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lunes, 19 de abril de 2021

35: Abril escapó

 Después de derribar tres árboles a golpes, volví a la camioneta. Mi teléfono sonó, era Joseph.

―¿Qué pasa ahora?

―Sabes por lo que te llamamos ―me habló Ray.

―No, no sé a qué te refieres, ¿qué quieres de mí ahora? ―Lamentablemente, por teléfono, no podía leer las mentes.

―De ti nada, es a Abril a la que queremos.

―Ya, ¿y qué tengo que ver yo en eso?

―No te hagas el tonto, Manuel, ella está contigo, ¿verdad?

―¡¿Qué?! ―¿Mi hija había escapado?―. Ella no está conmigo, Ray, tú la enviaste a su cuarto, ¿la buscaron bien?

―Nick revisó en toda la casa y no la oye.

―Maldito el día en que todo esto empezó ―maldije en voz baja―, si algo le pasa, lo pagarás muy caro.

Ray guardó silencio.

―Iré a ayudar a buscarla ―dije al fin.

―No lo hagas, no te necesitamos aquí.

―Entiendo, que les vaya bien con la búsqueda. Ojalá no la encuentren demasiado tarde.

Colgué y corrí hacia el bosque, mi hija debió haber ido allí y ese lugar era un peligro en toda la extensión de la palabra y más.

Percibí su presencia, sus pensamientos le recordaban lo infeliz que había sido su vida, cada sufrimiento y cada dolor lo sentía en su corazón como estocadas. Pensó en su amor por Ray, el que consideraba enfermizo por la forma en la que él la trataba, no entendía cómo podía amarlo. Mi hija quería morir y no podía permitirlo, pero no llegaría a tiempo para salvarla. La dormí, necesitaba ganar tiempo para que los demás la encontraran, estaba demasiado lejos de mí.

Max estaba en el sector donde yo me encontraba, por lo que corrí a su encuentro, no podíamos perder más tiempo.

―¿Qué haces? ―me preguntó nada más verme.

―Vayan al acantilado norte, allí se encuentra en estos momentos, está dormida.

―¿Tan lejos está?

―Salió hace mucho rato, creo que ni siquiera fue a su habitación. Tiene pensamientos suicidas que llevará a cabo en cuanto despierte. Apresúrense, no creo que pueda mantenerla así mucho más, está demasiado lejos. ¡Ah! Y dile a Ray que se cuide, la guerra está empezando y Marina, como te dije antes, está muy cerca, cada vez se acerca más y utilizará cualquier medio para acabar con ustedes.

Di la media vuelta y me fui, esperaba que llegaran a tiempo. Escuché a Max dirigirse a Leo y a Joseph para que corrieran al acantilado norte. Leo se transformó en un animal, no supe en cuál, pero seguro sería uno mucho más rápido que nosotros. Creo que por primera vez rogué al Cielo. Mi hija no podía morir, si lo hacía, ya no volvería a la vida. Jamás.

Me quedé en la camioneta. El silencio me tenía desesperado, no sabía si la habían encontrado o no.

Desesperado, me bajé, iba a devolverme a la casa lo quisiera Ray o no; necesitaba saber lo que había pasado.

La angustia que sentía no se comparaba a nada que hubiese vivido antes. Si mi hija moría, ya no tendría sentido seguir viviendo, todo lo que había hecho, fue por ella, todo. Si ella dejara de existir, mi vida de nada valdría. Solo me ayudaría la venganza en contra de mi hermano y de Ray y luego… mi propia muerte.

Los minutos se me hicieron eternos hasta que vi a Leo convertido en un águila real con Abril en su espalda. Busqué en sus pensamientos, estaba tranquila, aquel viaje estaba siendo reparador para sus emociones. Le envié un “te amo” a mi pequeña antes de ver cómo desaparecían en el cielo, mientras lágrimas de sangre corrían por mi cara. Leo la quería, Leo también estaba despertando a quién era ella en su vida.

Respiré tranquilo. No la volverían a lastimar. No dejarían que Ray la volviera a lastimar.

