―Medonte… ―me habló Selena.
La miré y ya no pude sentir lo mismo que antes. Para mí se
había convertido en una extraña. Todo lo vi con otros ojos.
―Medonte, por favor ―insistió.
―Tú no me
hables. ―Me volví para hablarle de frente―. ¡Dejaste que nuestra hija sufriera
las penas del infierno, vez tras vez, para seguir un estúpido juego? No
mereces llamarte madre, no mereces ese título. Tal vez, ahora que lo pienso, si
hubieses amado un poco más a Catalina, ella no se habría convertido en un
monstruo, pero preferiste ignorarla y tratarla como a una enemiga, en vez de ayudarla.
―Lo intenté, Medonte, yo luché por ella.
―¿Sí? ¿Igual que luchaste por Abril?
―No seas injusto.
―¿Injusto? ¿Injusto yo? ¿Me llamas a mí, injusto? Selena, tu
hija sufrió vida tras vida, murió de las formas más horribles imaginadas y no
imaginadas y tú, que sabías todo este sádico juego no hiciste nada. ¿Y soy yo
el injusto?
―No podía hacer nada.
―¿Por qué?
―Yo…
―Dime, si hay una explicación, quiero escucharla ahora.
―No seas duro con ella, Medonte ―me reclamó Mala’ikan.
―¿Saben qué? Quédense juntos, hagan la mierda que quieran,
pero a mí me devuelves con mi hija.
―¿Dejarás a tu Luna? ―inquirió mi secuestrador con burla y
desconfianza.
―Ella jamás fue mía.
―Por fin lo entiendes.
―Quisiera haberlo entendido antes.
―Medonte ―dijo Luna con tristeza.
―Tú no me hables.
―Hijo, no te cierres, escucha ―suplicó mi padre.
―¿Tú sabías algo de esto? ¿Sabías que todo esto no era más
que un juego macabro entre esos dos?
―No fue un juego. Catalina era muy poderosa, no era posible
destruirla como si nada, tenían que darse las variantes. Sé bien que no podrás
entenderlo ahora, hijo, pero lo que comenzó con una apuesta, terminó en
desastre para muchos. Ustedes no tuvieron ninguna baja, fuiste un buen
comandante y líder de tu ejército, hijo, debo decir que estoy orgulloso de ti,
pero no fue así con los aliados de Catalina, solo dos sobrevivieron.
―Eran una manada de malditos, no merecían vivir.
―Tú mismo dijiste que muchos se habían unido por miedo.
―Pudieron ponerse de nuestra parte y no lo hicieron. No
merecían compasión.
―Aun así, hubo mucha destrucción.
―¿A qué vas con esto? Si quieres convencerme de que esto no
fue un juego, sé bien que no lo fue, a quien deberías intentar convencer es a
Mala’ikan, él cree que está en un programa de televisión exhibiendo su gran
hazaña.
―Todo tenía que pasar como pasó para tener este final, de
otro modo habríamos fracasado como tantas otras veces que quisimos destruir a
Catalina.
―¿Habríamos? ¿Habríamos, dices? No te vi en el
frente, padre, tampoco a Selena, pues solo cuando estaba oculta, mi hija
pudo destruir a Catalina. Y en cuanto a Mala’ikan, solo fue a engañarme para
traerme aquí quién sabe para qué. No digas: habríamos si no
participaste.
―Todas las fuerzas sobrenaturales y todos los dioses de cada
planeta y constelación participamos de algún modo, hijo, muchos le entregamos
poder y sabiduría a Abril para ganar la batalla.
Me dejé caer en el sillón. Estaba furioso, pero no estaba
seguro de lo que yo era capaz en ese momento o si tendría la fuerza o el poder
necesario para acabar con ellos.
―No puedes contra nosotros, Medonte, no aquí, donde eres un
fantasma, un alma errante.
Cerré los ojos. Mi vida entera la pasé a merced de un tipo
que se divertía a costa mía, enamorado de un alma sin corazón y admirando a un
hombre que creía cabal. ¡Qué equivocado estaba! Y en adelante, solo me esperaba
un futuro peor, ser el juguete de ese dios caprichoso y voluble.
Un pitido corto y extraño me sobresaltó. Enseguida sonó otro
y otro y otro. Miré hacia atrás y, a cada pitido, aparecía un ¿dios? Eran seres
que imponían respeto con su sola presencia. Me levanté.
―Mala’ikan, te ordenamos devolver a tu prisionero.
El aludido no contestó.
―Medonte, hijo de Garas, debes venir con nosotros ―me
ordenaron. Hablaban todos a la vez como un solo hombre, pero ninguno movía los
labios.
Miré a Mala’ikan, se suponía que él era mi dueño, ¿no? Él me
hizo un gesto de asentimiento. Mi padre también me instó a que los siguiera.
Selena no me miró.
