Aquellos diez años pasaron muy lentos para mí. Milena, Catalina en realidad, les hizo creer al matrimonio Gárate que Abril había muerto, para ello usó a otra pequeña del hogar a la que volvió loca con sus hechizos; al menos sabía que se había ido en paz pese al terrible final que tuvo; la hizo saltar de la torre de la iglesia.
Soy incapaz de contar las veces que deseé sacar a mi niña de
ese horrendo lugar y llevarla lejos, protegerla de todo mal, pero sabía que eso
era imposible, si no se daban las condiciones, cada uno de los sacrificios que
habíamos hecho durante tantos años habría servido para nada.
―¿Estás seguro de poder encontrar a Marina en esta vida? ―me
volvió a preguntar Ray por enésima vez.
―Por supuesto, ya tengo la pista clara, es una joven a la
que Ricardo la protege desde las sombras.
―Debes tener cuidado, esa mujer es muy peligrosa.
―En esta vida no lo es tanto, no recuerda quién es ni nada
de su vida anterior, debe llegar el momento en el que recuerde, pero todavía no
está preparada, por eso Ricardo no la deja.
―Entonces, esperaremos a que la encuentres y nos la traigas.
―Yo les aviso cualquier cosa.
―Perfecto. Cuídate.
―Sí.
Salí de la casa y afuera me esperaba Joseph.
―¿Cuándo crees que la traigas?
―No lo sé, espero que sea en menos de una semana, ¿por qué?
Guardó silencio, yo sabía que se debía a que se habían
enterado de que Marina en esta vida era igual a la hermana de Joseph en su vida
pasada. A la Marina que ellos conocieron.
―¿Pasa algo?
―No.
Ray les había prohibido darme esa información, pues no la
consideró relevante para mi búsqueda, además, todavía, a pesar de no tener
completa desconfianza en mí, no lograba confiar del todo.
―Les avisaré cualquier cosa, no volveré sin ella, pierde cuidado.
Salí en mi automóvil, sabía muy bien dónde se encontraba mi
hija, dónde vivía, cómo, sabía todo de ella. Jamás le perdí el rastro.
Llegué a la ciudad y Ricardo me esperaba.
―Bien, hermanito, no falta nada. Te entregaré a Abril en
bandeja, el viernes saldrá más tarde, ahí la interceptas en el sitio eriazo y
se las llevas, asegúrate de que la mantengan silenciada y que sus poderes no
salgan a la luz, si lo hace, estamos perdidos, ¿estás consciente de eso?
―Sí, no te preocupes, todo estará bien y saldrá de acuerdo
al plan.
―Muy bien.
―¿Qué pasará si ella gana?
¿Seguirás haciendo daño como hasta ahora?
Mi hermano me miró, una luz de reconocimiento pasó por sus ojos,
sin embargo, eran tantos los hechizos a los que lo tenía sometido Catalina, que
le era difícil salir de ellos, solo podía liberarse a ratos y luego ya no
recordaba nada.
―Te liberaré, hermano, serás libre de nuevo ―prometí.
―¿Libre de qué? Con Marina soy libre, estoy donde quiero
estar.
―¿Seguro?
Arrugó el entrecejo y negó con la cabeza.
―No voy a seguir hablando contigo. El viernes a las nueve,
no te olvides.
―No lo haré.
―Y no me falles.
―Jamás haría eso, hermano ―aseguré con veracidad en mis
palabras, aunque en otro contexto, diferente al que él estaba pensando.
Esa semana seguí cada tarde a mi hija, camino a su trabajo y
de vuelta a su casa. Los deseos de sacarla de allí y llevármela lejos crecían
con cada minuto del día.
El viernes por la noche, me sentía muy nervioso, creo que
nunca en todo mi tiempo de vida me había sentido más nervioso. Era más difícil
de lo que pensaba. Apenas puso un pie en el sitio eriazo, aparecieron Ricardo y
Marina. Le mostraron visiones para asustarla. Yo corrí y me puse a su lado para
frenar los ataques, pues se estaban preparando para lastimarla. La paralicé
unos momentos.
―Les dije que yo me haría cargo, ¿qué hacen aquí? ―interrogué.
―Vinimos a ver que cumplieras con tu trabajo ―respondió
Marina―. Debes llevarla con ellos, haz que Ray la odie sin contemplaciones,
estoy segura de que ya la odia, pero tú debes hacer que la odie más, que no la
deje actuar.
―Les dije que lo haría.