Llegué a la ciudad y me fui directo a mi departamento. Dudé en llamar a Nikolai, ¿le avisaría que había encontrado a su exmujer? De todas las veces que le mencioné que la buscara, él no quería saber nada de ella, no importaba lo enamorado que estaba; tenía miedo de ser rechazado. Quizá, en un futuro, me acercara a ella, la conocería, buscaría en sus pensamientos y podría tomar una decisión, al fin y al cabo, Nikolai merecía ser feliz y la hija de Livia era el amor de su existencia.

Me paré en el balcón y medité en esos últimos días, en especial en aquel día. Fue extraño y largo. Recién estaba anocheciendo y ya habían ocurrido tantas cosas, pensé en lo cansada que estaría Abril, ¿Ray la ayudaría a dormir? Esperaba que sí y que su escape no fuera causa para intentar maltratarla, intentar, porque estaba seguro de que ninguno lo volvería a permitir.  

Miré hacia el cielo, la luna todavía no aparecía, aquella era noche de luna llena. Me senté y cerré mis ojos, necesitaba dormir, aunque fuera algunas horas. Sí, me dejaría llevar y descansaría de tanta presión y del estúpido de mi yerno.

La luz del sol dio de pleno en mis ojos. Los abrí con dificultad.

―Buenos días ―me saludó Mala’ikan con algo de burla.

―Buenos para quién.

―Sí, tienes razón, no es un buen día.

―¿Qué quieres?

―Vine a ver cómo estabas.

―¿Cómo quieres que esté? ―Me levanté de mi asiento―. Mi hija está sufriendo lo indecible en esa casa y mi papel ha sido hacerla sentir más pánico y dolor. ¿Cómo crees que me siento? Te juro que en este mismo momento iría a esa casa, mataría a Ray y me traería a mi hija conmigo para cuidarla y protegerla.

―Sabes que eso es imposible.

Golpeé la pared con furia y el edificio se estremeció.

―Maldita sea la hora en que tú y Catalina me escogieron para sus sádicos juegos ―susurré con ganas de rugir.

―No es un juego, Medonte, creí que eso estaba claro.

―¡Claro que no lo es! Para mí no es divertido.

―Para nadie.

Me asomé al balcón, varios de mis vecinos se habían asomado a ver qué había sido el estruendo que habían sentido.

―Debes controlarte, Medonte, cualquiera podría descubrirte, si hubiese un joven, como los suelen haber hoy en día, con su cámara encendida, estarías en un gran problema.

―¿Un problema? Si un estúpido jovencito hiciera eso, bastaría con borrar su memoria y el video. O lo mato. Así de simple. No estoy para jueguitos idiotas de nenes de papá que lo tienen todo a sus pies. Problema es lo que está sufriendo mi hija en esa casa con el psicópata de Ray. Eso es un problema.

―Sabes que Ray está bajo el hechizo de Catalina.

―Sí, si no fuera por eso, ya habría dejado de existir.

―Tu hermano le hizo más daño.

―Y créeme que también me he retenido de matarlo.

―Lo sé. Debes calmarte, Medonte, ya queda muy poco. Ni cuenta te darás cuando todo esto acabe, cuando tu hija sepa que eres su padre y cuando la vida tome su curso natural.

―Eso espero, me desespera el hecho de estar aquí y no saber de ella. ¿Y si Ray la lastima y no estoy yo para defenderla?

―Cuando ella te necesite, tú estarás ahí, no te preocupes por eso.

Me sonrió de su modo tan particular.

―Relájate. Haz lo que mejor te sale. Busca a los desgraciados de la calle, ellos harán que encuentres el camino a casa.

Y desapareció.

Con esas enigmáticas palabras, me dejó solo. El problema era que yo no podía ver el pasado ni el futuro con Mala’ikan, como tampoco lo podía ver en mi hija, así es que no sabía qué me deparaba el futuro, y sus palabras, en vez de tranquilizarme, me dejaron más perturbado.


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