La mujer de Carlos se mostró muy agradecida y avergonzada, no sabía cómo me podría pagar lo que había hecho. Debo ser honesto en que no quise leer la mente de esa mujer, ya estaba harto de meterme en las cabezas ajenas y me imaginé que la de ella era un caos. Luego de repetirle que no hacía falta ningún pago y que ya no debería preocuparse de su exmarido, comenzó la preocupación por su hijo y el trauma con el que quedaría.
―Puedo hacer que eso cambie ―le ofrecí.
―¿Cómo?
―Puedo quitar los malos recuerdos de su padre e implantar
nuevos, ya sea que nunca estuvo con ese hombre como padre y tú fuiste madre
soltera, o que su padre fue bueno con ustedes, pero se fue, se murió o algo
así.
―Tiene tres años, ¿no recordará su vieja casa?
―Tiene tres años, en un tiempo más ya no tendrá recuerdos,
solo las sensaciones y las emociones vividas.
―En ese caso, no quiero que tenga buenos recuerdos o
emociones de un hombre que nunca hizo nada por nosotros.
Puse mis manos sobre la cabecita del niño que lloraba sin
saber muy bien por qué. Primero, lo dormí, luego quité cada recuerdo de Carlos
de su cabeza, la verdad es que los pocos recuerdos que tenía de él, o eran
malos, o eran de indiferencia.
―Entonces, él creerá que siempre fueron solo los dos, para
la próxima vez, mira bien a quien entregas tu corazón.
―Yo nunca le entregué mi corazón, ni nada, mi padrastro perdió
una apuesta en la que yo era la prenda.
―¿Dónde está tu padrastro ahora?
―En algún bar de mala muerte, como siempre.
―Bueno, tú no te preocupes, aquí estarás tranquila con tu
hijo. ―Saqué una de mis tarjetas de visita y mi lápiz para anotar un número―.
Toma, te dejo mi número por cualquier cosa, si yo no puedo venir, al reverso
está el número de un amigo, llámalo de mi parte. Si él no puede venir, seguro
enviará a alguien.
―Gracias.
Tomó mis manos, primera vez que me tocaba y grande fue mi
sorpresa al sentir un escalofrío recorrer mis brazos. No solo su pasado se
abrió ante mis ojos sin yo quererlo, también al menos una de sus vidas pasadas.
Esa mujer, pobre, violentada y con la autoestima por el suelo era Abril, la
hija de Livia, a la que crie como mi propia hija y a la que le daba asco ser la
hija de la sirvienta. ¿Qué había hecho en sus vidas pasadas para acabar así? ¿O
es que sí había tomado malas decisiones en esta vida? No, era demasiado joven
para haber cometido errores por sí misma, mucho más si quienes la debían
proteger la habían entregado a un bastardo.
―No te preocupes, nada les faltará, ni a ti ni al niño. Yo
me haré cargo de todo.
―¿Cómo lo haré para ir a trabajar? Allá dejaba al niño con
una vecina.
―No te preocupes, ya te dije que nada les faltará, no debes
volver a trabajar, te harás cargo de tu hijo y yo me haré cargo de los dos.
―Eso no es correcto.
―Créeme que es lo correcto para mí.
―¿Tendré que…?
―¡No! ¿Cómo crees que te quiero como mi amante? Te acabo de
rescatar de un malnacido que creía que tú eras un objeto de comprar y vender.
No, quizá no lo parezca, pero tú eres como una hija para mí.
Ella se sorprendió, pero no dijo nada, no fue capaz de
articular palabra alguna.
Salí de esa casa y me fui directo a buscar al maldito de su
padrastro. Yo también fui padrastro de esa joven y jamás la maltraté.
