Luego de que Ray subiera a verla y fuera rechazado por ella, se dirigió a su despacho. Yo lo seguí, sabía que Ray podía querer eliminarla en cualquier momento; su lucha interna todavía no cesaba.
Cuando Joseph, en
la habitación, nombró a nuestro líder con su nombre, Abril se descontroló, eso
no lo hice yo, lo hicieron sus pesadillas. Por las noches, ella despertaba
llamando a “Ray”, ella estaba segura de que él era su asesino y al saber quién
era Ray en esa casa, el terror la invadió. Cuando Joseph le explicó que Ricardo
la había mandado con nosotros a morir, tuve que intervenir, no por ella, por
Ray, pues al escuchar el nombre de mi hermano, el odio por Abril volvió a
aparecer y sus ansias de matarla también.
No ayudó mucho el
que ella justo se envalentonara y se pusiera a discutir con Joseph exigiéndole
una explicación a lo que estaba ocurriendo allí. Le gritó que Ray la iba a
matar y eso fue la gota que rebalsó el vaso de la ira de ese hombre. Debo
admitir que intentó controlarse, pues su primer impulso fue subir y quebrarle
el cuello para darle la razón a Abril de que era un monstruo, por lo que ataqué
las emociones de mi hija con mayor ímpetu, era inútil intentar actuar sobre él
para calmarlo. Decir que me partía el alma verla o sentirla en ese estado, es
un eufemismo, mi dolor era superlativo, no obstante, si él la atacaba, yo no me
controlaría y lo destruiría, el problema era que todos y cada uno de los habitantes
en esa casa eran importantes para acabar con la maldita de Catalina.
Mi hija se
encerró en el baño. Joseph le rogaba que saliera. Ray intentaba controlarse y
el dolor de mi hija hizo mucho para aplacarlo. Solo entonces pude intervenir
las emociones de ambos, claro, las de él eran mucho más difíciles, porque no se
trataba de su corazón, se trataba de una maldición. Por fin, nuestro líder sosegó
su rabia y eso dio paso a la preocupación. Subió a ayudarla y yo bajé las
revoluciones de los sentimientos de mi niña, había sido tan fuerte mi
intervención que quedó agotada, incapaz de moverse y salir del baño. Ray, desesperado
al saber que ella se encontraba mal, sacó la puerta y la tomó en sus brazos. Ya
no había odio en él. Pude descansar.
―¿Qué hacías? ―me
preguntó Max, estaba tan embebido en controlarlos a ambos que perdí mi
concentración en mi entorno.
―¿Escuchaste lo
que pasó allá arriba?
―Sí, estuve a
punto de ir.
―Tú puedes
hacerlo.
―Escucha, Manuel,
Abril es de Ray, él es nuestro líder y debemos respetarlo.
―Él no hace más
que lastimarla.
―Él está
confundido, como todos nosotros.
―Ustedes no se
comportan como idiotas.
―Si te escucha…
Me callé, no
porque me pudiera escuchar, pues había cerrado sus oídos a mi voz y
conversaciones, pero eso no se lo diría
a Max, ni a ninguno.
Max me miró, él sentía
que algo no andaba bien conmigo, estaba comenzando a dudar de que yo fuera
quien decía ser, solo que no se atrevía a enfrentarme, no por cobardía, más
bien porque creía que, si no había contado la verdad, era por una razón muy
poderosa. Al menos no dudaba de mí ni de mis intenciones. Sin decir más, subió
a ver a Abril y le llevó un té. Yo, sin poder estar tranquilo, me volví
invisible y también fui a ver a mi niña. Vi el amor y la preocupación con el
que la trataban y sentí agradecimiento, pero también rabia por no poder
acercarme a ella como lo hacían los demás.
Al rato, Leo y
Ray salieron en el automóvil del primero. Joseph no se apartó de Abril hasta
que Ray volvió, una hora después. Sinceramente, era muy cansador estar
pendiente de cada pensamiento, de cada emoción y de cada impulso de ese hombre,
pues un momento amaba a mi hija con toda su alma y, al siguiente, estaba
dispuestos a destruirla sin contemplaciones. ¿Y cómo no? Marina había
implantado el odio hacia el alma de mi hija en su cerebro, pero su corazón era
inamovible, algunas veces ganaba uno y otras, el otro y, en esa ocasión, en
cuanto terminó de hablar con ella, el odio regresó. Se resistía a esas emociones,
era cierto, cosa que no siempre parecía conseguir.
Joseph se fue a
cazar, necesitaba desahogarse, Leo y Max jugaban en el bosque, les encantaba
hacer competencias de capacidades. Y Ray… Ray pensaba en que, si estaban solos
en esa casa, ya que se suponía que yo también andaba de caza, él podría matarla
sin que nadie se diera cuenta, de inmediato, se reprochaba esos pensamientos,
los que, en nada, volvían.