Me acerqué a los hombres y desaparecimos de allí. En
segundos, llegamos a una sala enorme, blanca y con pilares gigantes. De alto,
debía tener al menos ochenta metros. Había doce sillones enormes ocupados por
doce seres iguales de enormes.
―Medonte hijo de Garas, te presento mis respetos.
―¿Quiénes son ustedes? ―interrogué.
―Somos los miembros del consejo, dictamos las leyes y nos
ocupamos de que se cumplan.
―¿Qué quieren de mí?
―Aunque no lo sepas y te cueste creerlo, eres un ser muy especial:
semidiós, mitad humano, vampiro original y nefilim.
―¿Nefilim?
―Tu padre es un ángel, Medonte, por él eres un nefilim; tu
madre es una diosa, esa es tu parte de semidiós; lo de vampiro original no
tengo que explicarlo y naciste en la Tierra, por lo tanto, eres humano,
también.
―¿Y eso qué significa?
―Que tú eres el único que puede salvar la Tierra.
―¿De qué?
―De quien quiera destruirla.
―No entiendo, desde aquí no puedo hacer nada.
―Volverás a la Tierra, Medonte, ya está arreglado. Has
mostrado valentía y coraje ante las adversidades; templanza y serenidad en los
momentos más inciertos, cualidades que no siempre van de la mano; además de
bondad y compasión, sed de justicia.
―Justicia que quisiera cobrar en este mismo instante ―murmuré.
―Lo sabemos, y ahí hace aparición tu templanza, es tu mejor
consejera y esta noche lo has demostrado.
―Como regalo para ti, te devolveremos a la Tierra con tu
hija ―intervino otro.
―¿Ya? ―inquirí desconfiado.
―Y como todo regalo una responsabilidad, tu primera misión
será poner un freno a la familia de Leonello Minozzi en su escalada de muerte y
violencia. Desde ahora en adelante, además de los poderes que ya tienes y de
los que has obtenido o aprendido a través de los años, tendrás la capacidad de
visualizar los diferentes futuros de acuerdo a las decisiones que se tomen, por
lo que podrás determinar, con conocimiento de causa, qué es mejor decir y qué
es mejor callar, qué es lo que se debe hacer y que no, cuándo debes actuar y cuándo
es mejor no intervenir. Serás el líder terrestre de tu gente. De toda tu gente.
―¿Y mi hermano?
―Tú hermano… Ya nos haremos cargo de él.
―Él es como yo, somos hijos de los mismos padres.
―Sí, es cierto, pero sus caracteres son diferentes. Tus
cualidades son lo que te hacen especial.
Guardé silencio, tenía por delante una gran responsabilidad.
Por lo pronto, mi ánimo se había calmado al pensar en que volvería con mi hija
y no vería más a Mala’ikan, ya no me engañaría otra vez con sus artimañas. Además,
podría seguir ayudando a construir un mundo mejor.
―Asumo que aceptas ―me dijo el que más había hablado.
―Sí.
―Perfecto, no esperábamos menos, supongo que escogerás a tu propio
clan para ir a acabar con el del padre de Leonello.
―Sí.
―Muy buena elección, juntos hicieron un muy buen trabajo
contra Catalina.
Asentí con la cabeza.
―Bien, entonces, prepárate para volver a ver a tu hija y
cumplir con tu misión.
―Espero no defraudar.
―Jamás lo has hecho.
Tras esas palabras, me sentí un simple engranaje en un
diseño superior, pero lo dejé pasar. Volvería con mi hija y eso era lo más
importante para mí.
Epílogo
Y así fue como llegué de vuelta y vi a mi hija convertida en
vampira; sin embargo, su esencia, su energía de magia pura, no había cambiado.
La de Sabrina tampoco. Yo abogué para que pudieran convertirse en lo que yo era
para que, de ese modo, no solo la magia las acompañara, también la fuerza, por
lo que sus poderes fueron retirados momentáneamente para ser convertidas, por
el conflicto que ello suponía, y luego se les reincorporaron.
Destruimos a la familia de Leo, que, en realidad, ya no era
su familia, eran una mala copia, y cada uno se fue por su camino un tiempo para
descansar.
Yo me dediqué a buscar a mi hermano, que se había escapado
la noche que todo terminó y nadie sabía nada de él. Al mismo tiempo, me
presenté a los otros clanes y familias para darles las nuevas noticias y las
indicaciones y nuevas reglas que regirían en nuestra especie. Por suerte, todos
estuvieron de acuerdo, sobre todo porque la mayoría ya me conocía y, los que
no, habían escuchado lo ocurrido con Catalina.
A mi hermano lo encontré un par de años después. La culpa no
lo dejaba vivir y Mala’ikan le había ofrecido su ayuda, cosa que yo no
permitiría, ya había jugado con mi vida y mi familia una vez, no lo permitiría
una segunda.
Fin