Páginas

sábado, 24 de abril de 2021

37: ¿Amnesia?

 Aquel día lo pasamos comprando ropa, calzado y algunos artículos de uso femenino. Podría haberlos hecho aparecer sin más, pero fue entretenido hacerlo así, recorrer las calles con ella, como hubiese querido hacerlo con mi hija.

―¿Puedo ser como tú? ―me preguntó mientras tomaba un café tras las compras.

―¿Quieres ser como yo?

―Sí ―respondió resuelta, pero con timidez.

―¿Por qué?

―Porque no tengo razón para seguir viviendo así, a mi madre no le importo, solo quería el dinero que llevaba a casa; mi exnovio me dejó por la única amiga que tenía, lo entiendo, ¿sabes?, era mucho mejor que yo…

―¿Mejor que tú? ―La interrumpí.

―Mírame, no soy nada. La gente que se acerca a mí solo lo hace para burlarse en mi cara. Cualquiera es mejor que yo.

―¿Por eso has pensado en el suicidio?

Me miró como si hubiese sido pillada en falta y se encogió de hombros.

―A nadie le importo. En realidad, no sé si quiero morirme, matarme o solo ser invisible. Quiero estar tranquila ―terminó con lágrimas en sus ojos.

―A mí me importas ―le dije tomando su mano―, lo digo en serio.

―Pero tú no me conoces.

―Me importas y te quiero, desde antes de que llegaras a esta vida.

―¿Puedo ser como tú? ―insistió.

―¿De verdad quieres? ¿Para qué?

―Para desaparecer de este mundo, para poder escabullirme y que nadie, nunca más me moleste.

―No es tan sencillo, niña, hay cosas que aprender, hay cosas que saber, al convertirte en vampira, se te abrirá todo un mundo de posibilidades, pero también de mucha responsabilidad.

De reojo vi a Mala’ikan en una esquina del café, pero no nos miraba, sus ojos pasaban de nosotros, por instinto, miré hacia el lado opuesto y allí estaba Catalina con un hombre, ella no nos había visto. Busqué con la vista a Mala’ikan y me hizo un gesto de que debíamos salir de allí. Él nos había ocultado de la vista de esa hechicera.

Salí con mi joven protegida a toda prisa, la pegué a mi costado para elevarla un poco del suelo y corrí con ella hasta mi auto que estaba estacionado cerca de allí.

―¿Qué pasó? ―me preguntó al entrar al departamento; cosa rara en una mujer, no habló en todo el camino ni protestó.

―Reaccionaste un poco tarde ―bromeé.

―No. Pero si salimos así de ese lugar, supuse que no era momento de cuestionamientos.

―Pocas chicas piensan como tú, la mayoría habría reclamado todo el tiempo por una explicación.

―Yo no. Es más, me encabrona cuando en las películas están en medio de un tiroteo y la protagonista empieza con los reclamos: “Yo no me muevo de aquí hasta que me digas quién eres y por qué te quieren matar” ―ironizó con voz chillona―. Tú eres especial y la gente especial siempre tiene enemigos.

―No soy el único especial aquí. Esa enemiga nos odia a los dos por igual.

―¿A mí? ¿Por qué a mí?

―Creo que es hora de que te diga quién eres, si el destino nos puso en el mismo camino, no es por casualidad, niña.

“Y si Mala’ikan estaba en el café, tampoco”, terminé en mi mente.

Hice aparecer una taza de café y un dulce para mi protegida, le iba a contar todo y necesitaba que estuviese tranquila. Una vez hecho eso, ella debía tomar una decisión.

Mala’ikan hizo su aparición antes de que empezara a hablar.

―Hola ―nos saludó con trivialidad.

Ella me miró algo asustada, creía que de él habíamos escapado en el café.

―No te asustes, niña, vengo para contarte todo lo que necesitas saber y para llevarte a donde te pueden ayudar ―le habló mi mentor.

―¿Qué dices? ―interrogué de mal modo.

―Necesitas ir en busca de esos bastardos ―-respondió―, yo me encargaré de ella, no te preocupes.

―¿La volveré a ver?

―Por supuesto, no temas, ella estará muy bien. Ahora debes irte.

Mi invitada se acercó a mí y tomó mis manos, sus ojos se clavaron en los míos.

―¿Puedo confiar en él? ―me preguntó.

