Después de aquel “incidente”, debo decir que el clan decidió
confiar más en mí, me dejaron ser un poco más libre sin vigilarme todo el
tiempo. Aunque, para ser franco, tampoco me incluyeron en todo, seguían con
secretos de cosas que suponían yo no tenía idea.
De todas formas, en parte lo agradecí, estar en la mira
constante, no es agradable.
Veinte días después, estando yo en casa, listo para salir a reunirme
con los demás, Leo me abordó, solo quedábamos los dos.
―Manuel, ¿me puedes
llevar?
―Claro, ¿y tu auto?
―No está en buen estado ―respondió avergonzado.
No tuve que hurgar mucho en su mente para saber que lo había
golpeado la noche anterior con un tipo que quería abusar de una joven y por
poco asesina a su pequeño hijo. Frustrado, como se hallaba el último tiempo, no
tuvo compasión; el problema fue que las consecuencias las pagó su automóvil. Volvió
convertido en pájaro.
―Volvería igual que como me vine, pero no tengo ánimo ―se
justificó luego de contarme lo sucedido.
―No te preocupes, yo te llevo y, si quieres, después te
acompaño a comprar un nuevo coche.
―Gracias.
Nos subimos al auto, sentía su vista clavada en mí.
―¿Por qué haces esto? ―Se atrevió a preguntar al rato.
―¿Qué cosa?
―Yo he sido quien más ha desconfiado de ti todo este tiempo,
sin embargo, has sido el que más cerca ha estado de mí, aparte de Max, por
supuesto, pero con él nos unen otros motivos.
Le di una breve mirada.
―Ustedes me acogieron, pudieron haberme enviado de vuelta al
bosque, que Ricardo me alcanzara y, a pesar de sus dudas, me dejaron con
ustedes y me han hecho parte de su clan.
―No al cien por ciento, lo sabes.
―Es normal, yo llevo con ustedes menos de un año, ¿cómo
podrían tener la misma confianza en mí que la que tienen ustedes? A ustedes los
unen quinientos años de amistad y lealtad inquebrantable. No me puedo comparar
con ninguno de ustedes.
―Pero aun así has estado conmigo en mis días negros.
―Si me necesitas, ahí estaré. Si cualquiera me necesita, ahí
estaré. Mi padre siempre me enseñó que el servicio a los demás es lo único que jamás
debemos transar, a eso vinimos y que ayudar a otros, sobre todo a quienes están
más cerca de uno, es parte del propósito de la vida.
―O sea, lo haces por una cuestión de humanidad.
―No, Leo, va mucho más allá de eso. La amistad hay que
cultivarla, no puedo esperar que te sientas mi amigo o pretender ser tu amigo
si no hago nada por demostrar mi aprecio. Yo estoy muy agradecido de ti, de
ustedes, por haberme recibido… ―”Y por haber amado a mi hija en su otra vida”,
concluí en mi mente.
Llegamos al edificio donde se llevaría a cabo la reunión
pactada. Me extrañó que se quisieran juntar allí pues todos los planes se
hacían en la casa del bosque, no en la ciudad donde éramos más vulnerables.
Nada más salir del ascensor al piso donde estaba la oficina
de Ray, Leo se quedó pasmado, una bella muchacha se encontraba dándole unas
órdenes a la recepcionista del piso.
―Buenas tardes ―saludaron ambas a la vez.
―Buenas tardes ―respondí y le pegué un codazo a Leo para que
reaccionara, aunque claramente la chica que daba las órdenes se quedó tan
prendada de Leo como él de ella.
―Ustedes deben ser los señores que espera el señor Kaulitz ―habló
la recepcionista.
―Sí, yo soy Manuel Reyes y él es Leonello Minozzi ―contesté
por ambos, mientras ella revisaba la computadora.
―Pueden pasar, vengan por aquí.
La joven se iba a levantar, pero la otra chica la detuvo.
―No te preocupes, yo los conduciré. Mi nombre es Sabrina
Requena, soy la secretaria personal del señor Kaulitz ―nos explicó.
―No te había visto por aquí. ―Atinó a decir Leo.
―Llegué hace dos meses; tampoco yo los había visto.
―Sí, me he perdido un poco de esta oficina.
