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martes, 11 de mayo de 2021

44: La verdad sale a la luz

 


―¿Qué es esto? ―le pregunté al llegar a ese lúgubre lugar―. ¿Es el infierno?

Mala’ikan largó una risotada.

―Créeme que esto es un edén comparado al infierno.

―¿Dónde estamos?

―En mi hogar.

―¿Qué hacemos aquí? Yo creí que…

―¿Qué? ¿Creíste que te llevaría al Cielo, al Infierno o con tu querida y adorada Luna?

―¿Qué pasa, Mala’ikan?

―Pasa que echaste a perder todo. Vez tras vez arruinaste mis planes. Malgasté siglos contigo, qué digo, ¡milenios! Esperaba que al menos ahora, en esta última batalla, me concedieras la victoria.

―¿De qué victoria hablas?

―Te explicaré. ―Se sentó en un sofá gris de tres cuerpos y me hizo sentar en otro similar frente a él―. Cuando Catalina te convirtió, los convirtió ―corrigió― a ti y a tu hermano, hicimos una apuesta. ¿Quién de los dos ganaría? Eran los primeros chupasangres y no sabíamos cómo resultaría, de qué serían capaces. Yo me quedé contigo y te entrené. Ella se quedó con Licurgo. Mientras tú adquirías fuerza y sabiduría, tu hermano se convertía en un feroz monstruo, a él no le importaba aniquilar a quien se le pusiera por delante o a quien Catalina le ordenase matar; no tenía escrúpulos. Tú los tenías a montones.

››Nosotros tú y yo, defendíamos a Abril, Catalina se defendía sola, no necesitaba a nadie para hacerlo.

―Lo de defender a Abril no resultó muy bien ―interrumpí.

―No, aquello era para quebrantar tu espíritu.

―¿Por qué?

―Porque Catalina quería vencerme en este juego.

―¿Esto fue un juego para ti?

―Por supuesto, ya te lo dije una vez, ustedes no son más que un suspiro en el tiempo. Dos, casi tres milenios llevas en este mundo, ¿qué es eso comparado a la eternidad de la Luna? ¿A mí, que estoy aquí desde el principio de los tiempos?

―¿Qué quieres, Mala’ikan? Ya ganaste, ¿qué más quieres? ¿En qué fallé?

Sonrió, se levantó y sirvió dos vasos de un extraño licor, me ofreció uno y no pude rechazar.

―Es que ¿sabes, Medonte? Ahora que terminó el juego ya no estoy tan seguro de querer compartir a Selena.

―Siempre he sabido eso ―mascullé.

―Sí, nunca confiaste en que te dejaría estar con ella.

―¿Qué vas a hacer? Ganaste este estúpido juego, ¿qué más quieres?

―Todavía lo estoy pensando. Bebe.

Él mandaba en mi mente, por lo que tomé el contenido del vaso de un solo trago. Para mi sorpresa, me supo delicioso.

Sonrió y levantó su copa.

―Buenas noches, Medonte ―brindó y se tomó su bebida; yo me fui a negro.

Abrí los ojos apenas. Seguía en el mismo sofá y en la misma sala de antes. Oí una discusión.

―Estás traspasando las reglas, Mala’ikan ―le decía un hombre.

―Él es mío, me pertenece, él se entregó por propia voluntad a cambio de su hija.

―¡Lo trajiste con engaños!

―Yo no le mentí.

―Tampoco le dijiste la verdad.

No escuché más. Por extraño que parezca, hablaban un idioma que yo no conocía, pero que entendí a la perfección.

Volví a abrir los ojos, por la dirección de la luz, habían pasado un par de horas.

―El consejo no dejará pasar esta injusticia ―habló una mujer.

―Me da lo mismo el consejo, Medonte es mío.

―¿Qué quieres de él?

―Apartarlo de ti.

―Mala’ikan…

―¿Lo amas de verdad?

Se hizo un silencio, ella era mi Luna eterna, mi Selena. Esperaba su respuesta, pero me volví a dormir.

Una vez más desperté en el mismo lugar. En aquella ocasión, Mala’ikan se encontraba frente a mí, tal como antes.

―Parece que es un trago fuerte para un simple humano ―comentó sardónico.

―¿Qué me diste?

―Es un vino de los dioses.

―¿Con quién hablabas?

―Con nadie, la última media hora estuve esperando a que te despertaras para continuar nuestra charla.

―Te escuché.

―¿Me escuchaste? ―se sorprendió―. Quizás el vino te hizo desvariar.

Miré hacia afuera.

―No ha pasado media hora, Mala’ikan, el sol no salía todavía cuando llegamos aquí y ahora ya es casi mediodía.

―Los tiempos aquí son distintos.

―¿Qué quieres, Mala’ikan? ¿Qué se supone que hago aquí?

Me sonrió otra vez con esa mezcla de burla e indulgencia.

―Si te digo, ¿me prometes no ponerte idiota y pretender atacarme?

―Sí, dime ―exigí.

―Te secuestré.

―¿Qué?

―Eso. Te secuestré. No se supone que estés aquí.

―¿Y dónde se supone que debería estar?

―Eso da igual, el asunto es que no saldrás de aquí… jamás.

Quise lanzarme contra él y golpearlo hasta que me explicara con claridad todo lo que necesitaba saber, pero me contuve.

―Muy bien, Medonte, los años de entrenamiento han rendido sus frutos. Eres muy capaz de controlar tus emociones e instintos.

No respondí, no valía la pena hablar con él.

―Vamos, no te enojes, tu hija está viva y será feliz, eso era lo que querías, ¿no? ¿Te estás arrepintiendo de haber dado tu vida por ella?

