Recorrí las calles que solía andar antes, cuando miraba a mi pequeña desde lejos, cuando la cuidaba a la distancia. Llegué a su antigua casa y vi a Nick entrar en ella con la casera de Abril. Rato después salió con varias cosas; las pertenencias de mi hija.
No lo seguí, al contrario, me quedé allí. En esa casa, mi
hija no lo había pasado bien, esa mujer la trataba muy mal. Sin pensarlo dos
veces, y con la rabia metida en mis entrañas, me acerqué a su puerta y pude oír
cómo se regocijaba con la cuantiosa propina que le había dejado ese “joven tan
guapo” y que había ganado más con “las porquerías de la pendeja, que con la
misma pendeja”. Resoplé furioso y toqué el timbre.
―¿Sí? ―Asomó los ojos.
―¿Puedo pasar?
―Si busca a su amigo, ya se fue.
―¿Cómo sabe que es mi amigo?
―Porque son los dos iguales de raros y guapos, cariño.
Asentí con la cabeza.
―Sí, somos amigos y sé que acaba de irse, yo lo estaba
esperando en el auto, lo que pasa es que quiero ver si se queda algo.
―Mmm… ―Se encogió de hombros―. No sé, su amigo me pagó solo
por lo que se llevó.
Saqué mi billetera y le enseñé un buen fajo de billetes,
ella los observó con avidez.
―Ah, bueno, en ese caso, pase, joven.
Di un paso y luego otro para
asegurarme de poder entrar. Antes de que la mujer pudiera reaccionar, hundí mis
colmillos en ella, cuando estaba a punto de morir, me aparté de ella y la miré,
con mis ojos rojos y mi rostro desfigurado.
―¿Qué…? ¿Quién…? ¿Por qué…? ―tartamudeó.
―¿Qué voy a hacer? Te voy a
matar. ¿Quién soy? El padre de Abril, la pendeja. ¿Por qué? Por el modo
en el que la trataste todos estos años. ¿Sabes qué es lo peor para ti? Morirás
de dolor. Pagarás, no solo por lo que hiciste sufrir a mi hija, sino que también
por las demás muchachas a las que maltrataste por el simple hecho de no tener
familia ni dinero.
―¿Cómo… cómo lo sabe?
―Porque puedo leer tu mente,
vieja maldita.
La arrojé al piso y me fui, por
el estado en el que la dejé, debió morir en cuatro a cinco horas. Su caso ni
siquiera salió en las noticias, por lo que asumo que a nadie le importó.
Pero no fue solo ella la que
sufrió esa noche la ira de mi venganza. Me fui a la caza de tres excompañeros
de Abril, dos de trabajo y uno del Hogar. Los tres habían maltratado y
denigrado a mi pequeña sin miramientos y pagarían por ello.
El primero fue Carlos, su
compañero del Hogar. Muchas veces castigaron a mi hija por su culpa y él jamás
dio la cara, al contrario, siempre se burlaba por lo tonta que era.
―Yo… Yo lo siento, yo era un
niño, no sabía lo que hacía, por favor… ―rogó como un cobarde cuando le dije a
lo que iba.
―Ahora eres un adulto y sigues
haciendo lo mismo, te gusta golpear mujeres, sobre todo a la tuya, ¿no es
verdad? ―le pregunté mientras le daba suaves bofetadas, más humillantes que
dolorosas.
―Prometo no hacerlo más, se lo
juro, yo no sabía que estaba mal.
―¿No sabías que está mal golpear
mujeres?
―No, es que ellas se lo buscan,
pero ya no más.
―Claro que no lo harás más y no
solo eso, dejarás libre a tu mujer.
―¿¡Qué?!
―La tienes contigo bajo amenaza.
Ahora mismo vas a ir a tu casa, vas a agarrar tus cosas y te irás. La dejarás
en paz.
―Pero… Pero… Pero… Yo no tengo
dónde ir.
―Trabaja, tal como lo hace ella
para mantener a tu hijo y a ti.
―Pero…
―O te mato, tú eliges.
―No, no, la dejaré, lo prometo.
―Si te veo cerca de ella, si la
vuelves a tocar, te voy a desmembrar muy lento, ¿me oíste? ¿¡Me oíste?!
―Sí, sí.
―Y recuerda, puedo provocarte
mucho dolor sin siquiera tocarte.
Me aparté de él y le hice sentir
que cada extremidad era apartada de su cuerpo, incluida su virilidad, de la que
tan orgulloso se sentía. Lo dejé justo antes de que sufriera un paro cardíaco.
―Ya lo sabes, de ahora en
adelante, respetarás a cada mujer con la que te cruces, de otro modo, yo lo sabré
y vendré por ti ―le advertí.
―Si, sí, déjeme en paz, por
favor.
―Vete. Te quiero lejos de tu casa
en una hora.
En tanto ese tipo se iba a su
casa, busqué a los otros dos. Para mi suerte, estaban juntos en un bar,
molestaban a un par de chicas que dudaban entre irse y arriesgarse a que esos
dos las siguieran y las violaran, o quedarse a resguardo en ese lugar, pero con
los dos tipos acosándolas.
―¿Qué pasa aquí? ―pregunté con
suavidad.
―Pasamos un buen rato con estas
minitas.
