característica de ella; no se volvió a mirarme.

Quise hablar, pero mi boca estaba sellada.

―Muchas gracias, Mala’ikan ―le dijo Catalina a mi mentor.

―Fue un placer.

―¿Estás seguro de que no se me resistirá?

―Por supuesto que estoy seguro, te será fiel y leal.

―Bien, supongo que todavía no recuerda, Ricardo ya está recordando, es más, ¿me vas a creer que quiso salvar a su hija? ¡A su hija! Como si eso fuera posible ―se burló.  

―Yo te dije que no sabíamos las implicaciones de que los convirtieras en esto, pero ya está hecho y ahora hay que aceptar las consecuencias.

―Yo no dejaré que ninguno de los dos recuerde.

―Medonte no recuerda, apenas ha tenido algunos destellos de recuerdos, nada importante.

―Por eso no se ha acercado a su hija las últimas veces.

―Por eso. Ni siquiera sabe que existe. En estos años de descanso, la volví a borrar de su memoria y, por supuesto, no le he dado a conocer sus poderes. No tiene idea de lo que tiene, más que fuerza y vida ―dijo con sarcasmo―. Será un buen lacayo para ti.

―Gracias.

―¿Qué harás ahora?

―Esperar a que regrese mi querida hermanita y ocupar a Ricardo y Medonte para acabarlos.

―¿Ricardo? ―preguntó Mala’ikan en voz alta, sabía que yo no sabía de quién hablaba.

―Licurgo. Ya ni siquiera sabe su nombre. ―Catalina lanzó una carcajada ante lo dicho.

―Bueno, muy pronto le pasará eso a Medonte.

―Sí, además, ¡son nombres tan anticuados! Le pondré un nuevo nombre. ―Se volvió a mí―. Te llamaré Manuel. Sí, me gusta ese nombre.

―¿Te lo llevarás de inmediato?

―No sabes cuánto esperé por esto, él se me resistía, imagina, ahora no ha dicho ni una sola palabra, nada.

―¿Qué esperabas que dijera? ―pregunté al sentir que mis labios se soltaron.

―Que me amenazaras, como siempre, que me reclamaras, que intentaras atacarme.

Miré a Mala’ikan quien me dio una significativa mirada para que le siguiera la corriente.

―¿Y por qué haría eso? ―consulté.

―¿No lo sabes?

―¿Debería?

Sonrió enseñando una hilera de dientes perfectos.

―No. No deberías. ¿Vamos?

―Vamos ―acepté.

Mala’ikan me dio la mano a modo de despedida y, a través de ese apretón, me envió fuerza sobrenatural, sabía que aquello iba a ser muy difícil para mí.

Me fui tras Marina, Ricardo, mi hermano, nos esperaba en una hermosa casona a las afueras de la ciudad.

―¡Medonte! Qué alegría verte aquí ―me saludó con un efusivo abrazo, que fue correspondido plenamente por mí.

―Lo mismo digo, Licurgo.

―Ahora soy Ricardo ―me aclaró.

―Sí, perdón. Yo ahora soy Manuel.

―Bien. Por fin lucharemos juntos las mismas batallas.

―Sí. Por fin estaremos juntos en el mismo lado de la trinchera.

Miré de reojo a Marina, sonreía feliz y confiada, después de todo, Mala’ikan me había entregado en bandeja para trabajar con ella, algo que jamás pensó que sucedería.

Quién lo diría: yo peleando a su lado, por fin vería lo que ella hacía, pues no solo se dedicaba a molestar a mi familia.

―Manuel, vas a ir al centro de la ciudad con Ricardo, quiero que te ambientes en cómo se tratan las cosas conmigo, tengo algunos clientes que no han sido leales a mí y no han pagado su tributo.

Busqué a mi hermano con la mirada, asentía desde un rincón.

―Perfecto.

―Ricardo, no dejes que se le pase la mano.

―Claro ―respondió este.

―Ahora vayan, yo necesito dormir un rato.

Esbocé una pequeña e imperceptible sonrisa; supe que mi plan había funcionado.

 



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