Aburrido y ya
cansado de ser chaperón de mi líder, decidí aparentar que marcaba a
Abril. La marca para los vampiros consiste en besar al humano en cuestión y
morder su labio para beber una pequeña porción de su sangre, de inmediato, el
vampiro debe morder su propio labio y dar de beber al sujeto. Ese pequeño acto
convierte a la persona en propiedad de quien lo marcó y ningún otro vampiro
puede acercarse a él. En mi caso, no necesito hacer eso, basta con mi sola
voluntad para adueñarme de cualquiera. Eso tampoco se los diría a ellos, por lo
que aparentaría hacerlo del modo tradicional para que, de esa forma, Ray
sintiera que podría perderla y que, de una vez por todas, apartara el odio que
sentía por ella o al menos el deseo de asesinarla. Debía hacer que su corazón
ganara a su cabeza.
Subí al cuarto de
mi hija y la desperté. Ella sintió algo de miedo, pero también fascinación por
mí, además de que algo en su alma debía reconocerme. Yo le hice sentir
desagrado por mi persona, ella debía pensar en Ray. No fue muy difícil, su amor
superaba con creces cualquier dificultad y a medida que yo me acercaba, ella se
resistía y deseaba que fuera Ray quien la quisiera besar. Él, que había salido
al jardín para calmarse, escuchó lo que estaba sucediendo en la habitación y
saltó por el ventanal, el que se rompió en mil pedazos. No le importó que ella
lo viera como un monstruo. Su único fin era salvarla de mis manos, incluso,
cuando ella se lastimó los pies a causa de los vidrios rotos, no afloró su
ansia de sangre, al contrario, me agarró y me lanzó fuera del alcance de su
mujer para protegerla. Max y Leo llegaron arriba y yo volví a entrar por el
ventanal, si ellos querían su sangre… Pero no, Ray cubrió a mi hija con su
cuerpo y los otros dos se lanzaron contra mí, me agarró cada uno de un brazo y
salimos por donde mismo había entrado.
Una vez abajo,
corrieron sin soltarme hasta el centro del bosque, solo entonces me soltaron,
Max se acercó y me dio un pequeño golpe en el pecho.
―¿Qué pensabas
hacer?
―Ray no hace más
que lastimarla.
―Ray se controla
cada vez más ―me dijo Leo, algo más conciliador.
―Sí, ¿y cuánto le
durará? En cualquier momento pierde los estribos, ¿qué pasará entonces?
―No estás en
condiciones de irte en contra de Ray, Manuel, que te hayas fijado en ella,
aunque no sea como mujer, hace que él te vea como a un rival ―me explicó Max,
quien se sentía algo decepcionado por sus pensamientos de que yo les iba a
ayudar más de lo que decía―. No te busques más problemas y no nos traigas más
problemas a nosotros. Es más, déjala tranquila si quieres que ella esté bien.
―Lo siento.
―Yo te entiendo,
amigo ―-me dijo Leo con su mano en mi hombro―, yo también he querido hacerlo,
esa chica no se merece el trato que ha tenido, pero Max tiene razón, con los
problemas que tenemos, es más que suficiente.
Bajé la cabeza,
me sentí derrotado, estaba cansado. Max y Leo respetaron mi silencio.
―No creí que esto
sería tan difícil.
―¿Qué es tan
difícil? ―inquirió Max.
Caminé de vuelta
a la casa. Ellos me siguieron.
―Manuel, ¿qué es
tan difícil? ―insistió Max al llegar a la orilla del bosque.
―Esto. Tenerla aquí, estar cerca y no poder protegerla, no
poder hacer nada por ella ―respondí con sinceridad.
―Te enfrentaste a Ray como ninguno más lo hizo.
―No como debería haberlo hecho, no como podría haberlo hecho,
no como quisiera.
―¿A qué te refieres?
Alcé la cabeza y miré a mi amigo. Él estaba seguro de que yo
no tenía cincuenta años y comprendió que cargaba a cuestas siglos y siglos de
maldición.
Ray salió de la casa y me dio un golpe. Yo no me defendí, lo
dejé hacer, necesitaba descargar su frustración.
―Cálmate, Ray ―intervino Leo y sentí su calma en el ambiente―,
si Abril despierta se asustará más y creo que ya está bastante aterrada con lo
que sucedió.
Ray no le contestó, mantuvo su atención sobre mí.
―Aléjate de ella, la próxima vez que te acerques, te
destruyo sin contemplaciones.
―Lo siento mucho, Ray, de verdad, yo solo quería protegerla,
no quería que la volvieras a lastimar, no lo merece ―respondí sincero.
―Sabes que no la volvería a dañar.
―¿De verdad? ¡Estás loco, Ray! Desde que Abril llegó a esta
casa no has hecho más que volverte un idiota, has… has… ―Quería confrontarlo
con su ser interior.
―Como sea, no quiero que te vuelvas a acercar a ella, ¿me
oíste?
Asentí con la cabeza, por fin podía estar seguro de que,
aunque su mente renegara contra mi hija, no la volvería a lastimar, al menos no
físicamente.
Tras aquel incidente, me fui a la ciudad a comprar un nuevo
vidrio para el ventanal, yo me ofrecí a repararlo, nadie ajeno a la casa podía
ir allí, por más que pudiéramos hipnotizarlo, dejar entrar a alguien,
significaría dejar abierta una brecha para que cualquiera pudiera entrar.
Aquella noche no volví a la casa, no quería volver, estaba
cansado. Los días que llevaba mi hija ahí se me habían hecho eternos. Sentía
que la mitad de mi vida había transcurrido defendiéndola de Ray.
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