Grande fue mi sorpresa al ver que, en un bar de mala muerte,
tal como me dijo Marcela, estaba Juan, pero no estaba solo, la madre de ella se
encontraba junto a él. No me di tiempo a pensar. Por Livia, por la hija que
crie, por mi propia hija, los saqué en segundos de allí como un vendaval, nadie
supo lo que ocurrió, tampoco les importó, culparon al alcohol de ver
alucinaciones.
―¿Quién es usted? ―me preguntó la mujer.
―¿Cómo pudiste apostar a tu hija?
―¿Qué te pasa? ¿Qué te metí tú? ―respondió el
infeliz, envalentonado, sacó una pistola y la mujer sonrió irónica, se creyeron
vencedores.
Solo bastó eso para que ya no pudiera controlar mi ira. El
hombre disparó, yo detuve la bala con mi mano y la deshice entre mis dedos.
―¿Qué? Pero ¿cómo? ―Al hombre se le espantó la borrachera
con el miedo.
Quisieron huir, pero no se los permití. Con mi poder mental
sobre ellos, los obligué a subir al destartalado cacharro que llamaban
automóvil y yo me senté en el asiento trasero. Lo hice conducir hacia el sector
alto de la ciudad. Iban aterrados, preguntándose cómo era posible que perdieran
así el control de sus movimientos. Llegamos al mirador de uno de los cerros más
altos de la capital.
―Bien, hasta aquí llego yo, me despido. Buen viaje.
Me bajé del auto, ellos querían moverse, pero les era
imposible. Ordené a la mente del hombre que encendiera el motor, vi el terror
en sus ojos, el mismo terror que sentía Marcela por su esposo. Hice un
minúsculo movimiento con mi cabeza y ambos se desbarrancaron. El vehículo
explotó en el aire.
Cerré mis ojos y resoplé. Mi noche de furia había terminado.
Casi amanecía cuando bajé del cerro por el camino de los
coches, a esa hora no había nadie. Necesitaba caminar y pensar. No pensaba
encontrarme con Abril de nuevo, esa Abril, la hija de Livia. Ella trajo a mi
memoria los recuerdos de aquella época en la que creía que sería fácil acabar
con Catalina. Y ahí estaba, dos milenios después, sufriendo más que nunca por
mi hija, a la espera de acabar con esa bruja por toda la eternidad.
―Hoy sí que te liberaste, Medonte.
―Mala’ikan.
―Me ofende, parece que no te alegra verme.
―Hoy no es un buen día.
―Lo sé, por eso vine.
Me detuve y lo miré directo a los ojos.
―¿Sabes qué? Todo este tiempo te he obedecido ciegamente,
¿de verdad me ayudas?
―Me extraña, Medonte, siempre te he ayudado.
―No siempre.
―Siempre desde que Catalina te convirtió en lo que eres ―replicó
con liviandad.
―Siento que estos días han sido más largos que toda mi
existencia junta.
―No te preocupes, tu hija está en buenas manos. Leo, Max y
Joseph, sobre todo, no permitirán que nada malo le pase, ellos la cuidarán. Los
sucesos que están prontos a venir serán el preámbulo a recordar y recuperar sus
poderes. Tendrás que alejarte de ella un par de días para que no seas
descubierto.
―¿Cómo lo haré?
―Se darán las condiciones, tú lo harás posible.
―Si todo esto no funciona, te juro que el mundo…
―Calma, Medonte, todo saldrá como esperamos.
―Eso espero, Mala’ikan, eso espero.
―Por ahora, ve a hacer ese arreglo. Estoy muy orgulloso de
ti, sabía que lo lograrías.
―¿Lograr qué?
―Mantenerte y soportar los sufrimientos de tu hija, créeme
cuando te digo que estás ganando muchos puntos en el mundo espiritual y la gran
mayoría apuesta por ti.
―Espero no fallar al último minuto.
―Yo estaré a tu lado, aunque no pueda pelear junto a ti.
―Cuento con ello.
Continuamos caminando en silencio por un buen rato.
El sol salió por entre los cerros y Mala’ikan se detuvo en
un puente.