―Ellas no parecen estar pasándolo
bien con ustedes.
―En un rato más la van a pasar
muy bien. ―Alargó las dos últimas palabras―. ¿Y tú quién eres?
―Yo soy el padre de Abril
Villavicencio.
―¿La huacha? Ella no tiene
papás, se crio en un orfanato.
―Te informo que sí tiene padre y
soy yo.
―Ya, ¿y?
―Vengo a hablar con ustedes, de
hombre a hombres.
―Llegaste en mal momento, suegro,
ahora estamos con otras minas, más ricas que tu hijita, sí.
Yo miré a las dos jóvenes, no
sabían qué hacer, estaban aterradas, pobrecillas.
―Bueno, lo siento, pero yo voy a
hablar con ustedes, lo quieran o no.
―Mejor, vámonos, aprovechemos ―le
dijo una a la otra.
―No ―repliqué―. Ustedes vinieron
a disfrutar, no se van a ir por este par de imbéciles, son ellos los que se van
conmigo. Y no teman, si alguien viene en nombre de Manuel para llevarlas a su
casa, se ocuparán de que así sea.
Agarré a los dos tipos por sendas
chaquetas y los saqué fuera del local. Ellos quisieron atacarme y yo ni
siquiera me defendí, sus puños chocaban con mi cuerpo de mármol y salían más
lastimados ellos que yo.
―¿Quién eres tú? ―me preguntó uno
de ellos, sorprendido por lo ocurrido.
―Ya les dije, soy el papá de
Abril, no tu suegro, por cierto.
―¿Qué quieres?
―Hacerles pagar por el daño que
le hicieron a mi hija y a tantas jóvenes como ella o como Rut y María, las
chicas a las que acaban de acosar.
―Vamos, hombres, solo nos
divertíamos.
―Para ellas no es gracioso.
―Solo pasábamos un buen rato y
ellas también, si no, ¿para qué se vienen a meter a un bar?
―¿Para tomarse un trajo y
relajarse?
―Por favor, las minas que andan
en bares buscan puro tirar.
―Y por eso las acosan y las
violan.
―No las violamos, cumplimos sus
fantasías.
―Yo les voy a cumplir sus
fantasías de machos valientes, si tan hombres son con una mujer, les voy a dar
la oportunidad de mostrar su poder.
Con mi sola mirada, los obligué a
seguirme, los guie hasta una calle cercana donde se encontraban varios
narcotraficantes haciendo negocios.
―¡Hey! ―les grité para que me
vieran llegar.
―¡Hola! ¿Y tú? Hace mucho que no
te veíamos por aquí ―me saludó Raúl con una gran sonrisa y un abrazo.
―Vine porque estos dos tipos
estaban acosando a tu hija, Raúl, y a la tuya, Miguel, las querían violar.
―¿Qué? ¿Son sus hijas? ―preguntó
uno de los tipos, aterrado.
―Ruth y María estaban en el bar
de Mario, estos dos las tenían amedrentadas, ellas no se atrevían a nada, ni
siquiera a llamar para pedir ayuda.
Raúl hizo una seña y varios de
sus hombres se lanzaron contra los dos violadores y los ataron de pies y manos.
De seguro los iban a matar con gran lentitud. Raúl y Miguel eran dos
narcotraficantes con principios muy claros: nada de drogas a niños y a las
mujeres se las respetaba.
En realidad, Ruth y María no eran
sus hijas, pero podrían serlo y, por eso, se lanzaron contra los violadores, si
quedaban vivos, no les quedarían ganas de volver a molestar a nadie más y eso
me dejaba tranquilo.
―Gracias, Manuel, enviaré a
alguien al lugar para ver cómo están las muchachas.
―Gracias a ti. Nos vemos.
Me fui de allí a ver al infeliz
de Carlos a su casa para ver si me había obedecido. Se estaba a punto de ir,
tenía su bolso en la puerta.
―Por fin me voy de aquí, no
sirves para nada, me encontré a una mucho mejor que tú ―le dijo a su esposa con
orgullo―. Yo voy a estar vigilándote, perra, y si se te ocurre meterte con
otro, te mato, ¿me oíste?
Ella no contestó, él le tiró el
pelo.
―¿Me oíste, perra?
―Creo que no te quedó muy claro
lo que tenías que hacer, Carlos ―le dije y llegué a su lado en un nanosegundo.
―Ella me provocó, como siempre ―se
justificó.
Yo miré a la joven, debía tener
la edad de Abril.
―No es verdad ―sollozó.
―Por supuesto que no es verdad.
Toma las cosas del niño, te sacaré de aquí y los llevaré a una nueva casa donde
puedan estar tranquilos, lejos de este ambiente. Mientras tanto, me haré cargo
de este imbécil.
―Él no me dejará ir.
―La dejarás libre, ¿no es así,
Carlos?
―Ándate a la mierda, ¡váyanse los
dos a la mierda!
Marcela no sabía qué hacer, quería
escapar, pero no sabía cómo y no tenía adonde.
―Ve a preparar las cosas y no te
preocupes por nada, todo estará bien ―le aseguré.
Sin pensarlo más, tomó a su hijo
de la mano y corrió a la habitación a buscar sus cosas. Yo me giré a su esposo.
―Ahora tú y yo vamos a arreglar
cuentas.
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