La pareja se quedó mirando como dos tórtolos, yo dejé que lo
hicieran, eran almas gemelas, aunque, si supieran quién era ella en realidad,
Leo sabría que las cosas no serían fáciles para ambos, claro que no sería yo
quien se los dijera.
Sabrina abrió la puerta de la sala de reuniones y dio dos
pasos hacia el interior.
―Señor, ya están aquí el señor Reyes y el señor Minozzi ―informó.
―Gracias, Sabrina, pasa, por favor, para presentarte.
La joven lo hizo con algo de timidez.
―Ella es Sabrina Requena, mi nueva secretaria personal.
Sabrina, aquí tienes al directorio de esta empresa en pleno: Nick Salavert, Maximiliano
Castellán, Joseph Brown, Leonello Minozzi y Manuel Reyes.
Ella hizo un asentimiento con la cabeza, se notaba incómoda
entre nosotros, así que le transmití tranquilidad, ninguno la veía de mala
forma como solía suceder cuando varios hombres se juntaban alrededor de una
bella mujer.
―Es un gusto, Sabrina, espero verte seguido ―le dijo Leo y,
si hubiese podido enrojecer, estoy seguro de que lo hubiera hecho; ella sí se
sonrojó.
―Yo también ―le respondió con una delgada voz nerviosa―.
Permiso.
Se retiró y todos miramos a Leo, quien no se dio cuenta de
nada.
―Les pedí que vinieran porque quiero que Manuel conozca a
alguien, nosotros trabajamos con Nicolás Gárate desde hace tiempo, ahora, él
trabajará aquí, el problema es que él nos conoce desde hace tanto…
―¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
―Que tú puedes hacer que nos vea como se supone que deberíamos
vernos, ¿no?
―No funciona así, pero sí puedo hacer que no se percate de
que los años no pasan por nosotros.
―Lo que sea con tal de que no tema estar con nosotros, es un
buen hombre, un gran amigo y no me gustaría perderlo por… esto. Nick, también
debes hacer lo tuyo para saber qué piensa. En realidad, no lo veo desde hace más
de cinco años, solo llamadas, por lo que deberíamos haber presentado algún
cambio y sabemos que todo sigue igual en nosotros.
―No hay problema.
De algún modo, sentí que él tenía relación con nosotros más
allá de que él fuera el esposo de Viviana, a quien había impedido el adoptar a
mi hija. Lo entendí cuando llegó con su secretaria: Milena Subercaseaux.
―Hola, muchachos, tanto tiempo que no los veía ―saludó con
gran alegría y ningún temor, en su mente se instaló el pensamiento de que
seguían iguales, sin embargo, fue un pensamiento que desechó de inmediato―.
Ella es mi nueva asistente, Milena Subercaseaux. ―La presentó.
―Un gusto, Milena ―saludó Ray―. Él es Manuel Reyes, no lo
conoces, es abogado, se unió a nuestro grupo hace poco.
―Un gusto, Manuel, espero poder trabajar contigo.
―Puede ser, aunque yo no paso mucho por acá.
―Bueno, al menos espero que nos volvamos a ver. Quizá tú,
como abogado, nos puedas ayudar a mi esposa y a mí con un trámite que estamos
haciendo que nos está resultando demasiado engorroso y complicado, casi
imposible me atrevería a decir.
―Si está en mis manos ayudar, pueden contar conmigo. ¿De qué
se trata? ―interrogué pese a conocer la respuesta.
―Queremos adoptar a una niña y nos han rechazado una y otra
vez sin motivo aparente. Simplemente falta un papel, falta otro, como si nos
quisieran echar para atrás nuestro deseo.
―Quizá no están destinados a ser padres de esa niña ―repuse.
―No, esa niña es nuestra hija, estamos seguros de eso, verla
y amarla fue una sola cosa. Va a cumplir doce años, esperamos que nos den
pronto un resultado favorable, pero si no, ¿cuento contigo para asesorarnos? En
realidad, estoy desesperado.
―Por supuesto que sí, tienes mi contacto, llámame cuando
necesites.
Doce años cumpliría mi pequeña, le quedaban al menos diez
años más de sufrimiento en ese horrendo lugar y después.
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