Miré a mi benefactor.

―Sí ―respondí―. Él te cuidará.

Se abrazó a mi pecho, yo la abracé de vuelta y la besé en el cabello.

―Tranquila, todo estará bien de ahora en adelante para ti.

―Gracias.

Se apartó un poco, me dio un beso en la mejilla y dio dos pasos atrás.

―Estaremos en contacto ―le dije.

―Claro.

Me sonrió, yo la miré con todo el cariño que me inspiraba, miré a Mala’ikan suplicándole que la cuidara y me fui en busca de esos malditos malnacidos que la habían lastimado la noche anterior.

Salí con furia. No quería dejarla sola, sentía que estaba dejando sola otra vez a mi hija, pero sabía que con Mala’ikan iba a estar bien y, si era necesario, él podría hacer que se convirtiera en vampira.

―Manuel… Manuel…

Era la voz inconfundible de Serena, mi mujer, mi Luna… después de tanto tiempo me llamaba.

―Selena…

No me volvió a hablar, su luz iluminó unas calles nada atractivas. Me dejé guiar, no sabía lo que pretendía, iba a hacia un sector, luego a otros, no andaba en círculos, pero parecía que estaba perdido. No tenía miedo, sabía que no había peligro para mí en esas calles, solo que no sabía qué estaba pasando o si aquello era fruto de mi imaginación o era real y me estaba guiando a un lugar especial.

Al doblar una esquina, me di cuenta de todo.  Mi hija estaba siendo atacada por los mismos malditos que la noche anterior habían atacado a mi protegida. Uno de esos imbéciles la iba a golpear, llegué justo antes de que lo hiciera y detuve su mano. El líder de ese grupo de indeseables ordenó a sus amigos que me atacaran. Poco me costó terminar con ellos, no los dejaría vivos y no tenía ganas ni tiempo de hacerlos sufrir, solo los quería bien muertos.

Miré a Abril que estaba en el suelo, con la cabeza escondida entre sus brazos, protegida como si le fuera a caer una granada.

―¿Abril?

Ella se incorporó un poco y me miró confundida, yo lo estaba más, no podía leer su mente ni manejar sus emociones, todo su interior estaba vedado para mí.

―Abril, ¿qué haces aquí?

―¿Me conoce? ―me preguntó con sus dientes castañeando por el frío.

―Soy Manuel, ¿no me reconoces?

―¿Manuel?

―¿Y Ray? ¿Cómo es que te dejó salir sola y sin abrigo a la calle? ¿Dónde están Joseph y los demás? ¿Te hicieron daño?

Ella hizo unos pucheros, al parecer no tenía idea de qué le hablaba.

―Ven, niña.

Me quité el abrigo y se lo coloqué antes de tomarla en mis brazos. Ella largó un duro llanto.

―¿Qué pasa, preciosa?

―¡Usted me secuestró! ―me reprochó con dolor, yo busqué su mirada, no entendía nada, ¿había perdido la memoria?

―Ya te pedí perdón, Abril, lo siento, si…

―No.

―Tranquila, mi niña, todo está bien, no pasa nada.

―Me escapé ―susurró.

―¿Otra vez?

―¿Otra vez? ―¿Acaso venía de la casa del bosque?

―Abril, ¿qué te pasa?

―No sé…

Mi pequeña se abrazó a mi cuello, lloraba de miedo y tristeza, yo dejé que se desahogara.

―Me desperté en un departamento desconocido, aproveché que estaba sola y me fui. Ahora estoy perdida… ―me contó entre sollozos.

―¿No recuerdas qué hacías allí?

―No, lo último que recuerdo es que salí tarde de mi trabajo y… desperté allí. Ahora que lo vi a usted, recordé que fue usted. ¡Usted debe saber qué hacía allí!

Mi niña. ¿Qué le había pasado para que hubiese perdido así la memoria? ¿Y cómo había llegado Catalina a ella para provocarle amnesia y miedo?

Sollozó más fuerte.

―Pobre, mi niña, no te preocupes, Leo y Joseph te ayudarán en lo que sea que te está pasando.

―Tengo tanto miedo.

―No pasa nada, nadie te hará daño.

―Y me estoy congelando.

―Te llevaré a casa, niña.