―Eso jamás.

―¿Entonces? Hemos sido amigos por milenios, Medonte, y tenemos una eternidad para seguir siéndolo.

―Nunca hemos sido amigos, los amigos no se engañan, no se traicionan, con los amigos no se juega y tú has hecho todo eso y más.

―Sí, tienes razón, pero, vamos, ¿me vas a guardar rencor por eso? Los amigos se perdonan los errores.

―Ya te dije que no somos amigos y lo tuyo no fue un error.

―Entonces, creo que solo tomaré tu vida y te destruiré, creí que podríamos ser amigos, pero ya veo que no.

―¡Por un estúpido juego destruiste a mi familia, mi vida, todo lo que más amaba! ―rugí furioso.

―No, Medonte, no te confundas, eso lo hice por meterte con mi mujer y no dejarla cuando te lo advertí, ¿lo recuerdas? Ah, sí, no se te ha olvidado, es imposible. Te lo dejé bien claro, Luna es mía y lo será por toda la eternidad.

―Ya no, Mala’ikan, he sido liberada de tu yugo.

¿Mi luna allí?

―Eso es imposible.

―Y tu prisionero también. Se enteraron de lo que hiciste con la familia de Leo, el problema es que están poniendo de manifiesto a los vampiros, seres que tú y Catalina crearon. Hasta ahora, han podido controlarlos, pero no sabemos hasta cuándo.

―Yo no hice nada ―se defendió.

―Catalina los tenía atrapados con un hechizo, tú fuiste quien cerró el candado y ahora lo abriste.

Mala’ikan me miró y pude percibir miedo en sus ojos.

―¿Y qué vas a hacer? ¿vas a atraparme?

―No, vengo a ofrecerte un trato: tu perdón a cambio de tu prisionero.

―¿Qué? ¡Jamás!

―En ese caso, vendrá el consejo.

―Que vengan.

―El consejo no dejará pasar esta injusticia.

―Me da lo mismo el consejo, Medonte es mío.

Por suerte, estaba sentado, esa conversación la había escuchado hacía una hora, mientras estaba bajo el efecto del vino o lo que fuera que ese tipo me haya dado.

―¿Qué quieres de él? ―le preguntó mi Luna.

―Apartarlo de ti.

―Mala’ikan…

―¿Lo amas?

―Sabes que sí.

―No puedes amarlo, me encargaré de que jamás vuelvas a verlo. Lo tendré aquí por siempre.

―Estás traspasando las reglas, Mala’ikan ―habló un hombre.

―Él es mío, me pertenece, él se entregó por propia voluntad a cambio de su hija.

―¡Lo hiciste con engaños!

―Yo no le mentí.

―Tampoco le dijiste la verdad.

Hablaban de mí como si yo no estuviera presente y no me importó. Cerré los ojos, me sentía cansado. De todos modos, yo estaba de espaldas a ellos.

Mi mente me llevó al principio de mi vida, cuando todo comenzó, de todo lo vivido y de todo lo aprendido y recordado, hubo algo que nunca nadie me aclaró, yo era un semidiós… ¿Qué parte de mí lo era? ¿Cómo fue posible si mis padres eran seres humanos normales?

Se hizo silencio. Yo no me moví. No sabía qué estaba pasando atrás.

―Hijo…

La voz del hombre se me hizo muy familiar, era una vez que jamás creí volver a escuchar y que hacía tres milenios la escuché por última vez.

Me volví con lentitud, si era otra alucinación…

―Hijo ―repitió.

―¿Papá? ¿Qué haces aquí?

―Estoy aquí para sacarte de este lugar.

―¡No puedes hacer eso! ―protestó Mala’ikan.

―¿No puedo? ―preguntó mi padre sin perder la compostura.

―Ya te dije, él se ofreció voluntariamente a cambiar su vida por la de su hija.

―Hija que no iba a morir, por cierto, las profecías lo decían, ella fue al infierno, pero no a morir, a liberar las almas que Catalina había encadenado y regresaría para vengar a su hijo.

―¿Mi hija no estaba destinada a morir?

―No. Es decir, no si lograba acabar con Catalina, lo cual no le fue difícil.

―¿Por qué me dijiste que debía dar mi vida por la de ella? ¡Me dijiste que moriría y que no regresaría! Desde un principio me has engañado. Me quitaste todo, mi familia, mis amigos, mi país. Desde el inicio no has hecho más que mostrarme mentiras y falsedades. Dime algo, dime la verdad por una vez en tu vida, ¿era necesario esperar tanto y que mi hija sufriera todo lo que sufrió?

Mala’ikan miró a mi padre, a Selena y luego a mí, después, bajó la cabeza.

Sentí que el peso del mundo, el cargo de llevar casi tres milenios a cuestas y el sufrimiento de mi hija en todas sus vidas me aplastó como una torre de concreto que me dejó sin fuerzas. Hinchaba mi pecho con un aire que no recibía y que no necesitaba.

A mi memoria llegó el recuerdo de mi siesta de veinte años. Si hubiese estado despierto, podría haber ayudado a mi hija a terminar con Catalina y nada, de todo lo que pasó después, habría pasado, ella no habría tenido que seguir sufriendo. ¿Cuántas veces había sufrido una muerte lenta y dolorosa solo por el placer de un juego macabro?

―Medonte… ―me habló Selena.

La miré y ya no pude sentir lo mismo que antes. Para mí se había convertido en una extraña. Todo lo vi con otros ojos.

―Medonte, por favor ―insistió, yo no contesté, antes de hacerlo, debía controlar mi furia.



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