―¿Qué es esto? ―le pregunté al llegar a ese lúgubre lugar―.
¿Es el infierno?
Mala’ikan largó una risotada.
―Créeme que esto es un edén comparado al infierno.
―¿Dónde estamos?
―En mi hogar.
―¿Qué hacemos aquí? Yo creí que…
―¿Qué? ¿Creíste que te llevaría al Cielo, al Infierno o con
tu querida y adorada Luna?
―¿Qué pasa, Mala’ikan?
―Pasa que echaste a perder todo. Vez tras vez arruinaste mis
planes. Malgasté siglos contigo, qué digo, ¡milenios! Esperaba que al menos
ahora, en esta última batalla, me concedieras la victoria.
―¿De qué victoria hablas?
―Te explicaré. ―Se sentó en un sofá gris de tres cuerpos y me
hizo sentar en otro similar frente a él―. Cuando Catalina te convirtió, los
convirtió ―corrigió― a ti y a tu hermano, hicimos una apuesta. ¿Quién de los
dos ganaría? Eran los primeros chupasangres y no sabíamos cómo resultaría, de
qué serían capaces. Yo me quedé contigo y te entrené. Ella se quedó con
Licurgo. Mientras tú adquirías fuerza y sabiduría, tu hermano se convertía en
un feroz monstruo, a él no le importaba aniquilar a quien se le pusiera por
delante o a quien Catalina le ordenase matar; no tenía escrúpulos. Tú los
tenías a montones.
››Nosotros
tú y yo, defendíamos a Abril, Catalina se defendía sola, no necesitaba a nadie
para hacerlo.
―Lo de
defender a Abril no resultó muy bien ―interrumpí.
―No,
aquello era para quebrantar tu espíritu.
―¿Por qué?
―Porque
Catalina quería vencerme en este juego.
―¿Esto fue
un juego para ti?
―Por
supuesto, ya te lo dije una vez, ustedes no son más que un suspiro en el tiempo.
Dos, casi tres milenios llevas en este mundo, ¿qué es eso comparado a la
eternidad de la Luna? ¿A mí, que estoy aquí desde el principio de los tiempos?
―¿Qué
quieres, Mala’ikan? Ya ganaste, ¿qué más quieres? ¿En qué fallé?
Sonrió, se
levantó y sirvió dos vasos de un extraño licor, me ofreció uno y no pude
rechazar.
―Es que
¿sabes, Medonte? Ahora que terminó el juego ya no estoy tan seguro de querer
compartir a Selena.
―Siempre
he sabido eso ―mascullé.
―Sí, nunca
confiaste en que te dejaría estar con ella.
―¿Qué vas
a hacer? Ganaste este estúpido juego, ¿qué más quieres?
―Todavía
lo estoy pensando. Bebe.
Él mandaba
en mi mente, por lo que tomé el contenido del vaso de un solo trago. Para mi
sorpresa, me supo delicioso.
Sonrió y
levantó su copa.
―Buenas
noches, Medonte ―brindó y se tomó su bebida; yo me fui a negro.
Abrí los
ojos apenas. Seguía en el mismo sofá y en la misma sala de antes. Oí una
discusión.
―Estás
traspasando las reglas, Mala’ikan ―le decía un hombre.
―Él es
mío, me pertenece, él se entregó por propia voluntad a cambio de su hija.
―¡Lo
trajiste con engaños!
―Yo no le
mentí.
―Tampoco
le dijiste la verdad.
No escuché
más. Por extraño que parezca, hablaban un idioma que yo no conocía, pero que
entendí a la perfección.
Volví a
abrir los ojos, por la dirección de la luz, habían pasado un par de horas.
―El
consejo no dejará pasar esta injusticia ―habló una mujer.
―Me da lo
mismo el consejo, Medonte es mío.
―¿Qué
quieres de él?
―Apartarlo
de ti.
―Mala’ikan…
―¿Lo amas
de verdad?
Se hizo un
silencio, ella era mi Luna eterna, mi Selena. Esperaba su respuesta, pero me
volví a dormir.
Una vez
más desperté en el mismo lugar. En aquella ocasión, Mala’ikan se encontraba
frente a mí, tal como antes.
―Parece
que es un trago fuerte para un simple humano ―comentó sardónico.
―¿Qué me
diste?
―Es un
vino de los dioses.
―¿Con
quién hablabas?
―Con
nadie, la última media hora estuve esperando a que te despertaras para
continuar nuestra charla.
―Te
escuché.
―¿Me
escuchaste? ―se sorprendió―. Quizás el vino te hizo desvariar.
Miré hacia
afuera.
―No ha
pasado media hora, Mala’ikan, el sol no salía todavía cuando llegamos aquí y
ahora ya es casi mediodía.
―Los
tiempos aquí son distintos.
―¿Qué
quieres, Mala’ikan? ¿Qué se supone que hago aquí?
Me sonrió
otra vez con esa mezcla de burla e indulgencia.
―Si te
digo, ¿me prometes no ponerte idiota y pretender atacarme?
―Sí, dime ―exigí.
―Te
secuestré.
―¿Qué?
―Eso. Te
secuestré. No se supone que estés aquí.
―¿Y dónde
se supone que debería estar?
―Eso da
igual, el asunto es que no saldrás de aquí… jamás.
Quise
lanzarme contra él y golpearlo hasta que me explicara con claridad todo lo que
necesitaba saber, pero me contuve.
―Muy bien,
Medonte, los años de entrenamiento han rendido sus frutos. Eres muy capaz de
controlar tus emociones e instintos.
No respondí,
no valía la pena hablar con él.
―Vamos, no
te enojes, tu hija está viva y será feliz, eso era lo que querías, ¿no? ¿Te
estás arrepintiendo de haber dado tu vida por ella?