―Escucha, Medonte, Selena fue liberada de su condena gracias
a ti.
―¿Qué?
―Muy pronto podrá volver a hablar, a comunicarse con los
humanos. Tardará un poco más para que pueda volver, pero, sin duda, lo hará.
―¿Por qué me lo dices? Tú me quieres fuera de su vida.
―-Tú eres el ser que más la ha amado, tu amor es real, eres
el único que la merece.
―¿Y tú?
―Ya te dije que lo que me une a ella no es amor como el que
tú conoces o el que sientes por ella, tampoco los celos entran en esta
ecuación, Selena y yo terminaremos juntos cuando el mundo, tal como lo conoces,
ya no exista. Este mundo, esta galaxia, al igual que sus antecesoras, están
destinados a la destrucción, lo siento, pero así es, claro que todavía les
quedan miles de años por delante, de todos modos, cuando eso ocurra, Selena, la
diosa lunar, y yo estaremos juntos. Por ahora, tú y ella merecen una oportunidad,
aun cuando para nosotros ustedes sean un suspiro en el tiempo.
―Creo que nunca terminaré de entenderte.
―No tienes que hacerlo.
―¿Por qué te acercaste a mí? ¿Por qué, después de todo el
odio que decías tenerme y de estar de parte de Catalina, decidiste ayudarme?
―Siempre vi potencial en ti, Medonte, siempre. Catalina
llevaba siglos haciendo daño, ella es hija de la Luna, es cierto, pero su padre
fue un ángel caído, un ser malvado. A Selena se le dio poder para destruirlo,
pero solo en la persona de Atila, cuando su poder era escaso.
››Los
ángeles ya no podían hacerse hombres, no todos. Solo los de las altas esferas,
por decirlo de algún modo, mantienen esa capacidad, Atila no, él debía encarnar
un cuerpo, tal como lo hace Catalina, pero cada vez que encarnaba, cada vez que
encarnan, pierden poder y al final terminan siendo simples humanos. Cuando
encarnó en la persona de Atila, ya no le quedaba poder y Selena lo destruyó
antes de que pudiera recargar sus energías, acabó con él, con su existencia.
―¿Siempre
supiste que yo tenía un papel en la destrucción de Catalina?
―Y uno muy
importante, Medonte, no te restes méritos.
―Te juro
que preferiría no haber tenido ninguna intervención, quisiera haber vivido la
vida que me correspondía, con mi mujer y mi hija, nada más. Verla crecer feliz
a mi lado, casarse, formar una familia, ver a mis nietos, jugar con ellos,
envejecer y morir junto a los míos, ¿era mucho pedir?
Me sonrió
con esa expresión tan suya.
―No
estabas destinado a una vida tan simple.
―Acabo de
asesinar a seis personas esta noche.
―Y cuando
te convertiste, asesinaste a un ejército completo, pero salvaste a Livia y a su
hija. Esta noche volviste a salvar a la hija de Livia. Y no solo a ella, a
otras tantas muchachas que hubiesen caído en las garras de esos malnacidos.
Esos seis que mataste no hacían más que empeorar este mundo, no tenían ni un gramo
de culpabilidad o arrepentimiento, eran seres que no valen la pena, que están
mejor muertos.
Nos
detuvimos ante una enorme y conocida ferretería.
―Bien,
compra lo que necesitas, esta tarde debes irte de esa casa. ―Me enseñó unas
llaves de automóvil, presionó el cerrado automático de puertas y se accionó en
una camioneta estacionada a unos pocos pasos―. Nos vemos en otra ocasión ―se
despidió luego de entregarme las llaves.
―¿Mi hija
estará segura? ―inquirí con preocupación.
Él sonrió y
desapareció de mi vista. Negué con la cabeza y entré a comprar lo que
necesitaba, al menos, ya tenía en qué llevarlas a la casa del bosque.
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