Caminé con ella, la llevaría a mi departamento y allí vería qué hacer, no estaba seguro de regresarla con Ray si él le había hecho algo para que llegara a ese estado.

―Soy muy pesada ―me dijo en cuanto comencé a caminar con ella.

―No te preocupes, para mí no pesas nada ―le dije y le besé el cabello.

De pronto, comenzó a temblar en mis brazos y no era de frío. Miré hacia atrás, ella había visto a los hombres abatidos.

―¿Qué pasa, Abril? Todo está bien, no pasa nada.

―Tengo frío ―mintió.

―Entonces tendremos que pedir un auto.

Busqué en su mirada, quería saber si podía leer algo en ellos, solo veía el terror pintado en su cara. La dormí, al menos eso sí lo pude hacer.

Maldije no haber llevado mi automóvil, aunque claro, con tantas vueltas, tampoco habría sido muy práctico. Llamé a Ray.

―No es el momento. ―Fue su respuesta, no había que ser adivino para saber que no estaba bien.

―Encontré a Abril.

―¿Qué? ¿Dónde?

―Está mal, Ray, vengan rápido con el auto, necesita calor y estar tranquila, yo no tengo mi automóvil cerca, además, no sé dónde están ustedes.

―En el departamento de Leo, vamos en camino, ¿dónde están ustedes?

Les di la dirección y colgué. Me agaché con mi hija y la abracé allí. Le di calor. Ella se acurrucó en mis brazos.

―¿Qué te hicieron, hija?

―Papá, papá, ya quiero salir de este encierro.

―Tranquila, mi pequeña, todo va a acabar muy pronto.

―Quiero que termine ya.

―Muy pronto, hija, muy pronto.

―No me dejes sola otra vez, papi.

―Mi amor, mi amor, perdóname.

―Papi…

La abracé más a mí, estaba dormida y su subconsciente hablaba por ella, su verdadera esencia, la que me reconocía como su padre.

Aun así, no logré ver sus pensamientos ni sus recuerdos. ¿Qué pudo haber pasado para que bloqueara su mente a todo? Quizá la muerte de Nicolás la afectó en demasía. Ella creía que él y Viviana habían muerto hacía varios años y, si estaban en la ciudad, era porque habían ido a su funeral.

Escuché el sonido del automóvil de Leo y me levanté con Abril. Se detuvo con un derrape a nuestro lado.

Me acerqué y Joseph abrió la puerta trasera, yo la acomodé en el asiento; él se sentó a su lado para ayudarla.

―¿Qué pasó, Manuel? ―me preguntó Ray, preocupado y sin enojo.

―No lo sé, esperaba que ustedes me dijeran qué pasó, cuando la encontré, estaba casi congelada y conmocionada, no recordaba nada. Su último recuerdo era haber salido tarde de su trabajo.

―Debemos llevarla a casa ―rogó Joseph―, puedo quitarle la neumonía, pero el frío no y se está congelando.

―Llévenla rápido y cuídala, Ray, no la dejes sola ―supliqué.

―Vamos a la casa, han pasado ciertas cosas que es necesario que sepas, tal vez puedas ayudar ―me dijo Ray con cierta reticencia, producto de la magia de Catalina.

―Yo no quiero causarle problemas a Abril.

―Yo te lo estoy pidiendo, no habrá problema.

Era sincero, así que no me lo tuvo que repetir. Me subí al asiento del copiloto y él, ante el volante.

―Supongo que no has vuelto con Marina ―me preguntó en el camino.

―Sabes por qué estaba con Marina, por supuesto que no he vuelto con ella.

―Lo que pasa es que se está armando el rompecabezas para librar la batalla y creo que tienes que tomar una decisión, o estás por nosotros, o estás por Marina y su hueste.

―Por ustedes, si no fuera así, no te habría llamado.

―¿Cómo llegaste a Abril si ni siquiera sabías que estaba perdida?

―Hay una pandilla… Ayer violaron a una joven y hoy fui para, tú sabes, poner punto final a todas sus fechorías.

―Y la encontraste… ―replicó con un toque irónico.

―Con ellos.

Ray guardó un tenso silencio, imaginó lo que esos hombres pudieron haberle hecho. Yo también me lo pregunté, pero por el resplandor de la luna, mi Luna, supe que ella no lo hubiese permitido. Y así quise creerlo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenidos a comentar con respeto.