―Eso
jamás.
―¿Entonces?
Hemos sido amigos por milenios, Medonte, y tenemos una eternidad para seguir
siéndolo.
―Nunca
hemos sido amigos, los amigos no se engañan, no se traicionan, con los amigos
no se juega y tú has hecho todo eso y más.
―Sí,
tienes razón, pero, vamos, ¿me vas a guardar rencor por eso? Los amigos se
perdonan los errores.
―Ya te
dije que no somos amigos y lo tuyo no fue un error.
―Entonces,
creo que solo tomaré tu vida y te destruiré, creí que podríamos ser amigos,
pero ya veo que no.
―¡Por un
estúpido juego destruiste a mi familia, mi vida, todo lo que más amaba! ―rugí
furioso.
―No,
Medonte, no te confundas, eso lo hice por meterte con mi mujer y no dejarla
cuando te lo advertí, ¿lo recuerdas? Ah, sí, no se te ha olvidado, es
imposible. Te lo dejé bien claro, Luna es mía y lo será por toda la eternidad.
―Ya no,
Mala’ikan, he sido liberada de tu yugo.
¿Mi luna
allí?
―Eso es
imposible.
―Y tu
prisionero también. Se enteraron de lo que hiciste con la familia de Leo, el
problema es que están poniendo de manifiesto a los vampiros, seres que tú y
Catalina crearon. Hasta ahora, han podido controlarlos, pero no sabemos hasta
cuándo.
―Yo no
hice nada ―se defendió.
―Catalina
los tenía atrapados con un hechizo, tú fuiste quien cerró el candado y ahora lo
abriste.
Mala’ikan
me miró y pude percibir miedo en sus ojos.
―¿Y qué
vas a hacer? ¿vas a atraparme?
―No, vengo
a ofrecerte un trato: tu perdón a cambio de tu prisionero.
―¿Qué?
¡Jamás!
―En ese
caso, vendrá el consejo.
―Que
vengan.
―El
consejo no dejará pasar esta injusticia.
―Me da lo
mismo el consejo, Medonte es mío.
Por
suerte, estaba sentado, esa conversación la había escuchado hacía una hora,
mientras estaba bajo el efecto del vino o lo que fuera que ese tipo me haya
dado.
―¿Qué
quieres de él? ―le preguntó mi Luna.
―Apartarlo
de ti.
―Mala’ikan…
―¿Lo amas?
―Sabes que
sí.
―No puedes
amarlo, me encargaré de que jamás vuelvas a verlo. Lo tendré aquí por siempre.
―Estás
traspasando las reglas, Mala’ikan ―habló un hombre.
―Él es
mío, me pertenece, él se entregó por propia voluntad a cambio de su hija.
―¡Lo
hiciste con engaños!
―Yo no le
mentí.
―Tampoco
le dijiste la verdad.
Hablaban
de mí como si yo no estuviera presente y no me importó. Cerré los ojos, me
sentía cansado. De todos modos, yo estaba de espaldas a ellos.
Mi mente
me llevó al principio de mi vida, cuando todo comenzó, de todo lo vivido y de
todo lo aprendido y recordado, hubo algo que nunca nadie me aclaró, yo era un
semidiós… ¿Qué parte de mí lo era? ¿Cómo fue posible si mis padres eran seres
humanos normales?
Se hizo
silencio. Yo no me moví. No sabía qué estaba pasando atrás.
―Hijo…
La voz del
hombre se me hizo muy familiar, era una vez que jamás creí volver a escuchar y
que hacía tres milenios la escuché por última vez.
Me volví
con lentitud, si era otra alucinación…
―Hijo ―repitió.
―¿Papá?
¿Qué haces aquí?
―Estoy
aquí para sacarte de este lugar.
―¡No puedes
hacer eso! ―protestó Mala’ikan.
―¿No
puedo? ―preguntó mi padre sin perder la compostura.
―Ya te
dije, él se ofreció voluntariamente a cambiar su vida por la de su hija.
―Hija que
no iba a morir, por cierto, las profecías lo decían, ella fue al infierno, pero
no a morir, a liberar las almas que Catalina había encadenado y regresaría para
vengar a su hijo.
―¿Mi hija
no estaba destinada a morir?
―No. Es
decir, no si lograba acabar con Catalina, lo cual no le fue difícil.
―¿Por qué
me dijiste que debía dar mi vida por la de ella? ¡Me dijiste que moriría y que
no regresaría! Desde un principio me has engañado. Me quitaste todo, mi
familia, mis amigos, mi país. Desde el inicio no has hecho más que mostrarme
mentiras y falsedades. Dime algo, dime la verdad por una vez en tu vida, ¿era
necesario esperar tanto y que mi hija sufriera todo lo que sufrió?
Mala’ikan
miró a mi padre, a Selena y luego a mí, después, bajó la cabeza.
Sentí que
el peso del mundo, el cargo de llevar casi tres milenios a cuestas y el
sufrimiento de mi hija en todas sus vidas me aplastó como una torre de concreto
que me dejó sin fuerzas. Hinchaba mi pecho con un aire que no recibía y que no
necesitaba.
A mi memoria
llegó el recuerdo de mi siesta de veinte años. Si hubiese estado
despierto, podría haber ayudado a mi hija a terminar con Catalina y nada, de
todo lo que pasó después, habría pasado, ella no habría tenido que seguir
sufriendo. ¿Cuántas veces había sufrido una muerte lenta y dolorosa solo por el
placer de un juego macabro?
―Medonte… ―me
habló Selena.
La miré y
ya no pude sentir lo mismo que antes. Para mí se había convertido en una
extraña. Todo lo vi con otros ojos.
―Medonte,
por favor ―insistió, yo no contesté, antes de hacerlo, debía controlar mi
furia.
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