―Solo quería corroborar.
―¿No confías en mí?
―¡Claro que no! Querido, yo no confío en nadie ―me dijo con
burla.
―Entonces no debiste enviarme.
―Solo quería asegurarme, pero ya estás aquí. Haz lo que
tienes que hacer.
Mi hermano y la bruja se desaparecieron. Me volví hacia mi
hija y la liberé de su parálisis.
―No me lastime, por favor ―me rogó.
―Eso depende de ti, preciosa ―le respondí.
―Haré lo que me pida.
Estaba seguro de eso, no solo porque podía hacer que ella me
obedeciera ciegamente, si no, también porque ella era muy temerosa y sumisa y
yo le causaba pavor.
―¿Estás segura de lo que dices? ―le pregunté, sentía a
Marina y a Ricardo todavía por el lugar y debía aparentar que ella no me
importaba.
Ella alzó su cara y buscó mi mirada.
―Por favor… ―volvió a rogar.
―¿Harás lo que te pida? ―Ella asintió con la cabeza―.
Entonces bésame.
Se largó a llorar y cerró los ojos; sentía que ese era su
fin.
―Mírame ―le pedí, necesitaba que me mirara para transmitirle
calma y seguridad, pero Marina hizo lo suyo y la aterró más todavía. Le
implantó terror en su corazón. Debía sacarla de allí.
―Vas a acompañarme, Abril Villavicencio, vas a caminar
conmigo, te vas a subir a mi auto sin gritar, sin llorar y sin escándalos,
¿está bien? Una sola estupidez y no respondo por lo que pueda sucederte. ―Hice
una pausa―. ¿Entendiste?
―¿Có…cómo sabe mi nombre? ―atinó a preguntar.
―Te sorprenderían las cosas que sé sobre ti, pequeña niña.
Ricardo comenzó a acercarse, así que tomé la mano de Abril
para sacarla de allí. No se me resistió, pese a que es su mente sabía que debía
hacerlo.
―¿Dónde me va a llevar?
―Te llevaré a un lindo lugar ―contesté con deseos de que
aquello fuera real.
―¿Puede ir más lento por favor? ―Se detuvo y la miré, no
podía seguirme el paso―. No puedo más.
Me devolví un poco y ella hizo unos pucheros.
―¿Quieres que te lleve en brazos? Estás muy cansada.
―Sí, me encantaría ―respondió con inocente ironía.
La tomé en mis brazos y me apresuré a llegar a mi automóvil.
Ella escondió su cara en mi pecho. Juro que hubiese querido huir con mi niña en
ese mismísimo momento; hubiera significado nuestra muerte segura.
―Sube al auto ―le ordené sin ganas.
Se agarró de mi brazo y se tambaleó un poco, confundida.
―Sube al auto ―repetí, Ricardo y Marina nos seguían los
pasos.
―No.
―No quieres que te obligue.
―Por favor.
―Sube.
Volvió a llorar. Quería sacarla de allí, que eso no estuviera
pasando.
―Abril Villavicencio, sube al auto. Ahora. Hazlo.
En vez de obedecerme, salió corriendo. Meneé la cabeza, al
menos ese acto hizo que Marina y Ricardo se fueran. Vi a Abril, apenas
avanzaba, la seguí y me puse delante de ella, mi velocidad era cien veces más que
la suya. Me puse delante de ella y la sostuve de los brazos para impedir que
chocara conmigo y cayera o se lastimara. Ella recordaba sus sueños, esos sueños
que implantaba Catalina en su mente, donde, vez tras vez, revivía la muerte en
su última vida.
Después de un poco más de reticencia, se subió al coche. Le
abroché el cinturón de seguridad y ella cerró los ojos, las lágrimas caían por
sus mejillas como cascadas, me era imposible quitar el terror que había
implantado Catalina en ella.
―Supongo que sabes que no sacas nada con llorar ―le dije,
ella me miró con sus ojitos llenos de tristeza―. Nada ganarás ―me lo dije más a
mí que a ella.
―Tal vez no sirva de nada, pero no hacerlo tampoco servirá ―replicó
sin emoción.
Volvió a cerrar los ojos. Yo, sin poder evitarlo, le di un
beso en la frente. Era mi hija y hacerle aquello era lo peor que me había
tocado hacer, esperaba que en la casa no se me hiciera tan difícil, que pudiera
acelerar las cosas para que dejara de sufrir, pues estaba seguro de que Ray la
haría sufrir… y mucho.
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